LA REVUELTA DE LOS
Cronista
de la Ciudad de Pregonero
Ponencia presentada el 24 de noviembre de 2001 en la Sociedad Bolivariana de Táriba, con motivo de la reunión mensual de la Asociación de Cronistas del Estado Táchira
En la bucólica Venezuela rural de principios
del siglo XX, época en la que se estaba saliendo del caudillaje histórico y
las constantes guerras civiles, la hegemonía de los caudillos andinos prevalecía
incólume. Subrepticias fuerzas políticas conspiraban para destronar al
dictador capachero. Sin embargo, el general Juan Vicente Gómez (1857-1935) se
entronizó definitivamente en el poder, ejerciendo el mismo con fuerza y decisión.
Muchos ciudadanos sufrieron los estragos del gobierno en la cárcel o en el
exilio, lejos de su familia y demás seres queridos. En la visión filosófica
del gobierno se consideraba enemigos a quienes no eran amigos. Se dice que el
Benemérito administró a Venezuela como quien administra un hato de su
propiedad. Para evitar alzamientos montó una estructura de gobierno dendrita y
piramidal, con tentáculos insertos hasta en los más apartados rincones de la
geografía nacional. De este modo, a fuerza de persecuciones, exilios y cárcel,
el cazurro dictador pudo aplacar el caudillaje histórico que se había
institucionalizado durante la centuria anterior. El dictador andino supo
rodearse de intelectuales y gente de reconocido prestigio para ejercer las
labores de gobierno. Los intentos de destronarlo del solio de Miraflores
terminaron en rotundos fracasos, porque poco a poco fue metiendo en cintura a
los caciques y caporales que podían ofrecerse algún tipo de problema para la
estabilidad gubernativa.
En el Estado Táchira, para cumplir con el papel de "gendarme
necesario", el dictador colocó a su primo, don Eustoquio Gómez
(1868-1935), para cumplir con el papel de Presidente de la entidad. Desde allí
se ocupó de vigilar a los asilados en Cúcuta y aplacar las invasiones que
estos hacían al territorio tachirense. Pero el Catire Eustoquio fue mucho más
allá. Lleno de inverecundia y cobardía, el gendarme gomero se dedicó a
perseguir tanto a los enemigos del régimen como a los ciudadanos por los más fútiles
e intrascendentes motivos, creando un estado de zozobra y desestabilidad que
obligó a la emigración compulsiva de muchas familias.
Puede decirse que las ínfulas dictatoriales del Presidente del Estado Táchira
no tuvieron límite ni contemplaciones. Cuando reporta los movimientos del
enemigo utiliza muchos denuestos y descalificaciones contra los adversarios.
Tales improperios la historia se encargó de devolvérselos a su propia persona.
Don Eustoquio Gómez conturbaba la tranquilidad de los ciudadanos. Sin embargo,
a pesar del agavillamiento y abuso, no pudo acallar los innumerables ecos de
protesta que estallaron en uno y otro lado. La condición fronteriza de la
entidad permitía que desde Cúcuta se alimentara los ideales revolucionarios y
las experiencias militares de los enemigos del régimen.
Uno de los líderes de la oposición regional al gomecismo fue el general
Juan Pablo Peñaloza (1855-1933), cabeza visible de los liberales
"Lagartijos" en el Táchira. Con el ascenso de Cipriano Casto y Juan
Vicente Gómez al poder, Juan Pablo Peñaloza fue al exilio y desde allí inicio
un incesante peregrinaje como símbolo de la resistencia y la dignidad contra la
tiranía. Desde allí hizo varias invasiones, aunque casi siempre fracaso,
porque era derrotado antes de lograr aglutinar elementos de tropa en los pueblos
de la alta montaña andina. Para 1920, cuando se alzaron los Chácaros, la gente
de Pregonero estaba esperando la invasión del general Peñaloza.
En el fragor de las montoneras de 1920, en un lejana rincón de la
patria, donde hombres y mujeres ostentaban con orgullo el estandarte del trabajo
campesino, la gente de Pregonero se alzó en armas, siguiendo el ejemplo de Peñaloza.
Estalló una revuelta olorosa a pólvora y pueblo valiente y levantisco,
infundida del más profundo espíritu de amor a la patria chica. La tierra
uribantina sufría los estragos de la política impositiva que había
implementado el gobierno. Las autoridades locales estaban divorciadas
completamente de la realidad social. La gente vivía dedica a sus cultivos y
ganados, aunque de vez en cuando eran sometidos a pagos de elevados tributos y
emolumentos. El espíritu de rebeldía se fue acrisolando poco a poco, hasta que
el sentimiento popular hizo eclosión contra los abusos y cobardías.
Para la gente común de Pregonero, el detonante que prendió la mecha del
alzamiento fue la inclemente recluta que ordenó el general Eustoquio Gómez
para combatir la invasión que preparaba el general Juan Pablo Peñaloza.
Amarrados unos con otros, cabizbajos y a golpe de culata, los jóvenes de
Uribante eran obligados a salir por la calle principal de Pregonero camino del
cuartel de la vergüenza, sin esperanzas de retorno. Pero lo que la gente no sabía
era que un grupo de personas, amigos a la causa política de Juan Pablo Peñaloza,
se habían comprometido con él a secundarlo en la aventura guerrera que debía
emprender el 30 de septiembre de 1920. De modo que el cruce de estas dos
circunstancias hizo que se soliviantar el espíritu rebelde de que siempre han
hecho gala los uribantinos y comenzara a escribir páginas de orgullo en la
historia del Táchira.
En efecto, siguiendo las instrucciones de Juan Pablo Peñaloza y
aprovechando la coyuntura de la celebración del primer viernes del mes de
octubre, los conjurados tiran la parada y se declaran en rebeldía. La población
estaba llena de campesinos que habían bajado al pueblo a escuchar la misa y a
cumplir con la obligación y la costumbre de los primeros viernes. Al mando de
Francisco Useche y otros vecinos, los alzados lograron poner en fuga a las
autoridades del pueblo, quienes corrían despavoridas buscando donde esconderse,
porque de pronto pasaron de ser "poderosos y onmipotentes a suplicantes y
fugitivos".
Los alzados lograron controlar el poder por espacio de 17 días, cuando
llegó la turba asesina y borracha, arrasando con lo que encontraban a su paso.
El 1 de octubre de 1920 se produjo el alzamiento de Pregonero. Otros
pueblos del Táchira como Queniquea, Mesa del Tigre y el Cobre también hicieron
lo propio, según lo convenido con el general Peñaloza. Pero este fue derrotado
de antemano y no pudo llegar a ninguno de los pueblos comprometidos con el
movimiento. En Pregonero no se supo que Peñaloza había reculado nuevamente
hacia Cúcuta. Durante cierto tiempo los pregonereños consideraron que Peñaloza
los había traicionado, dejándolos solos en la amarga experiencia de desafiar
la rabia maldita dela tiranía. Por tanto, con un movimiento acéfalo, porque el
gran adalid antigomero no pudo ponerse al frente de la protesta, los generales
de pueblo se impusieron de su responsabilidad y asumieron la dirección de la
protesta, sobre todo cuando el 17 de octubre llegó Rufo Dávila y Aurelio
Amaya, con las tropas borrachas y llenas de retaliaciones. Rufo Dávila entró
por el camino de Mérida y Amaya por la vía de los páramos de La Grita. En la
aldea El Alto salió Luciano Vivas a presentar un simulacro de pelea contra la
gran invasión. Las tropas se apoderaron nuevamente de la población y los ejércitos
de Useche se replegaron por diferentes frentes, sin declinar un ápice en la
resistencia. Una vez que se aposentaron de la población y restauraron las
autoridades gomecistas, el General aurelio Amaya se devolvió para San Cristóbal
y quedó a cargo de la situación el General José Rufo Dávila. Sietiéndose a
sus anchas, este generalote como triste representaje del caporalaje militar
andino, se delcaro dueño de las cosas, de las casas y hasta de las vidas.
Los soldados se apoderaron del estanco de aguardiente y abrieron a golpe
de culata más de cien casas. Las casas de los Jefes del Alzamiento fueron
consumidas por la vorágine de las llamas y otros humildes hogares por la vorágine
de la inmoralidad y la inmundicia. Mujeres y niños fueron echados brutalmente a
las calles, mientras que adentro prosperaba la requisa, decomisando las mercancías,
alimentos y productos agrícolas.
El primer día de invasión los negocios fueron saqueados, las casas
allanadas, los hombres apresados, las mujeres vejadas, los niños maltratados,
los ancianos mancillados. Muchos hombres fueron fusilados al compás de la
marcha y otros enviados a los castillos a purgar condena por el atrevimiento
viril de los uribantinos. Las tropas invasoras traían la orden que habían
recibido a través de telegrama en clave, el cual decía: Mateo, Candelario y
Roberto, cuya traducción encierra una trilogía de espanto terror y miedo,
porque contenía los imperativos criminales de MATE, CANDELA Y ROBE. Al saqueo
se entregaron las fuerzas del gobierno. No hubo negocio que no sucumbiera frente
a las turbas borrachas, las cuales además se paseaba en sus monturas por la
acequia principal de la población, arrojando los excrementos de las bestias y
los suyos propios en la acequia o acueducto del pueblo. La gente debía salir
furtivamente de madrugada a coger agua limpia.
Los rebeldes fueron protegidos por los vecinos de algunas aldeas, quienes
se negaron a acusar el paradero de los mismos. Mucho de ellos fueron sometidos a
los más crueles vejámenes para lograr extraerles información. Al mismo
tiempo, entre los propósitos de Eustoquio Gómez estaba el decretar la hambruna
generalizada para hacer que el hambre obligara a los vecinos a delatar a los
rebeldes y a estos a entregar las armas. Los campesinos debían salir a
escondidas, a altas horas de la noche, para ordeñar las vacas que tenían
escondidas en el monte o para sacar algún alimento de los cultivos. Los
animales se mantenían ocultos, con la boca bien amarrada para evitar los
relinchos, mugidos y gruñidos revelar el paradero. En muchas ocasiones, los
invasores masacraron salvajemente a los jefes de familia frente a su prole, con
el propósito de escarmentar a la población y amedrentar la fortaleza de la
población.
Los invasores, con instinto piromaniaco, también quemaron los libros de
registro de los archivos municipales, con lo cual se le hizo un irreparable daño
a la memoria de la comunidad, demostrando al mismo tiempo la extrema
inverecundia y cobardía, al desatar los instintos criminales contra objetos que
en nada afectaban el desempeño de los soldados. Algunos dicen que para
justificar la recluta inclemente contra los pobladores pacíficos, la quema de
los libros permitió la destrucción de las pruebas que demostraban la minoría
de edad de muchos de los apresados.
A pesar del clima de zozobra, la gente no se amilanó, sino que se
mantuvo erguida y altiva, dispuesta a defender con la vida la dignidad de su
progenie y de la comunidad. Muchos valerosos ciudadanos pagaron con su vida el
caro precio de la dignidad. En la medida en que pasaba el tiempo, las distintas
aldeas iban apoyando a los alzados, quienes supieron respetar los derechos de
los vecinos que no estaban involucrados en el movimiento. Desde distintas aldeas
salían hombre para apoyar las iniciativas que programaba el general Useche para
perturbar los ejércitos invasores.
Diversos combates se suscitaron en jurisdicción del Municipio Uribante.
Los rebeldes, como estaban en inferioridad de pertrechos y armamentos, apelaron
a la astucia para espantar a los militares acantonados en la región. Mucha
gente anónima presto innumerables servicios menores, sirviendo como carnada
para que los invasores cayeron en las celadas que se preparaban. En aquel estado
excepcional, cualquier servicio ayudaba a la causa de la rebeldía de los Chácaros.
Incluso, hasta cargando el cajón de chimó, muchos vecinos aportaron un granito
de arena para apoyar a los alzados.
En las Trincheras, las Amarillas y la Cuchilla de los Muertos fueron los
sitios donde la fortaleza de los Chácaros se impuso a la pusilanimidad de los
invasores, quienes mordieron el polvo frente a un puñado de campesinos imbuidos
de coraje, voluntad y deseos de restaurar la dignidad conculcada.
Una partida compuesta por treinta soldados intentó saquear el pueblo de
La Fundación. Altagracia Sánchez, notificado del movimiento de los eércitos
davileños, organizó a los vecinos de Rubio, El Remolino, Tenegá y Peñas
Blancas. En el sitio de las Trincheras se escondieron los rebeldes. Cuando los
invasores estraron al valle del río Puya, los alzados salieron a su encuentro y
en el Vaho de Animas lograron aniquilar a toda la tropa. Sólo se salvo uno,
quien huyo por el valle del río Puya hacia una finca de Jericó en el Morro y
Las Lapas, siendo entregado por el encargado a sus compañeros en Pregonero. El
Vaho de Ánimas queda exactamente en el atracadero de lanchas que existe en el
embalse La Honda de la Represa Uribante Caparo. El escenario de la pelea ahora
se encuentra inundado por dicho embalse.
En otra oportunidad, una tropa invasora llegaba por la vía del páramo, con el propósito de seguir hincando las dentelladas de abuso, atropello y cobardía contra los vecinos. Marcos Zambrano tuvo noticias del movimiento y reunió a la gente de Saisayal y Las Aguadas. Sólo logro reunir cinco máuseres, pero toda la comunidad estaba dispuesta a participar en la acción. Los hombres arrumaron gran cantidad de piedras en lo alto del cero y cuando los invasores llegaron al lugar recibieron un diluvio de piedras que bajaban por la vertiente como un alud. Al mismo tiempo, los cinco hombres armados comenzaron a disparar y las mujeres y niños que se encontraban al otro lado del río comenzaron a dar efusivos víctores y vivas a la revolución. Los invasores al verse acorralados y al creerse atacados por un fuerte ejército, huyeron en estampida. Sólo se lograron salvar unas nueve personas que regresaron a La Grita de milagro, huyendo por los extraviados caminos del páramo. En aquel encuentro, un manojo de hombres desarmados lograron derrotar a un tropel de desalmados, mostrando que el valor y la voluntad son superiores, siempre y cuando medien razones justas para invocar la lucha.
En la Cuchilla de los Muertos los rebeldes derrotaron totalmente a los alzados y demostraron que la lucha por la justicia es el mas alto ideal que puede perseguir cualquier ser humano. Los invasores se dedicaron al saqueo por los lados de San Miguel, San Pedro y Mesones. Los rebeldes los esperaron en lo alto del cerro, donde desde Mesones se volteaba para San Pedro (ahora San Francisco). Cuando los invasores subían por una suave pendiente para caer al valle del río Tenegá, fueron atacados de improvisto y no hubo posibilidades de escape para ninguno. Allí se cinceló para siempre el mármol del orgullo uribantino, haciendo honor al gentilicio de la gente de Pregonero. Desde aquel momento el lugar se conoce como cuchilla de Los Muertos y al río se le conoce en ese trayecto como río Chácaro.
El gentilicio que ostentan con orgullo los hijos de Pregonero proviene de
aquellos momentos de coraje y valentía. Los hombres iban a la pelea con una chácaras
terciadas al hombro. Además, portaban gruesas correas, donde guardaban las
provisiones y el dinero. Los enemigos comenzaron a llamarlos como los hombres de
las chácaras y posteriormente como los Chácaros, haciendo alusión a un
individuo valiente, pundonoroso, arrojado y dispuesto a entregar su vida por los
ideales de justicia y libertad. Al suscitarse los acontecimientos de la cuchilla
de los muertos, el mote de Chácaros pasó a ser definitivamente le emblema del
gentilicio uribantino.
Durante varios meses, la gente de Pregonero estuvo en aquel constante
vaivén incierto de la guerra. A pesar que el general Eustoquio metía hombre
para controlar la situación, la misma siempre se le salía de las manos. tuvo
que llegar a cuerdos para lograr la pacificación por la vía del diálogo y las
concesiones.
En cierta ocasión, a mediados de 1921, Eustoquio intentó coquetear con
el general Francisco Useche para lograr la pacificación de Pregonero. Si dice
que Don Eustoquio Gómez hizo varios ofrecimientos para lograr que los alzados
entregaran las armas y Francisco Useche se comprometió a convencer a los
rebeldes para la entrega. Pero el espíritu irredento y levantisco de los Chácaros
siguió mostrando el símbolo del pundonor y se negaron a rendirse, a menos que
las exigencias de los vecinos fueran satisfechas a plenitud.
La Revuelta de los Chácaros estalló el 1 de octubre de 1920. Para mediados de 1922 todavía se rendía cuenta de la valerosa resistencia de los rebeldes, al mando de Francisco Useche, Calazans Andrade, Gregorio García, Aurelio Méndez, entre otros. Las tropas gomeras no pudieron someter a los alzados por la vía de las armas. Las banderas de la dignidad tremolaron durante año y medio por los caminos montañeces, impregnando el ambiente con un cálido aliento libertario. El gobierno se vio forzado a negociar la paz con los alzados, cumpliendo con las exigencias de los vecinos: cese al hostigamiento contra los vecinos, modificación del sistema de recluta que se hacía como una vulgar cacería humana, disminución de los impuestos, resarcimiento de los daños, nombramiento de autoridades locales, reconocimiento de los grados militares de los alzados, entre otras prerrogativas.
Los términos del entendimiento muestran que aquella fue una contundente
victoria para los alzados y la gente de Pregonero. El general Francisco Useche
recibió el nombramiento como Jefe Civil de Pregonero y administrador del
Estanco de Aguardiente, cargo en el que duró hasta 1925. El jefe de la revuelta
de los Chácaros murió en enero de 1929. En 1931 el general Juan Pablo Peñaloza
llegó nuevamente a Pregonero y fue apresado mientras descansaba en el valle de
la Quebrada la Escandalosa en la aldea San Pedro, por delación de un campesino
llamado Laureano Roa, quien recibió como recompensa el nombramiento como policía.
En 1945, José Rufo Dávila llegó nuevamente a Pregonero en plan de
proselitismo político, apoyando al candidato del gobierno. La gente de Acción
Democrática se organizó en protesta civil y realizó una marcha para protestar
contra el indeseado personaje. El desfile terminó como tumulto pueblerino con
la participación exaltada de toda la comunidad. El sacerdote y el gobernador de
Pregonero lograron rescatar al personaje y esconderlo en el hotel del pueblo.
Allí acudió la gente. La guardia Nacional hizo los tres cañonazos de rigor y
la multitud permaneció impertérrita. En horas de la madrugada el personaje fue
expulsado de Pregonero.
Recordando la bravura de los Chácaros, cuando se opusieron a sangre sudor y fuego contra la dictadura de Gómez y en apoyo de la revuelta popular, el ilustre escritor tachirense, Dr. Aurelio Ferrero Tamayo, dice que "Pregonero seguirá siendo un símbolo, porque cuando se ha construido con amor y dolor y se ha sabido defender los hecho con valor, se tiene derecho a la perennidad. Acertó el ilustre tachirense. Las nuevas generaciones se Chácaros también se atreven a la grandeza, en múltiples manifestaciones pacíficas para reclamar los derechos colectivos, porque en la historia se ha demostrado que Pregonero es el pueblo que se niega a morir...
José
de la Cruz García Mora
Cronista
de la Ciudad de Pregonero
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