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![]() Dos de los primeros comentarios periodísticos que leí en torno al nuevo malecón de la ciudad de Campeche, cuando comenzaba su construcción, fueron las de Yolanda Valladares Valle, en su columna "Blanco y Negro", en El Sur de Campeche, y de Adalberto Muñoz Avila, en el Diario de Yucatán. Si la memoria todavía me es fiel, la entonces directora de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Campeche y ahora alumna de posgrado en la Universidad Complutense Ortega y Gasset de Madrid, España, en esencia, calificó la obra de innecesaria y enfatizó que los fuertes recursos económicos que se le destinaban, bien podían canalizarse hacia otros renglones prioritarios, como fortalecer servicios de educación, salud, construir viviendas o combatir la pobreza extrema. Una buena parte de su texto lo dedicó además a llamar la atención respecto a cómo conocer a ciencia cierta el volumen de materiales utilizados para rellenar la franja de mar paralela a la vieja avenida Adolfo Ruiz Cortinez, y depositó el aguijón de la duda en cuanto a si en realidad se iba a gastar todo el dinero programado para este punto. En cambio el notario (a quien en la presentación de una de sus obras en el antiguo local de la Casa del Libro, que ahora alberga a la Escuela de Artes y Oficios del Instituto Campechano, la maestra Martha Medina del Río justificó el estilo vertical y casi didáctico de su literatura, al decir que éste era así "tal vez porque el maestro Adalberto es poeta, quizá porque el poeta Adalberto es maestro") se dedicó a abordar la historia de los rellenos del mar que a lo largo de los años llevaron a cabo diversas administraciones estatales. Por otra parte, a través de un libro inédito sobre la historia de Campeche, escrito por el ex rector de la entonces llamada Universidad Autónoma del Sudeste, Ermilo "El Oso" Sandoval Campos, conocí una amplia explicación del primer relleno de la costa citadina, que fue ordenado por el gobernador en turno, el doctor en derecho Alberto Trueba Urbina, quien avizoró en esa obra un objetivo político, social y hasta económico al mismo tiempo, el llamado "Campeche Nuevo". Un "proyecto" que en esa época sonaba bien, pero que no pudo ir más ahí de rellenos parciales y lagunetas artificiales que por supuesto modificaron la fisonomía de la capital campechana, y que años más tarde sería parcialmente aprovechado por el régimen del coronel José Ortiz Avila para continuar robando territorio a las aguas marinas y, él sí, comenzar a cambiar la imagen urbanística de la ciudad de Campeche. Otros rellenos marinos han ocurrido en la historia contemporánea de Campeche pero hasta donde puedo recordar sólo dos gobernantes le pusieron nombre al niño: Campeche Nuevo, Trueba Urbina, como ya está asentado, y "relleno sanitario", Rafael Rodríguez Barrera. Sin embargo, ninguno de ellos generó tantos comentarios, privados y públicos, como el relleno realizado durante la administración de José Antonio González Curi, pero de entrada creo que esta situación está más relacionada con las condiciones de mayor comunicación, educación, politización y pluralidad, así sea todavía incipiente, de la sociedad campechana, que con su rechazo al relleno o a la construcción del nuevo malecón de la ciudad. Desde luego no todos aplauden la obra y es loable que así sea, pues si todos los campechanos la aprobaran sin replicar, sería prueba irrefutable de que nos estaría gobernando un régimen dictatorial o de que algún ente malvado nos exprimió el cerebro. Las opiniones siguen divididas, unas a favor del malecón a punto de terminarse y otras en contra. En lo personal me parece que hay más pueblo en aquel extremo, y que las críticas en contra están recibiendo una mayor difusión en algunos medios de prensa, quizá porque proceden en buena medida de fuentes organizadas o encaminadas, entre otras cosas, precisamente para influir en el ánimo popular, como medio de acceso a sus objetivos gripales y partidistas. No todos los argumentos de quienes aplauden o rechazan el moderno malecón son sólidos, como ni unos ni otros son poseedores de la razón total, pero es necesario destacar un punto que de algún modo influirá en el fiel de la balanza: la diferencia entre los rellenos del pasado y el del presente estriba en que aquellos sólo fueron cimiento de un sueño hacia el futuro y el actual es asiento de una obra urbanística moderna, inserta en los planes de promover la explotación efectiva e integral del renglón turístico de la entidad. Que este último es el argumento más endeble, me dicen, porque primero hay qué preguntar ¿y dónde está el turismo? En Quintana Roo en Yucatán, es la respuesta. Bueno y ¿qué queremos?, ¿qué sigan ahí? Por mi parte, he recorrido ya varias veces el malecón todavía sin nombre; una de ellas con mi hija Miranda de la mano. No tuvo que decirme cuánto le fascinó el conjunto, los arbotantes chaparritos, la pista de bicicletas y los perros paseados por sus amos. Me mostró sus amplias facultades para arrastrar patines y engullir esquites y paletas. De repente gritó: "Papá, mira los tiburones", y lanzó el índice sobre las olas. Los vi, de verdad que los vi en la fantasía de sus ojos. Esta es una realidad sin dobleces, a Miranda le gusta el malecón y a mí me gusta la felicidad de Miranda. |
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