Hoja 6 -  "El solitario Chéjov" -  por Pablo Sodor

Antón Chéjov

Antón Tsjekhov - Antón Tschechow

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Capítulo V - ¿Cómo era Antón?
Medía cerca de 1,80 de estatura, rostro alargado, cabellos castaños y una cicatriz surcaba su frente. En cuanto al color de ojos de Antón Chéjov no hay unanimidad de criterio, algunos afirman que eran verdes claros y otros color miel.
Su amigo Máximo Gorki afirma que eran grises, tristes y dulces, en los que a veces «brillaba una sonrisa». La fina ironía siempre estaba presente; «pero, a veces, su mirada se tornaba fría, viva y ruda». Y agrega: «La sombra de una tristeza profunda velaba sus ojos bondadosos, rodeados de pequeñas arrugas».
Alexander Kuprín dijo que eran casi marrones, pero llamaba la atención que muchos de los que conocieron personalmente a Chéjov, afirmaban que eran azules. Es un error, dice Kuprín, aunque una foto de juventud lo hacía dudar de su aseveración.
Era de frente amplia, blanca, impecable, perfecta en su forma. Orejas grandes. El apretón de manos era fuerte, viril, pero al mismo tiempo reservado, discreto, como si ocultase algo,- concluye Kuprín.
“(...) Había en él algo de simple y modesto, algo extraordinariamente ruso, popular: en la cara, en el acento y en el habla, incluso había, en apariencia, cierta negligencia en sus maneras propia del estudiantado moscovita. (...) Yo vi a un Chéjov cuyo rostro nadie ha podido captar en una fotografía y que, es de lamentar, no supo comprender y ni sentir en profundidad ni uno solo de los artistas que pintaron su retrato. Yo vi el más hermoso, fino e inspirado rostro humano que me haya tocado apreciar en mi vida”.
“A propósito, nunca he visto una sonrisa tan seductora como la de Chéjov, señala Kuprín.
A Bunin lo cautivó “no sólo la inteligencia y el talento de Chéjov, sino su voz recia y su sonrisa infantil”
Para Nemiróvich-Dánchenko también era una sonrisa muy particular.
“Surgía de improviso, - dice - tan rápido como desaparecía. Amplia, abierta, a pleno rostro, franca, aunque breve. Como si de repente cayera en la cuenta que, quizás, el motivo no ameritase reír más de lo debido. En Chéjov fue así toda la vida. Era un rasgo familiar. Su madre tenía el mismo modo de sonreír, también la hermana, y, en especial, su hermano Iván”.
El escritor Korolenko describe así el rostro de Chéjov:
“Había algo singular en ese rostro que no pude determinar de inmediato. Mi esposa lo señaló de manera muy acertada: a pesar de su insoslayable intelectualidad, notaba ciertos pliegues que hacían pensar en un sencillo muchacho del campo. Lo cual lo hacía especialmente atractivo. Incluso los ojos de Chéjov, azules, luminosos y profundos, alumbraban a un mismo tiempo con inteligencia y una casi infantil espontaneidad. Su sencillez de movimientos, modales y manera de hablar eran factores dominantes tanto en su persona como en su escritura. En general, la impresión que tuve de Chéjov en nuestro primer encuentro fue la de un hombre profundamente jovial, amante de la vida”.
Sin embargo, el escritor y dramaturgo Lazarev-Gruzinski, amigo de Chéjov, discrepa con Korolenko. “Mi impresión personal de Chéjov fue la de un estudiante culto y de infinita simpatía. (...) Las cartas de Chéjov dan la idea de un ser audaz, lo cual era natural en él, salvo en los aciagos días de su enfermedad, pero los retratos no reflejan esa audacia, sino bondad y cordialidad”.(задушевность).
Puntilloso en el vestir, siempre prolijo, impecable. No le gustaba usar pantuflas, bata o chaqueta de entre casa.
Nemiróvich-Dánchenko señala: “De él podría decirse que era bien parecido, de buena estatura, de agradable cabellera castaña y ondulada, peinada hacia atrás, barba rala y bigotes. Porte modesto, pero sin excesiva timidez; de actitud reservada. Tenía voz de bajo; dicción auténticamente rusa, con tonalidades dialectales netamente rusas; la entonación era flexible, semejante a un canto ligero, pero sin nada sentimental y sin sombra de artificialidad»
Dicen que en la conversación empleaba una muletilla, la partícula rusa “ye” y que la repetía frase por medio, lo cual aportaba a su habla un matiz dialectal que lo hacía particularmente gracioso.
“Yo nunca lo noté –afirma el escritor Iván Novikov,- (...) Chéjov, hablaba tal como escribía , con frases cortas, meditadas, un tanto parco y muy preciso; igual de parcos y expresivos eran sus gestos apenas esbozados, y, al mismo tiempo plenamente definidos”.
El escritor Potapenko, amigo de Chéjov recuerda: “Lo miré de arriba abajo, esperando ver algo singular en él. Pero no era de esos que gustan impresionar. Todo lo contrario(...) trataba de hacerse notar lo menos posible”.
El joven Maximilian Voloshin, uno de los exponentes de la Edad de Plata, anota en su diario en 1889: “ En cuanto a su aspecto exterior Chéjov tiene un parecido con su personaje Trigorin (“La Gaviota”). Se le ve callado, desganado y rígido, no se parece a sus retratos. Da la sensación de ser una persona afable. (...) Es muy sencillo y bonachón. Causa la impresión de ser un hombre aburrido”.
Alexander Kuprín recuerda que Chéjov, en su casa de Yalta, podía pasar más de una hora sentado en un banco detrás de la casa, inmóvil, en silencio, con las manos apoyadas en las rodillas y mirando el mar.
A Chéjov le gustaba ironizar sobre su persona. En carta al músico  Chaikovski –16 de marzo de 1890- establece una especie de rangos jerárquicos entre los maestros de la cultura rusa de su tiempo. En primer lugar coloca a León Tolstói; en segundo lugar a Chaikovski, en tercer lugar al pintor Ilya Repin, reservándose para sí el puesto “noventa y ocho”.
Le gustaba más escuchar que hablar. Prefería la buena compañía de algunos amigos a las fiestas y veladas artísticas.
Olga Knipper-Chéjova recuerda: “Antón Pávlovich escuchaba con suma atención y muy serio cada uno de los saludos y brindis en su honor, pero por momentos levantaba la cabeza en un gesto que lo caracterizaba y era como si todo lo que estaba ocurriendo en ese instante él lo observase desde las alturas, a vuelo de pájaro, como si él no tuviese nada que ver con todo aquello, ajeno; entonces el rostro se le iluminaba con una ligera y radiante sonrisa, y le aparecían las típicas arrugas en la comisura de sus labios: con toda seguridad había escuchado algo gracioso que luego recordaría y le haría reír, invariablemente, con risa infantil...”
Chéjov disfrutaba de largos paseos al bosque, recoger hongos y meditar los temas de sus obras. No le gustaba mucho Crimea, especialmente Yalta. Amaba sí, el norte: Moscú y San Petersburgo. Tampoco gustaba hablar de su enfermedad y se molestaba cuando se lo preguntaban. Prefirió luchar solo contra ella, en silencio, sin una queja. Apenas hace alusión a ella en su correspondencia.
El empeño que ponía en todo lo que hacía siempre daba sus frutos. Cuando los hermanos vieron el terreno que él había comprado para construir la casa de Yalta se horrorizaron. No podían creerlo. Aquello era un erial. Comprendieron que Antón había sido objeto de un engaño. Pero el esfuerzo y el trabajo tenaz de Chéjov convirtieron el lugar en un vergel.
La modestia de Chéjov era proverbial. Enemigo de cualquier elogio a su persona. Asombrosa modestia, “la de los grandes hombres”, - dice Stanislavski. En los ensayos nunca se sentaba junto al director, sino en las últimas filas. No había forma de convencerlo. No le gustaba hablar de su obra. Había que sacarle como con cuenta gota algún comentario o consejo. Decía: “Ahí está todo escrito, no soy director; soy médico”.
Su reacción contra el naturalismo es contundente. Cuenta Meyerhold que durante un ensayo de “La Gaviota” en el Teatro de Arte, un actor le anuncia que tras bambalinas se escuchará croar a las ranas, cantar a los grillos y el ladrido de un perro.
-¿Y para qué? – pregunta Chéjov descontento.
-Para hacerlo más real.
-Más real –repite Antón, esbozando una sonrisa y agrega: El teatro es arte. El pintor Kramskói tiene un cuadro de género en el que representó extraordinariamente rostros humanos. ¿Qué pasaría si a uno de esos rostros le cortamos la nariz y le implantamos una verdadera? La nariz será “real”, pero el cuadro se habrá estropeado”.
No perteneció a ningún partido político ni tampoco fue muy radical en sus ideas. "No soy un liberal, ni conservador, ni gradualista, ni monje, ni indiferentista.... Mi santuario es el cuerpo humano, la salud, la inteligencia, el talento, la inspiración, el amor y la más absoluta libertad respecto de la fuerza bruta y la mentira, cualesquiera sean las formas en que estas dos últimas se manifiesten»".
Sus códigos de conducta y de ética intelectual eran intachables. Cuando a Máximo Gorki, que era su amigo, lo privan de su carácter de miembro de la Academia de Ciencias por motivos políticos y expresa decisión del zar, Chéjov, en señal de protesta y secundado por el escritor Korolenko, renuncia a su membresía en la sección de Literatura de la Academia de Ciencias de Moscú.

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Busto homenaje levantado en Badenweiler (Alemania); sitio donde falleció en la madrugada del 15 de Julio de 1904

 
 
Date Created:
15 Nov 1999
Last Modified:
10 July 2005
Created By:
Pablo A. Sodor
 
Photograf: S. Isacovich; Pazetti, Pushkarev; Babaev; Thiele; and others.
 
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