Hoja 5 - "El solitario Chéjov" - por Pablo Sodor
Antón Chéjov

Анто́н Па́влович Че́хов - Antón Pavlavitx Txékhov

 

Capitulo VIII - El Final

"... su débil cuerpo ya no podía servir de envoltorio a un genio". (fragmento del cuento El Monje Negro de Chéjov, escrito en 1894)
En el Monasterio de Novodiévichi (Moscú), en 1904 fue sepultado Antón Chéjov. Y en 1933, sus restos fueron trasladados al nuevo cementerio del Monasterio.
Son conocidas las dramáticas circunstancias del deceso de Chéjov, quien murió lejos de su país, en un hotel de Badenweiler, un balneario alemán de aguas termales.
Las cartas que Olga Knipper-Chéjova, su esposa, envía a su hermano y a la madre de Chéjov –encontradas en la dos últimas décadas- testimonian el clima de angustia vivido en los últimos días junto a su marido. He seleccionado y traducido un par de ellas.
"12 de junio. Paramos en un hotel grande y Antón expresó el deseo de quedarse aquí ya que la comida es excelente. ... Fuimos a almorzar al comedor principal, pero fue por última vez, al día siguiente nos mudamos. Imagínate: ese mismo día, casi en seguida del almuerzo, viene a verme el doctor Shverer, quien ya había estado con nosotros, y, muy sutil y dulcemente, me transmite que el director del hotel le comentó que muchos de sus huéspedes se habían quejado porque, durante el almuerzo, Antón había sacado su salivadera, y, tratándose de un enfermo, ellos no querían permanecer junto a él. ¡Fue espantoso escuchar esto!.. Al doctor no le fue nada fácil decírmelo. No pude soportarlo y prorrumpí en llanto. En otras palabras: nos echan. ¡No podemos permanecer como prisioneros en la habitación! Fue horrible. Esa misma tarde quise marcharme definitivamente y por eso fui a ver al doctor. El me tranquilizó. Encontré una buena habitación, soleada... Por supuesto, la comida es la corriente, alemana. No te haces una idea cuán duros han sido para mi estos días. Es desesperante, espantosa la sociedad de aquí, adonde mires pura salchicha pequeño burguesa. Y esta basura ha tenido el tupé de mirar a Antón como si fuera un apestado. El, por supuesto, no sabe nada de esto, le dije que el hotel era demasiado ruidoso”.
“20 de junio. Mañana otra vez nos mudamos a un nuevo hotel. Antón no soporta la trivial comida de aquí, todo le repugna. Ahora en todas partes habrá de sentirse mal, se da cuenta que no se recupera. Fiebre alta y constante, tos, insomnio, es el segundo día que hace 38,1 de fiebre. No sé que hacer. Al fin y al cabo, quizás lo mejor sea viajar a Yalta y alimentarlo como lo hicimos en mayo en Moscú. Se queja del frío y de la humedad del lugar. Veremos qué pasa. Es muy duro verlo así, terrible”.
El 21 de junio se trasladan al Hotel Sommer.
En la noche del 14 al 15 de julio la salud de Chéjov empeora. El mismo manda llamar a su doctor Schôwher. Le falta el aire, se ahoga. Cuando su mujer Olga le coloca sobre el pecho una bolsa de hielo para aliviar los estertores de su agonía tuberculosa, Chéjov le pregunta, saliendo momentáneamente del delirio, "¿para qué poner hielo sobre un corazón vacío". Rechaza el oxígeno que le ofrecen. Pronuncia en alemán “Ich sterbe” (Me muero). Dice su esposa, la actriz Olga Knipper que en ese último momento de vida, pidió una copa de champán. Se la sirven. “Hacía tanto que no bebía champaña”, - dice - y expira.
Siete días después, el féretro de zinc, forrado en terciopelo, llega a Moscú en un vagón de carga verde, con la espantosa inscripción “Ostras”. En la estación había una orquesta militar, pero no tocaban para él, sino para recibir otro cajón, el de un general venido de Manchuria. En el andén de la estación aguardaban los restos de Chéjov, el escritor Máximo Gorki y el cantante lírico Fiodor Shaliapin. Ambos no salían de su asombro. Shaliapin, al ver el tren y la escasa concurrencia, exclamó: “!Y es por esta escoria humana por lo que él ha vivido, trabajado y enseñado!”.
El funeral, según su amigo Maximo Gorki, fue una ocasión “vulgar e indigna de la memoria de un gran escritor” y describe ese dìa asì:  "El ataúd del escritor, tan tiernamente querido  por Moscú, era conducido en un carro sucio, sobre cuya puerta se leía en grandes caracteres: “Para Ostras”. Algunos, de la pequeña comitiva que se reunió en la estación para recibir los restos del escritor, siguieron el cuerpo del general Keller, que devolvían de Manchuria, y se sorprendieron de oír que enterraban a Chéjov con música militar. Comprendido el error, algunas personas de mal humor se pusieron a rezongar.
No más de cien personas acompañaron el entierro de Chéjov. Recuerdo especialmente a dos abogados; llevaban zapatos nuevos y vistosas corbatas; parecían recién casados. Uno de ellos, V. A. Maklakof, hablaba de la inteligencia de los perros; el otro, farsanteaba con su villa y la belleza de los alrededores, mientras una dama de morado, bajo una sombrilla de encajes, convencía a un anciano de anteojos:
—¡Ah! ¡Era extraordinariamente agradable y espiritual!
El anciano tosía con aire incrédulo. Un policía gordo, majestuoso, montado sobre un caballo blanco encabezaba el convoy. Todo esto, y aun otros detalles, eran de una vulgaridad cruel y contrastaban con la memoria de un grande y excelente artista"
El escritor Konstantín Pautovski recuerda: “Ningún escritor ruso, excepto Pushkin y Tolstói, ha sido llorado con tanta congoja y dolor como lo ha sido Chéjov. Fue no sólo un escritor genial, sino además una persona muy querida. El sabía por donde pasaba el camino hacia la grandeza del alma, hacia la dignidad y la felicidad del hombre, y supo dejarnos todas las señales de ese camino”.
A pesar de la estricta educación religiosa que recibió en su infancia, más que todo en su aspecto formal, litúrgico, Chéjov no era hombre de fe religiosa. “Un ateo total, pero bondadoso”, - dirá de él León Tolstói. La suya era una mirada demasiado terrenal. Era médico y por lo tanto cercano al método científico de concepción del mundo. Fue ajeno a la religiosidad de Dostoievski, y, aunque por un tiempo sintió apego por el sistema moral de Tolstói que pregonaba la no resistencia al mal por la violencia, lo abandonó por completo luego de su viaje a la isla de Sajalín en 1890.
No creía en la inmortalidad y afirmaba que la vida después de la muerte era un absurdo. Rechazaba todo lo que fuera supersticiones, malos presagios y creencias tan arraigadas en el imaginario del hombre ruso. “Toda superstición es horrible, -decía- Hay que pensar con claridad y valentía”. No obstante, con el tiempo llegó a afirmar lo contrario, como recuerda Iván Bunin, primer Nobel de literatura ruso: “De ningún modo podemos desaparecer de este mundo sin dejar rastro, - afirmaba Chéjov. Viviremos, sin falta, después de la muerte. La inmortalidad es un hecho...”.

 

Cementerio Novodevichy (Moscú)

 

Antón Pavlovich Chéjov Una de sus últimas fotos (1904) antes de fallecer.

Olga Knipper y Anton Chejov (1903)

 

Hotel_Sommer, Badenweiler

Balcón de la habitación.

 

 

La Fama

Aunque ya era conocido en Rusia antes de su muerte, Chéjov no se hizo mundialmente famoso hasta los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando las traducciones de Constance Granet al inglés, ayudaron a popularizar sus obra en Inglaterra.
A partir de los años '20 y hasta la actualidad, los textos de Chéjov se han convertido en un clásico de la escena británica.
Lo mismo sucede en Estados Unidos, donde además, autores de la talla de Tennessee Williams, Raymond Carver, Tobìas Wolf,  Richard Ford o Arthur Miller utilizaron técnicas de Chéjov para escribir algunas de sus obras.
 
 


Home

1