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Cuando a William Faulkner le preguntaron si pensaba que la poesía de Ezra Pound había hecho algo por los Estados Unidos, este contestó: "más bien ha hecho algo por la poesía de Pound". Esa es la misma respuesta que uno debería dar cuando piensa en Mario Vargas Llosa y la narrativa peruana. Esa supuesta sombra que Vargas Llosa cierne sobre los narradores de su generación y los posteriores no es tal si uno no ve la literatura como un proyecto nacional sino como un medio de aprendizaje y conocimiento. O, mejor dicho, como una forma de ordenar el mundo, una lucha insomne por tratar de aletargar la muerte, un vicio o una condena.
Por Iván Thays
¿Qué sucede en el Perú mas allá de nombres como el de Vargas Llosa, Bryce Echenique o Julio Ramón Ribeyro?
Es indudable que a partir del año '92 existe un auge de su narrativa, en detrimento de sus poetas, que los comentaristas de libros se apresuraron en tildarlo de boom solo para ridiculizar el termino, y a sus supuestos integrantes. Una muestra mas de la arbitrariedad y el desamparo de la critica literaria en el Perú, institución que requiere con urgencia de una renovación de sus filas si pretende ser tomada en serio. Antes de 1992, en los años ochenta, la narrativa peruana se desarrolló casi exclusivamente en el género cuentístico. SI en el caso de la novela la figura de autores como Vargas Llosa y Bryce Echenique se proyectaba con resonancias estelares y resultaba casi inalcanzable, en el cuento, Julio Ramón Ribeyro ejercía mas bien una labor casi de magisterio. La admiración por Ribeyro tenia un matiz entrañable y de complicidad muy poco usual en la literatura peruana, mas dada a la envidia, los rencores y las mezquindades cuando no al madrinazgo o a la dictadura ética, social o política de algunos autores. El narrador Guillermo Niño de Guzmán reunió bajo el acertado titulo "En el Camino" a una serie de cuentistas que durante los años ochenta dieron a conocer sus primeras producciones. El grupo, de disímil calidad y con propuestas muy distintas entre si, no ha logrado entrar con buen pie a la madurez en los noventa, salvo honrosas excepciones.
Aquellos a quienes Niño de Guzmán llamó "la generación del desencanto" (por la época de cambios, contrastes y fin de utopías que les tocó vivir pero que pocos supieron llevar al papel, como el mismo Niño de Guzmán cuya modestia hizo que no se auto-antologara, dejando en blanco, hablando con rigor, un lugar imprescindible en su antología) pronto hicieron honor al apelativo y acusaron un desencanto generacional que englobó a la literatura misma. Es lamentable que las dos voces que asomaban con un futuro de mayor intensidad y altura, Mario Choy y Siu Kam Wen, hayan preferido el silencio aunque aun no es tarde para que respondan a las justificadas expectativas que se tienen sobre ellos. Sin embargo, los que más destacaban como logros y no promesas en los ochenta (y también están dentro de la antología) aun están vigentes pero con destinos cruzados: Alonso Cueto Y Cronwell Jara.
Alonso Cueto es el protagonista de una literatura que cambia, con acierto para su estética, el eje narrativo peruano hacia el norteamericano más tradicional: Hemingway, Truman Capote, Scott Fitzgerald, Henry James. Así, se dejó atrás la presencia omnipotente de John Dos Passos y la pretendida novela total que debía resolver las interrogantes del país. Los dos libros de cuentos más contundentes, mejor afiatados en oficio e intenciones, pertenecen a esta línea y eso no resulta algo gratuito. Los celebres conjuntos de relatos "Caballos de Medianoche" de Niño Guzmán y "La Batalla del Pasado" de Alonso Cueto abrieron una brecha que aun tiene mucho que decir. Menos suerte tuvo Cueto con su novela. "El Tigre Blanco" -que gano un premio de novela muy importante del país- pues no pudo justificar aquella incursión de buen cuentista en el genero largo, lo que sólo logró con acierto en la novela policial "Deseo de Noche", ya en los noventa.
El caso Cronwell Jara es contrario. Después de conocérsele dos cuentos de buena factura -"Montacerdos" y "Hueso Duro"-, sus reiteraciones, laberintos temáticos y poca disciplina literaria lo ofuscó. Pese a que ha publicado más que el promedio de su promoción, tanto novelas como cuentos, no consigue demostrar que es un autor con armas literarias autónomas al análisis antropológico o social. Su tema es la exploración de la violencia -tanto en zonas urbano-marginales de Lima como en provincias- caso siempre anterior a Sendero Luminoso. De por sí, un tema como ese llena un tipo de esperanzas y despierta un entusiasmo intrínseco que poco tiene que ver con la literatura. NO existen, desde luego, deudas literarias. Pero de existir, Jara tendría bastantes por saldar.
Los ochenta eran aun un tiempo de poetas en el Perú. Pero en los años noventa el abanico de posibilidades en narrativa se abre y alcanza cierta resonancia que supera con creces a la poesía. Al parecer, surge la necesidad de describir a través de la prosa (narradores, personajes y situaciones ficticias) el difícil conflicto de vivir en un país que libra sus batallas entre la pobreza extrema, la violencia estructural, el analfabetismo abusivo y, por otro lado, la post-modernidad, la liberalización del mercado, las inversiones extranjeras.
Un fenómeno interesante fue el apogeo que tuvo en los primeros años de los noventa la novela policial. De la mano de autores como Alonso Cueto, Fernando Ampuero o Mirko Lauer el genero toma vuelo, sobre todo en la forma norteamericana: sucia, escéptica, llena de balas y dinero de por medio, con persecuciones y mujeres espectrales, al estilo de Raymond Chandler, Chester Hymes o Dashiell Hammett. Aunque ninguno de estos autores ha intentado una novela con evidencia metatextual, un diálogo con sus referentes al estilo de Oswaldo Soriano en "Triste, solitario y final". Todo parece indicar que ese puede ser el camino a ser explorado. Un caso aparte será el de un escritor que es bastante excepcional en la literatura peruana; un narrador atípico que mantiene su vigencia (pese a no compartir los rasgos generales de la literatura nacional) contra viento y marea.
Como es Carlos Calderón Fajardo y su novela "La conciencia del limite ultimo" que podría ser considerada como policial, aunque los referentes no son los autores norteamericanos sino otros tan disimiles entre sí como la literatura gótica (a la que hará un homenaje en su ultimo libro "El viaje que nunca termina") y la filosofía del lenguaje de Wittgenstein. La suma de esos factores hace de esta novela un rara avis de la literatura latinoamericana y una de las obras más complejas que se han escrito en el Perú de los noventa, donde a través de referentes tan cultos y occidentales se nos introduce, en sentido metafórico, al universo violento de Sendero Luminoso en sus años dramáticos. Al parecer, los lectores encuentran en la narrativa policial una buena fuente de interés y, por otro lado, los autores empiezan a ser éxitos de ventas como el caso de Alonso Cueto con "El Vuelo de la Ceniza" y "Deseo de Noche", pero sobre todo Fernando Ampuero con "Caramelo Verde". Ampuero, autor que había publicado antes una novela y un libro de cuentos bastante irregulares, logra un salto cualitativo con esta novela, pero su verdadero valor se ubicara en el cuento. Sus dos colecciones: "Malos Modales" y "Bicho Raro" (también éxitos de venta) no solo muestran el ejercicio de un oficio bien aprendido sino también la afirmación de una propuesta literaria de los últimos años donde la ambición será el escribir obras bien consolidadas, coherentes, capaces de entretener y de decir algo, pero sin mayores proyectos o aspiraciones totalizantes o de alta filosofía, lo que no quiere decir que sea una literatura light o "tonta". Ampuero es quien muestra mayores logros en esa tendencia donde también se alinean Cueto y Niño de Guzmán (Una mujer no hace un verano) y donde los referentes nos llevan, en cierto sentido, a Carver pero sobre todo a Hemingway.
Otro de los sucesos narrativos importantes del '90 es el reestreno exitoso de autores mayores, los cuales se habían replegado o desaparecido del mapa literario nacional en los ochenta como Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Edgardo Rivera Martínez, Laura Riesco, Colchado Lucio o Urteaga Cabrera. La mayoría de estos autores, con rígidos propuestas sociales y comprometidas durante los decenios anteriores, al fin logran mantener la brida artística de sus indomadas teorías ideológicas y entregarnos el fruto de la doma. Por cierto, algunos nombres sobre los que se puso mucho interés no han entregado aún obras que justifiquen la expectativa, ya se a porque su discurso padece de agonía como en Cronwell Jara, Gregorio Martínez o Gálvez Ronceros; o porque sus obras parecen no ofrecer variantes o madurez con respecto a los anteriormente ofrecido como en Higa, Reyes Tarazona; o porque sus propuestas no estuvieron muy consolidadas después de ciertas obras rescatabais como José A. Braco, Díaz Herrera o José Hidalgo; o por la muerte temprana, como Luis Fernando Vidal. El caso de Oswaldo Reynoso es muy interesante en este sentido, Un escritor polémico, propulsor de una literatura de enfrentamiento donde predominaba una elemental jerga política mezclada con cierta ingenuidad narrativa (ver novela "En Octubre no hay Milagros"), que desapareció del panorama literario dejando el recuerdo de algunos cuentos notables pero también de sus severos juicios a autores por motivos no literarios. La vuelta de Reynoso a la narrativa esta precedida por la experiencia de una larga estadía en China comunista y por la vivencia directa (no por tv, cable o periódico) de los sucesos conmovedores de la plaza Tiananmen. Para un espíritu sensible, como lo fue siempre el de Reynoso, que se moviliza por el deseo de justicia y de defensa al débil, estas experiencias logran motivar cambios profundos no sólo en su perspectiva política sino también en la literaria. EL resultado es un precioso cuento "En busca de Aladino" y la novela "Los Eunucos Inmortales" donde cuenta su historia en Tiananmen impregnándole un oportuno aliento lírico e intimista que dice mas de la historia que de los hechos mismos. Otro aspecto importante de Reynoso es el magisterio que ostenta entre escritores jóvenes (que él llama "novísimos") quienes son, de alguna forma, hijos surgidos de su libro de cuentos "Los Inocentes".
También tenemos a Miguel Gutiérrez. Después de haber sostenido, con frases sociologizantes y politiqueras en un desafortunado libro de ensayos "La generación del '50:un mundo dividido", que solo los escritores que estaban a favor de un cambio radical y mostraban una coherencia entre el "ser" y el "pensar" podían ser bien considerados literariamente (e incluso de destacar a Abimael Guzmán como una inteligencia superior dentro de esa generación, además de paradigma de esa coherencia buscada), se dedicó a cumplir con su saldo literario. Lo hizo con creces en "La violencia del tiempo" que vendría a ser el gran proyecto acariciado por todos los que compartían su ideología: una novela que resume las causas de la violencia estructural que asola al país a través de la saga épica de la familia Villar. La novela, larga, de difícil lectura, impositiva, publicada en tres tomos, vendría a ser el canto de cisne de esa ambición totalizante. Ninguno podría superar el proyecto, ya sea por falta de talento o por un súbito interés de la necesidad totalizante. EL mismo Gutiérrez se dedicará a obras que apunten a otro sentido -"Babel, el Paraíso" (sin nombre propios ni referentes peruanos) cuestiona la ideología sectaria comunista- y modificara sustancialmente su manera de pensar con respecto a la novela en su libro de ensayos "Celebración de la novela", donde su ambición vira hacia lo puramente literario.
Entre el resto de autores mencionados, el caso de Edgardo Rivera Martínez es provechoso también desde la perspectiva de cumplir con los proyectos trazados. "País de Jauja" es una novela menos cuestionable que "La Violencia del Tiempo" (y, en ese sentido, también menos cuestionadora) cuyos méritos literarios han sido resaltados con entusiasmo por algunos críticos nacionales que no dudan en calificarla como la gran novela peruana de los noventa. Esta apreciación, por cierto, debe estar mediatizada por el interés de los críticos de encontrar una novela que cumpla con sus expectativas. Sin embargo, la atención puesta a Rivera Martínez merece que su obra pruebe su talento en terrenos menos dóciles, como el mercado internacional del libro, y demuestre que su capacidad expresiva se mantiene intacta. Rivera Martínez también publicó un libro de cuentos breves con aliento lírico donde la naturaleza juega un papel importante y donde se puede observar un retorno a la literatura regional. EN esa misma línea encontramos, con mas talento que Rivera, a Urteaga Cabrera. Después de su celebre novela "Los Hijos del Orden" (publicada en los 70) donde les saca cuerpos de ventaja a sus contemporáneos, Urteaga se queda en silencio durante años, hasta que empieza a entregarnos unos relatos regionales situados en la selva, como "El arco y la flecha", donde lo lírico se da la mano con una correcta ejecución del oficio. Son historias que parecen mas bien recreaciones de fábulas, acompañadas de ilustraciones que demuestran la intención consciente del autor de hacer de este libro una literatura juvenil, aunque eso puede resultar engañoso después de una segunda lectura. Un caso aparte es el de Laura Riesco. Ella había publicado muchos años antes una novela bastante irregular llamada "El truco de los ojos" y luego, como el resto de casos mencionados, un persistente silencio. Ese silencio se quebró con la aparición de "Ximena de dos Caminos", novela de nostalgia y añoranza, intimista y social a la vez, que convenció a propios y ajenos y que logró el nada desdeñable mérito e que su autora pueda escapar de las listas de "literatura femenina" y ser juzgada como por la critica nacional, con bastante éxito como una autora sin necesidad de adjetivos o muletas. Ubicado dentro de este grupo por sus intenciones similares, aunque un poco menor que ellos en edad, tenemos al crítico Carlos Garayar quien hizo su debut literario con "Una mujer, un sueño", libro de cuentos de buena factura -aunque desiguales como conjunto- donde la trama aborda temas sociales pero sin proponer necesariamente una ideología. El éxito de la narrativa de los años '90 puede rastrearse en la necesidad de algunos poetas de "usurpara" la prosa para expresar su universo. Así es como aparece Carmen Ollé, famosa poeta de los ochenta, cuyo erotismo supo trasladar con acierto a la prosa intimista, casi epistolar diríamos, por el alto contenido de confesión y de expiación que tiene. Sus temas giran en torno a conflictos sexuales, incluyendo los lésbicos, y a las frustrantes relaciones de pareja. También otro poeta célebre, esta vez de los '70, Abelardo Sánchez León, publicará novelas. A fines de los ochenta publicó "A puerta falsa" que resultó ser una experiencia con graves bemoles, casi podría decirse fallida, donde la voz del sociólogo (profesión de Sánchez León) primó sobre la del novelista. En los noventa aparece "La soledad del nadador", un libro más afortunado, donde un famoso nadador olímpico cuenta sus experiencias, sus gozos y sus sombras. EL libro tiene el gran mérito de haber creado un protagonista consistente, con una personalidad atractiva, que es capaz de manejar un largo discurso sin caer en contradicciones y permitiendo al lector participar del proceso de su infancia hacia su madurez. La novela es un logro en sí misma, pero la excelente poesía de Abelardo Sánchez León nos permite esperar entregas en prosa más brillantes; aunque no exista ninguna razón -salvo la fe- para creer que un buen poeta debe ser un buen narrador. Otro poeta, uno de los más importantes del Perú, también incursiona en la novela, aunque sin tanto éxito. Se trata de Rodolfo Hinostroza, quien en su primera experiencia editada en prosa (el cuento ganador del Juan Rulfo, "El benefactor") dejó demostrado que su dominio prosístico era similar al poético. Ese estupendo cuento nos hacia presagiar una novela intensa e inteligente. "Fata Morgana" no es lo que esperábamos de él. Una novela compleja e inteligente, cierto, pero que no logra tomar altura, salvo en unos pocos pasajes, y que termina dejando aturdido mas que entusiasmado al lector. La otra poeta que contribuye a la prosa es Rocío Silva Santisteban. Una de las poetas jóvenes de los '80 más promocionadas (si no la más) quien publica en los noventa un conjunto de relatos. "Me perturbas", donde el tema adolescente, con sus problemas, drogas y música, aparece unido a un lirismo bastante especial, casi nihilista.
Ese es, justamente, otro camino muy transitado en los noventa. Nada parece indicar que realidades similares deban dar literaturas idénticas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte la realidad de los adolescentes de distintos países ha originado textos muy parecidos y en exceso. Todo hace sospechar, desde luego, que existe un intenso proceso de influencia o de franca imitación entre los autores de distintos países, tales como Mañas o Lóriga de España; Fuguet en Chile; Chaparro en Colombia; Ellis o Coupland en Estados Unidos; Amis o Kureishi en Inglaterra; y varios émulos en Perú. Salvo algunas honrosas excepciones (sobre todo la novela del talentoso Hanif Kureishi, "El buda de los suburbios") ninguno ha logrado justificar la inclusión del mundo caótico adolescente en una novela de pretensiones y sabiduría literaria. Las demás obras son, con mayores o menores aciertos, sólo una descripción de anécdotas con aliento a alcohol y malditismo y truculencia. De las editadas en el Perú, el caso de Oscar Malca es el más rescatable. Eficiente y divertido crítico de rock, defensor tenaz de las primeras novelas de la mayoría de los mencionados desde una pagina de critica literaria, decidió a principios de los '90 contribuir al espectro con su novela "Al final de la calle". El personaje es un joven "esquinero", desempleado, lleno de tribulaciones sentimentales, amante del rock, las drogas, el alcohol, la desidia y el "hueveo" nocturno. SU novela produjo de inmediato seguidores y fieles (al igual que la del resto de sus pares literarios) y hasta un guión para cine. Más allá de pagar la duda que tiene con los autores mencionados, cosa que hace muy bien, muy cumplido aunque sin variantes, su libro tiene algunas virtudes rescatables: cierto lirismo contenido y sabiamente administrado en dosis adecuadas -un lirismo bastante honesto por otra parte- y la agilidad de la prosa sobre todo en algunas secuencias. Junto a él, la ya mencionada Rocío Silva Santisteban también consigue algunos buenos momentos, aunque aun con desatinos que pueden corregirse. Luego, vendría el muy promocionado y realmente famoso Jaime Bayly, un autor que tiene el don del dialogo fácil y la intuición certera para esbozar un personaje o para describirlo, pero que carece de todo oficio literario y, además de una ociosidad para terminar sus novelas casi patológica. "No se lo digas a nadie" es su titulo más vendido, verdadero best-seller, aunque cuando se aleja del tópico en su novela "Los últimos días de la prensa" consigue una obra más intensa y con aristas más complejas e interesantes, sin que por eso haya dejado de arrastrar el vicio fatal de sus decepcionantes páginas finales EN la misma "onda" podemos ubicar a Javier Arévalo, un autor donde subyacen también otras influencias como la de la narrativa realista urbana, clásica en el Perú de los años sesenta. Su novela "Nocturno de ron y gatos" presenta la vida de bohemia y de relaciones furtivas, y aunque es una novela de aprendizaje sin mayores pretensiones, al menos resulta coherente y con aciertos en algunas escenas, no así en la descripción de personajes. NO sucede lo mismo con su segunda novela "Instrucciones para atrapar un ángel", donde un argumento bizantino escondido bajo la apariencia de novela policial, termina enredando los pies de los protagonistas, como una madeja de lana sin control, quienes parecen quedarse estáticos y acartonados en vez de movilizarse y movilizar la trama.
El ultimo de los autores mencionables es Manuel Rilo. Su libro "Contraeltráfico"
es una exégesis de todas las influencias posibles en cuanto al tópico.
Encontramos ahí la desidia de Ellis, la compulsión consumista
de Coupland, el lirismo malditón y de infiernillo personal de Loriga,
la violencia desatada y la música rock salpimentada con drogas blandas
y fuertes como en todos los demás. Sin embargo, los tres autores
que ejercen un predominio casi tutorial y asfixiante son :Bukowski, cuy
rabia misántropa y misógina el autor pretende imitar; Kureishi,
de quien intenta el tono confesional y de libro de historia moderna, además
del asomo -sólo en la primera pagina- de un complejo por ser mestizo,
y de quien imita algunas anécdotas con punks o el oficio de actor
del personaje; y, finalmente, de Anthony Burgess, autor de "La naranja
mecánica", por quien no solo el autor sino, sobre todo, el personaje
esta inspirado y cuya manera de hablar copia literalmente, mezclándola
con limeñismos. Solo la inseguridad del autor puede explicar tal
cantidad de referentes y de apoyos que hacen de la novela una lectura pesada
para quien la percibe como un retazo de piel impuesto sobre el verdadero
relato. Luego de él, Sergio Galarza, un adolescente de 21 años,
publicó "Matacabros" y "El infierno no es un buen
lugar", conjunto de relatos simples y urbanos con mas apego a autores
nacionales como Oswaldo Reynoso en su primera época o Congrains Martin,
peor ubicados con certeza en la Lima violenta y adolescente de los demás
autores mencionados. Otros autores jóvenes, con la evidente tutoría
de Reynoso y Riberyro, son Luis Rengifo y Carlos Dávalos.
En una línea totalmente aparte, se ubican los "narradores jóvenes" encabezados por dos autores que tuvieron unos primeros intentos en los ochenta, pero cuya obra recién podrá verse desarrollada a plenitud en los noventa. Uno de ellos es Carlos Herrera. Después de la experiencia de un buen libro de cuentos, "Morgana", su producción se detuvo por unos años de aprendizaje. Después de ese periodo publicó la novela "Blanco y negro" que ocasionó opiniones divergentes. Para algunos, eso consolida al autor como el novelista de mayor alcance en los noventa, sobre todo teniendo en cuenta que continua con una línea temática trazada de antemano por la critica y los autores mayores, pero con aportes propios en el estilo y resultado. Otros opinan que esa mezcla de tema político con tema sentimental a la vez, como vasos comunicantes (ya ensayada por el ecuatoriano Adoum en "Entre Marx y la mujer desnuda"), llevada a cabo como si presentara una monografía en capítulos y numerales, no resulta del todo convincente y gana la intención al hecho. Mucho menos polémica originó su libro de cuentos "Las musas y los muertos" donde demuestra que tiene el oficio y que sabe llevar a buen termino las anécdotas, además de delinear con precisión los personajes. Sus temas, de evidente vocación por el realismo más tradicional del Perú, se ocupan de situaciones que tienen algún vinculo con las nueve musas. Son cuentos en algún sentido tristes pero jamas desesperados, que siempre mantienen la expectativa, aunque esta no se vea cumplida en todos los casos.
El otro caso, ubicado en una orilla distinta, es el de Mario Bellatin. Publicó también en los '80 una novela -Las mujeres de sal- cuyo mayor mérito estaba en la voluntad del autor de dedicarse al género novela, tan poco transitado por esos años (el único joven de su generación que parecía estar de acuerdo con la hazaña era Melvin Ledgard, hoy aun en silencio). Luego de un periodo de preparación, en 1992 publicó una novela breve llamada "Efecto invernadero" en la que uno podía reconocer, de inmediato y sin dudas, una voz inusual dentro de la narrativa peruana. Esta impresión se confirmó con creces en su segunda novela. "Canon perpetuo", donde el mundo se rarifica, se hace extraño -sin referentes geográficos y sin nombres propios de los personajes- y nos transporta a un lugar limite entre el absurdo y la frontera de lo real. Nunca se leyó algo así y su propuesta, personalísima, no estaba prevista en los planes de nadie. La crítica, aunque siempre con reticencias (sobre todo por la brevedad de sus novelas) alabó la aparición de Bellatin. Esas reticencias se cancelaron con la publicación de "Salón de Belleza", una novela igual de corta e igual de indeterminada que la anterior, buscando la objetividad y tratando de esquivar el azar, pero cuyo tema resultó tremendamente atractivo para todos los sectores, incluso los socialmente más intransigentes: la historia de un peluquero gay que convierte su salón de belleza en un moridero para enfermos de la peste (el autor se cuida de no decir sida). Este salvador de los enfermos, con resonancias bíblicas, comparte la visión de la peste y sus muertes comparándola en todo momento con la vida de unos peces encerrados en una pecera. Recurso hábil que le da una lectura muy compleja, llena de laberintos, a la novela. Aunque para un lector atento solo a la estética, los méritos literarios de "Salón de belleza" no resultan mejores que las anteriores, pero es obvio que con ella Bellatin da un salto cualitativo a nivel temático y se ubica a la palestra de los autores jóvenes, con su universo sin referentes reconocibles. SU quinta novela breve, "Damas Chinas", no alcanzó el éxito de las anteriores y la critica empezó a hablar de un agotamiento del discurso. Lo mismo ha sucedido, esta vez sí con gran injusticia y mezquindad, con su excelente "Poeta ciego". Es cierto que Bellatin repite, conscientemente, su formula hasta el cansancio e implanta una monotonía en la lectura. El trata de explicar esa monotonía y poca variedad de estilos diciendo que es parte de un sistema, una norma que se repite al infinito justo como un "canon perpetuo". La teoría, sin embargo, no evita en muchos la sensación de estar leyendo lo ya leído, de la necesidad de una renovación en el interior de su mundo privado, de la urgencia de ensayar nuevos rumbos y ser osado, es decir, de un nuevo salto cualitativo que lo alejaría definitivamente de sus contemporáneos. Pero el mayor mérito de Bellatin radica, entre otros méritos, en no escuchar esas voces divergentes e insistir sin desligarse de su camino trazado.
Después de estos dos autores, podemos agregar algunos otros de interés, Entre las mujeres, Viviana Mellet, Carla Sagastegui y sobretodo Pilar Dughi, quienes con sus colecciones de cuento demuestran una saludable voluntad por narrar, comprometidas en cierto sentido con el tema femenino, pero más abocadas en realidad a dominar la arcilla de la prosa. Sus futuras obras serán el resultaldo de ese ejercicio constante. También autoras de novelas, como Grecia Cáceres con su novela "La espera posible", donde demuestra un gran aliento para contar una historia provinciana casi espectral, que ocurre en Huaraz, delicada y sugerente como una novela de Jane Austen, Y por otro lado, Patricia De Souza quien con dos novelas ("Cuando llegue la noche" y "La mentira de un fauno") ha demostrado que la literatura escrita por mujeres no tiene por qué ser autor-referente siempre. Ella cuenta historias reflexivas, cargadas de citas intelectuales, de alusiones a mitos, de experiencias explicadas a través de la filosofía y con una gran influencia de la literatura francesa. Si De Souza logra estilizar y perfeccionar sus estrategias se convertirá en una de las más valiosas escritoras peruanas de este siglo. Entre los varones, un joven que despierta mucha simpatía es Enrique Planas en quien -pese a su novela "Orquídeas del paraíso" comete algunas ingenuidades y demuestra falta del oficio, junto a virtudes nada desdeñables como la descripción del ambiente - se cifran muchas esperanzas pues, por lo visto, tiene dos ingredientes básicos para crear una buena obra: historias originales (que van complejizandose en el transcurso de la trama) y aliento narrativo.
Su obra, por otra parte, sucede en una selva poco probable pero muy verosímil en el terreno de la ficción. Otro autor destacable es Enrique Prochaska, escritor mayor a los mencionados pero cuya primera obra ha despertado curiosidad, pese a que se le vincula mucho -y no sin razón- con maestros como Jorge Luis Borges. Sin embargo, la calidad de su prosa anuncia nuevos destellos y quizá, al desembarazarse de la sombra, obras realmente personales. Este es, desde luego, solo un esbozo rápido y personal de lo que ha sucedido y sucede en la narrativa peruana de los últimos años. Complicados años de aprendizaje en que los narradores al fin asumen el oficio, con mayor o menor seriedad, con mejor o peor suerte, marcados mas por las ganas que por los logros y por la fragilidad de la crisálida que puede romperse en cualquier momento, sin poder anunciar una autentica maravilla. Nos encontramos pues frente a una verdadera edad de la inocencia donde conviven todas las edades y todas las obras sin distinción, en busca de hallar en sus distintas propuestas la verdad artística que puede esconderse con sabiduría detrás de cada novela o cada cuento escrito con absoluto rigor y ateniéndose en primer termino a lo literario y estético, sin desdeñar el eco que estas obras puedan tener en otros ámbitos de la realidad y la inteligencia.
EN el Perú, cuando uno pinta un cuadro y expone en una galería, por mas fallidos que sean esos cuadros nadie podría mezquindarle el titulo de "pintor". EN cambio, para ser llamado "escritor" uno tiene que graduarse de Vargas Llosa o Westphalen. El asunto solo es nominal y no valdría la pena discutir por un "quítame estas pajas" (después de todo, un escritor autentico no necesita del titulo para serlo) sino fuera porque entraña algo sí dañino. EN este país, la falsa modestia es un sinónimo no de hipocresía sino de discreción y buenas costumbres. Una persona que decide tomarse algo en serio y trabajar para conseguirlo es considerado, de inmediato, un soberbio impresentable. Existe en literatura una especie de "pacto" tácito por el cual ningún escritor debe sentirse como tal hasta que le llegue la fama o la muerte, ninguna de las cuales mejora su literatura, por cierto, pero sí su status. Dicho de otro modo, "se ve bien" que uno diga que no es escritor pero que publica algunas cosas que se le salen de las manos. NO seria tan doloroso aquello a no ser porque quienes así piensan no permiten, en una muestra mas de intolerancia ilimitada, que existan algunos para los que llamarse a sí mismos "escritores" no es una muestra de soberbia sino la piedra angular para emprender un oficio en el que no ganarán nada pero invertirán todo lo que saben y lo que son. No es pues nada salvo la mezquindad, el egoísmo, la intolerancia y la burla solapada e hiriente (tan típicamente limeña, burlarse por la espalda) las que actúan para ridiculizar o ningunear la actitud de quienes deciden ser narradores y no camuflan u ocultan su condición; es decir, de aquellos que se la toman en serio. El grupo de escritores nacidos después de los 60, de los que yo formo parte, tuvo que resistir la burla y ninguneo (y también la envidia) de ser la primera, después de mucho tiempo, en aceptar que la literatura puede no ser un cachuelo ni un estado de gracia sino también un oficio, independientemente de la calidad o los logros que son magros, evidentemente, por ser un inicio y porque nadie pretendió ser Rimbaud revivido. La fortuna es que exista el paradigma de un escritor como Vargas Llosa, un escritor de oficio y talento, y una generación de narradores de menos de 25 años cada vez más grande que se preocupa de escribir y de llamarse "escritores", aludiendo con ello a que entienden la literatura como un trabajo de esfuerzo y transpiración antes que de genio desbocado. Al parecer la narrativa peruana, gracias a Dios, dará cabida en el futuro no sólo a los ideólogos, sociólogos o filósofos, bohemios o cínicos o burlones, o geniecillos dominicales o alunados, locos, enclaustrados o solitarios; también a escritores sin mas magia o sortilegio, sin mas misterio o truco, que el escribir con mayor o menor fortuna pero tomándose la cosa con calma y en serio y mirando hacia la Obra Total, la suma de obras, y no sólo aspirando a la novela contundente y totalizadora que lo haga inolvidable, frente a la cual todo lo escrito antes son ensayos; lo que era la ambición de algunos escritores anteriores.
Nota para los poetas jóvenes. Dijo Elliot: "Ningún verso es libre para el hombre que quiere hacer un buen trabajo". Nota para los narradores jóvenes. Dijo Nabokov: "En el Arte Superior, como en la Ciencia Pura, sólo importan los detalles".
Cuando el talento literario disminuye, empieza a hablarse del talento filosófico o de ideas. Cuando también este escasea, empieza a hablarse del talento sociológico: es la escalera de descenso en la literatura. Nadie se atrevería a hablar de las ideas o la filosofía que hay detrás de Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Faulkner, Joyce, Nabokov, García Marquez, Onetti. EN ellos solo interesa la literatura, el relato, la historia, os personajes, la latencia de la prosa. En cambio, se habla de lo filosófico, de la inteligencia, de las grandes ideas representadas en las obras de Eco, Kundera, Sartre. Escritores menores, sin duda. Para terminar, cuando ni las ideas salvan a los autores, empieza a hablarse de los aspectos sociológicos. Ese es el interés de autores como López Albujar, Alcides Arguedas, Jorge Icaza, Luis Rafael Sánchez, Angeles Mastreta, Isabel Allende, Luis Sepúlveda y sus innumerables parientes europeos que representaron su época y su sociedad. Cada vez que oigo que algún escritor o critico peruano dice la frase "Es interesante porque es el primer narrador que trata sobre xx, algo sobre lo que jamas otro ha escrito antes", sé de inmediato que ese es un escritor menor, que su obra no me gustará, que su literatura necesita muletas para andar. ¿Se imaginan lo absurdo que seria recomendar "Madame Bovary" porque es la primera obra en que se trata de la mujer burguesa provinciana?
Los escritores jóvenes más jóvenes, aquellos que Oswaldo Reynoso llamó novísimos adolecen de narcisismo. Se observan a sí mismos, detenidos en el espejo, asombrados por su tiempo y su lenguaje, admiradores de personajes y esquinas. Solo son capaces de contar el mundo que los satura a diario, tratando de entenderlo, juzgarlo, describirlo. Quienes más provecho sacan de sus libros son las ONG de temas adolescentes. Estas ONG se han dado cuenta de que un cuento de cualquiera de ellos es mejor para ilustrar los efectos dañinos de las drogas que un tríptico escrito por algún sociólogo bien pagado. Podrían hacerse obras de teatro o cómics con algunas historias y así, fuera de contextos, servir como impresionante ayuda en temas de sexualidad o adicción en adolescentes o, también, para deducir el perfil de los jóvenes de la Lima de hoy. Algunas de esas historias, sino todas, traen incluso una moral social incluida de manera solapada pero rotunda. Son la continuación de las viejas historias regionalistas políticamente correctas (Arguedas, Alegría) que son, a su vez, herederas de las moralejas costumbristas (Pardo y Aliaga, Segura).
Sin embargo, ninguna de estas ideas desmerecen el afecto y respeto que puedo sentir por escritores como Sergio Galarza o Carlos Dávalos quienes tienen a su favor, además del talento, el buen tino (casi podría decirse el buen gusto) de saber que un narrador se hace a pulso y no contando a sus amigos en una cafetería que tiene una novela inédita que dividirá la literatura peruana en dos.
Para mí, el rasgo que mejor define a un escritor autentico es la audacia. EN ese sentido, desde la obra de Gastón Fernández o Carlos Calderón Fajardo no había leído algo tan audaz como la obra de Mario Bellatin. Pocas veces en la literatura peruana se ha leído a un autor que, mas allá de la originalidad o la calificación de su estilo, se mantiene tan tercamente fiel a sí mismo aunque su pretensión -no hacer una obra sino casi un sistema literario- no es titánica sino inverosímil. Sin embargo, él insiste. Eso es audacia. Lo curioso es que Gastón Fernández o Calderón Fajardo, con una actitud parecida, fueron ninguneados mientras que Bellatin es aplaudido. Cosas de la suerte o de la época o de la personalidad de cada uno de ellos. Pudo haber sido al revés y aun entonces, estoy seguro, las cosas hubieran seguido igual; ellos insistiendo en su obra a contrapelo de los consejos de los amigos, lectores y críticos.
El chiche (sic) de la literatura light. EL nuevo juguetito de la critica peruana que le gusta darse aires de cosmopolita y actual. Se usa el termino con un desprejuicio tan grande, con una ignorancia tan atrevida. Se señala con el dedo, se busca culpables, se ningunea, se menosprecia, se desprecia, se mezquina. Quizá podamos definir mejor el termino acudiendo a su antónimo. EL contrario de light no es denso, como podría pensarse; es profundo. Una novela densa no tiene por qué salvarse de ser light. Costará mas leerla, será aburrida, pero el resultado puede ser igual de pueril o vano como leer una historia de gastronomía romántica de Laura Esquivel o de aventuras históricas como las de Perez-Reverte. Es decir, que una novela sea densa no significa que su mensaje sea más complejo o sofisticado, sino que su lectura es más pesada y de difícil digestión, aunque a la hora de evacuar es lo mismo que comerse un Mc Donalds. En cambio, una novela profunda es una obra que expulsa a los lectores que buscan un pasatiempo. Una novela que se introduce en el centro mismo de su lector y que no puede evacuarse. Que socava las bases de lo cierto y le cambia la realidad, lo alimenta, lo modifica, los transgrede. Una novela profunda puede ser rápida, pequeña, de apariencia ligera e incluso portátil como "Los papeles de Aspern" de Henry James o "Pedro Páramo". O puede ser densa, pesada, gruesa, interminablemente lenta e incluso aburrida, como "Los sonámbulos" de Broch, "Las ruinas de Kash" de Calasso o "Paradiso" de Lezama Lima. El resultado en ambos es idéntico: jamas en la vida se termina de digerir algo que tan pronto llega al lector se hace uno con él, se hace parte de su espíritu, desordenándole la vida para hacerla superior.
Reseñistas de diarios: indignarse contra la mayoría de ellos.
Sobre la narrativa de la generación X: nada dice que realidades parecidas tengan que originar una narrativa idéntica. Es demasiado sospechoso que una serie de autores de diversos países, contemporáneos la mayoría de veces, tengan obras tan similares en personajes, situaciones y mundo representado. Salvo el hecho de que están contextualizadas en ciudades diferentes, son la misma obra contada hasta el hartazgo y sin variantes. Por otra parte, la ilusión de que esas obras representan la realidad de sus países es vana. En realidad, solo son las mismas obras vueltas a contar, extraídas mas de la lectura de las novelas norteamericanas del genero sucio que de la observación de la realidad, No se trata, pues, de llevar la realidad a la literatura sino de hacer encajar a como de lugar una literatura a la realidad de un país. Es la estética de la hermanastra fea de Cenicienta queriendo encajar su horrendo pie en la delicada zapatilla de cristal. Moralmente, por cierto, ningún protagonista de novela X ha superado la moral de los antihéroes costumbristas del siglo XVIII.
Cada vez que me piden participar en una mesa o coloquio sobre narrativa joven peruana me siento en falta. Primero, porque con 29 años cumplidos dudo mucho en considerarme joven. Además, tampoco mi espíritu es joven porque no comparto con la adolescencia esa vocación de ruptura, originalidad y desenfado. Soy espiritualmente hablando mas bien un viejo cascarrabias y descreído que le hace feos a todo. Por otra parte, también tengo problemas con asumir mi condición civil de peruano como una condición literaria. La literatura de cualquiera no es sino el producto individual, personal e intransferible de ese autor. Más allá de compartir rasgos de edad, país, sexo, religión, cultura, etc. Con otros autores, lo importante es qué hay en ese individuo de interesante. La literatura peruana es una suma de individualidades que si es importante es solo porque algunos autores lo son. Tampoco queda muy claro, salvo como demagogia, la figura de "precursor" literario. Ciro Alegría, por ejemplo, es un escritor que yo leí después de haber leído a Borges, Onetti, Lezama Lima, Vargas Llosa, Riberyro. Su lectura fue, pues, desde la perspectiva de mi educación literaria, inocua. ¿Por qué tendría que considerarlo como un padre para mi literatura? Fuera de compartir la misma nacionalidad, no tengo nada que me una a él. Puedo admirar, quizá, el hecho histórico de que haya escrito novelas con cierto talento en un país donde, entonces, no solían escribirse novelas. Pero eso es anecdótico. Creo, sin temor a equivocarme, que algo parecido les parece a todos los autores de narrativa menores de cuarenta en el Perú. Sin embargo, eso no implica que seamos autores cosmopolitas pues la mayoría de nosotros ha leído a los autores extranjeros en traducciones. Lo cierto es que la nacionalidad de un escritor se vuelve un asunto complejo. EN mi caso particular, por ejemplo, soy peruano por Martín Adán y Luis Loayza pero no por Alegría o Scorza. Dicho de otro modo, la literatura autentica no es apátrida ni cosmopolita sino individual, un mapamundi reconstruido por nuestros gustos, nuestras ideas, nuestras afinidades, nuestras almas gemelas, nuestros maestros que son como un sello de agua, un archivo de huellas digitales, algo personal que nos hace siempre diferentes a los demás, diferencia que es la única razón por la que vale la pena escribir.