V Recuperar el tiempoCaído del cielo con una lluvia de palabras, moraba en la tierra un ángel olvidado, de alas grises, alas de recuerdos, alas de sueños, alas de un fulgurante brillo cegador. Sí, ahora vivía con los mortales y como tal estaba condenado a morir; supongo que lo habrás visto, que habrás reconocido todo lo que representaba. El tiempo estaba perdido o más bien él lo había perdido en un juego o en un albur con Dios y por eso era que estaba aquí. Lo recuerdo bien, era una tarde calurosa y llena de presagios, una tarde como todas las de verano en pleno otoño, con el olor de la primavera y el sabor del invierno. En un charco de lodo se revolcaba, tal vez feliz por estar sucio, sudoroso y lejos de toda divinidad; feliz por estar muerto en vida o vivo dentro de la muerte, su muerte. Era un demente burlando el viaje de la cordura y burlando el sentido de la existencia. Vamos recuérdalo, ambos lo recogimos y bañamos, lo vestimos aunque con ciertos problemas, pues sus monumentales alas nos obligaron a batallar con él, y al final las ropas de nada sirvieron ya que su naturaleza le dictaba estar desnudo, como símbolo de su libertad; pero ahí estaba, imponente, colosal, cual perfecta escultura griega o romana, o que se yo, pero ahí estaba, existía y lo miramos largas horas, interminables horas, días, semanas, todo ese tiempo sentados a sus pies y envueltos por sus alas, protegidos por sus ojos y embelesados por su voz, aunque no entendimos ni un céntimo de lo que balbuceaba, pero resultaba dulce a nuestros oídos. La pasividad y la paciencia no había acabado cuando el ángel se erigió cuan grande y largo era ofreciéndonos sus alas que no tomamos, no por miedo, no por desprecio, sino más bien por que ya teníamos las nuestras, una alas etéreas y livianas, etéreas y fugaces, etéreas y eternas. Le habíamos regresado el tiempo mientras desaparecía volando... |