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Demasiado Tarde

El anciano Juan se hallaba atacado de bronquitis, su vida no estaba en peligro, pero se sentía dolorosamente débil y enfermo. El doctor le examinó y después de prometerle que le facilitaría cierto preparado de efectos sorprendentes para la bronquitis, tan pronto como lo solicitara, se disponía a despedirse del enfermo, a lo que la sorprendida esposa exclamó:

__ ¿Pero cuándo debe Juan empezar a tomar esta medicina, doctor?

__ Ya le pondré las indicaciones en la receta __ declaró este, y volviéndose hacia el enfermo con una sonrisa añadió: __ Vamos a ver, usted no está muy enfermo, supongamos que empiece a tomar la medicina dentro de un mes.

__ ¿Dentro de un mes? __ exclamó este, lleno de asombro.

__ Sí, ¿le parece demasiado pronto?

__ ¡Demasiado pronto! ¡pero si podría estar muerto dentro de un mes!

__ Es verdad, pero usted no se encuentra todavía muy mal que digamos. Quizá sería mejor que la tomara dentro de una semana.

__ Perdone, doctor, pero podría no vivir una semana. Así me lo parece cuando me vienen los fuertes ataques de tos.

__ Por supuesto que podría fallarle el corazón en cualquier momento. Por eso lo que haré será traerle la medicina enseguida, y ustedes la guardan. Si siente que se pone peor, podrá entonces tomarla. Por ejemplo, si mañana empeora, empiece mañana.

__ Pero, doctor, ¡podría morirme antes de llegar a mañana!

__ Pues bien, señor Juan, ¿cuándo cree usted que debería empezar con la medicina?

__ ¡Ah, doctor!, ¡Yo creía que usted me ordenaría tomarla enseguida!

__ ¡Claro que sí!, Y así debe hacerlo; por tanto voy a mandársela ahora mismo.

__ Ahora bien __ añadió el doctor __, me gusta que usted haya comprendido la locura que sería el dejar para mañana una cosa que se necesita hoy. Pero, dígame, ¿No está cometiendo la misma locura con la medicina del alma?

__ ¿Qué quiere decir, doctor?

__ Pues, muy sencillo. Usted sabe que yo soy cristiano evangélico, y que nos conocemos desde mucho tiempo.

__ Es cierto, y usted me regaló un Nuevo Testamento cierto día que vine a su despacho y empezamos a charlar de religión.

__ Así es. ¿Y qué le dije en aquella ocasión? Que lo leyera con mucho cuidado y que reconociéndose un pecador ante Dios, debía usted aceptar a Jesucristo como su salvador personal, pidiendo que lo perdonara todos los pecados de su vida pasada y le hiciera un hijo de Dios. Le dije que cuando así lo hiciese de todo el corazón, Dios pondría su nombre en el libro de la vida Eterna, del cual Jesucristo mismo nos habla en aquel otro libro que los apóstoles escribieron para nuestra orientación espiritual, y que usted recibió de mi mano. ¿Lo ha hecho usted, amigo Juan?

Juan meneó lentamente la cabeza y el médico continuó:

__ Me ha dicho usted más de una vez que no es un gran pecador, que ojalá todos en el pueblo fuesen como usted, y cuando he insistido en hacerte ver que todos somos culpados ante el justo Dios, me ha contestado que lo pensará, o que se convertirá a Dios mas tarde.

Sin embargo, Dios dice: He aquí ahora el tiempo aceptable, he aquí ahora el día de la salvación. (2 Corintios 6:2).

El doctor se despidió y dejó a Juan reflexionando...

También a usted, amigo lector, le conviene reflexionar y tomar la decisión que Juan tomó poco después: recibir a Cristo hoy mismo y ser un cristiano de veras el resto de sus días. Mañana puede ser demasiado tarde.

 

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