Contrariamente a lo que piensan los modernos, cualquier trabajo, realizado indistintamente por no importa quién, y únicamente por el placer de hacer o por necesidad de «ganarse la vida», no merece bajo ningún concepto ser exaltado, y no puede considerarse sino como algo anormal, opuesto al orden que debería regir las instituciones humanas, hasta tal punto que, en las condiciones de nuestra época, muy a menudo llega a tomar un carácter que sin ninguna exageración podría calificarse de «infra-humano». Lo que nuestros contemporáneos parecen ignorar por completo, es que un trabajo no es realmente válido más que cuando se conforma a la naturaleza misma del ser que lo ejecuta, y si se produce de una manera espontánea y necesaria, si bien dicho trabajo es para esta naturaleza tan sólo el medio de realizarse lo más perfectamente posible. Esta es, en suma, la noción misma del swadharma, que es el verdadero fundamento de la institución de las castas, sobre la que hemos insistido ya lo suficiente en otras ocasiones, por lo que únicamente la recordaremos aquí de pasada. Acerca de esto podría pensarse lo que decía Aristóteles del cumplimiento por cada ser de su «acto propio», entendiendo por ello a la vez el ejercicio de una actividad conforme a su naturaleza y, como consecuencia directa de ésto, el paso de la «potencia» al «acto» de las posibilidades que están comprendidas en dicha naturaleza. En otros términos, para que un trabajo, cualquiera que fuese, sea lo que debe ser, es necesario ante todo que corresponda en el hombre a una «vocación», en el verdadero sentido de la palabra 5; y, cuando es así, el provecho material que pudiera percibirse no aparece, de hecho, sino como un fin totalmente secundario y contingente, por no decir sin importancia, frente a otro fin superior, que es como el desarrollo y el cumplimiento «en acto» de la naturaleza misma del ser humano. Va de suyo, que lo que decimos constituye una de las bases
esenciales de cualquier iniciación de oficio, y la «vocación»
correspondiente es una de las cualificaciones requeridas
para tal iniciación, y diríamos que la primera y la más
indispensable de
Así, desde que el artesano humano imita en su dominio particular la operación del Artesano divino, participa en la obra misma de éste en una medida correspondiente, y de una manera tanto más efectiva cuanto que es más consciente de esta operación; y cuanto más realice por su trabajo las virtualidades de su propia naturaleza, más aumentará su semejanza con el Artesano divino, y más sus obras se integrarán perfectamente en la armonía del Cosmos. Se ve cuan lejos estamos de las banalidades que nuestros contemporáneos acostumbran a enunciar, creyendo elogiar así el trabajo; éste, cuando se considera tradicionalmente, pero sólo en este caso, está en realidad muy por encima de lo que ellos son capaces de concebir. Por tanto, podemos concluir estas indicaciones, que se podrían desarrollar casi indefinidamente, diciendo lo siguiente: la «glorificación del trabajo» responde a una verdad, y a una verdad de orden profundo; pero la forma en que los modernos lo entienden de ordinario no es más que una deformación caricaturesca de la noción tradicional, llegando incluso a invertirla. En efecto, no se «glorifica» el trabajo con vanos discursos, lo que no tendría ningun sentido; sino que el trabajo mismo es «glorificado», es decir «transformado», cuando, en lugar de no ser más que una simple actividad profana, constituye, al contrario, una colaboración consciente y efectiva en la realización del plan del «Gran Arquitecto del Universo». * Cap. X de Initiation et Réalisation Spirituelle. 1 Se sabe que la «glorificación del trabajo» es, sobre todo en la Masonería, el tema de la última parte de la iniciación al grado de Compañero. Desafortunadamente, en nuestros días, ésta es comprendida de una forma totalmente profana, en lugar de serlo en el sentido legítimo y realmente tradicional, como el que nos proponemos indicar a continuación. 2 En este sentido, diremos que entre la concepción moderna del trabajo y su concepción tradicional, hay toda la diferencia que existe entre el punto de vista moral y el punto de vista ritual. 3 Recordaremos aquí una de las aplicaciones del apólogo del ciego y del paralítico, donde se representa respectivamente la vida activa y la vida contemplativa (cf. Autorité spirituelle et pouvoir temporel , cap, V). 4 Encontramos esta frase en un comentario del ritual masónico que, sin embargo, no es ciertamente de los peores, queremos decir uno de los más afectados por las infiltraciones del espíritu profano. 5 Sobre este punto, y también sobre las consideraciones que seguirán, enviamos, para más amplios desarrollos, a los numerosos estudios que A. K. Coomaraswamy ha consagrado más especialmente a estas cuestiones. 6 Ciertos oficios modernos, y sobre todo los oficios puramente mecánicos, para los que no se necesita realmente «vocación» alguna y que por consiguiente tienen en sí mismos un carácter anormal, no pueden dar lugar a ninguna iniciación. 7 Y no en sus producciones, como se lo imaginan los partidarios del arte llamado «realista», y que sería más exacto denominar «naturalista». 8 Merece la pena recordar que esta noción tradicional del arte no tiene absolutamente nada en común con las teorías «estéticas» de los modernos. 9 Sobre todo esto ver A. K. Coomaraswamy, «¿ Is Art a Superstition or a Way o Life?» en la recopilación titulada ¿ Why exhibit Works of Art? EL TALLER. Revista de Estudios Masónicos
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