Biblioteca Marxista
Obras de MARX y ENGELS
Así es como nació el socialismo feudal,
mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre
el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e ingeniosa
hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad
absoluta para comprender la marcha de la historia moderna concluyó
siempre por cubrirle de ridículo.
A guisa de bandera, estos señores enarbolaban el
saco de mendigo del proletariado, a fin de atraer al pueblo. Pero cada
vez que el pueblo acudía, advertía que sus posaderas estaban
ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaba en medio de grandes
e irreverentes carcajadas.
Una parte de los legitimistas franceses y la "Joven
Inglaterra" han dado al mundo este espectáculo cómico.
Cuando los campeones del feudalismo aseveran que su modo
de explotación era distinto del de la burguesía, olvidan
una cosa, y es que ellos explotaban en condiciones y circunstancias por
completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación
no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía
moderna es precisamente un retoño necesario del régimen social
suyo.
Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter
reaccionario de su crítica, que la principal acusación que
presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo
su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el
antiguo orden social.
Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber
hecho surgir un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un
proletariado revolucionario.
Por eso, en la práctica política, toman
parte en todas las medidas de represión contra la clase obrera.
Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las
ingenian para recoger los frutos de oro2
y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas, remolacha
azucarera y aguardiente3.
Del mismo modo que el cura y el señor feudal han
marchado siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el
socialismo feudal.
Nada más fácil que recubrir con un barniz
socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se
levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio
y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza,
el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica
y la Iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita
con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.
b) El socialismo pequeño burgués.
La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía
y no es la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran
y van extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los habitantes
de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores
de la Edad Media fueron los precursores de la burguesía moderna.
En los países de una industria y un comercio menos desarrollado,
esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en
auge.
En los países donde se ha desarrollado la civilización
moderna, se ha formado -y, como parte complementaria de la sociedad burguesa,
sigue formándose sin cesar- una nueva clase de pequeños burgueses
que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos
que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado
a causa de la competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven
aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción
independiente de la sociedad moderna y en que serán reemplazados
en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados.
En países como Francia, donde los campesinos constituyen
bastante más de la mitad de la población, era natural que
los escritores que defienden la causa del proletariado contra la burguesía,
aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero
del pequeño burgués y del pequeño campesino, y defendiesen
la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía.
Así se formó el socialismo pequeñoburgués.
Sismondi es el más alto exponente de esta literatura, no sólo
en Francia, sino también en Inglaterra.
Este socialismo analizó con mucha sagacidad las
contradicciones inherentes a las modernas relaciones de la producción.
Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas.
Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de la
maquinaria y de la división del trabajo, la concentración
de los capitales y de la propiedad territorial, la superproducción,
la crisis, la inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los
campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción,
la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la
exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución
de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las
viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste,
bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción
y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la
sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos
de producción y de cambio en el marco de las antiguas relaciones
de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas
por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario
y utópico.
Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura,
el régimen patriarcal; he aquí su última palabra.
En su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído
en un marasmo cobarde4.
c) El socialismo alemán o socialismo "verdadero".
La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo
el yugo de una burguesía dominante, como expresión literaria
de una lucha contra dicha dominación, fue introducida en Alemania
en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra
el absolutismo feudal.
Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón
alemanes se lanzaron ávidamente sobre esta literatura; pero olvidaron
que con la importación de la literatura francesa no habían
sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de
Francia. En las condiciones alemanas, la literatura francesa perdió
toda significación práctica inmediata y tomó un carácter
puramente literario. Debía parecer más bien una especulación
ociosa sobre la realización de la esencia humana. De este modo,
para loa filósofos alemanes del siglo XVIII, las reivindicaciones
de la primera revolución francesa no eran más que reivindicaciones
de la "razón práctica" en general, y las manifestaciones
de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no expresaban
a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad
tal como debía ser, de la voluntad verdaderamente humana. Toda la
labor de los literatos alemanes se redujo exclusivamente a poner de acuerdo
las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o,
más exactamente, a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus
propias opiniones filosóficas.
Y se asimilaron como se asimila en general una lengua
extranjera: por la traducción.
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los
manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas
descripciones de la vida de los santos católicos. Los literatos
alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana
francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés.
Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del dinero,
escribían: "enajenación de la esencia humana";
bajo la crítica francesa del Estado burgués, decían:
"eliminación del poder de lo universal abstracto", y así
sucesivamente.
A esta interpolación de su fraseología filosófica
en la crítica francesa le dieron el nombre de "filosofía
de la acción", "socialismo verdadero", "ciencia
alemana del socialismo", "fundamentación filosófica
del socialismo", etc.
De esta manera fue completamente castrada la literatura
socialista-comunista francesa. Y como en manos de los alemanes dejó
de ser la expresión de la lucha de una clase contra otra, los alemanes
se imaginaron estar muy por encima de la "estrechez francesa"
y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad
de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los intereses
de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que no pertenece
a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en
el cielo brumoso de la fantasía filosófica.
Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente
en serio sus torpes ejercicios de escolar y que con tanto estrépito
charlatanesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo poco a poco
su inocencia pedantesca.
La lucha de la burguesía alemana, y principalmente
de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía
absoluta, en una palabra, el movimiento liberal, adquiría un carácter
más serio.
De esta suerte, ofreciósele al "verdadero"
socialismo la ocasión tan deseada de contraponer al movimiento político
las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales
contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia
burguesa, contra la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués,
contra la libertad y la igualdad burguesas y de predicar a las masas populares
que ellas no tenían nada que ganar, y que más bien perderían
todo en este movimiento burgués. El socialismo alemán
olvidó muy a propósito que la crítica francesa, de
la cual era un simple eco insípido, presuponía la sociedad
burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de vida
y una constitución política adecuada, es decir, precisamente
las premisas que todavía se trataba de conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito
de clérigos, de mentores, de hidalgos rústicos y de burócratas,
este socialismo se convirtió en un espantajo propicio contra la
burguesía que se levantaba amenazadora.
Formó el complemento dulzarrón de los amargos
latigazos y tiros con que esos mismos gobiernos respondían a los
alzamientos de los obreros alemanes.
Si el "verdadero" socialismo se convirtió
de este modo en un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía
alemán, representaba además, directamente, un interés
reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán.
La pequeña burguesía, legada por el siglo XVI, y desde entonces
renacida sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera
base social del orden establecido.
Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido.
La supremacía industrial y política de la burguesía
le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la concentración
de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado revolucionario.
A la pequeña burguesía le pareció que el "verdadero"
socialismo podía matar los dos pájaros de un tiro. Y éste
se propagó como una epidemia.
Tejido con los hilos de araña de la especulación,
bordado de flores retóricas y bañado por un rocío
sentimental, ese ropaje fantástico en que los socialistas alemanes
envolvieron sus tres o cuatro descarnadas "verdades eternas",
no hizo sino aumentar la demanda de su mercancía entre semejante
público.
Por su parte, el socialismo alemán comprendió
cada vez mejor que estaba llamado a ser el representante pomposo de esta
pequeña burguesía.
Proclamó que la nación alemana era la nación
modelo y el mesócrata alemán el hombre modelo. A todas las
infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto, un sentido superior
y socialista, contrario a la realidad. Fue consecuente hasta el fin, manifestándose
de un modo abierto contra la tendencia "brutalmente destructiva"
del comunismo y declarando su imparcial elevación por encima de
todas las luchas de clases. Salvo muy raras excepciones, todas las obras
llamadas socialistas que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda
y enervante literatura5.
2. EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUÉS.
Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con
el fin de consolidar la sociedad burguesa.
A esta categoría pertenecen los economistas, los
filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte
de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores
de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores
domésticos de toda laya. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo
burgués en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la "Filosofía de la Miseria",
de Proudhon.
Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones
de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen
fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la
revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado.
La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella
domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de
esta representación consoladora un sistema más o menos completo.
Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su sistema
y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo,
que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose
de la concepción odiosa que se ha formado de ella.
Otra forma de este socialismo, menos sistemática,
pero más práctica, intenta apartar a los obreras de todo
movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio
político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación
de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas.
Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida,
este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las
relaciones de producción burguesas -lo que no es posible más
que por vía revolucionaria-, sino únicamente reformas administrativas
realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción
burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital
y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los
casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su
dominio y para simplificarle la administración de su Estado.
El socialismo burgués no alcanza su expresión
adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica.
¡Libre cambio, en interés de la clase obrera!
¡Aranceles protectores, en interés de la clase obrera! ¡Prisiones
celulares, en interés de la clase obrera! He aquí la última
palabra del socialismo burgués, la única, que ha dicho seriamente.
El socialismo burgués se resume precisamente en
esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de
la clase obrera.
3. EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRÍTICO-UTÓPICOS.
No se trata aquí de la literatura que en todas
las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del
proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas directas del proletariado para
hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos
de efervescencia general, en el período del derrumbamiento de la
sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo
del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales
de su emancipación, condiciones que surgen sólo como producto
de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña
a estos primeros movimientos del proletariado, es forzosamente, por su
contenido, reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y burdo igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos,
los sistemas de Saint-Simón, de Fourier, de Owen, etc., hacen su
aparición en el período inicial y rudimentario de la lucha
entre el proletariado y la burguesía, período descrito anteriormente.
(Véase "Burgueses y proletarios").
Los inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta
del antagonismo de las clases, así como de la acción de los
elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten
del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún
movimiento político propio.
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la para
con el desarrollo de la industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones
materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca
de una ciencia social, de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.
En lugar de la acción social tienen que poner la
acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas
de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de
la organización gradual del proletariado en clase, una organización
de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce
para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes
sociales.
En la confección de sus planes tienen conciencia,
por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por
ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos
sino bajo el aspecto de la clase que más padece.
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así
como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por
encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de
vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados.
Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e
incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con
comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes
posibles de la mejor de todas las sociedades posibles.
Repudian, por eso, toda acción política,
y en particular, toda acción revolucionaria, se proponen alcanzar
su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo
evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio
de pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre.
Estas fantásticas descripciones de la sociedad
futura, que surgen en una época en que el proletariado, todavía
muy poco desarrollado, considera aún su propia situación
de una manera también fantástica, provienen de las primeras
aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento, hacia una
completa transformación de la sociedad.
Mas estas obras socialistas y comunistas encierran también
elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente.
Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir
a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales
como la supresión del contraste entre la ciudad y el campo6,
la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo
asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación
del Estado en una simple administración de la producción;
todas estas tesis no hacen sino enunciar la eliminación del antagonismo
de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que
los inventores de sistemas no conocen sino las primeras formas indistintas
y confusas. Así estas tesis tampoco tienen más que un sentido
puramente utópico.
La importancia del socialismo y del comunismo crítico-utópicos
está en razón inversa al desarrollo histórico. A medida
que la lucha de clases se acentúa y toma formas más definidas,
el fantástico afán de ponerse por encima de ella, esa fantástica
oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda
justificación teórica. He ahí por qué si en
muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las
sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues
se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del ulterior
desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son
consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos.
Continúan soñando con la experimentación de sus utopías
sociales; con establecer falansterios aislados, crear Home-colonies en
sus países o fundar una pequeña Icaria7,
edición en dozavo de la nueva Jerusalén. Y para la construcción
de todos estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía
de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo
en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores
descritos más arriba y sólo se distinguen de ellos por una
pedantería más sistemática y una fe supersticiosa
y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso se oponen con encarnizamiento a todo movimiento
político de la clase obrera, pues no ven en él sino el resultado
de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas,
y los fourieristas, en Francia, contra los reformistas.
Notas
1.
No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689,
sino de la francesa de 1814-1830. (Nota de F. Engels a la edición
inglesa de 1888).