Biblioteca Marxista
Obras de MARX y ENGELS
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores
y siervos, maestros3
y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre,
mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta;
lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria
de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.
En las anteriores épocas históricas encontramos
casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad
en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones
sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y
esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros,
oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía
encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las
ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase.
Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión,
las viejas formas de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía,
se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de
clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en
dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente:
la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos
libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los
primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación
de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de
actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización
de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación
de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron
al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces
desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario
de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua organización feudal o gremial de la
industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con
la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura.
El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios;
la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció
ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda
iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor
y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial.
La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del
estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios
-jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado
por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró
prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de
los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a
su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo
la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase
la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo
término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es ya de por
sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones
en el mundo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía
ha ido acompañada del correspondiente progreso político.
Estamento bajo la dominación de los señores feudales; asociación
armada y autónoma en la comuna4
; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer
estado tributario de la monarquía5;
después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la
nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en general,
piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después
del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el
Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más
que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia
un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el pode, la burguesía
ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílica. Las
abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus 'superiores naturales'
las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo
entre los hombres que el frío interés, el cruel 'pago al
contado'. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el
entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués
en las aguas heladas del cálculo egoísta. ha hecho de la
dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas
libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada
libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación
velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a todas
las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas
de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al
poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante
sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha
reducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación
de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía
su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha
sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana;
ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a
los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado
campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las
Cruzadas.
La burguesía no puede existir sino a condición
de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y
con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo
modo de producción era, por el contrario, la primera condición
de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución
continua en la producción, una incesante conmoción de todas
las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen
la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas
durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de
llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo
sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida
a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita
anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos
en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la
burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción
y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios,
ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales
han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte
en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias
que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas
venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos
no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las
partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción
productos de los países más apartados y de los climas más
diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las
regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia
universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción
material, como a la intelectual. La producción intelectual de una
nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez
y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más
imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma
una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos
de producción y al constante progreso de los medios de comunicación,
la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a
todas las naciones, hasta las más bárbaras. los bajos precios
de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba
todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más
fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones,
si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción,
las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir,
a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio de
la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población
de las ciudades en comparación con las del campo, sustrayendo una
gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo
modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países
bárbaros o semibárbaros a los países civilizados,
los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento
de los medios de producción, de la propiedad y de la población.
Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción
y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada
de ello ha sido la centralización política. Las provincias
independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos
federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes,
han sido consolidadas en una sola nación, bajo un
solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional
de clase y una sola linea aduanera.
La burguesía, a lo largo de su dominio de clase,
que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas
más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo
de las máquinas, la aplicación de la química a la
industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril,
el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo
de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación,
poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra.
¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producción
y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron
creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo
estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la
sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal
de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las
relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas
productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de
impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper
esas trabas, y las rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia,
con una constitución social y política adecuada a ella y
con la dominación económica y política de la clase
burguesa.
Ante nuestros ojos de está produciendo un movimiento
análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio,
las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa moderna,
que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción
y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias
infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas,
las historia de la industria y del comercio no es más que la historia
de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales
relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación.
Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico,
plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de
la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial
se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable
de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas
ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época
anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia
de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente
retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase
que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos
sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados.
Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen
de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas
para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo;
y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan
en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de
la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas
para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción
obligada de una masa de fuerzas productivas; de la otra, por la conquista
de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos.
¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más
extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía
para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas
que deben darle muerte; ha producido también a los hombres que empuñarán
esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la
burguesía, es decir, el capital, desarróllase también
el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a
condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente
mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse
al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo
de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia,
a todas las fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la división
del trabajo quitan al trabajo del proletariado todo carácter propio
y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte
en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le
exigen las operaciones más sencillas, más monótonas
y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy
día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de
subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero
el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía, es igual a
los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso
resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún,
cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del
trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación
de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado,
la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.
La industria moderna ha transformado el pequeño
taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista
industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados
en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados
bajo la vigilancia de toda jerarquía de oficiales y suboficiales.
No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués,
sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz
y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica.
Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto
mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual,
es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor
es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado
por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase
obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación
social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía
según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación
del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte
en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero,
el tendero, el prestamista, etc.
Pequeños industriales, pequeños comerciantes
y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases
medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque
sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas
industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas mas fuertes;
otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos
métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se
recluta entre todas las clases de la población.
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo.
Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados,
después, por los obreros de una misma fábrica, más
tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus
ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen
contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías
extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian
las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición
perdida del artesano de la Edad Media.
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada
por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros
forman masas compactas, esta acción no est todavía consecuencia
de su propia unión, sino de la unión de la burguesía,
que para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora
aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta
etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos,
sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de
la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses
no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico
se concentra de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria
alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta
el número de proletarios, sino que les concentra en masas considerables;
su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de al misma. Los intereses
y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez
más a medida que la máquina va borrando las diferencias en
el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, aun nivel igualmente
bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre
sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son
cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento
de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más
precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués
individual adquieren más y más el carácter de colisiones
entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones6contra
los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios.
Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios
necesarios, en previsión de estos choques eventuales. Aquí
y allá la lucha estalla en sublevación.
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero.
El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino
la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión
es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados
por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes
localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales,
que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en
una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es
una lucha política. Y la unión que los habitantes de las
ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en
establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan
a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase y,
por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada
por la competencia entre los propios obreros. pero resurge, y siempre más
fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones
intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos
interese de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez
horas en Inglaterra.
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen
de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía
vive en lucha permanente; al principio, contra la aristocracia; después,
contra aquellas facciones de la misma burguesía, cuyos intereses
entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre,
en fin, contra la burguesía de todos los demás países.
En todas partes estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a
reclamar su ayuda y a arrástrale así al movimiento político.
De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos
de su propia educación7,
es decir, armas contra ella misma.
Además, como acabamos de ver, el progreso de la
industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la
clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia.
También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.
Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases,
se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase
dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento
y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega
de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos
está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza
se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector
de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector
de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión
teórica del conjunto del movimiento histórico.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía,
sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria.
Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo
de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más
peculiar.
Los estamentos medios -el pequeño industrial, el
pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan
contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales
estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más
todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás
la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto
tienen ante sí la perspectiva de su transito inminente al proletariado,
defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros,
por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción
de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado
al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud
de todas sus condiciones de vida está más dispuesto a venderse
a la reacción para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están
ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado
no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen
nada en común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo
industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra
que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado
de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión
son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales
se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes
trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda
sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios
no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su
propio modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación
existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que
salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando
y asegurando la propiedad privada existente.
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados
por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario
es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la
inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual,
no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura
formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del
proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional.
Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer
lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo
del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más
o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta
el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el
proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta
su dominación.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han
descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para
poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le
permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo,
en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna,
lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a
la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.
El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende siempre más y más por debajo de
las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria,
y el pauperismo crece más rápidamente todavía que
la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía
ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones
de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de
asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la
esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener
que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya
no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la
existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con
la de la sociedad.
La condición esencial de la existencia y de la
dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza
en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del
capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado.
El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los
obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía,
incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento
de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria
mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta
produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo,
sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado
son igualmente inevitable.
Notas
1.
Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos,
que son los propietarios de los medios de producción social y emplean
trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores
asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios,
se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota
de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
7.
En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'elementos de su propia
educación' de dice 'elementos de su propia educación política
y general'. (N. de la Edit.).