Larry Hannigan
Quiero la Tierra, más el 5%
La verdad sobre el dinero, el crédito y el déficit
(dos)
3/3/02
continuación
Fabián escuchó en silencio y finalmente dijo:
–La economía financiera es un tema profundo, amigo mío, hay que dedicarle años de estudio. Deje que yo me ocupe de estos asuntos, y usted ocúpese de los suyos. Debe ser más eficiente, aumentar su producción, recortar sus gastos y convertirse en un mejor empresario. Siempre estaré deseoso de ayudarlo en estos asuntos.
El hombre se marchó no muy convencido. Había algo que no funcionaba en las operaciones de Fabián y creía que su pregunta no había sido respondida.
Sin embargo, la mayoría de la gente respetaba la palabra de Fabián:
–Es un experto, los otros deben de estar equivocados. Fíjense cómo se ha desarrollado el país, cómo ha aumentado nuestra producción. Mejor nos callamos.
Para cubrir los intereses del dinero que habían tomado prestado, los comerciantes se vieron obligados a aumentar los precios. Los asalariados se quejaban de que los salarios eran demasiado bajos. Los empresarios se negaban a pagar salarios más altos, afirmando que se arruinarían. Los agricultores no podían obtener un precio justo para sus productos. Las amas de casa se quejaban de que los alimentos se habían vuelto demasiado caros. Y finalmente ciertas personas fueron a la huelga, algo de lo que hasta entonces no se había oído hablar. Otras habían caído en la miseria y sus amigos y parientes no podían permitirse el lujo de acudir en su ayuda. La mayor parte se había olvidado de la riqueza real que los rodeaba: los fértiles suelos, los grandes bosques, los minerales y el ganado. Sólo podían pensar en el dinero que siempre parecía escasear. Pero nunca cuestionaban el sistema. Creían que era administrado por el gobierno.
Unos pocos habían juntado el dinero que les sobraba y formaron compañías de «préstamos» o «finanzas». De esta manera podían obtener el 6% o más, que era mejor que el 3% que les pagaba Fabián, pero sólo podían prestar el dinero que poseían: no tenían la extraña capacidad de crear dinero de la nada, mediante la mera anotación de unas cifras en los libros.
De algún modo estas compañías financieras inquietaban a Fabián y sus amigos, así que rápidamente establecieron unas cuantas compañías propias. Mayormente, compraron las otras antes de que se pusieran en funcionamiento. En muy poco tiempo, todas las compañías fueron adquiridas por ellos o puestas bajo su control.
La situación económica empeoró. Los asalariados se convencieron de que los patronos obtenían demasiados beneficios. Éstos decían que sus trabajadores eran demasiado perezosos y que no cumplían honestamente con su jornada laboral, y todo el mundo le echaba la culpa a todo el mundo. Los gobernadores no podían encontrar una respuesta, y además el problema inmediato parecía ser cómo combatir la miseria.
Se emprendieron programas de asistencia social y se dictaron leyes por las cuales se obligaba a la gente a contribuir con dichos programas. Esto puso furiosas a muchas personas, que creían en la anticuada idea de ayudar al vecino por el esfuerzo voluntario.
–Estas leyes no son más que un latrocinio legalizado. Tomar algo de una persona contra su voluntad, independientemente del fin para el que será empleado, no es diferente de un robo.
Pero todos se sentían indefensos y le tenían miedo a la cárcel con la que se los amenazaba si no pagaban. Los programas de asistencia social trajeron algún alivio, pero muy pronto el problema reapareció y fue necesario más dinero para solucionarlo. El costo de tales programas subió cada vez más y el tamaño del gobierno aumentó.
La mayor parte de los gobernadores eran hombres sinceros que trataban de hacer lo mejor. No les gustaba pedir más dinero a su pueblo y, finalmente, no les quedó otro remedio que solicitar un préstamo a Fabián y sus amigos. No tenían la menor idea de cómo iban a hacer para devolverlo. Los padres ya no podían arreglárselas para pagar a los maestros de sus hijos. No podían pagar al médico. Y las empresas de transporte quebraban.
Una tras otra, el gobierno se vio obligado a tomar estas actividades en sus manos. Maestros, médicos y muchos otros se convirtieron en servidores públicos.
Pocos eran los que obtenían alguna satisfacción de su trabajo. Se les había dado un salario razonable, pero perdieron su identidad. Se convirtieron en pequeñas piezas de una gigantesca maquinaria.
No existía ningún espacio para la iniciativa personal, el esfuerzo se reconocía apenas, las retribuciones estaban preestablecidas y la promoción sólo llegaba cuando el superior se jubilaba o moría.
Desesperados, los gobernantes decidieron buscar el consejo de Fabián. Lo consideraban muy sabio y él parecía saber cómo se resolvían los asuntos de dinero. Los escuchó mientras explicaban todos sus problemas, y por último dijo:
–Mucha gente no puede solucionar sus propios problemas: necesitan que alguien lo haga por ellos. Seguramente ustedes estarán de acuerdo en que la mayoría de la gente tiene derecho a ser feliz y a ser provista con los bienes esenciales de la vida. Uno de nuestros grandes dichos es: «Todos los hombres son iguales», ¿no es así? Bien, la única manera de equilibrar las cosas es tomar la riqueza excesiva de los ricos y dársela a los pobres. Introduzcan un sistema de impuestos. Cuanto más tenga un individuo, más tendrá que pagar. Recauden los impuestos de cada uno según capacidad, y den a cada uno según su necesidad. Las escuelas y los hospitales deben ser gratuitos para aquellos que no pueden hacer frente a sus costos.
Les dio una larga charla sobre resonantes ideales y terminó así:
–Oh, a propósito, no se olviden de que me deben dinero. Me han estado pidiendo prestado durante mucho tiempo. Lo menos que puedo hacer para ayudarlos es que me paguen solamente los intereses. Dejaremos pendiente el capital, sólo páguenme los intereses.
Se fueron, y sin dedicarle a la filosofía de Fabián ninguna reflexión, introdujeron el impuesto progresivo sobre las ganancias: cuanto más gana usted, más elevado es el impuesto que tiene que pagar. A nadie le gustó esto, pero o pagaban los impuestos o iban a la cárcel.
Los comerciantes estuvieron obligados a aumentar otra vez los precios. Los asalariados exigieron salarios más altos, lo que obligó a muchos empresarios a cerrar o a reemplazar a los hombres por máquinas. Esto provocó una desocupación adicional y obligó al gobierno a introducir nuevos programas de beneficencia y asistencia social.
Se establecieron aranceles y otras medidas de protección para que ciertas industrias siguieran funcionando sólo para generar empleo. Algunos se preguntaban si el fin de la producción era producir bienes o crear meramente empleo.
Como las cosas iban de mal en peor, se intentó el control de los salarios, el control de los precios y toda clase de controles. El gobierno procuró obtener más dinero por medio de impuestos a las ventas, impuestos al dinero destinado al pago de sueldos y jornales, y todo tipo de impuestos. Alguien observó que en su trayecto desde el cultivador de trigo hasta el ama de casa, había más de 50 impuestos sobre una rebanada de pan.
Los «expertos» crecían y algunos de ellos fueron elegidos para el gobierno, pero después de cada reunión anual reaparecían sin prácticamente ningún resultado, excepto la noticia de que había que «reestructurar» los impuestos, aunque después los impuestos totales siempre aumentaban.
Fabián empezó a exigir el pago de sus intereses, y se hizo necesaria una parte cada vez mayor del dinero de los impuestos para pagarle.
Entonces llegaron los políticos de los partidos: la gente empezaba a discutir sobre qué grupo de gobernadores podía resolver mejor los problemas. Discutían especialmente sobre personalidades, idealismo, nombres de partidos, salvo sobre el problema real. Los ayuntamientos estaban metiéndose en problemas. En un pueblo, el interés de la deuda superó la cifra que había sido recaudada ese año en concepto de impuestos municipales. A lo largo de todo el territorio los intereses sin pagar siguieron aumentando: se añadieron nuevos intereses a los intereses impagos.
Gradualmente, gran parte de la riqueza real del país pasó a ser poseída o controlada por Fabián y sus amigos, y con ello llegó un mayor control sobre la gente. Sin embargo, el control no era todavía completo. Sabían que la situación no sería completamente segura hasta que cada persona estuviera bajo control.
La mayor parte de la gente que se oponía al sistema podía ser silenciada por la presión financiera o sufrir el rídiculo público. Para lograr esto, Fabián y sus amigos compraron la mayoría de los periódicos y de las estaciones de radio y TV, y seleccionaron cuidadosamente a las personas que los dirigirían. Muchas de estas personas tenían el sincero deseo de mejorar el mundo, pero nunca entendieron cómo se las utilizaba. Sus soluciones siempre se centraban en los efectos de los problemas, jamás en la causa.
Había diferentes periódicos: uno para el ala derecha, otro para el ala izquierda, otro para los trabajadores, otro para los patronos, etc. No importaba mucho lo que cada cual creyera, siempre y cuando no se detuvieran a pensar en el problema real. El plan de Fabián se hallaba casi en su punto culminante: el país entero estaba en deuda con él. Mediante la educación y los medios de información, tenía el control de las mentes de la gente. Ésta era capaz de pensar y creer tan sólo en lo que él quería.
Después que un hombre consigue mucho más dinero que el que posiblemente pueda gastar para su placer, ¿qué queda para estimularlo? Para aquellos con mentalidad de clase dominante, la respuesta es: el poder, el poder en bruto sobre otros seres humanos. Utilizaron a los idealistas en los medios de información y en el gobierno, pero los controladores reales que buscaba Fabián eran los que tenían mentalidad de clase dominante.
La mayoría de los orfebres habían llegado a ser así. Conocían la sensación de la gran riqueza, pero ya no les satisfacía. Necesitaban desafíos y estímulos, y el poder sobre las masas era la última jugada.
Se creían superiores a todo el resto. «Mandar es nuestro derecho y nuestro deber. Las masas no saben lo que es bueno para ellas. Necesitan que las agrupen y organicen. Mandar es nuestro derecho de nacimiento.»
Fabián y sus amigos poseían muchas oficinas de préstamo a lo largo de todo el país. Éstas, de verdad, tenían distintos propietarios. En teoría competían mutuamente, pero en la realidad trabajaban estrechamente juntas. Después de convencer a algunos de los gobernadores, fundaron una institución a la que llamaron Centro de Reserva de Dinero. Ni siquiera utilizaron su propio dinero para ello: crearon un crédito contra una parte del dinero de los depósitos de la gente.
Esta institución aparentaba regular la oferta de dinero y ser un instrumento del gobierno, pero, curiosamente, a ningún gobernador o funcionario público se le permitía integrar el Comité de Dirección.
El gobierno ya no se endeudó directamente con Fabián, sino que empezó a utilizar un sistema de pagarés al Centro de Reserva de Dinero. La garantía ofrecida era el ingreso estimado por los impuestos del año próximo. Esto estaba de acuerdo con el plan de Fabián: alejar cualquier sospecha hacia él y dirigir la atención hacia una operación aparentemente gubernamental. Sin embrgo, detrás de la escena, todavía mantenía el control.
Indirectamente, Fabián tenía tal control sobre el gobierno que éste estaba obligado a obedecerlo. Alardeaba:
–Déjenme controlar el dinero del país y no me importará quién haga sus leyes.
No se preocupaba demasiado de qué grupo de gobernadores fuese elegido. Fabián tenía el control del dinero, la sangre de la nación.
El gobierno obtuvo el dinero, pero los intereses se cargaban siempre con cada nuevo préstamo. Más y más profundizaba los programas de asistencia social y beneficencia, no pasaba mucho tiempo antes de que encontrara dificultades para pagar incluso los intereses, no digamos ya el capital.
Y sin embargo todavía había gente que planteaba la cuestión: «El dinero es un sistema inventado por el hombre. Seguramente puede ser utilizado para servir, no para dominar».
Pero esta gente era cada vez menos y sus voces se perdían en la loca arrebatiña por el dinero inexistente para pagar el interés.
Cambiaban las administraciones, cambiaban los partidos, pero las políticas básicas continuaban. Independientemente de qué gobierno estuviera en el «poder», la meta última de Fabián se hallaba más cerca cada año. Los proyectos de las personas no le importaban en absoluto. Éstas eran abrumadas con impuestos hasta el límite, ya no podían pagar más. El momento se encontraba maduro ahora para el último movimiento de Fabián.
El 10% de la oferta de dinero estaba todavía en forma de billetes y monedas. Éstos tenían que ser eliminados de tal modo que no despertara sospechas. Mientras la gente utilizara dinero en efectivo, eran libres de comprar y vender como quisieran: aún tenían cierto control sobre sus propias vidas.
Pero no siempre era seguro llevar consigo billetes y monedas. Los cheques no eran aceptados fuera de la comunidad local, y por tanto se buscó un sistema más conveniente. Una vez más Fabián tenía la respuesta. Su organización proveyó a todo el mundo de una pequeña tarjeta de plástico que mostraba el nombre de la persona, su fotografía y un número de identificación. Cuando esta tarjeta se presentaba en cualquier lugar, el empleado de la tienda telefoneaba al ordenador central para comprobar el estado del crédito. Si estaba al día, la persona podía comprar lo que quería hasta cierta cantidad.
Al principio, se permitió que la gente gastara una pequeña suma a crédito, y si ésta era reembolsada dentro de un mes, no se le cargaban intereses. Esto estaba bien para el asalariado, ¿pero quién podía montar una empresa? Un empresario tenía que instalar maquinarias, fabricar los bienes, pagar salarios, etc., y vender todos estos bienes y devolver el dinero. Si se excedía un mes, le cargaban un 1.5% por cada mes de deuda impaga. Esto representaba un 18% anual.
Los empresarios no tenían más opción que añadir ese 18% al precio de venta. Sin embargo, este dinero o crédito extra (el 18%) no había sido prestado a nadie. En todo el país, los empresarios estaban consagrados a la imposible tarea de devolver $118 por cada $100 que habían tomado en préstamo; pero los $18 extra no habían sido creados nunca.
Fabián y sus amigos elevaron aún más su posición social. Se los veía como los pilares de la respetabilidad. Sus pronunciamientos sobre economía y finanzas eran aceptados con convicción casi religiosa.
Bajo la carga de unos impuestos siempre crecientes, muchas pequeñas empresas se derrumbaron. Para varias operaciones eran necesarias licencias especiales, de manera que las que sobrevivían se encontraban con que era muy difícil seguir en actividad. Fabián poseía y controlaba todas las grandes compañías que tenían centenares de subsidiarias. Éstas parecían competir entre sí, pero él tenía el control sobre todas. A la larga todos los competidores se vieron forzados a cerrar. Los fontaneros, los carpinteros, los electricistas y la mayoría de las otras pequeñas industrias sufrieron el mismo destino: fueron devorados por las compañías gigantes de Fabián, todas ellas protegidas por el gobierno.
Fabián necesitaba las tarjetas de plástico para eliminar los billetes y las monedas. Su plan era que cuando todos los billetes fueran retirados de la circulación sólo podrían mantenerse en actividad las empresas que utilizaran el sistema de la tarjeta informática.
Pensaba que con el tiempo algunas personas extraviarían sus tarjetas y estarían imposibilitadas de comprar o vender nada hasta que se les hiciera una prueba de identidad. Necesitaba que se aprobara una ley que le diera el control final: una ley que obligara a todo el mundo a tener su número de identificación tatuado en la mano. El número sería visible sólo bajo una luz especial, conectada a un ordenador. Cada ordenador estaría conectado a su vez a un gigantesco ordenador central, de manera que Fabián pudiera saberlo todo de todos.
A propósito, la expresión correcta utilizada en el mundo financiero para este sistema es «encaje bancario» [fractional reserve banking].
La historia que acaba de leer es, por supuesto, ficción.
Pero si la encuentra inquietantemente cercana a la verdad y le gustaría saber quién es Fabián en la vida real, un buen punto de partida es un estudio sobre las actividades de los orfebres ingleses en los siglos XVI y XVII.
Por ejemplo, el Banco de Inglaterra se fundó en 1694. El rey Guillermo de Orange estaba en dificultades financieras como resultado de una guerra con Francia. Los orfebres «le prestaron» 1.2 millón de libras (una cantidad asombrosa en aquellos tiempos) bajo ciertas condiciones:
a. La tasa de interés sería del 8%. Es preciso recordar que la Carta Magna declaraba que el cobro de intereses acarreaba la pena de muerte.
b. El Rey concedería a los orfebres una carta para el banco que les daba el derecho de conceder créditos.
Antes de esto, sus operaciones de emisión de recibos por más dinero que el que tenían en depósitos era totalmente ilegal. La carta las legalizó.
En 1694, William Patterson obtuvo la Carta del Banco de Inglaterra.
Larry Hannigan 1971, Australia
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