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Caso Clínico Nº: 3.297
Observaciones: En el estómago del paciente fueron halladas unas cuartillas de papel escrito, aún no afectadas por los ácidos estomacales, en las cuales se podía leer lo que a continuación redactamos:
"Soy yo, y estoy aquí; mi historia es muy cortita, y normal como la vida misma, aunque hay quien piensa que soy un personaje singular. Todo parte de una, al parecer, extraña afición mía, que no es otra sino la de comerme todo aquello que me gusta. Desde muy pequeño di muestras de esta particularidad: a las pocas semanas de venir al mundo ya había devorado por completo el seno materno. Como es natural pues, mi madre advirtió pronto lo que consideró un "voraz apetito", sin darle mayor importancia. Conforme iba creciendo se desarrolló en mí esta peculiar simpatía hacia lo que me rodeaba. Así fueron desapareciendo algunos juguetes, los peces de colores del acuario, Rufo (nuestro perro), e incluso las flores del jardín. Todas estas súbitas desapariciones no fueron percibidas por mis padres; lo más grave vino con la llegada de la abuela. Por aquellas fechas la abuela se mudó a nuestra casa cuando la echaron de la pensión en que vivía por su afición a la música. Era una anciana maravillosa; todas las noches maullaba a la luna con su enorme violonchelo. Muy pronto hicimos amistad; yo la adoraba, tanto es así, que una de aquellas noches me la comí con violonchelo y todo. Esto si que ya no pasó desapercibido (por primera vez en varios meses el vecindario había conseguido dormir toda la noche sin interrupción), a partir de este hecho, mis padres cayeron en la cuenta de que se hallaban sentados en sendos carritos de ruedas, porque no tenían piernas, ni manos, ni brazos, y con cierto temor por lo que aún quedaba de su muy menguada integridad física, me enviaron a un internado siendo yo muy niño. Allí fueron pasando mis días, sin penas ni glorias, entre niños tristes y paredes sombrías. En este largo periodo hice algunas amistades con las lógicas consecuencias, aunque la cosa no pasó a mayores, pues nunca sentí una excesiva simpatía hacia mis profesores. Sin embargo todo cambió aquel día, hará cosa de un año, cuando nos llevaron de excursión al museo provincial de arte clásico. Aquellas figuras airadas, su fría belleza, me produjeron una honda impresión... En un momento me comí siete Venus, dos vasijas, y un colosal Apolo del que no quedó más que la púdica hojita de vid. Es evidente que soy un espíritu sensible al arte, aunque no lo entendieron así los guardas del museo; me pillaron cuando ya tenía entre los dientes una pata perteneciente al caballo de una estatua ecuestre de Marco Antonio. Entonces vinieron unos hombres vestidos de blanco que me vistieron a mí también de blanco y me trajeron a este sitio donde todo es blanco; ...coches blancos, paredes blancas, camisas blancas, almas blancas... No había pasado tanta hambre en mi vida como desde que llegué aquí, porque me vigilaban a todas horas, y no me dejaban comerme siquiera las macetas de los pasillos, así que en pocas semanas se me fue el color y adelgacé mucho. Eso sí, me daba de comer todos los días una enfermera muy simpática, aunque yo creo que es algo tonta la pobrecita, porque después de comer siempre me preguntaba: -¿Qué, te ha gustado hoy la comida?. Y ¿Cómo iba a saber si me gustaba o no?... ¿Acaso yo conocía a esos animales y a esas plantas?. Así estaba mi situación hasta el día en que recibimos la visita del Sr. Inspector General. El director ya nos había advertido, con antelación, de esta visita y de cual debía ser nuestro comportamiento en todo momento. Aquel día, a la hora de comer nos llevaron a todos al comedor principal. Presidiendo la sala, sobre la tarima, el director, el inspector y la presidenta de una asociación "Pro-instrucción del sagrado testimonio en el perturbado mental". En esta ocasión nos sirvieron la comida en unos platos distintos de los ordinarios. Eran unos platos de porcelana blanca, con líneas azules en el borde y una gran flor en el fondo, que se adivinaba tras la turbia transparencia de la sopa. Aquello era lo más bonito que veía desde hacía mucho tiempo y me emocioné tanto, tanto, que no pude contenerme y... me lo comí. Mis compañeros de mesa, en un principio algo sorprendidos por esta reacción, comenzaron a comerse también sus platos, y otro tanto hicieron los de las restantes mesas, que se iban sumando al banquete, entre risas y gritos de júbilo, de tal manera que a los pocos segundos todo el pabellón devoraba con inusitado entusiasmo la vajilla recién estrenada; bueno, todo no, los tres personajes presidenciales no. El inspector y la presidenta se comentaban algo por lo bajo, mientras que el director lleno de ira se levantó y acusándome con el dedo dijo: -¡Llévenselo, llévenselo de mi vista!, ¡que se lo lleven, que se lo lleven!... Así le oí gritar hasta que perdí su voz en los pasillos que iba dejando atrás;... y dejé muchos hasta llegar aquí, a este cuartito pequeño, obscuro y frío, donde va para tres días que me tienen encerrado junto con una jarra de agua y un mendrugo de pan. Mas en este, mi triste sino, soy feliz, porque he descubierto un rayo de luz que se filtra por una grieta del muro, un rayo de sol pequeño, que me vino a los labios sin yo enterarme. Y aquí sentado, me estoy comiendo el Sol; ¿El Sol, señores, el Sol!... el Sol... y con él los árboles, los pájaros, los niños; y con él las nubes, los ríos y los hombres; y con él los cielos, la luna y las estrellas; y con él los planetas, el Universo entero... y hasta a mí mismo."
Alicante, a 23 de abril de 1984
El Facultativo:
SANATORIO PSIQUIATRICO "SANTA IDA"
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