Esta edición es especial por varias razones: la principal es que
celebramos el vigésimo primer aniversario de la creación de UBIK (el club de CF de la
Universidad Simón Bolívar, no de la novela que es más antigua y mucho más interesante
que un grupo de honorables fantasmas).
Hace 21 años un grupo de soñadores fundaron algo que con sus altibajos ha logrado llegar
hasta el siglo XXI (¡y qué lejano se veía aquello en 1984!). Una de las implicaciones mas
importantes de la longevidad de UBIK es enterarnos que la selección natural obra de forma
muy displicente sobre las creaciones humanas, porque como organismo
viviente, el ubiktodonte se hubiera congelado con las primeras
glaciaciones. También este número festeja el aniversario
de la primera aparición del Necronomicón en mayo de 1993. Ninguno de los involucrados en
la edición de aquel primer número esperó ver al Necronomicón tan lejos
en el tiempo que casi
parece un sueño, aunque algunos envidiosos podrán decir que mas bien es una pesadilla,
pero a esos calumniadores preferimos ignorarlos para conservar la poca cordura que nos queda mientras
aguardamos el nuevo reino de Cthulhu… Ya entonces podremos volvernos totalmente locos
sin el menor remordimiento. Por todas estas razones estamos de pláceme y lo celebramos con un número
lleno de terror y muerte.
En esta oportunidad el muestrario de Necronomicón es de lo más diverso: Un aporte extraordinario
de Sergio Gaut vel Hartman a la ficción corta con un relato de CF donde lo que priva es la
perdición que conlleva la avaricia, tanto la consciente como la instintiva. Jorge
Sánchez
nos muestra múltiples universos en sus microrrelatos, historias de CF, Fantasía y Terror donde
el fatalismo es la nota dominante. Por último, Néstor Darío Figueiras nos obsequia dos relatos,
una historia de vampiros y un chequeo de realidad que estudia los puntos de vista. La oferta de
este mes se completa con la ilustración de Juan Raffo, un mundo nocturno de
anaqueles y libros como ladrillos.
Enfermo Terminal
por Néstor Darío Figueiras
Néstor Darío Figueiras es argentino. Sus 31 años han oscilado celosamente
alrededor de un atractor caótico poderoso, definiendo cada año con precisión, uno a uno. Se
inició joven en la literatura leyendo vorazmente todo lo que caía en sus manos; luego,
indefectiblemente, sus gustos se fueron decantando hacia lo fantástico. Por esa razón
cuando empezó a escribir sus primeros relatos ya había definido los temas principales con
los que quería emular a sus padres literarios: Borges, Ballard, Sturgeon, Gorodischer,
Le Guin, Lovecraft, King, Zelazny, Bradbury... los pilares de ese panteón tan conocido y
celebrado por todos nosotros. En 1991 recibe el aliento a su oficio en ciernes cuando
obtiene una mención, por su relato Organicasa, del premio Más Allá, organizado por el
Círculo Argentino de Ciencia Ficción; aunque Bioy Casares fue jurado de esa
edición y Néstor pudo haber disfrutado de un encuentro para el recuerdo con el legendario
escritor, su pesimismo desbordado prevaleció y no se presentó en el acto de entrega de
los premios.
Quizás fue el impacto traumático de la ocasión perdida, tal vez fue la música (su otro amor),
pero lo cierto es que las curvas del tiempo lo alejaron de la actividad literaria por más de
una década. Recién ahora regresa a reclamar lo suyo, regresa lleno de ideas, su primera carga
impetuosa fue desde el universo lovecraftiano urdiendo una fantasía mítico-terrorífica. De
regreso al patio, ahora está trabajando como un poseso: la asistencia al taller literario de
verano de Eduardo Carletti y Alejandro Alonso y una hornada de relatos que prometen una degustación
fuera de este mundo.
En esta oportunidad Néstor Darío Figueiras nos muestra la nostálgica soledad de un desahuciado
en Enfermo terminal y luego un breve vistazo al temor infantil de Según como se mire.
Es una gran suerte que la biblioteca tenga tantos rincones ocultos. La multitud
infinita de estanterías y libros establece una arquitectura adecuadamente recóndita y
laberíntica. (Los libros son como ladrillos.) Papel impreso y madera barnizada (ambos
elementos gastados, sumidos en una vejez exclusivamente bibliotecaria) generan el ámbito
necesariamente sobrecogedor y a la vez cálido; casi hogareño, diría yo. Nosotros anhelamos
el reencuentro con esa sensación "hogar-calor-seres amados", perdida para siempre...
Nos contentamos con simulacros endebles e inanimados, como lo es esta falsa Hermandad que
nos une, carente de todo afecto real, y cuya única razón de existir es la supervivencia.
Simulacros endebles... son como monedas falsas. A veces creo notar en los ojos tras los
libros el mismo dolor. Sobre todo durante la tarde, cuando la sala de lectura está llena
de estudiantes adolescentes. (¡Ah! ¡Cuán deseables son las jóvenes bajo sus uniformes
grises y rojos! Deseables y dignas de lástima, con esa pretensión de independencia ilusoria,
con ese ímpetu vital y arrogante con el que mascan chicle sin parar… No saben que viven de
monedas falsas.)
Sólo el ardor de la tierra alivia la pena. Es bien sabido por todos que nuestra comunión con
la tierra es imprescindible.
La penumbra eterna es otra ventaja. Es maravilloso observar como todas las cosas van
fundiéndose en un mismo color dentro de una biblioteca. Aún los seres vivos van adquiriendo
ese tono marrón parduzco con el paso de los días. Y también las ropas se impregnan con un
resplandor mortecino y castaño. He tapado las ventanas con estantes repletos de tomos que no
figuran en los catálogos. La luz agoniza aquí.
El punto es que mi empleo como bibliotecario me permite sobrellevar mi padecimiento bastante
bien. Mi vagar insomne entre los anaqueles desde donde me vigilan los lomos raídos se ha
transformado en una rutina aceptada por el instinto.
En algunas ocasiones hojeo detenidamente los libros, releo por enésima vez los comentarios
equívocos de Paulo Erzambre acerca de los mitos del Draken, las leyendas de los drugos y
su versión torpe e inexacta de la epopeya del llamado Uzannur. (Tan sólo lo hago para
reírme, nadie ha conocido al terrible Draken como nosotros lo conocemos.) A veces escudriño
los volúmenes tras alguna pista de Adravis, la garra irresistible que mora bajo los lechos
de los hombres. (Determinar la amenaza de los peligros potenciales es uno de los deberes de
todo miembro de la Hermandad. Sospechamos que el ataque de la garra es mortal, según consta
en ciertos manuscritos hallados en Lotrán, ciudad donde se esconden los lívaros.)
Y así van transcurriendo las lentas horas diurnas...
Ocasionalmente, y alentado por la oscuridad precoz de las tardes de invierno, cruzo la
avenida corriendo en dirección a la catedral. Allí la luz es aún más escasa que en la
biblioteca, lo que me permite permanecer sentado entre los fieles desesperados una o dos
horas, escuchando fascinado los susurros incomprensibles. Todo sigue en su sitio... La cruz,
el altar... Todo eterno y muerto... El polvo milenario cubre a los santos de piedra... Me
estremece pensar que todo sigue igual a lo largo de los siglos y que yo no, yo que debiera
ser inmutable.
Admito que la curiosidad me llevó a adoptar esa manía insanamente religiosa de visitar el
templo: me han comentado que la imagen de la virgen ha llorado lágrimas de sangre; y deseo
ver tal manifestación de poder lívaro. (Seguramente es una de sus proyecciones transanímicas.)
Al salir de la iglesia, ya entrada la noche, saludo a las gárgolas que descansan en los
capiteles de la fachada, y vuelvo a la seguridad cálida de la biblioteca.
En fin, me he resignado a mi destino. Me he habituado a quedarme solo entre los libros
durante las noches, cuando los otros se despiertan y se van. La debilidad provocada por la
falta de sueño me impide salir a cazar como lo hacen los demás. La Hermandad aún no me ha
desahuciado, aunque también es bien sabido por todos que un vampiro que padece de insomnio
está condenado al ostracismo, y finalmente a la muerte. Y ahora descubro que lo que he deseado
innumerables veces me asusta.
En tanto duran las rondas de caza, limpio las decenas de ataúdes que se hallan en el secreto y
profundo subsuelo de la biblioteca con un afán propio de un ama de casa. No reconocen mi labor,
pero continúo con esa tarea puntillosamente para combatir cierto sentimiento de inutilidad que
me deprime, aunque creo que por eso la Hermandad aún no me ha desahuciado. Soy un sirviente
sumiso y eficiente.
Y luego satisfago mis apetitos varios. Ocasionalmente hay alguna estudiante que se extravía
en los corredores más oscuros buscando libros de medicina. Ocultarla hasta la medianoche es
tan simple...
Vislumbros
por Jorge Sánchez
Así como Charles Darwin en el Beagle, Jorge Sánchez va
por la vida con los ojos bien abiertos. Al igual que Darwin observa y recuerda,
clasifica y analiza; quizás allí terminan las semejanzas, pues a diferencia de Darwin,
Jorge utiliza los datos para inventar historias. Aquí es donde todos debemos tener cautela,
pues Jorge registra todo lo que ve u oye, todas sus vivencias y aprendizaje pasan a formar
parte de un reservorio de temas a partir de los cuales, con paciencia, se dedica a hilar
sus relatos. El cuidado que debemos observar estriba en que sin saberlo podemos terminar
en víctimas de una de sus creaciones, lapidados en un cruel destino escrito, sólo por haber
dicho o hecho algo que germinó en la mente de Jorge y trascendió transmutado en una
invención fantástica.
Cinco microcuentos conforman el estreno de Jorge Sánchez en Necronomicón; Terror, Fantasía y
Ciencia Ficción, concisos y sorprendentes, desde el viaje en el tiempo hasta las llanuras
marcianas, toda una sobredosis de imaginación. Jorge es de la opinión que lo importante son las
historias y no el autor; no estoy muy seguro, a mí por alguna razón su nombre se me hace bastante
familiar. Sin embargo, si por senilidad precoz sólo recordamos las historias, en cierta forma
recordaremos a quien la escribió (y no necesariamente porque se llame Jorge), pues algo de la
realidad vivida al ser filtrada por el autor se contamina y encarna en fantasías garabateadas
sobre el papel.
Jorge Sánchez es mexicano y actualmente ocupa el cargo de secretario de la Asociación Mexicana
de Ciencia Ficción y Fantasía (AMCYF). Recientemente publicó su relato Correo Electrónico en
la antología La Ciencia Ficción en México, también ha aparecido en la edición mexicana de la
revista Asimov y obtuvo una mención especial en el concurso Cinescribir no hay cine.
Visión Futura
dedicado
a Karina Anduaga Montes
El profesor George Teller corrió hasta su bitácora y anotó:
Acabo de realizar la primera prueba exitosa con la máquina de proyección del futuro
La principal función de dicho artefacto es el de captar imágenes del futuro y el de
proyectarlas en la mente del usuario.
Lo probé en mí y efectivamente capté una visión. Sí, me vi a mí mismo, me hallaba escribiendo
algo sobre...
El profesor se detuvo. Había olvidado cual era el texto que redactaba en su visión. Después
de mucho meditar, lo recordó:
Acabo de realizar la primera prueba exitosa con la máquina de proyección del futuro...
Triunfo
dedicado a Karina Anduaga Montes
El crionauta despertó, y por un momento creyó que había logrado su más grande deseo:
vencer a la muerte.
Pero entonces vaciló; aquel lugar no era el centro criogénico dónde se había hecho
congelar. Se hallaba en una barca que era conducida por un extraño personaje que se
encontraba de espaldas. El barquero se volvió, y el crionauta pudo contemplar el rostro
de Caronte, que esbozaba una sonrisa de triunfo, mientras lo conducía al infierno.
Creativo II
dedicado a Karina Anduaga Montes
El profesor George Teller había descubierto que el universo no era más que un diseño
elaborado por lo que parecía ser un complejo programa de ordenador.
El profesor decodifica la clave de ese software e intenta comunicarse con su usuario a
través de su computadora personal y el más poderoso radiotelescopio.
El profesor teclea la pregunta:
¿Cuál es el papel del hombre en tu obra?
El profesor no recibe respuesta pues en ese momento él, y toda la humanidad desaparece.
Finalmente el usuario había conseguido el antivirus.
Sueños Versus Software
dedicado a Karina Anduaga Montes
El dragón fue abatido en pleno vuelo, las mujeres sensuales fueron perseguidas y
cazadas una a una, el hombre de arena había perecido.
Finalmente los programas de cómputo habían acabado con los únicos que se les oponían;
ahora ellos serían los únicos señores de la realidad virtual.
Los hombres nunca supieron lo que había ocurrido, tan sólo que desde ese día jamás
volvieron a soñar. Tuvieron que conformarse con remplazar aquel mundo onírico con
programas de software.
Revelación
dedicado a Karina Anduaga Montes
Se dice que si se toma una concha y se pone en el oído es posible escuchar los murmullos
del mar. Pero sabemos que una concha fue alguna vez la morada de uno o varios cangrejos u
otros crustáceos y en realidad lo que se percibe son los sonidos que producían estas
criaturas que alguna vez habitaron en ella.
Finalmente se ha descubierto que Marte es esto, una gran concha que alguna vez fue
habitada por seres con inteligencias preclaras.
Lo sé porque he estado ahí y he escuchado todas las voces de estas vidas anteriores
Ahora poseo los secretos más oscuros del universo…
Última declaración del capitán Hunter, único tripulante de la primera misión a Marte,
antes de que fuera internado en un instituto mental después de su regreso a la Tierra.
El Precio de las Gemas
por
Sergio Gaut vel Hartman
Presentar a Sergio Gaut vel Hartman puede parecer una futilidad, además que tan pocas
palabras son una injusticia para un autor que ha hecho más por el género fantástico y la
Ciencia Ficción en particular que, pongamos por ejemplo: diez Jorges De Abreu (y menciono
sólo un orden de magnitud de diferencia porque, ¡caramba!, también tengo mi ego). ¿Quién
no conoce a Sergio? Bueno, concedo que puede haber algún despistado, pero es seguro que
aún los más distraídos han leído alguno de sus cuentos y ni siquiera lo sabían. Confieso
que lo más difícil de recordar de Sergio es su apellido… ¡Dios! Tuve que hacer planas
hasta que logré escribirlo correctamente. Pero con ese extraño apellido este argentino
escribe desde que el mundo es mundo, desde una época tan lejana como la década de los
setenta; desde entonces, cuando la mayoría de nosotros no había aún nacido o todavía se
entretenía con juegos infantiles, Sergio se haya inmerso en la historia de la CF
hispanoamericana. Fue el fundador de las históricas revistas Sinergia y
Pársec y dio el
empujón definitivo que requería el fandom argentino en 1982 para la constitución del
Círculo Argentino de Ciencia Ficción. Esa fértil época culminó con las ediciones de las
antologías Fases, la publicación de su libro de cuentos Cuerpos Descartables y el prólogo
a la antología Latinoamérica Fantástica (1985) que podría verse como un prólogo a su nueva
etapa como promovedor del género fantástico en Hispanoamérica que habría de afirmar
posteriormente. Pero para adentrarnos en la nueva era de Sergio Gaut vel Hartman, se
necesitó más de una década de significativo silencio. Ahora tenemos a Sergio de vuelta
y amenaza con alcanzar la masa crítica y bañarnos a todos con dosis letales de entusiasmo
y fe en el futuro del género fantástico. Por ahora su actividad no parece tener reposo,
ha logrado reunir a un grupo significativo de amantes del género en español en la lista
de correos Comunidad CF y a nivel personal ha concluido cuatro novelas y cuatro libros de
relatos que espera ver publicados en corto plazo. Recientemente ha comenzado ha ver
recompensado su tesón al quedar finalista en el premio Minotauro 2005 con su novela
El juego del tiempo.
Creo que está de mas señalar que para mí es un honor presentar en Necronomicón un relato de
Sergio… De todas formas lo hago: es un honor.
En sus viajes por los mundos del sector
Lanane —Adona, Trugato, Tragolmeea— el viejo Jon Alonso había tropezado
con muchas rarezas y singularidades, excesos, atrocidades e
incongruencias, pero jamás, hasta que posó la bota en Ledone, tuvo
ocasión de presenciar un cuadro tan extravagante como el que ofrecían
las criaturas que habitaban ese planeta yermo y polvoriento. Jon era un
hombre emprendedor y saludable; poseía equipos y herramientas de última
generación para la búsqueda de gemas destinadas a los mercados de Mundo
Central, y no tenía escrúpulos. Ya era muy rico, pero se proponía ver
crecer su fortuna geométricamente y sin término.
—Vamos, Robespierre —tronó Jon a la vez
que urgía a su ayudante con un gesto que hubiera horrorizado a John
Rambo—, nos quedan cinco horas de luz. Moviendo el culo, por favor. —Les
quedaban cinco horas de luz antes de que el viento abrasivo de Ledone
empezara a soplar desde las gargantas afiladas de los riscos y
procediera a esmerilar cualquier verruga que resaltara en el valle.
Robespierre movió el culo y descargó.
Varias toneladas de equipo se apilaron junto a la nave. No era un montón
de chatarra oxidada sino lo más sofisticado y agudo en materia de
detección y análisis de gemas preciosas que se podía conseguir en esos
días. Jon se sentó en un taburete plegable que se adaptó a sus nalgas
como un guante, entrecruzó los dedos, los hizo sonar y bailotear. Tocó
aquí y allí. En las pantallas se formó una fina red de líneas que
dibujaban el mapa de la superficie de esa región de Ledone. Las líneas
se dilataron al llegar hasta el horizonte y los ojos de Jon tintinearon
como caireles cuando las señales indicaron las formas poliédricas de
zafiros y rubíes, esmeraldas y diamantes contenidos en el interior de
los cuerpos vermiformes.
—Será soplar y recoger, jefe —dijo
Robespierre con un gesto obsecuente en sus facciones. Jon lo miró de
reojo y no le contestó. Estaba demasiado feliz como para perder un
segundo amonestando al ayudante. La llanura estaba técnicamente atestada
de gemas.
Los naturales de Ledone eran seres
enfermizos que habían aprendido a medrar en las marismas arcillosas de
los lechos secos de los ríos; se habían adaptado a una miserable
subsistencia, en el límite mismo que separa lo vivo de lo inerte.
Pasaban el día reptando por los cañadones y lamiendo con sus cilios los
granos de arena y las motas de mineral dispersos en el suelo del
planeta. Cuando el viento empezaba a soplar, la temperatura exterior del
cuerpo de aquellas criaturas estaba cerca del punto de ebullición, pero
apenas tenían tiempo para enfriarse antes de que las ráfagas fueran tan
intensas que se vieran obligadas a cavar pozos en la arcilla y
sustraerse de su furia. Así día a día, mes a mes, siglo a siglo. Pero lo
inestable de la situación no había impedido que las criaturas de Ledone
desarrollaran un sentido estético y una serie de habilidades que Jon
Alonso y su fiel ayudante Robespierre no se habían tomado el trabajo de
estudiar. Si lo hubieran hecho, se habrían enterado de que así como
ellos podían detectar las gemas que se alojaban en el cuerpo de las
criaturas como producto secundario de su dieta —algo así como tumores
benignos— las criaturas de Ledone eran capaces de oler el calcio desde
una razonable distancia. Jon Alonso y Robespierre tenían mucho calcio en
el interior de sus cuerpos.
No obstante, estos milimétricos escarceos,
dignos de una partida de go, se producían a considerable distancia unos
de los otros. En cuanto Jon y su ayudante pudieron tener localizadas a
una docena de criaturas, las inmovilizaron utilizando un campo inhibidor
de procesos motores de la I.G.Farben de Mioterca, en el sector Maenaila.
Los recogedores de gemas —otro producto de la Farben— se dispersaron por
la llanura y mediante económicos movimientos abrieron a las criaturas
por el medio usando bisturíes invisibles y extrajeron las gemas del
interior de los cuerpos. Al mismo tiempo, sin sentir pavor por los actos
de los depredadores, sin compadecerse por la atroz muerte de sus
semejantes, atendiendo a las sencillas y pragmáticas reglas de la
subsistencia, las criaturas de Ledone se concentraron, sin utilizar
tecnología, obedeciendo a sus dones cultivados en siglos de rigor
climático y escasez, en dos puntos focales de la superficie del planeta:
Jon Alonso y Robespierre.
Sin tiempo para proferir más que un
escueto oh, ambos humanos recibieron la visita de los naturales de
Ledone por vía oral y casi no se dieron cuenta de que los tejidos
blandos de sus cuerpos servían poco más que de estorbo a los invasores,
sólo preocupados por el exquisito aroma de las vértebras, los húmeros,
las tibias.
Al cabo de algunos minutos, una escena
incongruente ornamentaba el valle. Los cuerpos sin vida de Jon y su
ayudante yacían fláccidos en el centro de círculos de gemas que los
recogedores habían depositado prolijamente. Si los recogedores hubieran
tenido dedos y cabezas los hubieran utilizado para rascárselas,
indicando una porción minúscula de la perplejidad que sentían. Los
depredadores —especialmente Jon Alonso, que había estado a punto de
aumentar su fortuna de un modo notable— eran un par de ruinosos sacos,
unos tristes pellejos arrugados.
Pero tampoco las criaturas de Ledone
habían salido del todo bien libradas tras su aventura. Más allá de la
pérdida de una docena de semejantes por acción de los recogedores,
estaban a punto de pagar un alto precio por su escaso desarrollo en el
campo de las matemáticas. Ahítas de calcio, aparentemente dueñas de una
incalculable fortuna, habían perdido la noción del tiempo transcurrido.
El viento abrasivo de Ledone sopló desde las gargantas afiladas de los
riscos y esmeriló cuanta verruga sobresalía en la llanura. En ese rincón
de Ledone no quedó un ser vivo que pudiera contar esta historia, y si
hoy yo puedo contarla es porque ser el viento abrasivo de Ledone tiene
sus privilegios.
Según como se mire (Noche de insomnio)
por Néstor
Darío Figueiras
Acurrucado, arrebujado bajo las sábanas gastadas como un feto, pero tenso a pesar de la
seguridad que me brinda mi uterina cama, intento ver mi dormitorio.
Pero es inútil.
(Qué desagradable es descubrir que da lo mismo abrir los ojos que cerrarlos, que la
negrura sobrevive.)
La oscuridad me rodea. Y tengo miedo. No quiero dejar caer mi brazo inerte al lado de
la cama por temor a que una garra monstruosa se aferre ferozmente a mi muñeca.
¿Quién se esconde?
¿Qué es lo que va a hacerme?
Todo eso me pregunto sin saber que el que se esconde es mi otro yo, temeroso y refugiado
tras las sábanas. Sin saber que él se pregunta por mí, el monstruo que se esconde bajo
su cama. Cara o ceca.
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