¡Detened todo cambio! ¡Volved a la naturaleza! Platón
La república en ningún momento menciona la justica como igualdad ante la ley. K. Popper
Si bien sólo unos pocos son capaces de dar origen a una
política, Pericles
Sabremos ganar la batalla a esta tribu de impresentables que nos quieren hacer creer que hemos nacido para ser sus ovejas. La Gran Inversión |
PLATÓN, PADRE DE TODAS LAS OPRESIONES Introducción Aquí se esbozan algunas de las dificultades enfrentadas por nuestra civilización, de la cual podría decirse, para caracterizarla, que apunta hacia el sentimiento de humanidad y razonabilidad, hacia la igualdad y la libertad; civilización que se encuentra todavía en su infancia, por así decirlo, y que continúa creciendo a pesar de haber sido traicionada tantas veces por tantos rectores intelectuales de la humanidad. Se ha tratado de demostrar que esta civilización no se ha recobrado todavía completamente de la conmoción de su nacimiento, de la transición de la sociedad tribal o 'cerrada', con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la 'sociedad abierta', que pone en libertad las facultades críticas del hombre. Se intenta demostrar, asimismo, que la conmoción producida por esta transición constituye uno de los factores que hicieron posible el surgimiento de aquellos movimientos reaccionarios que trataron, y tratan todavía, de echar por tierra la civilización para retornar a la organización tribal. En él se sugiere, además, que lo que hoy llamamos totalitarismo pertenece a una tradición que no es ni más vieja ni más joven que nuestra civilización misma.
En favor de la sociedad abierta (hacia el 430 a.C.): Si bien sólo unos pocos son capaces de dar origen a una política, Contra la sociedad abierta (unos 80 años después): De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea
hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie
a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer.
Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista
en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse
bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer sólo si
se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del
hábito largamente practicado, a no soñar nunca con actuar con independencia, y a
tornarse totalmente incapaz de ello. * * * El historicismo y el mito del destino Alrededor de la doctrina historicista central, la cual afirma que la historia está regida por leyes históricas específicas cuyo descubrimiento podría permitirnos profetizar el destino del hombre, se ha acumulado una variedad de ideas: - el pueblo u hombre elegido por dios El origen del mito del destino puede hallarse -en nuestro entorno- en la época de Hesíodo y Heráclito, quien vivió la primera transformación social de mundo cerrado a sociedad abierta. Entonces se desarrolló la idea de una Edad de Oro remota y de que el mundo contemporáneo era fruto de la Degeneración, tanto física como moral. Si queremos comprender el efecto de esta revolución (la destrucción del sistema cerrado de la aristocracia, con sus valores) deberemos recordar la estabilidad y rigidez de la vida social en una aristocracia tribal. La vida social se halla determinada por tabúes sociales y religiosos; todos los individuos tienen su lugar asignado dentro del conjunto de la estructura social; todos sienten que su lugar es el apropiado, el 'natural', puesto que les ha sido adjudicado por las fuerzas que gobiernan el universo, todos 'conocen su lugar'. Parece que Heráclito -heredero real de los reyes-sacerdotes de Éfeso- tratase de consolarse por la pérdida de un mundo estable, aferrándose a la concepción de que todo cambio se halla gobernado por una ley inmutable. En Parménides y en Platón llegaremos a encontrar, incluso, la teoría de que el cambiante mundo en que vivimos es sólo una ilusión y de que existe otro mundo real que se mantiene eternamente inalterable. Es como si las ideas historicistas adquirieran relieve espontáneamente en las épocas de grandes transformaciones sociales. Así, hicieron su aparición cuando se derrumbó la vida tribal griega y también cuando la de los hebreos cayó bajo el impacto de la conquista babilónica. No pueden caber grandes dudas, a mi juicio, de que esta filosofía constituye la expresión de un sentimiento de andar a la deriva; sentimiento que parece constituir una típica reacción ante la disolución de las antiguas formas tribales de vida social. En la Europa de los tiempos modernos, las ideas historicistas fueron resucitadas durante la revolución industrial, especialmente a raíz de las revoluciones en América y Francia. Parece ser algo más que una mera coincidencia el que Hegel, que tanto tomó del pensamiento de Heráclito y Platón, transmitiéndolo a todos los movimientos historicistas modernos, fuera el intérprete de la reacción contra la Revolución Francesa.
La teoría platónica de las formas o ideas La vida de Platón transcurrió en un periodo de guerras y luchas políticas aún más inestable que aquel en el que había vivido Heráclito. Antes de Platón, la vida tribal había caído y dio lugar a un periodo de tiranía, hasta el establecimiento de la democracia. Dos tíos de Platón habían sido los jefes de la tiranía y murieron luchando contra la democracia. La familia de Platón parece proceder de la últimos reyes tribales del Ática. De Platón dicen que se mostró 'sumamente ansioso por la actividad política', pero que lo acobardaron las experiencias violentas de su juventud: 'viendo cómo todo oscilaba y se despedazaba a la deriva, sentí vértigo y desesperación.' Platón creía que la ley de la Degeneración suponía degeneración moral. La degeneración política depende fundamentalmente, por lo menos a su juicio, de la degeneración moral y falta de conocimientos; y la degeneracion moral se origina a su vez de la degeneración racial. He aquí como la ley cósmica de la decadencia se manifiesta en los asuntos humanos. Por raro que parezca, Platón creía en una tendencia histórica general hacia la corrupción y en la posibilidad de contener dicha corrupción, en el campo político, por medio de la supresión de todo cambio político. Es éste, en consecuencia, el objetivo por que aboga en sus obras. El mejor estado, el estado perfecto, es aquel que se halla libre del mal del cambio y la corrupción. Es el estado de la edad de oro que nunca cambia, es el estado detenido.
La justicia totalitaria Sus exigencias fundamentales se pueden resumir en dos expresiones:
Los principales elementos que propone para ello son:
¿Pero es eso todo? ¿No hay ningún rasgo en el programa de Platón que no sea ni totalitario ni se fundamente en el historicismo (oraculismo)? ¿Dónde está el ardiente deseo de Platón de elevarse hacia el Bien y la Belleza, o su amor a la Sabiduría y la Verdad? ¿Dónde su exigencia de que sean los sabios, los filósofos, los que gobiernen? ¿Dónde sus esperanzas de convertir a los ciudadanos de su estado en virtuosos y felices individuos? ¿Y dónde, finalmente, su exigencia de que el estado se funde en la justicia? Muchos parecen creer todavía que el plan de Platón consiste en la construcción de un estado perfecto donde todos los ciudadanos sean realmente felices. A pesar de que es una evidencia generalmente aceptada la relación de semejanza de las teorías de Platón con el fascismo, todavía prevalece una fe ciega en Platón. Fue considerado el primer cristiano por los cristianos y revolucionario por los revolucionarios. Excepciones de mayor o menor relieve serían Grote, Gomperz y Crossman, quien observa: "la filosofía platónica constituye el ataque más salvaje y profundo que haya visto la historia contra las ideas liberales." Personalmente, considero el programa político de Platón, lejos de ser moralmente superior al del totalitarismo, fundamentalmente idéntico al mismo. A mi juicio, las objeciones contra esta opinión se basan en un prejuicio demasiado antiguo y profundamente arraigado a favor de un Platón idealizado. La mayoría de nosotros entendemos por justicia: (a) una distribución equitativa de la carga de la ciudadanía, de las limitaciones de la libertad necesarias para la vida social; (b) tratamiento igualitario de los ciudadanos ante la ley; (c) que las leyes no favorezcan ni perjudiquen a determinados ciudadanos o grupos o clases; (d) imparcialidad de los tribunales; (e) una participación igual en las ventajas (y no sólo en las cargas) que puede representar para el ciudadano su carácter de miembro del estado. Si Platón hubiera entendido por justicia algo semejante a todo esto, no podríamos acusarlo de totalitario. Pero podemos ver en La república que utiliza el término justo como sinónimo de lo que interesa al estado perfecto. ¿Y qué interesa al estado perfecto? Detener todo cambio mediante el mantenimiento de una rígida división de clases y un gobierno de clase. De esta forma, la justicia platónica coloca a su programa político en pie de igualdad con el totalitarismo, y habremos de prevenirnos contra el peligro de la falsa impresión producida por las meras palabras. (Así sucede con todo el vocabulario idealizante platónico, ni el Bien, ni la Belleza, etc., representan para él, lo que representan para nosotros.) Veamos. En el libro IV de esa obra, Platón explica los enormes peligros para el estado de los intercambios y movimientos de personas entre clases, y concluye que la ciudad es justa si cada una de las tres clases atiende a su normal labor'. Esto implica que los privilegios de la clase superior no pueden ni deben ser tocados, según él. O sea, lo de atender cada uno a lo suyo, significa lisa y llanamente que el estado es justo si gobierna el gobernante, el trabajador trabaja y el esclavo obedece. Nosotros entendemos al igual que los griegos de la época de Platón, a los que intenta hacer entender otra cosa- que la justicia es cierta clase de igualdad en el tratamiento de los individuos, mientras que Platón no considera la justicia como una relación entre individuos, sino como una cualidad de todo el estado. El estado es justo si es sano, fuerte, unido y estable. Y para convencer a sus lectores o contemporáneos, Platón tuvo que recurrir a todo tipo de argucias y enredos para lograr el propósito propagandístico que le motivaba: que la gente abjurase de las ideas democráticas. Eso también se observa cuando, a pesar de que La república es quizá la monografía más prolija que nunca se haya escrito acerca de la justicia, y a pesar de que parece que en ella se tratan todas las clases posibles de problemas y soluciones que rodean la idea de la justicia, en ningún momento menciona las teorías corrientes de que la justicia es igualdad ante la ley (isonomía). La mala fe es evidente. Para no aburrir al lector, queremos mostrar un pequeño ejemplo de la mercachiflería de Platón. Ello nos alertará ante similares trucos en otras ocasiones. Platón presenta su concepto de justica como si fuese una revelación, pero en vez de explicarla, obliga al lector a pasar por un largo prefacio, haciéndole creer que le espera un argumento cuando, en realidad, sólo se trata de un despliegue de recursos dramáticos, ideados para debilitar sus facultades críticas. Tras descubrir que la sabiduría es la virtud propia de los guardias-magistrados y el coraje la de los auxiliares-soldados, Sócrates (pues ya sabemos que este Sócrates es ajeno al real e histórico) anuncia su intención de realizar un esfuerzo final para descubrir la justicia. Faltan dos cosas expresa- que debemos descubrir en la ciudad; la templanza y, por último, aquella otra que constituye el objeto primerísimo de todas nuestras investigaciones, esto es, la justicia. - Exactamente responde Glaucón. Sócrates sugiere entonces pasar por alto la templanza; pero Glaucón protesta y Sócrates-Platón cede, diciendo que sería deshonesto rehusarse. Esa pequeña escaramuza prepara el ánimo del lector para introducir nuevamente el tema de la justicia, a la vez que le sugiere la idea de que Sócrates tiene en sus manos los medios para descubrirla y le garantiza que Glaucón vigila cuidadosamente la honestidad intelectual de Platón en la conducción del argumento que él, como lector, no necesita controlar en absoluto. Sócrates pasa entonces a examinar la templanza que, según declara, es la única virtud propia de los artesanos. (Diremos de paso que la tan debatida cuestión de si la justicia de Platón se diferencia o no de su templanza, puede ser fácilmente resuelta. La justicia significa conservar el propio lugar, la temperancia estar satisfecho con él. ¿Qué otra virtud podría ser característica de los artesanos que no hacen sino llenarse los vientres como las bestias?) Una vez descubierta la templanza, Sócrates se pregunta: ¿Cuál será, pues, el último principio? Evidentemente, la justicia. - Por supuesto asiente Glaucón. Pues bien, mi querido Glaucón prosigue Sócrates- nosotros, al igual que los cazadores, debemos rodear su guarida y mantener una atenta vigilancia, para no permitirle que se nos escape, pues es seguro que la justicia debe hallarse muy cerca de este punto. Convendría que te adelantaras a buscar tú mismo el lugar, y si eres el primero en verla, entonces me avisarás con un grito. Glaucón, al igual que el lector, es incapaz, naturalmente, de hacer cosa alguna de esa suerte, por lo cual decide implorarle a Sócrates que él tome la iniciativa. Entonces eleva tus plegarias junto conmigo exclama Sócrates- y sígueme. Pero hasta el propio Sócrates encuentra que el terreno es difícil de transitar, puesto que se halla cubierto de malezas; es oscuro y su exploración dificultosa... Pero continúa diciendo- debemos seguir con ella. (En lugar de protestar: ¿Seguir qué; acaso con nuestra exploración, es decir, nuestro razonamiento? ¡Pero ni siquiera la hemos comenzado; no ha habido aún la menor pizca de sentido en lo que hasta ahora llevamos dicho!), Glaucón, y con él el ingenuo lector, replica dócilmente: Sí, debemos proseguir. Entonces, Sócrates le comunica a su interlocutor que ha tenido una visión (nosotros no) y comienza a entusiasmarse: ¡Hurra, hurra! exclama- ¡Glaucón, parece haber una pista! Ahora estoy casi seguro de que el filón no se nos escapará! A lo que Glaucón responde: Esa es una buena nueva. Y Sócrates: A fe mía que nos hemos comportado los dos como grandes tontos. ¡Lo que buscábamos a tanta distancia lo teníamos ante nuestras propias narices todo el tiempo, sin que alcanzáramos a verlo! Con otras muchas exclamaciones de este tipo, Sócrates continúa un buen rato, hasta que Glaucón, interpretando los sentimientos del lector, lo interrumpe, preguntándole a Sócrates qué es lo que ha encontrado. Pero cuando Sócrates responde tan sólo que: Hemos estado hablando de ello todo el tiempo, sin darnos cuenta de que en realidad no hacíamos sino descubrirlo, Glaucón expresa la impaciencia del lector, diciendo: Esta introducción se torna un tanto larga; recuerda que quiero saber de qué se trata. Y sólo entonces se decide Platón a exponer los dos argumentos que hemos resumido arriba. Sólo podemos concluir que lo precedente constituyó una tentativa coronada por el éxito, a la vista de la historia- de embotar las facultades críticas del lector y, mediante el dramático despliegue de artificios verbales, desviar su atención fuera de la pobreza intelectual de esta magistral pieza literaria.
El colectivismo Es importante señalar aquí la confusión corriente entre términos como individualismo y egoísmo y colectivismo y altruismo. Esta confusión es incrementada por los colectivistas como Platón cuando igualan individualismo con egoísmo, y colectivismo con altruismo. Nada más falso. Ni un individualista ha de ser egoísta, ni el colectivista altruista. Pero la lógica interna del colectivismo obliga a afirmar eso de la parte existe en función del todo, pero el todo no existe en función de la parte; el individuo ha sido creado en función del todo y no el todo en función del individuo. Para Platón y la mayoría de los idealistas y totalitarios no es posible la existencia de un individualismo altruista, ni se les ocurre que también es posible la existencia de un colectivista egoísta (bastante frecuente por cierto). Todo esto ha acarreado y sigue acarreando bastantes confusiones en el campo de la ética. El individualismo que no descarta el altruismo es uno de los fundamentos de la civilización occidental. Kant ya afirmó que había que reconocer siempre que los individuos humanos son fines en sí mismos y no deben utilizarse como meros medios para conseguir determinados fines. Es asombroso cómo Platón ya se dio cuenta de los peligros que el individualismo incipiente representaba para su comunidad tribal de clases. Él realmente parece haber tratado de borrar todo asomo de privacidad e individualidad, legislando para su ciudad perfecta la comunidad de bienes, mujeres e hijos, y recomendando que nuestros propios ojos, oídos y manos parezcan ver, oír y actuar como si perteneciesen, no a individuos, sino a la comunidad. De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca con actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello. Así, la vida transcurrirá en comunidad absoluta. Incluso en tiempos de paz y a partir de la más temprana infancia, deberá estimularse ese hábito de gobernar y ser gobernado. De este modo, deberá borrarse de la vida de todos los hombres, y aun de las bestias (¡!), hasta el último vestigio de anarquía. (Resulta típico, por lo demás, que desde siempre como vemos, los integristas que temen al hombre libre, identifiquen libertad con anarquía...) En resumen, diremos que debido a su colectivismo radical, Platón no demuestra ni siquiera interés por aquellas cuestiones que los hombres suelen denominar problemas de la justicia, es decir, por la estimación imparcial de las pretensiones contradictorias de los individuos. Tampoco le interesa ajustar los derechos del individuo con los del estado, ya que el individuo es absolutamente inferior. Legislamos en función de lo que es mejor para todo estado, dice Platón, pues hemos colocado los intereses del individuo en un plano inferior de valores... Siendo pues los presupuestos sociológicos de Platón que (a) cualquier fisura en el rígido sistema de castas debe conducir al derrumbe del estado, (b) todo lo que daña al estado es injusto, y (c) lo contrario de ello es la justicia, su sistema moral aparece como de tipo utilitarista y totalitario, tribal y estatal. (El bien es lo que favorece el interés de mi grupo, de mi tribu o de mi estado.) No cuesta advertir lo que esta moralidad significa para las relaciones internacionales, a saber, que el estado mismo jamás puede equivocarse en sus actos mientras conserve su poderío; que el estado posee el derecho, no sólo de ejercer la violencia sobre sus ciudadanos si ello redundase en un incremento de su poderío, sino también de atacar a otros estados, siempre que esto no signifique su debilitamiento. Esto es un reconocimiento explícito de la amoralidad del estado y, en consecuencia, la def.ensa del nihilismo en materia de relaciones internacionales, una idea ampliamente explotada por Hegel y sus sucesores militaristas. Todo el edificio platónico de altas ideas -Belleza, Justicia, Bien, etc.- vemos como se va reduciendo hasta conformar un breviario cuartelero de tropas de choque, pues el individuo ya no es sino una pieza dentro de un engranaje, y la ética no es sino el estudio de la forma más adecuada de ajustarlo al todo, y la política nada más que la adoración y santificación del Estado-Moloch. Además, en la práctica estas exigencias significarían simplemente que los funcionarios del estado deben preocuparse por la moralidad de los ciudadanos y utilizar el poder, no tanto para la protección de la libertad de éstos, como para la vigilancia de su vida moral. Eso representaría el fin de la responsabilidad moral del individuo y, lejos de perfeccionar la moralidad, terminaría por destruirla. En efecto, la responsabilidad personal sería reemplazada por tabúes de tipo tribal y por la irresponsabilidad totalitaria del individuo. Contra toda esta actitud, el individualista debe sostener que la moralidad de los estados (si es que la hay) tiende a ser considerablemente inferior a la del ciudadano medio, de modo tal que es mucho más conveniente que la moralidad del estado sea controlada por los ciudadanos y no a la inversa. Lo que queremos y necesitamos es mejorar la moral de la política y no hacer política con la moral. Platón demostró claramente quién era su archienemigo: la libertad individual, los demócratas de su tiempo, y hoy, nosotros. Su extensa obra nos permite desenmascar, además de a él mismo, a todos sus secuaces. Sabremos ganar la batalla a esta tribu de impresentables que nos quieren hacer creer que hemos nacido para ser sus ovejas. Ahora somos nosotros los que esquilamos. Y somos más. Y somos, desde luego, mejores. Recopilado y comentado por Freesiegfried
Nota final: De entre los discípulos de Platón salieron al menos 9 tiranos, que todos terminaron en medio de asesinatos, represiones y tentativas de abolir los gobiernos democráticos en el área de influencia griega. Algunos se mataron entre sí. No se conocen tentativas coronadas por el éxito de realizar sus sueños de perfección de la clase gobernante. |