VIDAS
En aquel pequeño pueblo, donde todos se
conocían, donde los secretos eran a voces, voces, si, pero en murmullos. Donde se
repetían y recreaban las mismas historias, donde cada uno le agregaba lo que
según decía era algo que nunca se había dicho; allí crecía Gladis, aquella niña
al cuidado de su abuela, su única familia.
El mundo de Gladis con su abuela era muy
distinto, la niña crecía bajo la tutela de aquella señora de mirada triste y
voluntad inquebrantable.
Los valores morales eran lo más
importante, la pulcritud, el dominio de las tareas domésticas, su destreza en
las manualidades, hacían de aquella niña algo muy diferente de las demás niñas
de ese pueblo.
Sus grandes ojos verdes, sombreados de
espesas y largas pestañas, su rostro oval de pequeña sonrisa, discreta y
callada, siempre acompañando a su abuela, hacía crecer más y más las
murmuraciones de las vecinas…
-¿Qué se habrá creído?
-¡Talvez se cree mas que nosotras!
-Si, claro, y nada de juntarse con
nuestras hijas, tanto que pretende… como si no supiéramos…
-¡Doña Flora tiene la culpa! Parece que
ni ella se acuerda…. ¡Si sabremos nosotras!
-Cualquier día se repite la historia…
porque vean como se le nota en la blusa…
Esos comentarios inconclusos eran cosa
de todos los días.
Cada día, al llegar Gladis de la escuela
leía para su abuela y al amparo del hogar el mundo era dulce, tibio y con
calidez de nido.
Cuando la abuela falleció Gladis tenía
trece años. Todos lloraron. Todos prometieron cuidar de la huérfana, y así
comenzó la nueva vida de Gladis.
Primero fue en lo de los Pereira, luego
en casa de los Rosales, los Domínguez... pero nadie parecía dar valor al trabajo
de Gladis, que muy temprano comenzaba la tarea doméstica, trabajando todo el
día sin casi nada de tiempo para sus tareas personales.
Luego de dos meses que fueron muy
largos, sus benefactores de turno le dijeron:
-Eres un peso muerto, todo lo que haces
es gastar, es inútil todo esto pues no aportas para la comida diaria. Nosotros
somos pobres y no tenemos las pretensiones que tenía la pobre Doña Flora, que
en paz descanse, pero que te crió equivocada. Ya eres una mujer, lo que se te
nota debajo de la ropa, llama el instinto de los hombres no es cosa de quedarse
quieta, para que cualquiera te deje como ya se sabe. Ahí está Don Nicasio,
hombre con plata, que no tiene familia y que falta le hace una mujer como vos.
Gladis bajaba la cabeza y gruesas lágrimas
caían por su rostro…
-¡No, con llorar no haces nada! Ya nos
dijo que él compra todo y hasta muebles nuevos para llevarte con él. Nada mejor
que eso ¡en lugar de llorar deberías estar agradecida!
Gladis lloraba y un enorme sentimiento de
repulsión le asaltaba cuando veía a don Nicasio, que con su mirada libidinosa,
su vientre prominente, sus piernas flacas, su boca con pocos dientes y un hilo
de baba colgando de la comisura de sus feos labios... Acariciando con sus manos
nudosas y de dudosa higiene aquella gruesa cadena de oro, que cruzaba su pecho
del que haciendo gala de poder, sacaba un reloj también de oro, que luego de
mirar y acariciar guardaba nuevamente.
Una y otra vez conminaron a Gladis para
dar la respuesta a lo que ellos llamaban un gran hombre, y como la respuesta
siempre fue el llanto silencioso, en una noche, perdida ya la paciencia, le
dijeron:
- O te vas con Don Nicasio, o te esperan
las monjas del Buen Pastor, donde van todas las que como vos ¡no tienen cabeza
y les gusta ser solo sirvientas sin sueldo!
Al otro día, muy temprano Gladis tenía
en sus manos su pequeño paquete con sus muy pobres pertenencias, porque en el
correr de ese tiempo había dado a las hijas de sus benefactores de turno las
ropitas que su abuela con amor le había hecho.
-¿Dónde vas?- le preguntó la dueña de
casa.
-quiero ir con las monjas del Buen
Pastor-, dijo con voz segura.
Inútil fue tratar de disuadirla…
Comenzó entonces su nueva vida, el
cabello trenzado, ropa limpia, austeridad y buenas costumbres.
Una semana mas tarde viajaba a la
capital donde en la casa madre le brindarían todo para hacer de ella una
persona útil y con profesión.
Su vida había cambiado, sin duda su
abuela la protegía desde el cielo.
Su madrina fue la señorita Ethel, persona
de muy buena educación y altos valores morales.
Por ella conoció la vida social,
bibliotecas, teatros y los grandes autores fueron su alimento diario.
Decidió ser enfermera universitaria, se
graduó y aquella vida de antes le parecía una pesadilla lejana.
Mas tarde en su vida apareció el amor, y
luego la noticia: estaba feliz cuando le comunicó a Alfredo que llevaba el amor
en su vientre.
La felicidad no fue compartida, él le
dijo que no era oportuno, que dentro de poco podían ir juntos muy lejos para hacer
buenas obras en la Organización MÉDICOS sin Fronteras.
Nuevamente las lágrimas, y su abuela en
su recuerdo… prefirió al fruto de su amor…
En aquella casita del barrio jardín,
vivían Gladis y su pequeña Laura.
Su vida transcurría feliz. Laura ya era
una hermosa joven cercana a los 15 años. Sus vidas eran comunes, vida sana,
deportes en el colegio, domingos de familia, visitas de compañeros y amigas,
todo era ameno y cordial.
Al regresar Laura de sus actividades, en
más de una oportunidad se encontraba con un grupo de muchachotes que le decían
a su paso piropos de muy mal gusto, donde la grosería y los términos soeces
eran todos dirigidos a su anatomía.
Esos cambios sociales que
lamentablemente se dan en más de un sitio en la ciudad no eran ignorados por
Laura ni por su madre.
La falta de ocupación, o de incentivos
las drogas, la muy corriente pasta base hacía lo suyo en aquellas mentes…
Sucedió aquella tarde a fines de otoño.
los antisociales atacaron al conductor de un ómnibus, la reacción social, la
interrupción de la normal circulación del transporte hicieron que Laura
regresara mas tarde…
Allí estaban, con todos los efectos de
la droga en sus mentes quemadas.
Uno rompió el foco con los proyectiles
de que se munían, y la horda se lanzó sobre ella…
La arrastraron hasta un espacio verde y
entre arbustos, dieron rienda suelta a sus peores instintos, el más grande de
todos, dijo:
- Yo soy el primero, pero hay para todos
porque ¡este pastelito no se gasta!
Sucia, lastimada, rota su ropa y
destruida su alma, como una autómata Laura llegó a su casa, cerró tras de sí la
puerta.
No podía pensar sino en la suciedad y el
asco, el dolor, la vergüenza, todo se había roto en esos momentos infernales
que había vivido.
Vio la luz intermitente de la
contestadora telefónica y oyó la voz de su madre:
-Laura, cumplo el turno de 18 a 24, hay
problemas con la locomoción, cierra todo y quédate tranquila que yo regreso ya
que me acercan desde aquí.
Se vio en el espejo de la sala, esa que
el espejo le mostraba era una desconocida, se sentía muerta, basura, toda la
inmundicia se le había quedado encima, sentía los jadeos y alientos pútridos,
los sonidos guturales, el sudor, los fluidos, sus propios vómitos…
Miró la fotografía que mostraba a su
madre con ella, y se prometió no darle a su único afecto familiar semejante
disgusto.
Se miró nuevamente, decidida se dijo:
nunca le daré este disgusto.
En ese momento moría la Laura de siempre
para dar nacimiento a la nueva Laura.
Un enorme sentimiento de tristeza que se
mezclaba con su impotencia, con el deseo de justicia, con su firme decisión de
no hacer pública aquella vergüenza, lejos de deprimirla y demostrarse apocada,
le daba ánimos para seguir su vida.
Ante todo se aseguró que su salud no
estaba comprometida, que milagrosamente estaba sana, que las consecuencias no
tendrían ninguna repercusión visible.
Su voluntad y esfuerzo la centraron en
mejorar en sus estudios y en mejorar sus marcas en sus prácticas de atletismo. Decidió
junto a otras compañeras unirse al grupo de defensa personal.
En otra parte de la sociedad, aquellos
que por las razones que sean han optado por la droga, entre ellos aquellos que
protagonizaron el repudiable acto siempre liderados por aquel que siendo más
fuerte y más grande ejercía la mayor influencia entre sus seguidores. Ahora se
consideraba mas líder que antes; había progresado, tenía contactos nuevos,
gente importante como decía él al referirse a aquellos que solo él conocía.
Vestía con ropas de marca, tenía el
futuro en sus manos y lo compartiría con sus fieles seguidores...
Ese fue el comienzo del gran fin.
Harían una gran fiesta, a lo grande,
tales eran las expresiones del líder.
La mezcla fue muy pesada, la euforia,
los bajos instintos y todo fue como una gran bola de nieve cayendo desde la
cima.
Ahí los encontró la brigada de
narcóticos, fue un verdadero triunfo para la castigada sociedad, que sin
comerla ni beberla soporta las consecuencias del gran flagelo.
Los excesos fueron muchos, los
resultados a la vista.
Varios muertos, a los restantes les
espera la reclusión en la cárcel, algunos con tratamientos para recuperar en lo
posible su salud, y a los que trafican con la vida sin duda una larga condena.
Autora: Marie Díaz. Montevideo, Uruguay.