LAS TORREJAS
Cuando al joven periodista Enrique
Peralta lo mandaron a entrevistar a una anciana, que no esta por demás decir
que vivía en una de las rancherías más apartadas del estado, jamás imaginó que sería
una de las experiencias más extraordinarias de su vida.
La entrevista que realizaría sería
enfocada a dar a conocer la evolución de los platillos típicos de la región,
desde sus orígenes prehispánicos y su fusión con los alimentos y especias
extranjeras, especialmente las traídas por los españoles hace quinientos años.
El joven Enrique ya se había encontrado
con historiadores, cocineros y hasta sacerdotes y monjas para hablar del tema,
sin embargo, necesitaba recabar las vivencias y sobretodo las recetas, de doña
Guadalupe, mejor conocida como Pita, por aquello de Lupita.
Doña Pita, era conocida por haber sido
la cocinera principal de la casa de gobierno del estado, durante muchos años, y
sus guisos, aunque sencillos y algunas veces un poco pasados de picante,
deleitaban los paladares del ejecutivo estatal y alguna que otra valiente
lengua extranjera.
Una vez llegado a la ranchería de San
Pedro, y con una hora de retraso según lo planeado, que fue provocada por la
arbitraria toma de la única carretera que lleva al pueblo por un cortejo
fúnebre que se dirigía al panteón, el joven Enrique bajó del polvoriento
camión, que mas que esto parecía mercado, con los gallos, los costales de
cebolla y una mujer que intentaba venderle a toda costa unos tamales de carne
de marrano con chile huajillo. Una vez en tierra firme y recuperado del mareo
provocado tanto por los aromas como por el maltrecho camino, nuestro afamado
periodista se sacude el polvo del cuerpo y comienza a caminar por el pueblito
en busca de la casa de doña Pita.
Gracias a las referencias que le había
dado su editor y que la comunidad de San Pedro no contaba con mas de cincuenta
casas, que en su mayoría eran de familiares, llegó sin perderse al domicilio de
doña Pita, a la cual encontró serenamente sentada bajo el cobijo de un árbol de
nanche, a un lado una pila de elotes secos y enfrente una cubeta, donde con
impresionante destreza, dejaba caer los granos de la mazorca después de haber
sido tallada con otra, y con el olote, que es lo que queda de la mazorca
desgranada, lo arrojaba a los marranos, que se encontraban a unos cincuenta
metros.
Doña Pita era una mujer que ya contaba
con ciento doce temporales de siembra, ya que para ella y los de su pueblo, las
primaveras carecían de valor agrícola. Su piel tostada y cuarteada por el sol y
el tiempo, le daban a su rostro formas apacibles y sus ojos luminosos y serenos
un toque de sabiduría que solo los abuelos tienen; vestía un vestido de fondo
azul con muchas florecitas de colores y un mandil rosa con olanes. En el
cabello lucía un listón negro que enmarcaba y se entrelazaba con una gruesa y
apretada trenza color de sal.
Cuando nuestro periodista la vio, la
saludó cortésmente y doña Pita respondió de la misma manera, he aquí el
torrente de vida que se derramó ese día:
- Doña
Pita, ¡Buenos días!
- Buenos
días joven, pásele, ándele, empuje la tranca, nomás le cierra porque si no se
me salen las gallinas y después pa´l cansarlas. Ándele, siéntese, haber, jálese
esa silla, véngase pa´cá, siéntese.
- Gracias
doña Pita. Yo me llamo Enrique y me mandan del periódico para hacerle una
entrevista.
- Sí
joven Enrique, ya sabía, me dijo mi´ja que le habían hablado por teléfono pa´
eso, en cuanto lo vi., pensé que era el periodista, nomás por lo limpiecito que
viene.
- Oiga
¿y así es de solo el pueblo?
- Más
o menos joven, lo que pasa es que anoche hubo difunto y pues como aquí casi
todos semos familia, pos se van al panteón y después hay que quedarse con el
fallecido todo el día, pa´ rezarle y echarle las bendiciones, pa´ que no se
vaya a ir al purgatorio. Yo me quedo porque al rato viene mi´ja, que se va a
trabajar, y llega pasada la hora de comida y pus hay que hacer de comer, ya
sabe que si no hace una, ¿pus entonces quién?
- A
ver doña Pita ¿y que va hacer de comer hoy?
- Pus
lo mismo que todos los días. Frijoles, huevo, pollo, lo que vaya saliendo
joven, en veces marrano, en veces carne de res, según nos de Dios. Mire, por
ejemplo, la semana pasada, a mi sobrino se le desbarrancó una vaca, y que se le
muere, y ahí van todos pa´ sacarla y pus nos tocó comer carnita de res, si no
¿qué hacia el pobre de Epifanio con tantísima carne?, se hecha a perder, mejor
la reparte. Y aquí así es, como hora, los marranos y los chivos, en veces mato
uno yo, otras veces mi cuñada y así nos vamos. Y cuando es día de fiesta los
chamacos se van cazar y ya traen que la iguana o el armadillo o lo que se
encuentren, apréndase joven, que lo que tiene ojos y se mueve, se puede comer,
nomás hay que saber guisarlo.
- Y
dígame, doña Pita, a usted ¿Qué platillo le gusta más?
- Ay
joven Enrique, a mi lo que mas me gusta comer son las torrejas, que se hacen
con pan duro que se capea con huevo y se remojan en miel de piloncillo. Es que
me recuerdan cuando yo era niña y mi mamá las hacía para mi papá, y en la noche
nos salíamos al patio pa´ comérnoslas, mi papá me sentaba en sus piernas hasta
que nos acabábamos la cazuela. Y fíjese, ¿ve la montaña que esta pa´lla? La que
esta pelona. Pues en las noches, se veía clarito, que salían unas bolas de lumbre
que corrían hacia la cima y salían varias, todas las noches de calor se veían,
y mi papacito me decía que eran las brujas, que se reunían en la montaña, pa´
adorar al diablo. ¡No joven Enrique, en esas noches, nadie quería salir! ¿Qué
tal si se encontraban con alguna? Todos tenían arto miedo. ¡Ay joven, lo que es
ser ignorante pues! Que viene un ingeniero y que le cuentan de las bolas de
lumbre y estaba terco que quería verlas y en una noche que se va pa´ la montaña
y ya no bajó. Al mes que regresa, quesque ya había comprado la montaña, y que
se pone a escarbar y que saca arto oro. ¡Pus si las bolas de fuego no eran
brujas! eran gases que produce el oro y se prendían y aquí pensábamos que eran
brujas. Le digo joven, ¡lo que es ser desletrado!
- Ah
que doña Pita, ¿entonces había oro en la montaña?
- Había.
Dicen que el ingeniero lo sacó todo y ya nunca más volvimos a saber de él ni
del oro. Antes y no le contaron del oro de la fuente, que si no, nos hace hoyos
por todo el pueblo. ¡Imagínese, si abrió la montaña, el pueblo nos lo deja
patas pa´riba!
- ¿De
la fuente? ¿Cuál fuente? Si yo no vi ninguna cuando llegué.
- ¡Ah!
es que esa fuente se perdió, joven Enrique, mire, antes todas estas tierras
eran dos haciendas que estaban divididas por el río, y dicen que el dueño de
esta hacienda, antes de que empezara la revolución, enterró su dinero en la
fuente, pa´ que no lo encontraran los revolucionarios y después huyó con toda
su familia y sus criados pa´l norte. Don Fernando de Zárate, que así se llamaba
el dueño, pensaba en regresar después de que todo terminara, pero enfermó
gravemente y murió, no sin antes revelar el secreto a su criado de más
confianza, que se llamaba Bonifacio, este tampoco pudo regresar al pueblo, pero
le contó la historia a su hijo Lino, que para ese entonces era un chamaco.
Treinta años después, Lino se apareció por aquí preguntando donde había estado
la fuente, pero la gente ya se había olvidado. Y así es como se supo la
historia. No tardó para que otros muchos extraños llegaran preguntando lo mismo
¿Que si sabíamos de la fuente? ¿Que cómo estaba construida la hacienda? ¿Que
dónde estaban los establos o la bodega del grano? Todos con la misma facha.
Todos buscando el oro. Hasta unos extranjeros, todos güeros, con artos aparatos
que traían, hasta parecían astronautas como los de la tele, y ahí anduvieron,
se veían bien chistosos, caminando por todo el pueblo con unas cosas como
escobas, decían que con eso iban a encontrar el oro. Después que hacen una
junta con todos los del pueblo, quesque ya lo habían encontrado, que dizque
estaba debajo de la iglesia y que querían tirarla pa´ sacarlo y que a cambio,
nos iban a hacer una iglesia nueva a la entrada del pueblo y que nos iban a
pavimentar las calles. Pero el pueblo no quiso. ¿Pa´ qué queremos la iglesia
tan lejos? Si ahí donde está, está bien y lo de las calles ¿pa´ qué? Si con el
concreto hace más calor, y ya tenemos arto. Total que se fueron, eso si, bien
requemados por tanto sol, llegaron güeros y se fueron bien rojos, parecían
camarones.
- ¿Y
cuánto tiempo estuvieron aquí los extranjeros?
- Como
unos tres meses joven.
- Y
durante ese tiempo ¿ustedes les vendían comida? ¿O contrataron alguien que les
cocinara?
- Pues
mire, los primeros días si tenían cocinera, pero les agarró una diarrea que
casi se nos mueren aquí. Hasta trajeron al dotor de la ciudad, porque ya no se
los pudieron llevar. Ya el dotor les dio medecina y se curaron. Decían que
había sido el agua de la región, que no estaban acostumbrados, pero la verdad
es que fue la diosa Cihuacóatl, ella no quiere a los extranjeros, si desde que
llegaron los españoles a conquistarnos, hace quinientos años, la diosa
Cihuacóatl, lunas antes salía del templo y recorría los cielos gritando: “Ay de
mis hijos! ¿Dónde los llevaré para no perderlos?”. Cihuacóatl con su gran boca
quiso tragar a los extranjeros, pero no pudo, así que ahora los enferma por la
boca, con lo que comen.
- Pero
en ese entonces que vinieron los extranjeros ¿usted ya trabajaba en la casa del
gobernador?
- Ah
sí, joven Enrique, a mi me llevaron para allá cuando tenía dieciséis años. Para
ese entonces mi padre ya había muerto, mi mamá estaba enferma y como yo ya
estaba grande pa´ casarme me fui con una tía que trabajaba allá, ella fue la
que me metió a la cocina. Imagínese, yo con dieciséis años, era una niña, y tan
lejos de mi casa. Cómo extrañaba mi pueblo, ir a misa los domingos, pasar las
tardes en el ojito de agua comiendo mangos verdes. Fíjese que ese ojito de agua
se secó cuando yo tenía como once años, a un lado de él había un gran mango que
cada año se llenaba de fruta y como a las seis de la tarde siempre había un
señor sentado en el suelo y recargado en el tronco, todas las tardes lo veía
cuando pasaba con mi papá que veníamos de la huerta. Una tarde que regresé
sola, me habló, me dijo: “Pita, Pita, ven” y ya sabe como es uno de chamaco ahí
voy a verlo y que me dice: “Pita, yo te voy a dar mucho dinero, solo tienes que
prometerme que me vas a mandar a hacer una misa en Roma y el dinero es tuyo,
solo tienes que rascar la tierra bajo el mango”. ¡No joven! yo ni sabía donde
estaba eso y que le digo: ¿Y eso donde queda?
-Del otro lado del mar.
Y que le digo: ¡No, pus no! Yo ni se
nadar. Y que me regreso corriendo pa´ mi casa. Y hasta parece que en las noches
viene a hablarme y me dice:
-“Pita, Pita ¿Ya sabes donde queda
Roma?”.
Y yo le digo:
-¡Sí ya sé! ¡Está bien lejos! Y pa´ mí
que tu dinero no me alcanza pa´ ir y venir, ¡mejor quédatelo! No vaya ser que
me quede yo por allá ¿y luego que hago?
- ¡Ah!
Que doña Pita, ¿así que en las noches la viene a buscar?
- Algunas,
no todas. Oiga joven Enrique ¿van a venir por usted?
- No
¿Por qué?
- Porque
ya no tarda en pasar el camión de las seis de la tarde y es el último que pasa
pa´ la ciudad, ya ve que pasa cada dos horas, una de ida y otra de vuelta.
- Tiene
razón doña Pita y yo no he hecho nada, el día se fue volando. Pero mañana tengo
que regresar a verla, para, ahora si, hacerle unas preguntas de cocina.
- Ándele
joven Enrique, primero Dios, cuando quiera, esta es su casa y ya sabe, es bien
venido.
Ya de camino a la ciudad y a bordo de un
autobús decente, nuestro periodista quería entender como aquella mujer de
ciento doce años, hubiera llevado las riendas de la conversación y él, sin darse
cuenta, simplemente escuchar. Envuelto en sus pensamientos estaba, cuando sonó
su celular. Supo por la pantalla que le llamaba su editor.
- ¡Enrique!
Oye ¡hasta que te encuentro! todo el día marcándote y tu teléfono fuera de
servicio, ya sabes que cuando necesitas de estas cosas nunca sirven. Ya no te
pude avisar a tiempo. Y cuéntame ¿cómo estuvo el velorio?
- ¿Cuál
velorio?
- ¡Pues
el de doña Pita! Su hija me habló por la mañana para avisarme que falleció
durante la madrugada, pero ya me fue imposible localizarte. Ahora si que diste
la vuelta en vano, ni modo. Y con lo de la entrevista ni te preocupes, ya
estuve investigando y me encontré con una señora que sabe bastante de cocina,
tanto tradicional como prehispánica. Yo creo que con esta señora va a salir
mejor la entrevista. Bueno Enrique, descansa y nos vemos el lunes y nuevamente
una disculpa por no haberte podido avisar, pero ya sabes como es esto de los
celulares. Bueno cuídate.
Y así, el periodista, Enrique Peralta,
pasó el fin de semana tratando de entender las últimas doce horas de su vida.
JRRA 2007
Autor: Jorge Roberto Rivas Aguilar.
Cuernavaca, Morelos, México.