“STARDUST, EL MISTE                       RIO DE LA ESTRELLA”: LAS NUEVAS MITOLOGÍAS

 

La adaptación cinematográfica de la novela Stardust, -con todo respeto por Spiderman  3 y ante el fracaso de 300-  es la única que paga con ganancia extra el costo del boleto.

 

El escritor Neil Gaiman ha revolucionado y puesto al día el mundo del cuento y la leyenda con una exhaustiva, y lúdica a la vez, exploración del subconsciente, los mitos y la fantasía. En su novela Stardust, Gaiman ha combinado el aspecto más grotesco del mundo de los superhéroes con una mitología propia que abreva en el mundo de los cuentos de hadas y las antiguas odas infantiles de Europa. La novela Stardust podría haber sido perfectamente una saga más dentro del universo de su magnífico comic serial Sandman, si Gaiman hubiera incluido una aparición del Señor de los Sueños o de cualquier otro de las decenas de personajes secundarios que pueblan su obra maestra. La narrativa del comic Sandman, se sostendría aun sin ilustraciones, de manera que uno duda si adscribirlo al universo del cómic es clasificarlo correctamente. Reflexiones al margen, solo diremos que, para beneplácito de sus lectores, Gaiman eligió escribir un capítulo aparte y consigue una novela excepcional. Lo que da origen a una película original… y extravagante.

 

El director Matthew Vaughn, con un elenco sobresaliente, encabezado por un sorprendente Robert De Niro (que inmerso en la sátira ha descubierto su “otro yo” comediante, desde hace ya varias películas) y el regreso a las pantallas de Michelle Pfeiffer, acompañados por Peter O'Toole y los noveles Rupert Everett, Sienna Miller, etc. convierte este cuento en una comedia -por momentos burlesca y disparatada- que indaga las relaciones del arte y la fantasía con el inconciente colectivo que produce los valores convencionales de la estética de nuestro tiempo, o para decirlo en lenguaje  coloquial, los usos y costumbres del gusto popular.

 

¿Cómo se producen esos valores abstractos de: belleza y fealdad; lo grotesco y lo sublime; falso y auténtico; verdad y mentira? Y algo que siempre inquieta: lo antiguo frente a lo moderno, en esa paradójica “unidad de los contrarios”. La clave radica en la elección: renovación o conformismo. Todo esto se encuentra contenido en una reflexión que invoca el aspecto más común de la metáfora: transportar conceptos fijos y, dentro de su rango de relatividad: exactos, a una  concepción simbólica. ¿Cómo se llega a esto? El hombre ha inventado los mitos. La forma generalizada de la fantasía son “nuestras mitologías” que no renuncian a su carácter “exacto” pero reconocen lo diverso y lo complejo. Solo que lo realizan en un proceso de recreación de la realidad en un ámbito emotivo y excitante. A través de los símbolos explican con sentimientos.

 

“Stardust” es una cinta que se viene a sumar al clan de obras que explotan la imaginación al extremo, que intentan inventar universos nuevos, con leyes, reglas y valores distintos, pero con un trasfondo enteramente humano; lo apreciado e  innegable es que Stardust cumple con creces.

 

La trama no podría ser más fantasiosa. En Stardust encontramos un pueblo, Muro, que hace de límite entre la campiña inglesa y el reino de Faerie. En él vive el joven Tristán Thorn, producto del cruce entre un humano y una “elfa” que se encontraron en la noche en que, una vez cada siete años, se celebra una feria a la que acuden habitantes de ambos mundos. Una promesa hecha en un momento de pasión a la chica más bonita del lugar llevará a Tristán a atravesar el muro que da nombre al pueblo e internarse en el país de las hadas en busca de una estrella fugaz caída. En su camino encontrará a los seres más extraordinarios, tanto benévolos como maléficos, y progresará en sus aventuras a la manera de los cuentos de hadas, siendo recompensado (o no) por sus buenas acciones según la particular lógica de su pueblo, Faerie, y ganando en el proceso conocimientos sobre sí mismo y su especial herencia compartida.

 

En la novela de Gaiman, este se atiene estrictamente a las clásicas narraciones infantiles en cuanto a la estructura de novela, que concluye con el final feliz, como tiene que terminar cualquier historia sobre muchachos que parten a hacer fama y fortuna (como en los cuentos de Andersen, Perrault y los Grimm). En la película, el director Matthew Vaughn se aparta un poco para acentuar la irracionalidad de ciertas situaciones, quizá buscando equipararse a las versiones primitivas de los cuentos de hadas, y para hacer apartes posmodernos, irónicos y reflexivos.

 

El conjunto está virtuosa y extraordinariamente equilibrado, la sensación de intemporalidad se combina estupendamente con las rupturas de la norma, y en general resulta una lectura de lo más deliciosa. Pero lo importante es que nos regala con una reflexión moderna sobre el tema del arte y la creatividad del ser humano a través del espectáculo y las relaciones que el espectador común y corriente establece con estas creaciones y los creativos que las producen, en el seno de “su sociedad”. Y lo entrecomillo por que no es en si la sociedad como la vemos cotidianamente,  sino la comunidad del hombre transfigurada -embellecida o desvirtuada- y fraccionada en tantos elementos como temas pueda abarcar el artista en su discurso y argumentación. Mientras más asuntos va representando en forma simbólica, pero creíble (considerando lo creíble como un valor estético, producto del virtuosismo y la capacidad del artista de subyugar al público con el juego de la imaginación), estos se convertirán en elementos de juicio y su trabajo alcanzará una dimensión “crítica”, reflexiva y de acuerdo a su filosofía

 

Estas reflexiones sobre las múltiples relaciones que el artista y el poder de la imaginación creativa establecen con el humano común y corriente, la realidad de su comunidad y los efectos que derivan, son frecuentes en el cine –y en general en todas las artes- como la magnífica “Historia sin fin” de 1984 dirigida por Wolfgang Petersen sobre otra magnífica novela de Michael Ende. O la alucinante “La Rosa Púrpura del Cairo” de Woody Allen, reflexiones sobre el arte y la propia cultura. Ya Fellini muestra el camino desde 1963 con su autobiográfica “8 ½”. También Ingmar Bergman hace una profunda reflexión con dos obras extraordinarias: “Fany y Alexander” de 1982 y “Después del ensayo” de 1984.  

 

Mattew Vaughn, director de esta locuaz “Stardust”, sorprende positivamente con este trabajo. Si con su ópera prima Layer Cake (2004) había dado un muy buen paso en el género negro (historia estilizada sobre criminales), con “Stardust” demuestra una buena habilidad para el cambio de géneros, versatilidad que nos tendrá esperando con curiosidad su siguiente trabajo.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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