UN DEPORTE SONORO
Sin poder evitarlo, esta mañana tuve que
apagar la radio para venir a mi escritorio, como traído por un impulso, una obsesión,
que me incitaba a escribir sobre la impresión que me había causado algo que
acababa de oír. Se trataba de una canción cuyo intérprete no pude identificar y
que por eso me es imposible mencionar, pero que en todo caso, llamaría mi
atención no por su letra, ni por su melodía, sino por su introducción. ¿Acaso
había en ella un magistral derroche de armonía, concertada entre vientos y
cuerdas? ¿O era acaso el trémulo preludio de toda una nueva sinfonía? No, no.
Era algo increíblemente simple, capaz de romper la barrera de la simplicidad,
que en mi imaginación pudiera haber, y digo esto, porque yo jamás me hubiese
imaginado escuchando una canción cuyo inicio fuera marcado por el bote de una
pequeña pelotita, que iba y venía, haciendo ping pong, como marcando el cuatro
por cuatro del ritmo, impulsada por dos raquetas, que estaban distribuidas en
cada uno de mis parlantes.
Al escuchar aquel ping, pong, fui
invitado a pensar en toda una escenografía auditiva, a la que yo llamaría
sonografía. Me dio la impresión de estar frente a dos personas, y una mesa, que
servía para que la pelota con la que tales personas jugaban dé bote, mientras
un cantante, que a lo mejor era un espectador más, se paraba de las graderías,
y empezaba a entonar una canción, secundado por su banda, al son de aquel ping
pong. A raíz de esa sonografía imaginaria me puse a reflexionar acerca de la
relación que puede darse entre los diversos deportes y nosotros los ciegos.
Desde hace tiempo ya tenía algunas ideas al respecto, y en esta ocasión me
gustaría compartirlas.
En nuestra relación con los deportes, no
cave duda que el oído es un aliado muy importante, y sin embargo, en este punto
deseo aclarar que tal afirmación no puede servir de alimento a ese mito según
el cual todos los que no vemos escuchamos de maravilla, prodigiosamente, porque
eso no es cierto, y en consecuencia, no contribuye en nada a mejorar la imagen
que de nosotros se tiene. Lo que aquí sostengo, sin necesidad de recurrir a
leyenda o mito alguno, es que el oído nos permite descubrir las características
de las diversas disciplinas deportivas, en cuya práctica se producen sonidos, y
nos ayuda a darnos cuenta en qué forma podemos relacionarnos con tales
disciplinas.
Tipos de relaciones:
Entre los deportes que tienen sonidos característicos,
y nosotros como ciegos, se dan dos tipos de relaciones: podemos ser
participantes activos de una competencia, o de lo contrario, podemos intervenir
pasivamente, a modo de espectadores.
En cuanto a lo primero, es decir en lo
que se refiere a nuestra participación activa, hay prácticas que pueden ser
realizadas por nosotros, recurriendo a ciertas adaptaciones de ser necesario.
El Balompié es un interesante ejemplo de cómo nosotros nos hemos podido
identificar con una disciplina deportiva, mediante el oído, y cómo hasta hemos
conseguido generar toda una adaptación que nos permite practicarla, y ahora que
lo pienso, ello debe haber sido el resultado de un proceso de observación y
experimentación, provenientes de un gran deseo por desahogar un cúmulo de
energías contenidas. Lo primero que debe haber llegado a los oídos de un ciego
al acercarse a la cancha, debe haber sido el sonido de una pelota, que era
disparada a puntapiés, que daba bote y que era perseguida por los jugadores,
quienes también hacían cierto ruido al luchar por ella. Luego de eso, debe
haberle llegado una silenciosa sugerencia: como ese sonido primario no era
suficiente ante la falta de vista, habría que poner en el interior de ese balón
algo que lo haga sonar al momento que ruede, para poderlo perseguir, y así,
aparecieron las pelotas de plástico, o de jebe, que se abrían para
introducirles tapas de bebidas gaseosas y, o cascabeles.
En cuanto a nuestras posibilidades de
intervenir como espectadores, podemos recurrir a las transmisiones radiales de
los diversos tipos de competencias. Podríamos ir a los estadios, pero de
acuerdo con mi experiencia, la información auditiva que se obtiene desde una
tribuna no es la más fidedigna, porque uno está lejos de la cancha, porque los
espectadores que están al lado hacen bulla, discuten al calor de la pasión
deportiva, y quien sabe si hasta se empiezan a pelear, en vez de contarme si el
delantero fue golpeado por el defensa contrario. Por eso, mientras el Balompié
me atraía, yo prefería pasarme los domingos por la tarde escuchando los
programas deportivos radiales, y no he ido más de dos veces al estadio.
¿Y si no es el Balompié, qué podemos
escuchar?
Lógicamente, a parte de las
transmisiones domingueras de los partidos del campeonato, nosotros podríamos
escuchar el relato de otro tipo de competencias, pero eso no es lo único que
nos queda ante la falta de vista, aunque yo no lo sabía hasta que una mañana me
puse a escuchar la televisión. Era una competencia deportiva, en la que
descubrí que el primero en cerrar la boca a la hora que empezaba el juego, era
el narrador. Eso me pareció algo increíble, pero es que nadie hablaba, no había
arengas a favor de ninguna de las partes en competencia, y el silencio era tal
que yo podía percibir cómo la pelota daba bote, así como el instante en el que
el juego se detenía. El narrador se limitaba a decirme lo suficiente: “Ahora le
toca sacar a Fulanito”, y yo podía escuchar el golpe de la raqueta. En esos
instantes me sentí un espectador que con el apoyo de una voz guía podía darme
cuenta por mí mismo de buena parte de lo que estaba ocurriendo en la cancha.
El deporte al que me estoy refiriendo no
es otro que el tenis. Las condiciones en las que este se da, como la del
silencio que he citado, permite que un ciego previamente orientado frente a la
cancha sepa que jugador está a la izquierda o derecha del campo para así
mediante el oído saber quien inicia el juego o quien contesta la bola. El tenis
es un deporte que puede ser escuchado, pues su sonido resulta incluso
informativo para quienes no lo vemos, pero sí lo disfrutamos al percibir sus
sonoras jugadas que también a nosotros pueden contagiarnos de emoción
integrándonos así al resto de espectadores.
Autor: Luis Hernández Patiño. Lima,
Perú.