SOBRE LA DISCAPACIDAD

Sé que lo que voy a expresar va a ir contra corriente. Sin embargo, me gustaría exteriorizar lo que pienso acerca de lo que es la discapacidad como tal. Nos encontramos ante uno de tantos términos usados a modo de materia prima, que ha servido para elaborar conceptos y definiciones; definiciones que, aún cuando tienen el título de categorías para mí no siempre nos definen algo. Más es lo que nos andan con rodeos, en torno a una realidad cotidiana, bien concreta, bien dura y que por ser dura precisamente, nos cuesta reconocer y admitir en su verdadera dimensión. Para no sentirnos mal, ni hacer sentirse mal a quienes se relacionan con nosotros en el ámbito social nos referimos a esa realidad en que vivimos, recurriendo a uno y mil eufemismos. De allí, que nos encontramos ante un universo de etiquetas que se nos han adherido, o que solemos colgarnos; impedidos, lisiados, inválidos, minusválidos, discapacitados, personas con discapacidad. Y todavía no hemos hallado aquella que nos llene el gusto, por ser la que mejor nos decore, o la que nos permita distraer, tapar o negar, lo que en el fondo somos: ciegos, sordos, parapléjicos, cuadrapléjicos, etc., etc.

No me gusta hablar mucho de mí, porque soy un poco tímido. Pero, ya que se trata del tema de la discapacidad me voy a tomar como referencia a mí mismo, para redondear mis ideas al respecto, aún cuando sé que me expongo a que me hagan apanado. Bueno, si así fuera, bienvenida la salsita, por no decir el debate: En concreto, el punto no gira en torno a lo que yo siento, o dejo de sentir, acerca de lo que yo soy. Gira, alrededor de lo que soy, pese a lo que yo pudiera estar sintiendo. Soy un ciego. Sí, ni más ni menos; un ciego. Y, si en mi caso tengo limitaciones, son consecuencia de la ceguera. Me pregunto si las frases, eufemísticas y decorativas, con las que se alude al marco de mis limitaciones (discapacidad visual) pueden ser tomadas a modo de materia prima, para hacer de ellas todo un conjunto de categorías, y me permito responder que no. Lo que ocurre es que me cuesta decir que soy ciego. Diré que me friega, para no usar algún término que pudiese ofender a las damas que me leen. No tengo inconveniente alguno en admitir que en algunos momentos no tolero a la ceguera y que, en todo caso, lo que he tratado es de aprender a convivir con ella, y para asolapar mi situación me digo a mí mismo: "Ah, soy una persona con discapacidad visual" Recurro a las siglas de P C D, para ver, ¡ver! si así me siento mejor. Pero, nada más.

Lo mío es que soy ciego. Y me gustaría decir algo más: Cuando digo que soy un P C D no sé si estoy siendo autocomplaciente, o si estaré dejando de ser objetivo para conmigo mismo porque, en la realidad, el hecho de ser ciego me pone en circunstancias muy particulares, frente a las cuales y aunque no me guste, resulto siendo un sujeto incapaz para algunas cosas. Si por ejemplo estoy sentado frente al volante de un auto, no es que yo soy el flamante poseedor, propietario de la discapacidad de no poderlo manejar. Para mí, eso es blablablá. Simplemente, no tengo la capacidad de conducir, como muchas veces tampoco tengo la capacidad de acceder a tal o cual página web por la ceguera. Son muchos los terrenos de la vida en los que sencillamente carezco de capacidades. Esa es la verdad de la milanesa, y pienso que lo mejor es reconocerlo en forma práctica, sin necesariamente tener que odiarme a mí mismo por ser lo que soy, y por no ser un P C D etiqueta azul.

Sé, y sería tonto de mi parte ignorar, que el término de P C D se ha posicionado en el mercado, cual marca o etiqueta exitosa. Reconozco que yo mismo me he acostumbrado a usarlo. Está presente en la convención de nuestros derechos, que a buena hora sale caliente. Pero, para mí eso no le da al concepto de discapacidad la sustancia que en el fondo no tiene. Podríamos pasarnos las horas de las horas en un gran debate bizantino sobre aquel concepto, y no tendríamos cuando acabar, porque precisamente no hay una sustancia concreta de la cual nos pudiésemos agarrar, para empezar a discutir. Yo creo que frente a nuestra situación, lo que deberíamos examinar es el universo de implicancias de cuestiones bien concretitas, que podrían plantearse a modo de preguntas. ¿Qué cosa representa el ser ciego? ¿Cuánto cuesta el ser ciego? ¿Debemos tener hijos los ciegos? ¿En qué estaremos socialmente los ciegos de aquí a 20 años? ¿Seguiremos proclamándonos personas con discapacidad? ¿Qué les vamos a dejar a los ciegos que vendrán luego de nosotros? ¿Tendremos que decirles, chicos no se sientan que son discapacitados?

Sin embargo hay un tema que, por ahora, me gustaría mencionar solamente, pero que a futuro me encantaría desarrollar. Me viene a la mente mientras pienso en un sentido dialéctico, que desde ya puede resultar controversial. Parto de algo que se menciona con gran insistencia últimamente: Capacitación, y me hago la siguiente pregunta: ¿No habrá un punto de encuentro o síntesis entre ceguera y capacidad? ¿Porqué no enfocar al ciego, como alguien que sí es capaz de ser capaz, cuando cuenta con las condiciones indispensables? Mi planteamiento es que las capacidades, como tales, se adquieren en el curso del proceso social de la vida y que, pese a la ceguera hay capacidades que sí se pueden adquirir mediante técnicas compensatorias de educación y rehabilitación. Si me educo, me rehabilito, me preparo en esto y lo otro, pero después de todo eso sigo en el plan de decir y proclamar que soy un P C D, en vez de proyectar capacidad personal, creo que no he avanzado mucho, y se me ocurre que debo entonces hacerme un serio análisis de mí mismo, para recuperar el tiempo perdido en el laberinto graciosamente conceptuoso de la discapacidad. Los ciegos no tenemos porqué perder tiempo, ni tenemos tiempo que perder en vaguedades.

Autor: Luis Hernández Patiño.

Lima, Perú.

enfoque21_lhp@yahoo.es

 

 

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