REUNIÓN

En aquella tarde invernal mientras afuera arreciaban el viento y la lluvia, la reunión improvisada se animaba con la llegada de las amigas de las chicas de la casa, pensaban pasar la tarde en el cine pero deciden quedarse en casa donde el calor de hogar y el delicioso aroma del café son el sello de la feliz convivencia.

La charla va y viene y deciden poner en orden los álbumes de fotos.

Sobre la gran mesa del comedor, comienzan a reunir álbumes, cajas y sobres, es la historia familiar que se evidencia en aquellos diferentes materiales y texturas desde aquellas primeras obtenidas con la máquina que iluminaba la escena con aquel casi atemorizante fogonazo de magneto hasta las muy modernas y rápidas de hoy: las cámaras digitales.

-¿Quien es esta señora?

-No se, no se... mejor le preguntamos a mamá.

-¿Y este niño...? Ah... ¿Y esta dama con traje de época?

-No se, no se, es mejor que le preguntemos a mamá-, dijo Ángeles una vez mas.

-Pongamos todo en orden-, dijo la madre, y comenzaron a separar en principio por los diferentes materiales.

El caos había terminado para dar paso a un relativo orden.

Las preguntas llovieron nuevamente, pero ahora es más fácil dar las respuestas...

-¿Que casa es esta?

-Miren dijo la madre esta es la villa Artigas, es la casa de tu bisabuela...

-Si, -dijo otra de las jóvenes-, miren, aquí está la fecha: ¡28 de noviembre de 1898!

Es el año 1898, la villa Artigas luce de fiesta es el cumpleaños de Doña Zenona y su esposo Don Pedro ha querido inaugurar la nueva casa invitando a familiares y amigos en el día en que su esposa cumple treinta años.

Todo es color y alegría, la casa mira al oeste, dos grandes palmeras, un gran jardín donde florecen los agapantos celestes y blancos, el jazmín de Paraguay con sus flores azules y blancas, el jazmín del país y el plumbago celeste, las rosas rojas, los blancos azahares de los cítricos que bordean el camino principal de la entrada, es una fiesta de aromas y colores.

Al sur está el parque de naranjos, al este la gran magnolia, y mas allá el campo verde, al norte está el pozo con su alto brocal y su gran rondana, y a la derecha los bebederos y más allá como testigo fiel de la historia quedó La Rosada, ella fue el primer nido de amor de Pedro y Zenona.

Con las primeras luces del alba comienza el bullir de la vida, es un día especial, todo está previsto y ahora todos los esfuerzos están dirigidos al mismo fin: festejar el cumpleaños de la señora de la casa.

El sol naciente entra por los amplios ventanales de la villa Artigas.

Zenona está despierta, su esposo pedro la acompaña, Anita y María vienen a saludarla y con sus besos cálidos y sus risas frescas llenan la habitación junto al rubio sol que parece sonreír junto a ellos.

Zenona abre de par en par los ventanales y se asoma al balcón, sobre su amplio y blanco camisón caen sus cabellos largos y oscuros, su rostro oval, sus grandes ojos oscuros contrastan con su tez blanca, en su boca florece una bella sonrisa que emerge desde su corazón reflejando la felicidad que todos comparten.

En la gran cocina el desayuno está listo para ser servido, el blanco mantel con las flores frescas, el pan calientito, sabroso y humeante, el aroma del café, todo está listo.

Zenona junto a Pedro y las niñas se acercan por la amplia galería, ella tiene el cabello recogido en trenzas que como una corona enmarcan su hermoso rostro, su figura elegante y juncal de apariencia endeble contrastan con la de pedro, alto, fuerte, corpulento, de lacios cabellos peinados hacia atrás, su mandíbula fuerte, sus ojos oscuros, es la masculinización del roble, es esa estampa familiar inolvidable, María y Anita van delante.

En la gran cocina los esperan: Abel, marta, Lola, Joaquín, Manuel, Toto, todos viven y trabajan en el establecimiento, son una gran familia, y esperan para decir a coro: "¡Feliz cumpleaños y buena ventura para la villa Artigas y su gente!".

-Gracias, gracias-, dice Zenona mientras va recibiendo los saludos de todos y cada uno.

Zenona es el alma de esa casa, ella lleva la vida y la alegría de vivir, consigo y es querida y admirada por su gran sentido de familia y hermandad, a pesar de su juventud es la madre por excelencia.

Pedro ocupa su lugar en la cabecera de la mesa, Zenona está a su derecha y así será siempre, más adelante cuando hayan pasado los años ella seguirá ocupando el mismo lugar, aun cuando Pedro esté ausente por poco tiempo o cuando ya no esté…

El desayuno tocó a su fin,

-Vamos Marta, -dice Zenona- buscaremos lo necesario para poner el comedor y la sala listos para recibir a los invitados.

El centro de mesa oval, mantel y loza blanca, el gran jarrón en la sala y allá en aquel centro sobre la mesita.

-Si, señora-, dice Marta y la acompaña diligente.

-Pondremos en aquella mesita el centro con toronjas frescas.

-Si señora, -dice marta- y si usted quiere traeré ahora unas ramas frescas del árbol de toronjas que junto a unas cáscaras pasaré por el mortero para perfumar todo. ¡Es tan lindo y fresco!

-Sí, si, Marta y tenga presente todos los lugares de la casa, para que todo esté bien.

Las niñas quieren ayudar y van detrás de Marta.

El aroma fresco se siente por toda la casa.

-Le ayudo señora-, dice marta, mientras acude diligente al encuentro de Zenona que viene del jardín con su pequeño delantal lleno de agapantos celestes.

-En el centro de mesa pondremos las patriotas con algunas guías de jazmín del país- y mientras, hacían lo dicho.

-Esto queda precioso, que lindo está quedando todo- dice marta.

-¿Cómo se llaman estas flores?- dice Anita.

-Muchas personas les llaman agapantos, pero el nombre con que las conocí siempre es: patriotas- dijo Zenona.

-A mamá le gustan las flores blancas y también las celestes - dijo María.

-Sí, sí, y a mí me pondrán en las trenzas de esas flores- dijo Anita.

-Vamos niñas, vamos que tenemos que llevarle a Adela albahaca y hierbabuena pues la necesita en la cocina- dijo Marta, y salen diligentes y felices…

Afuera, bajo la enramada el asado con cuero, se hace lento, desde antes del amanecer Joaquín dirige y ejecuta aquello tan importante: el asado con cuero, la vaquillona fue tratada especialmente para este día. Para el hombre de campo la hospitalidad es parte muy importante en su vida, allí es todo familiar y el trato de Pedro con la gente que con ellos trabaja no es distante sino fraterna, hoy especialmente están unidos para darle a la fiesta el brillo que todos quieren por igual y que hoy tiene un nombre: el de la señora de la casa, Zenona.

Se acerca el medio día, todo está listo, en la cocina los pasteles fritos, de dulce y de natilla, las tortas de horno, y en una gran fuente: el budín preferido de Zenona; Adela lo preparó casi en secreto, Toto le trajo los huevos de ñandú y es la sorpresa para agasajar a la dueña del cumpleaños, todos han colaborado : Manuel dijo que la leche de la cara blanca es la mejor y Lola guardaba como un tesoro aquellas chauchas de vainilla… -guardo estas, por las dudas- había dicho hace unos meses cuando el surtido grande había llegado y ellas lo disponían y guardaban en la despensa.

Ya todo está listo y en orden. Las niñas lucen vestidos blancos, muy vaporosos con un gran lazo que termina en un moño y que según dice Lola es como una mariposa detenida en la cintura, sus caritas rozagantes y las trenzas con flores, están esperando a su madre para que junto a su padre darán la bienvenida a los invitados.

En zulkis y volantas y en caballos muy bien aperados van llegando los invitados, son muchos y vienen de cerca y de lejos, Doña Zenona Estévez viene desde San José de Mayo, cumple años su hija mayor y ella debe estar a su derecha, de manera que allí está llegando primera para dar con su silencio y su medida sonrisa su asentimiento y bienvenida.

Todo se desarrolla en el mejor clima festivo, son las tres de la tarde y está llegando la sorpresa que faltaba: con algo de fatiga llega Don Emilio el fotógrafo, viene desde Mercedes y con aquella misteriosa máquina se instala y pide y veladamente ordena para que la gente se reúna convenientemente, va y viene, mete la cabeza en aquello tan raro, sale y trata de formar los grupos… después su esfuerzo da su fruto y finalmente tira de aquella cuerdita y el fogonazo de magneto dice por si solo que la imagen está detenida y será plasmada en aquellos gruesos cartones que están destinados a pasar a la posteridad.

–Que lindo vestido- dijo Alejandra.

-Déjame ver - dijo Ángeles.

-Sí, es muy lindo es beige clarito y tiene unas puntillas preciosas de un color un poquito mas fuerte.

-¿Y tu como sabes?- preguntó Laura.

-Sí, sí, ¿tú como lo sabes?- dijeron a coro las otras chicas.

-No es ningún secreto- dijo María, la hermana mayor.

-Mamá lo guarda, como un tesoro y nosotras lo hemos lucido en alguna fiesta con representación de época en la escuela.

-…un silencio las detuvo hasta que irrumpieron en una exclamación.

-¿Podemos verlo? ¿Nos lo muestras ...?

Ángeles y María se retiraron cerrando la puerta tras de si… mucho rato después, la puerta se abrió y con las luces bajas y la mesa llena de historia en el medio de la estancia estaba Ángeles ataviada y peinada…se hizo un silencio y toda la magia del amor y los lazos que no se rompen jamás, y que van en las venas y arterias, con perfume de jazmín, con el mensaje de amor, familia, lealtad, en su esencia incorruptible estaba allí: la abuela Zenona.

Autora: Marie Díaz.

Montevideo, Uruguay.

 

 

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