QUERIDO ALEJANDRO:

 

 En esta mañana diáfana, con cielo pintado de azul, con el incesante zumbido de insectos y el fascinante gorjeo de los pájaros, te escribo. Como advertirás, no estoy en Buenos Aires. No le des importancia al sello del correo. Voy a enviar esta carta antes que me alcance el cansancio o me duerma el olvido. Si sos el mismo que eras antes, reconocerás el lugar desde donde escribo.

 No sé el sitio exacto en el que transcurre tu existencia; pero sí sé que vas a leer lo que te escribo con los ojos de antes y lo vas a decir con la voz profunda cargada de melancolía –la voz de antes-. Ahora, puedo comprender -y me llevó bastante tiempo- por qué no pude acompañarte (yo estaba en antes). Antes de que te fueras, antes de la revolución, antes de que naciera tu hija, antes que te tomaran prisionero. ¡Qué duro! Para todos fue duro.

 Jugueteaba con la idea de conocer a tu niña, sería la madrina, lo habías prometido.

 Me sentía borracha de felicidad hasta que llegó la noticia: estabas prisionero, era seguro un fusilamiento.

 Comenzamos a movernos sin ritmo, como sombras caminábamos pegados a las paredes, desconfiando de todos y de nosotros mismos.

 Yo no podía hacer nada, tenía que cumplir una orden de “antes” y así lo hice. Pedí licencia en “El Responsable”, el diario donde trabajaba. ¿Te acordás? Ya no existe y luego realicé una reunión despedida con mis compañeros y amigos: me iba a la aventura, de mochilera por las sierras de Córdoba. Me habían comentado que las de San Luis eran maravillosas. “Una vergüenza” tenía treinta años y no conocía nada. Estaba harta de la tinta y el papel”. Fue una velada muy agradable y más agradable me resultó a mí, porque pude comprobar que nadie desconfiaba, que ninguna sospecha había sobre mi conducta, de mi verdadera identidad.

 Preparaba la mochila, cuando recibí el llamado telefónico, era Luca, quería verme en la Mucnich de Juncal y Libertad, tenía el último libro de Borges y quería comentarlo.

 Se me cortó la respiración, Luca tenía noticias tuyas. Quise salir corriendo, pero tenía que tranquilizarme. Me duché, tomé una aspirina y salí de mi departamento clavándome las uñas en las palmas de las manos.

 Al subir al ascensor, advertí una sombra en la escalera. Apreté el botón y no lo solté hasta que se detuvo en planta baja. Llegué a la calle y fingí que la llave se había trabado. Un hombre bajo y de abultado vientre, atravesó el hall y se acercó con intención de ayudarme; tiré con fuerza y la llave cayó a la vereda. El la recogió y me preguntó si era la chica del segundo piso. Le dije que si, que era Silvina Linares, cuando el agregó: “la periodista”. Traté de tapar la turbación con una tonta risita y le comenté que tenía a mi cargo la sección femenina: moda, belleza, dieta... que eso no era hacer periodismo y comencé a caminar por Talcahuano. Al llegar a Arenales, me detuve para saludarlo y doblé hacia Libertad.

 Luca hojeaba el libro de Borges con el pensamiento en otra cosa. Lo abracé y lo besé repetidas veces. El me miraba con ojos de reproche. Estaba casado con Mariela de la Cruz y muy enamorado. Bebí un vaso de cerveza sin respirar, Luca me tomó de la mano y me dijo que si no me serenaba podíamos terminar muy mal la noche.

 La policía entró pidiendo documentos. Sentí que todo daba vuelta, que iba a vomitar. Le pedí a Luca que me llevara a un hotel, a un “telo”, que necesitaba hablar y nos echamos a caminar por Retiro.

 “El Ojo Rojo” decía el letrero luminoso del hotel. Le pedí a Luca que no entráramos... era por el nombre.

 “El Ojo Rojo”, el se rió. Le expliqué que el tipo que me había seguido hasta Arenales, tenía ojos rojos... mirada de sangre, mirada que no presagiaba nada bueno, que tenía aspecto de policía. Me respondió que dejara la paranoia y, dándome un empujoncito, entramos. Yo, atrás de él, ocultándome, como las muchachas que se han decidido a dar el mal paso, pero no están muy seguras.

 Todo tenía que ser una farsa, no era tiempo de vivir los propios sentimientos, teníamos que permanecer en la sombra, luchar contra un invencible ejército de espanto, de horror y eso vos lo sabés muy bien; pero todos esperábamos la salida del....

 Abrí la cama y me quité los zapatos. Luca me miró incrédulo, se sentía incómodo por la absurda situación. Me solté el pelo y me puse a llorar. Lloré un llanto infinito, el llanto de los oprimidos, de los que luchan en silencio, de los que aman y tienen que ocultarse porque la libertad les está negada, junto con el trabajo, la escuela y la esperanza. Lloré hasta que Luca dijo tu nombre y cayó sobre la cama como un árbol que acabaran de talar y, entonces, el que lloró fue él.

 Los muchachos te habían rescatado, habían derrotado a la muerte; pero fue la muerte la que quiso reponer las armas, la habían convocado a un acto indigno y a ella le gustaba actuar a su manera. Estabas destruido, ni Luca sabía dónde estabas, pero yo tenía que cumplir la orden de antes: “descubrir y traer el papel amarillo que se encontraba en esa pared”.

 Si empezaba por Córdoba no estaría mal, pero había que llegar al Noroeste.

 Salimos del “Ojo Rojo” con el pelo mojado y cara de haberlo pasado muy bien. Le pedí que no se alejara hasta que lo saludara por el portero eléctrico. Volví a apretar el botón del ascensor sin soltar, hasta el segundo piso. Me quedé parada en la puerta del departamento, sin atreverme a entrar. Nuevamente, la barbarie, la prepotencia... Comenzó a sonar el timbre, Luca subió. Habían requisado el departamento. Tomé la mochila cerramos la puerta y salimos. Yo a una nueva vida, a buscar un papel amarillo en la pared. Advertí la sombra en la escalera al subir al ascensor; pero no te dije nada. Tenía miedo.

 Cuando el tren comenzó a moverse, le grité a Luca que lo quería, que besara a Mariela y que pronto recibiría noticias mías. No pude relajarme en todo el viaje. Estaba sola.

 Silvina Linares: ¿Adónde estás? ¿Adónde te he dejado? Y me acordé de la escuela primaria, del secundario, de vos corriendo por la facultad, destacándote por tus ideas y por tus ideales.

 El tren se detuvo “Córdoba”, lo de siempre, pensé al ver los vendedores de quesillo, de empanadas, de tabletas con dulces de alcayotas y los canillitas vociferando las noticias “La voz del Interior”, “La voz del Interior”. Ultimas noticias: ¡Asesinaron a Luca González, prestigioso periodista del diario “El Responsable”!, ¡Últimas noticias! Me senté en un banco de la estación a mirar la foto de Luca, lo habían baleado en Retiro, después de dejarme a mí...

 ¡Ay! ...Alejandro Han pasado tantos años de todos estos acontecimientos, que me parece despertar de un sueño, de un sueño largo y profundo del que he despertado vieja.

 Estamos en 1984, creo comprender la orden de antes: “buscar el papel amarillo en la pared”, lejos del infierno, de la persecución. Manteniendo el alma pura, si, sin rencores para que la idea se mantenga alta.

 Te miento si te digo que soy la misma que era antes. ¡No!, no sé dónde está. La que te escribe es un Girón de Silvina Linares. Hemos creado una escuelita en este pueblo de cielo tan azul, tan olvidado, de niños que hablan poco, de hombres que caminan lento, con la cabeza gacha, con los ojos clavados en la tierra.

 Y es lo único que he hecho en este tiempo, sembrar escuelas y buscar el papel amarillo en la pared. Ya lo tengo. Te espero para que me ayudes a descifrarlo.

 Si encuentras esta carta en un pueblo de mañanas diáfanas, de firmamento claro, pintado por el sol y de pájaros que hechizan con su canto, permanece en él, que es el pueblo que soñamos.

 

 Silvina Linares.

 

Autora: Betty Capella. Lanús, Buenos Aires, Argentina.

bettycapella@ciudad.com.ar

 

 

 

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