EL PATRIARCADO, NUESTRA CULTURA, DISTINTAS CONCEPCIONES DE REALIDAD III
Capítulo II
La Grecia mitológica
El objetivo central de este capítulo, es
la igual valorización de lo interno que de lo externo. Sólo así, se podría
asociar a lo primero con femenino, matrístico, intuicional, y a lo segundo con
masculino, patriarcal, sensorial, sin que se produzca una bipolarización para
el dominio de una concepción de mundo o de realidad, sobre la otra. Además, lo
que aquí llamamos femenino y masculino está presente en todos los seres
humanos: hombres y mujeres. También la percepción intuicional y sensorial de la
realidad.
La igual valorización de lo interno y de
lo externo: del vaso y del falo.
En el capítulo anterior, vimos que esto
no se dio históricamente. El dominio de lo patriarcal, lo masculino, la
percepción sensorial de la realidad, nos trajo desarrollo tecnológico. El
dominio de lo matrístico, lo femenino, la percepción intuicional de la
realidad, alguna vez como veremos luego, nos trajo desarrollo espiritual. La
igual valoración de ambos paradigmas, nos traería equilibrio.
En la mitología griega, y de todos los
pueblos antiguos, todo es hermoso y confuso: digno de ser estudiado con una
nueva mirada. Una mirada menos enjuiciadora de creencias y mitos, menos
calificadora, para que podamos entender el por qué de estas. En nuestra nueva
mirada, nada va a ser bueno o malo: todo simplemente va a ser, va a existir.
Dioses y diosas, demonios y demonias, simplemente van a ser, van a existir.
Las fuentes que nos llevan al estudio de
la religión de los antiguos griegos, no nos dan una exactitud cronológica.
Homero, el más antiguo cronista, pertenecía a la tradición oral: cantor errante
cuyas canciones eran inspiradas por los dioses. La Ilíada y La Odisea, obras de
carácter histórico, recogen tradiciones religiosas que probablemente se
remonten hasta los años mil doscientos y mil antes de Cristo. Homero nos narra importantes
noticias, reflejo muchas veces de una vieja religión de carácter preolímpico.
La “Titanomaquia” pudo haber sido una transición entre una era matrística y una
era patriarcal.
La “Titanomaquia” fue la lucha entre
titanes y dioses, con el triunfo de estos últimos; representa el fin de la
religión preolímpica, mal llamada hasta hoy por los estudiosos “demoníaca”, y
el establecimiento definitivo de los dioses olímpicos. Hesíodo, sucesor de
Homero, fue uno de los autores que contribuyó a este nuevo orden.
En la religión preolímpica, sin embargo,
reinaron divinidades femeninas. Gea fue el principio de donde surgió la vida,
principio de fertilidad. En la Grecia preclásica, antes de los grandes
filósofos (Sócrates, Platón y Aristóteles), se puede percibir claramente una
época de crisis o de transición entre dos concepciones de mundo o de realidad,
que hoy podríamos llamar: transición desde una visión matrística de la
realidad, a una patriarcal. Esto se puede comprobar con la diferencia que hay
entre la religión preolímpica, llamada por los estudiosos “demoníaca”, y la
religión olímpica, en donde Zeus es el “padre de los dioses”. En la primera
Zeus depende afectivamente de Hera, de la cual está perdidamente enamorado,
ejerciendo ella un dominio sobre él mediante el erotismo. Además, como dijimos
antes, en esta visión preolímpica, o matrística, o “demoníaca”, reinaron
divinidades femeninas como Gea y otras. Esta visión va a ser modificada,
decíamos, después de la “Titanomaquia”.
Esta crisis que provoca la transición
entre estas dos concepciones de mundo o de realidad, pero que no logra impedir
que en algún momento coexistan luchando por el poder, se refleja también en la
tragedia griega. En “Edipo rey” de Sófocles, por ejemplo, el profeta es
Tiresias: un ciego que ve mediante sueños. Sin embargo, al final de la misma
obra, Edipo desesperado: se arranca los ojos para no “ver la realidad”. Estos
dos episodios, entre muchos otros, marcarían el paso desde una visión interna o
femenina de la realidad, a una externa o masculina. Desde una Religión
Preolímpica a una Religión Olímpica, que con el tiempo también va
desapareciendo para dar paso a una religión monoteísta. Sócrates, Platón y
Aristóteles, tenían concepciones monoteístas, de un dios más masculino. Ellos se
dirigieron a grupos más restringidos de la sociedad. Platón renegó de Homero, y
lo excluyó de su “República”.
En la época de transición, se mezclan
estas dos concepciones de mundo o de realidad en hermosos mitos y leyendas:
dioses y diosas, hombres, mujeres, héroes, ninfas, etc., se unen y se desunen,
se aman y se odian. La literatura recoge todo esto. En la teogonía, se nos
habla del origen de los “dioses”: éstos, recordemos, resultaron ser aquellos
que triunfaron sobre los “demonios”, en esa gran batalla llamada
“Titanomaquia”. Jenófanes de Colofón: poeta y filósofo; acabó refutando a
Homero y Hesíodo, condenando el politeísmo, la “inmoralidad” de los dioses y su
antropomorfismo, que consideraba como restos de una mentalidad primitiva,
opuesta a la elevación de la idea de un ser supremo. Sin duda que este autor,
ya está defendiendo los postulados que mostráramos en el capítulo anterior: el
dominio y la transformación de la naturaleza por medio del “trabajo”,
utilizando para ello a los hijos. Posteriormente, la función de los hijos fue
engrosada primero por los esclavos y luego por los trabajadores, quienes son
“hijos”, simbólicamente, de amos y patrones. La sexualidad pasa a ser inmoral
si no es para la reproducción.
En esta época posterior a la Titanomaquia,
los escritores teatrales cómicos y trágicos introducen a los dioses en sus
escenas, citando frases que aclaran algún concepto religioso. Pero algunos como
Eurípides, se ríen de la mitología, considerándola supersticiosa y popular.
Aquí ya se ha avanzado hacia el monoteísmo. Para el pensamiento culto, ya en la
república griega, la religión del pueblo era novelesca y supersticiosa.
En este capítulo queremos mostrar, que
en la antigua Grecia coexistieron dos concepciones de realidad, matrística y
patriarcal, y que además se dio una época de crisis y de transición, marcada
entre otras cosas por la Titanomaquia. Dejando antes de esta época de crisis a
la Religión Preolímpica, y después a la Religión Olímpica.
Curiosamente es la Religión Preolímpica,
donde reinan divinidades femeninas como Gea y otras, donde hay “espíritus
malignos” como las eríneas, donde cabe lo mágico, lo sobrenatural, la que sufre
el estigma de haber sido llamada hasta hoy “religión demoníaca”. La Religión
Olímpica en cambio, después de la victoria de los dioses sobre los titanes,
ordena un poco las cosas, y es heredada a Roma donde va evolucionando hacia el
cristianismo.
Religión Preolímpica (Grecia
preclásica): realidad interna, femenina.
Titanomaquia: lucha que provoca la
transición.
Religión Olímpica (Grecia clásica):
realidad externa, masculina.
En la literatura griega, estas dos
concepciones de realidad están mezcladas a tal punto, que a veces es difícil
identificarlas y separarlas cronológicamente. La leyenda de la isla de Lesbos, los
criterios opuestos que hay entre Tiresias y Edipo para sentir la realidad, y el
dios Crono: que devora a sus hijos al nacer, para que éstos en el futuro no
tengan más poder que él; nos hablan de una visión matrística, de una transición
y de una visión patriarcal respectivamente. No hay un orden cronológico en
estos relatos, quizás porque los contemporáneos a un hecho, difícilmente pueden
ser conscientes de su verdadera trascendencia. Difícilmente pueden “leer” su
realidad con la perspectiva que da la historia, la lejanía de la ocurrencia. La
maquinaria social se mueve de manera tal, que los individuos no somos
conscientes de ello.
Veamos ahora la Religión Preolímpica, la
Titanomaquia y la Religión Olímpica, intentando en lo posible, cumplir con mi
propósito de tener una mirada menos prejuiciosa de lo que la ha tenido la
cultura hasta hoy, menos calificadora de creencias y mitos, para que podamos
entender el por qué de éstas. En nuestra nueva mirada, nada va a ser bueno o
malo: todo simplemente va a ser, va a existir. Intentemos ver desde otra
perspectiva al Hades, al barquero Caronte. Intentemos ver al “bien” y al “mal”
como dos fuerzas necesarias, que se unen, se aman y se necesitan para que haya
vida: como en la electricidad, como en el átomo; con cargas negativas y
positivas.
Durante la época más primitiva, llamada
preanimista, impera la diosa madre: Rea. Luego, en el periodo llamado animista,
aparecen seres espirituales inmateriales. Es muy importante destacar que, aún
para los estudiosos tradicionales, en estas dos fases del desarrollo de las
creencias religiosas, hay un principio esencial que es característica común de
todos los “pueblos primitivos”: la existencia de dos principios antagónicos y
complementarios.
De la unión de estos dos principios procede
todo lo existente.
Se ha llamado a uno de estos principios:
oscuro, húmedo, terrestre y subterráneo. Y al otro: celeste, claro, caliente y
vivo. Lo cierto es que de la unión de ambos principios, surge la vida: siendo
el principio celeste el fecundador, y el terrestre el fecundado.
En los tiempos pre y protohelénicos
(religión cósmica o preolímpica), imperaban las llamadas “divinidades
infernales”. Estas divinidades subterráneas, relegaron a las otras, que a veces
también procuraban descender al mundo de los “demonios”.
El origen del Universo para los griegos
fue el Caos: espacio vacío, infinito y tenebroso. Gea (Tierra) se separa de
Tártaro (Infierno), y da el Caos. Eros (Energía Primordial, Montaña) y Ponto
(Mar) engendran a Urano (Cielo).
El origen de los dioses fue el fruto de
la unión entre Gea y Urano (Tierra y Cielo).
De esta unión nacen titanes, cíclopes,
etc. De Gea más Ponto nace Nero, padre de las nereidas. De Océano más Tetis
nacen las ninfas. De Crono más Rea nace Zeus.
Crono trata de devorarlo como a sus
otros hijos, pero Rea, que aún tiene más poder que él, lo salva y lo deja al
cuidado de unas ninfas, quienes se encargan de criarlo. (No puedo dejar pasar
estos dos hechos, sin hacer una analogía con otras tradiciones. En la más
conocida por los cristianos, la hebrea, Yavé (Dios) expulsa a Adán del Paraíso,
porque éste quería igualarse a él. Y luego Moisés, salvado de las aguas y
criado por la hija del Faraón.)
Zeus creció, venció a su padre Crono,
resucitó a sus hermanos siguiendo ciertos consejos de Rea, y reinó sin
discusión, incluso sobre algunos titanes.
Pero los demás titanes se sublevaron y
quisieron destronarlo, dando origen a una terrible lucha: la Titanomaquia. Esta
terminó cuando los dioses “celestes” vencieron a los “terrestres” (demonios).
Estos últimos fueron arrojados a los profundos y oscuros antros de la Tierra,
donde quedaron encadenados. (Comparable a la lucha entre ángeles de la
tradición judeo cristiana: en ella el Arcángel Gabriel y sus ejércitos,
vencieron a Luzbel y los suyos. Luzbel había sido el ángel más bello, el que se
había rebelado contra Dios.) El más feroz enemigo de Zeus fue Tifón, hijo de
Gea y Tártaro.
Con el triunfo de los dioses “celestes”,
Zeus pudo gobernar sobre el Universo, dando origen a la Religión Olímpica. En
esta etapa, la clase sacerdotal y una parte elevada de la sociedad, se
esfuerzan por sacar a algunas divinidades del mundo “inferior”, y las
transforman, las ridiculizan. Los “demonios” quedan reducidos a oscuras fuerzas
maléficas, a las que combaten dioses y héroes. El viejo culto de los “demonios”
degenera en magia grosera y popular, desacreditándose cada vez más.
Los dioses olímpicos heredan de los
preolímpicos el carácter antropomórfico. Zeus, el “dios de los dioses”, es
omnipotente aunque consultaba con sus pares. La omnipotencia aumenta a medida
que se pasa del politeísmo al monoteísmo. Existe un orden en el Universo: los
dioses del Olimpo no lo crearon; puede reconocerse aquí, un residuo de la
Religión Preolímpica.
De más está decir, que a aquello que los
estudiosos tradicionales han llamado “demoníaco”, nosotros podemos asociarlo
con lo terrestre, lo interno, lo femenino, lo emocional. A su vez, a aquello
que ellos han llamado “divino”, nosotros podemos asociarlo con lo celeste, lo
externo, lo masculino, lo racional.
Recordemos también, que para todos los
“pueblos primitivos”, la vida surge de la unión de dos principios antagónicos y
complementarios: principio terrestre y principio celeste.
Sólo la igual valorización de ambos
paradigmas creo, nos podría traer equilibrio.
Al final de este capítulo, estoy
demostrando mi hipótesis. Es bastante difícil mirar la realidad desde una nueva
perspectiva: primero, porque las fuentes a las que accedemos nos muestran la
patriarcal; y segundo, porque nosotros también estamos acostumbrados a ella.
Terminamos el capítulo, afirmando que en
la antigua Grecia se dieron dos concepciones de realidad: matrística (Religión
Preolímpica) y patriarcal (Religión Olímpica). Y que además se dio una época de
crisis y transición, marcada entre otras cosas por la Titanomaquia.
Invito a mis lectores a reflexionar e
investigar sobre el tema.
Continuará en el próximo número.
Autor: Luis Alberto Méndez Quezada.
Santiago de Chile, Chile.