PAPÁ

 

  Ojalá que este material, que ponemos en tus manos sea útil, para que puedas valorar adecuadamente la significación de lo que siempre hemos interpretado, como la etapa en la que, las personas que superan los sesenta años de edad, inician un descenso en su actividad y significación como ser social.

  Cuidadosa ha de ser la interpretación que debemos hacer de ese instante, porque nada más distante de la realidad, que ubicar a las personas por su edad, en el supuesto papel de seres acabados, y a los que ya nada les queda por realizar en este mundo.

  En Cuba, el trabajo realizado con los adultos mayores, demuestra que ello es sólo una etapa nueva, diferente pero pletórica de aspectos hermosos que nos muestran el enorme caudal de posibilidades que aún encierra el ser humano en esa etapa, en la que pareciera que tocamos fondo en nuestro papel social.

  Lee y analiza si estamos en lo cierto, cuando señalamos que, ser ancianos, no necesariamente, es sinónimo de inutilidad, de cosa acabada ni nada de eso.

  Muchos son los países  en los que la ancianidad significa una real desgracia, en particular al sur del Río Bravo.  Crimen de lesa humanidad, que nuestros viejecitos padecen estoicamente, como si resultara la cuota necesaria para garantizar el acceso al prometido ingreso al “Reino de los cielos”.

  Piensa siempre, que fueron ellos, esos discriminados ancianos, los que un día fueron jóvenes, los que en su día fueron lo que hoy eres tú y que mañana habrás de sentir cuando alcances esa edad.

  Quiere mucho a tu viejito, siéntete orgulloso de él, o de tu viejita, pues son los que te  abrieron el camino por el que hoy andas tú, cuídales y ámales más cada vez, mañana sabrás el significado de la simiente que hayas plantado en el presente.

 

Compartiré con ustedes esta reflexión, desconozco el autor, pero ha sido algo que he encontrado muy hermoso y por el contenido humano y espiritual, lo publico para que ocupe un lugarcito en sus corazones.

 

Cuando ya esté viejo

 

Cuando yo sea viejo, no te impacientes, compréndeme.  Si derramo comida sobre mi ropa y olvido atarme los zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote como hacer esas mismas cosas.

 

Si conversando contigo, repito lo que sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame, recuerda que cuando eras pequeño, para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento, hasta que cerraras los ojos.

 

Si ante una visita, sin querer mojo mi pantalón, no te avergüences, cuando eras niño, muchas veces me hiciste lo mismo, y con ternura te cambié.

 

No me reproches porque no quiera bañarme, recuerda los momentos en que te perseguí, y los mil pretextos que inventaba para hacerte mas agradable el aseo.

 

Cuando me veas inútil e ignorante, frente a las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona, acuérdate que fui yo quien te enseñó a sostener el lápiz.

 

Si en algún momento me llego a olvidar de que estamos hablando, ayúdame a recordar, y si no puedo hacerlo, no te impacientes, tal vez no era muy importante, a lo mejor sólo me conformaba con que me escucharas.

 

Si no quiero comer, no me insistas, se cuanto puedo y debo.

 

Comprende además, que ya no tendré dientes para morder, ni gusto para saborear.

 

Cuando me fallen las piernas para andar, dame tu mano para apoyarme, así lo hice yo, feliz, ayudándote en los primeros pasos.

 

No te sientas triste e impotente al verme hecho un anciano, dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir, ahora yo termino y quiero hacerlo lleno de gratitud y sonrisas.

 

Acéptame y perdóname, yo soy el niño ahora, pero mi inmenso amor por ti, sigue intacto.

 

 

Autora: Milaydis Machado Padrón. La Habana, Cuba.

villarias@infomed.sld.cu

 

 

 

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