Nosotros reformamos el lenguaje
Lectura y medios de comunicación
Las mesas de un café universitario bien pueden ser lugares de reunión o de encuentro; bien pueden ser la excusa para una charla entre amigos, o el sitio más indicado para dar una lectura rápida a los últimos apuntes antes de la próxima clase. Pero las mesas de un café universitario pueden ser también, y en qué medida, excelentes centros de información accidental de los datos más ínfimos y en apariencia triviales, para quien pueda y sepa oírlos. Me di cuenta una tarde en que dejaba correr el tiempo ante una de esas mesas. No recuerdo qué hice antes ni adónde fui después; sólo me quedó en la memoria una anécdota incidental pero no por ello menos significativa; un simple cambio de palabras entre dos personas ubicadas en una mesa vecina. Era inevitable escuchar su charla; era uno de esos días en que el café estaba casi desierto, y las voces parecían resonar con más vigor que de costumbre.
_El trabajo tiene que quedar prolijo -afirmaba uno de los ocupantes de la mesa.
_Desde luego -contestaba el otro-, _para eso tengo la computadora.
_Seguro -dijo el primero-, _las computadoras son bárbaras para estas cosas.
_El único problema es que no soy muy bueno en ortografía -se lamentaba el otro.
_ĦAh, pero eso no es ningún problema! -lo animó su compañero- _Insisto, para eso tenés la PC, te corrige sola las faltas. Y además, dentro de poco todo eso no va a existir.
-żQué cosa?- inquiría el que había hablado antes.
-Todo eso de la ortografía. Diceen que la Real Academia está por implementar algunas reformas. Van a eliminar la diferencia entre la B y la V, vla H...
No seguí oyéndolos; al poco rato ambos se levantaron y dejaron la mesa, y nunca supe ni siquiera sus nombres ni la carrera que estudiaban. Pero esa conversación me impresionó desagradablemente. A mí, como estudiante de Letras, era normal que tal diálogo me sorprendiera y hasta que me molestara; mi trabajo futuro incluiría además la enseñanza de la ortografía. Pero ellos también eran estudiantes, ellos también estaban en la Universidad; y más allá de lo que sus comentarios me implicaran en lo personal, me costaba concebir a dos futuros profesionales expresándose en ese tono.
El tema tenía varias vertientes y me sentí en la obligación moral de explorarlas. Por un lado, estudiantes universitarios dispuestos a permitir como al descuido que una computadora les solucionara los problemas ortográficos. Y por otro, unas reformas cuyo contenido me alarmaba en sobremanera siempre que se hablaba de él. No supe en principio cómo ni de qué manera relacionar ambas situaciones. Sólo más tarde comprendí el vínculo que las enlazaba fatal e irremisiblemente: hablantes despreocupados, gente que no intenta aprender reglas ni gramática porque sabe que una máquina lo hará luego por ella; y entonces, es simplemente natural que la Real Academia, o cualquier institución reguladora, intente efectuar tales reformas, apoyadas precisamente en que ya se han estandarizado suficientemente en el lenguaje. żA los hablantes de español se les dificulta saber si una palabra se escribe con "s" o con "c", con "b" o con "v", con "h" o sin "h"? Pues bien, suprimamos las diferencias, eliminemos los obstáculos, si de todos modos los propios hablantes acabarán haciéndolo antes o después. żAl hablante le cuesta poner las tildes sobre las vocales que llevan acento ortográfico? Perfecto, quitemos entonces los acentos, si al fin y al cabo eso es precisamente lo que todos terminarán haciendo. Y entonces olvidamos, en el afán de facilitar las cosas a un hablante a quien de todas maneras "le da lo mismo", que acentos y ortografía no son arbitrariedades sin sentido, que la puntuación mal empleada puede desatar una guerra, que una palabra mal escrita puede hacer peligrar una comunicación.
Si pensamos en la manera en que se escriben las palabras, hallaremos que cada letra, cada manera de usarse, tiene una historia determinada. Y dentro de este contexto histórico, es natural que se dén ciertos cambios lógicos. Pensemos, por citar sólo un par de ejemplos, que antes esos insectos con casas subterráneas eran conocidos como formigas y que la noche se llamaba nocte. Pero esos cambios se han ido dando durante siglos de hablar el español, y por razones bien fundadas que la Filología explica con total claridad. Ninguno de estos cambios se dio de repente; todo fue gradual, lento, pausado. Cada cambio se estudió a fondo antes de oficializarse.
Veamos un poco el origen de los cambios lingüísticos.
Una lengua, cualquiera que sea, es patrimonio exclusivo de sus hablantes. Luego vienen las normas, las regulaciones, los parámetros lingüísticos; pero primero hay un hablante que pone esta lengua en acto, primero hay alguien que usa esa lengua diariamente y para todas sus interacciones como individuo. Este hablante, todos los hablantes, son absolutos responsables de cualquier cambio lingüístico. La Real Academia ha aprobado reformas menores por el simple hecho de que nosotros, los hablantes, habíamos estandarizado esas mismas reformas asentándolas en el habla de todos los días. El ejemplo típico es "la calor". "Calor" fue siempre una palabra masculina, pero desde que muchos hablantes dijeron "la calor", entonces la Real Academia decidió concensuar y aceptó "la calor".Como estudiante de literatura tuve siempre la idea de conservar, en lo posible, la pureza de nuestro idioma. Creo que, como herramienta de cultura, como puente de información y como elemento diario esencial para nuestra convivencia en la sociedad, el lenguaje debe ser respetado y valorado inmensamente. Y es una responsabilidad de todos trabajar desde nuestro lugar, para que si en algún momento a la Real Academia se le ocurre algún descabellamiento en la aprobación de nuevas reformas, le cueste más el intento ante la presión del hispanoparlante cuidadoso de su idioma. Si es cierto que la lengua cambia y se modifica a partir de sus hablantes, también es más que verdadero el hecho de que, si todos pugnamos por mantenerla, la tarea será más fácil y nadie podrá imponernos cambios desde afuera.
Quiero hacer una última referencia, más específicamente hablando, acerca de nosotros, los ciegos. Nunca me he atrevido a decir esto en voz demasiado alta ante las multitudes, quizás temí el linchamiento. Pero el caso es que estoy más que se ha vuelto algo muy común encontrar faltas ortográficas en escritos de gente ciega. Voy a limitarme a lo que más he visto: los emails. La cuestión es sencilla: los ciegos usamos lectores de pantalla. No, no me odien ni crean que estoy haciendo algo diferente de una autocrítica. Yo me he sorprendido escribiendo una palabra según lo que a mí me "sonaba", según la manera en que el lector de pantalla pronunciaba las letras, y me sorprendí por ende cometiendo errores importantes. Con el tiempo aprendí a ser más cuidadosa, pero esto implica estar siempre alerta para que nuestros oídos no puedan engañarnos, para que la fonética de una palabra, su modo de pronunciarse, no sea nuestro único parámetro. Yo aprendí a recorrer la palabra letra por letra. Incluso si me siento segura de alguna palabra complicada, muchas veces recorro sus letras una a una para prevenir accidentes. Compañeros, amigos, no permitamos nunca que el hecho de ser ciegos o de emplear lectores de pantalla nos haga parecer, además, incapaces de escribir correctamente. El lenguaje es, con mucho, una de las principales armas de la cultura y la comunicación humanas. Si logramos la completa igualdad frente a las palabras, sin duda habremos conseguido mucho, incluso más de lo que creemos.
ĦSomos propietarios de nuestro idioma, depositarios de todos sus secretos, cuidadores de sus más escondidas riquezas! Sintámonos honrados, seamos dignos de este privilegio.
La cuestión de la ortografía y los grandes cambios y reformas en el idioma es una gran parodia: irónicamente es a la vez una responsabilidad individual y un deber colectivo. Si empezáramos todos a intentar algo mejor, si pudiéramos detenernos a mirar la ortografía de una palabra antes de escribirla, si cada uno de nosotros tomara conciencia de lo bello que es nuestro idioma y de lo importante que es cuidarlo y aprenderlo debidamente, entonces cada vez serán menos los que dependan de una máquina para corregir su ortografía, cada vez menos los que ignoren las reglas, cada vez menos los que brinden a las instituciones reguladoras ocasiones de intentar nuevas reformas, en un desesperado intento de oficializar errores estandarizados.
Mariela Riva