LIBERTAD INCIERTA
Natalí acercate, dijo una voz grave y
con tono fuerte.
Ya tienes lo que muchos desean aquí es que lo llamen por su
nombre.
Toma tus pertenencias, tu documento, a,
y tus medias negras que tanto quieres esta vez no se han perdido. Vete y espero
no volver a verte otra vez por aquí, o por lo menos no muy pronto.
Sin responder la mujer se dirigió
lentamente hacia la salida.
Cuando abrieron el gran portón, la
muchacha se alejó rápidamente de aquel lugar sin la certeza de sentirse feliz
de estar fuera de allí. Caminó sin rumbo cierto, como un animal, reconociendo
de nuevo su terreno. Así llegó a una calle peatonal, en una esquina cualquiera
se detuvo. Vio que se acercaba un transporte de pasajeros, se dispuso a
detenerlo, pero dudó y eso bastó para quedarse parada mirando como rápidamente
se alejaba, maldijo mientras revoleaba la cartera que llevaba como bandolera en
el hombro.
Un joven que venía observándola desde un par de cuadras atrás se
aproximó a ella. Delgado, aproximadamente de un metro ochenta, barba candado,
con enormes ojos de soñador.
Natalí volvió la cabeza, y al verlo se acercó, le pidió fuego; en
ese momento la lluvia empezó a caer sobre ellos. Notó su mirada extraña, o tal
vez, era lo que a ella le parecía, le dijo: “todo legal”, aspiró el humo con
placer, lo retuvo, todo acompañado de un mohín común en su boca. Mientras él,
abriendo su paraguas la invitaba a cobijarse debajo.
Gilbert, preguntó con voz suave:
_ ¿Adónde vamos?
La respuesta no se hizo esperar:
_ Adónde tú me lleves.
La tomó por los hombros, casi abrazándola, se alejaron.
Juntos llegaron a la casa de Gilbert, bueno, al lugar donde uno
vive suele llamársele así, pero esto era como una buhardilla, todo estaba ahí,
una sola mirada bastaba para conocer todas sus posesiones, la cama, la mesa, la
cocina en la que calentó la sopa del mediodía que le ofreció a Natalí. Una vida
bohemia, que denotaba ese orden desordenado, no tenía placard la ropa se
hallaba colgada en perchas en la pared al lado de la guitarra, había un
escritorio, la lámpara y también una computadora. Los Cds formaban pilas hasta
en lugares inimaginados. No fue difícil imaginar que vivía y convivía con la
música y a pesar de no tener dinero no le faltaba talento para escribir sus
canciones y guardarlas en su máquina: dividía sus horas entre los pentagramas y
las mujeres. Sin ideologías, ni religión.
Hacía
mucho frío afuera y adentro, pero la temperatura ambiente aumentaba a medida
que las miradas se cruzaban y los cuerpos se acercaban.
Era ya media mañana cuando Gilbert despertó, sentía en su cuerpo
todavía las vibraciones de una pasión intensa, y sin abrir sus ojos estiró la
mano, buscaba el cuerpo aquel que lo había hecho tan feliz aún sin comprender
el porqué.
Al sentir el vacío dio un salto, ella no estaba a su lado,
recorrió con su mirada el lugar buscándola, pero ya no estaba allí. No solo ella
no estaba, faltaba su billetera y su computadora, también se dio cuenta de
porque a pesar de todo se sentía tan feliz: es que aquella mujer le había
robado el corazón.
Siguió con su vida, pero, ahora todo había cambiado, su búsqueda
permanente desde entonces fue la única razón de su existir, encontrar a Natalí,
para pedirle que le devuelva su corazón.
Autora: Ariagna. Buenos Aires,
Argentina.