EL JARDÍN DE LAS ALMAS

 

En una tarde de febrero, calurosa, muy húmeda, sofocante, con cielo que anunciaba la tormenta, llegué a un jardín muy peculiar, digo peculiar pues tenía algo que todavía no puedo precisar exactamente, si era bello, amplio.

Con una fragancia de césped recién cortado, un lejano pero claro olor de mar, y aromas de árboles varios y flores varias, todo esto formando un solo aroma y una sensación que supongo es como estar en un rinconcito del paraíso.

Había silencio de jardín, es decir ausencia de ruidos ajenos a ese jardín, solo se escuchaba el cuchichear de los árboles entre sí, conversaban sobre gente, gente amada por ese jardín y jardín amado por esa gente, la de la casita de ese jardín, toda la gente de esa casita está representada en una planta, en árbol, de gente que vivió y ya descansa o de gente que vive y descansa en esa casita y ese jardín...

Por ahí una monstera deliciosa también conocida como Costilla de adán, con sus preciosas y enormes hojas recortadas, como si fueran una mano con sus dedos extendidos tratando de coger una flor invisible, o quizás como queriendo hacer una caricia. Yo sentí su alma cuando con mis manos tocaba sus hojas para verla y fue entonces cuando sentí que esa monstera tenía alma propia, y yo conversé bajito con esa alma, que sentimiento tan profundo el haber sentido que la monstera se comunicaba conmigo, que esa alma y yo teníamos algo en común, yo creo que debe ser que la monstera ama a su jardinera y a su jardinerita que son las cuidadoras de ese jardín, y yo venida de lejana tierra en donde también hay otra monstera, y también un naranjito, también ambos con alma propia y yo su jardinera tuve la preciosa ocasión de conocer a esa otra jardinera y conversar sobre la vida, sobre la naturaleza y por sobre todo de compartir sentimientos.

Yo le conté a mi monstera y a mi naranjito de esas alas en aquel lejano jardín, en donde cada árbol representa a una alma, a un alma perteneciente a un ser amado por su jardinera.

Fueron unos días de sentimiento grande, de respirar ese aire especial, solo de ese jardín en donde hasta entrada la noche los árboles me contaron en un murmullo recuerdos del pasado.

Ya de vuelta en casa, escucho el murmullo que hacen los árboles del bosque al cuchichear entre ellos, me cuentan que el viento les trae mensajes de otros árboles y de otras almas que están allá lejos.

 

Autora: Patricia Müller. Estocolmo, Suecia.

patricia4@telia.com

 

 

 

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