Mi lente
“INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA
DE CRISTAL”: SPIELBERG, REY MIDAS DEL CINE
Previo a su estreno mundial, “Indiana Jones
y el Reino de la Calavera de Cristal” (Indiana Jones and the Kingdom of the
Crystal Skull) fue proyectada en el Festival de Cannes, siendo la primera
película dirigida por Steven Spielberg, desde E. T.: “El extraterrestre”, en
ser estrenada en Cannes. Un reconocimiento a un creador que, pese a los
cuestionamientos, ha trascendido lo mismo en el “negocio del entretenimiento”
como en la historia del séptimo arte.
La moda del revival ochentero que sacude
todos los ámbitos de la cultura no le ha pasado desapercibida a un Steven
Spielberg siempre con olfato para detectar por dónde se mueven los gustos del
público, en ningún momento pierde la perspectiva del espectador, a pesar de que
en los últimos tiempos ("Munich", "La guerra de los mundos",
"Minority report") parecía haberse vuelto más grave, menos optimista,
más atraído por las historias oscuras. O quizá ha sido George Lucas el que lo
convenció de aplicar la táctica que empleó con la marca "Star Wars":
dejar descansar durante bastantes años la saga para evitar agotarla y retornar
en el momento adecuado con el fin de aprovechar el impulso de la mitomanía y la
leyenda creada.
En fin, las razones últimas no las
sabemos y probablemente no las sabremos nunca, porque se quedarán entre las
paredes y las líneas telefónicas que acogieron las interminables conversaciones
entre uno y otro. Pero, sea como sea, lo tantas veces prometido es ahora una
total realidad, y por fin la legendaria -incluso antes de su estreno- nueva
entrega de Indiana está ya entre nosotros. Y la apuesta viene sin ningún
engaño, porque retoma exactamente el espíritu y los modos de un cine de puro
entretenimiento que en su momento arrastró a las masas a las salas de cine y
era la quintaesencia de ese Santo Grial buscado por tantos productores: la
cinta comercial capaz de conseguir que todos los miembros de una familia
pasasen por la taquilla para pagar entrada y comprar palomitas.
Porque, más allá de las supuestas
novedades argumentales (temática, naturaleza del objeto buscado, época...), la
película se acopla como un guante al esquema del resto de aventuras de la saga.
Da igual que cambiemos a los nazis por los soviéticos, la partitura
cinematográfica se despliega siguiendo la misma rima marcada por los otros
títulos (salvo "Indiana Jones y el templo maldito", la más heterodoxa
y, quizá por eso, la menos preferida incluso por los más acérrimos seguidores),
hasta el punto de que hay un buen número de momentos que son equivalentes a
otros vistos antes, como los templos llenos de trampas, la alargada pelea a
puño limpio o la persecución rodada (especialidad de un Spielberg que, si no es
el que mejor filma este tipo de acciones, poco le falta)... Y uno, más allá de
los inevitables homenajes o guiños para los seguidores, cree ver ahí la
verdadera esencia del “cine de aventura”, los resortes básicos sin los que el
mecanismo aventurero simplemente no funcionaría.
Y así, siguiendo al dedillo el libro de
instrucciones, la película ofrece exactamente lo que uno espera, por más que
influencias, sólo en apariencia, provenientes de otras áreas de interés de sus
creadores puedan despistarnos. Y lo más curioso es que este esquema, que hace
veinte años habría sido inatacable, hoy en día parecía ofrecer un cierto
componente de riesgo, por más que las salas a rebosar del primer fin de semana
parecen demostrar que, una vez más, este rey Midas ha vuelto a acertar. Y sería
cínico por nuestra parte refugiarnos en fáciles argumentos de búsqueda de la
exclusiva rentabilidad para menospreciar algo que, en definitiva, devuelve un
tipo de cine comercial fresco y desinhibido a nuestras pantallas, un cine
coherente y capaz de crear una ilusión duradera que no se apaga con las luces
de la sala. Una ilusión que lleva a consumir por consumir, es cierto, pero una
ilusión, también, que es en definitiva la que alimenta el verdadero corazón del
aficionado... Por terrible que esto pueda parecer.
La discusión familiar al salir del cine,
completa este ejercicio de diversión dominguera y cinemanía popular. Así, la
brecha generacional se ahonda por momentos cuando mi propio hijo, treintañero,
increpa mi falta de “crítica demoledora” y mi actitud condescendiente y
conformista hacia un cine (el de aventuras) que, como señalamos líneas arriba,
es “puro consumismo”. Pero como amante del cine y cinéfilo obsesivo y vicioso
solo puedo decir en mi defensa, que mis inicios en esta devoción provienen
precisamente de este tipo de cine. El cine clase B; el que era “solo para pasar
el rato”, o para coronar el aburrimiento del domingo, el pretexto para estar
con la novia; la costumbre pueblerina que me unificaba con mis coterráneos,
etc. Y, si es verdad, hay mucho conformismo en ese deleite, efímero y
elemental. Pero también es la base del cinéfilo común y corriente de todo el
mundo. ¿El cine de Arte?
El cine en si mismo es un Arte.
Como una experiencia, el cine es un
acontecimiento que se vive de manera individual, que cuando se comparte con los
demás resulta enriquecedor y abre las puertas de la convivencia, el intercambio
de ideas, la comprensión de los valores – los propios y los del otro- el debate
e, inclusive la discusión ferviente y encendida. Lo deseable seria que de todo
esto pudiéramos inferir automáticamente: Tolerancia, Respeto, Solidaridad y
como dicen los franceses: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
En fin, la discusión se torna amable
cuando mi sobrina Andrea, de catorce años, que aun no había nacido cuando
comenzó la zaga de Indiana Jones, pero que la ha seguido con gran curiosidad e
interés -gracias a sus cinéfilos padres- nos da su particular punto de vista
(su propia lente) y hace una “crítica demoledora” del personaje, la cual me
parece aleccionadora y transcribo –divertido- para los amables lectores:
“En la cuarta entrega cinematográfica de
sus aventuras Indiana Jones se auto niega.
Lo hace renunciando al látigo, que
apenas utiliza un par de veces en el prólogo y del que luego se olvida en casi
toda la película.
Lo hace renunciando a su liderazgo: ya
no es él quien investiga y decide sus objetivos, sino que se deja arrastrar por
las pistas de un viejo arqueólogo sonado, como si se dejase caer por un tobogán
de acontecimientos a verlas venir.
Lo hace renunciando a sus
característicos arrebatos de ingenio, ya sea en forma de réplicas cortantes o
de divertidas soluciones de emergencia, nada de lo cual asoma en esta película.
Lo hace renunciando a su identidad dual
como profesor de arqueología y aventurero, al verse obligado a abandonar su
puesto de trabajo.
Lo hace renunciando a la coherencia, esa
cualidad que en las tres primeras entregas permitía al personaje caminar al
filo de lo inverosímil sin llegar nunca a caerse; en ésta no sólo cae, sino que
se lanza de cabeza a ella al final del prólogo y ya no regresa.
Y, sobre todo, lo hace renunciando a su
nombre. Ya no es Indiana Jones, sino el profesor Henry Jones Jr.; ese es el
nombre que le dan todos, a excepción de su colega Mac que tampoco le llama
Indiana" sino "Jonesy". La renuncia a su propia identidad es tal
que cuando trata de conseguir que el viejo profesor que ha perdido la cabeza al
que da vida William Hurt lo reconozca, le dice, literalmente: "soy yo,
Ind... quiero decir, Henry Jones Jr.". Tan sólo Marion, la vieja Marion,
recuperada de “En busca del arca perdida”, le sigue llamando Indiana Jones.
Me quedo con un prólogo prometedor en el
que, aunque a veces deslucidos y otras veces forzados, sí se incluyen los
elementos que hicieron grande a Indiana Jones, incluyendo varios personajes
carismáticos, encabezados por Cate Blanchett, que por desgracia, son
posteriormente desaprovechados por completo por culpa de un guión lamentable.
EN RESUMEN: Este no es nuestro Indy, es
una fotocopia. Una película hecha a base de efectos visuales y momentos de
acción inverosímiles con el único propósito de sacar dinero. Como película de acción
puede resultar entretenida, pero a los mitos hay que exigirles mucho más. ¿Por
qué no entienden que por espectaculares que sean las escenas de acción en las
originales son las otras escenas las que calan en el público y las hacen
míticas?”
Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún,
Quintana Roo. México.