EL HUÉSPED SATISFECHO

 

CUENTO BREVE

 

Era un pingüino juvenil de una especie muy rara de encontrar en la costa de Chubut ya que tenía un círculo de plumas color naranja alrededor de sus ojos y un penachito del mismo color que sobresalía unos diez centímetros sobre los costados de su cabecita. No era muy grande e indudablemente se había separado de su grupo y de su plan de migración anual.

El matrimonio formado por Raúl y Miriam, dos jóvenes biólogos que caminaban por Bahía Escondida lo hallaron en la costa débil y empetrolado. Con sumo cariño y cuidado lo llevaron a su casa en Playa Unión.

Allí lo lavaron con shampoo para bebés y le hicieron tomar aceite de oliva. Todo esto tratando de evitar que al pretender lavar sus plumas tragara petróleo que produciría una úlcera en su estómago. Lo abrigaron hasta que sus plumas pudieran brindarle el calor necesario.

A la mañana siguiente lo pesaron comprobando que estaba muy delgado, le compraron cornalitos para intentar alimentarlo y decidieron darle un nombre ya que calcularon que su huésped permanecería con ellos algún tiempo. Después de varios intentos llegaron a un acuerdo, se llamaría Robinson.

Durante varias semanas Robinson se dedicó a comer ávidamente, defecar por toda la casa y dormir plácidamente frente al “calorama”.

Una mañana, el matrimonio se había acostado muy tarde, dormían muy tranquilos no pensando que Robinson tenía su estómago con un horario estricto, pero el pingüinito se acercó a la cama y emitió un fuerte graznido que era como decir: “¡tengo hambre!” Raúl se alarmó y sin pensarlo le arrojó al animalito una hojota de goma que, por supuesto no le hizo daño pero que sirvió para que la próxima vez graznara desde más lejos y en esta oportunidad la hojota ni lo alcanzó.

Una mañana la pareja decidió llevar a Robinson a Punta Tombo, la pingüinera más poblada de la Patagonia, sabiendo que su pingüinito no pertenecía a la misma familia de la región pero intentarlo valía la pena. Ese domingo salieron temprano llevando en la caja de la camioneta a Robinson que viajaba muy orondo bamboleándose con ese andar tan distintivo de los pingüinos. A media mañana llegaron a la colonia y pusieron al pequeño en el borde de la entrada. Él avanzó con cautela pero los habitantes del lugar no lo recibieron cordialmente y los picotazos abundaron y el rechazado Robinson consiguió escapar moviendo sus cortas patitas lo más rápido que podía, llegando a la camioneta y mirando a los chicos como diciendo: “volvamos a casa que este lugar no me gusta ni me quieren”.

Regresaron y convivieron con el animalito durante varios meses más. Al volver la época de la migración lo llevaron al lugar en donde lo habían encontrado. Robinson se acercó al mar, mojó las patitas como solía hacerlo y luego agitó sus pequeñas alitas como despidiéndose y se internó en el mar nadando rápidamente y así se fue alejando. Los biólogos lo vieron partir y pese a estar algo tristes se alegraron porque por fin Robinson volvería con los suyos…

 

Autora: Isabel Carmen Beatriz Núñez. Buenos Aires, Argentina.

mamytucuxi@arnet.com.ar

 

 

 

Regresar.

1