Mi lente

 

“HEREDARÁS EL VIENTO”: UNA POLÉMICA VIVA AÚN.

 

Hace poco la televisión satelital nos dio uno de sus raros banquetes: el mismo día se transmitieron dos filmes que impactaron a los cinéfilos hace más de cuatro décadas. Se trata de “Heredarás el viento” y “Doce hombres en pugna”, basadas en sendas obras de teatro que relataban dos juicios célebres: uno que se denominó “el juicio del siglo” para su época (por debatir la teoría de la evolución), y otro con una trama ficticia sobre un jurado que discute la culpabilidad de un joven acusado de asesinar a su padre.

El caso es que ambos filmes nos dejan un mensaje muy oportuno: la fragilidad de la justicia y el papel de los prejuicios personales al juzgar moralmente las debilidades humanas. En términos cinematográficos ambos proyectos representaron un reto para sus realizadores, pues todo sucede en el ámbito cerrado de un tribunal o un salón para jurados. Heredarás el viento (en inglés Inherit the Wind) es una obra de teatro cuyos autores son Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee, que se estrenó en Broadway en Enero de 1955, y en 1960 se realizó la versión cinematográfica basada en la obra. El título de la obra está tomado del Libro de los proverbios 11:29, el cuál en la Biblia del Rey Jaime dice:

He that troubleth his own house shall inherit the wind: and the fool shall be servant to the wise of heart (Aquel que cree disturbios en su casa heredará el viento: y el tonto se convertirá en el sirviente del sabio de corazón)

Heredarás el viento es un relato inspirado en el que fue llamado “juicio del Mono” que tuvo lugar en 1925, donde se encontró culpable a John Scopes de enseñar la teoría de la evolución de Charles Darwin en una clase de ciencia en una escuela secundaria, en contra de lo que establecía una ley del estado de Tennessee que prohibía la enseñanza de toda otra explicación que no fuera la de la Biblia. Los personajes en la obra: Matthew Harrison Brady, Henry Drummond, Bertram Cates y E. K. Hornbeck se corresponden con personas en la vida real William Jennings Bryan (fiscal, Político aspirante a la Casa Blanca), Clarence Darrow (abogado, famoso por defender causas perdidas), John Scopes (profesor rebelde, en busca de la verdad científica), y H.L. Mencken (juez), respectivamente.

A pesar de que existen numerosas similitudes entre la obra y la historia real, la obra no fue concebida como un documental sobre el juicio a Scopes, sino como una llamada de atención sobre el daño que ocasionó el “macartismo” –del que ya hemos hablado en estas páginas-, que algunos consideran uno de los períodos más oscuros de la historia de los Estados Unidos. La obra de teatro ha sido aclamada como una de las más grandes obras del siglo XX, debido a los temas que trata: la fe y tolerancia religiosas, junto a la libertad de pensamiento.

El director Stanley Kramer --un productor que venía de realizar filmes laureados como “High Noon” (aquí, “A la hora señalada”), “El salvaje”, “El motín del Caine” y poco antes había dirigido un impactante drama con trasfondo racial, “Fuga en Cadenas”, con Sidney Poitier en su primer rol protagónico-- dirigió en 1960 esta notable adaptación al cine. Kramer fue un director audaz, que tuvo la distinción de estar por un tiempo en la famosa “lista negra” de Hollywood por sus ideas liberales. Sus películas siempre buscaron un tema polémico, así que esta era ideal para ser realizada por un cineasta arriesgado como él,

Como hemos dicho, el proceso tuvo lugar en un pueblito sureño para castigar a un profesor de secundaria que tuvo la osadía de enseñar la teoría de Darwin, algo que estaba prohibido en la legislación regional. El juicio tuvo una gran repercusión, por representar un enfrentamiento entre la tradición religiosa y la modernidad científica, tendencias defendidas en la corte por dos personalidades como William Jennings Bryan, un ex candidato presidencial que se ofreció como fiscal acusador, y el polémico abogado criminalista Clarence Darrow, quien había ganado una merecida fama por salvar de la silla eléctrica a los jóvenes asesinos Loeb y Leopold, confesos de matar premeditadamente a un muchacho sólo por gusto. La presencia de dos juristas famosos, discutiendo la teoría de la evolución, fue uno de los sucesos noticiosos de esa década en EE.UU.

Kramer sabía que para darle cierto atractivo a una trama esencialmente rígida e intelectual, debía apoyarse en dos grandes actores en los papeles protagónicos, de modo que escogió a Spencer Tracy y Fredric March –ambos ganadores de varios premios Oscar- en los papeles de Darrow y Bryan.

Pero el gran atractivo de la obra, tanto en el teatro como en el cine, es el tema que muestra los prejuicios de la provincia norteamericana, todavía aferrada grandemente a la tradición bíblica, y donde un juicio controversial como el propuesto estaba de antemano a favor de la causa conservadora. El interés de la trama se centra en las dificultades que encaró Darrow para defender al joven profesor, al prohibírsele al abogado el recurso de presentar testimonios de autoridades científicas. En un recurso desesperado, Darrow llamó como testigo de cargo al mismo fiscal acusador --algo nunca visto en los anales jurídicos--, y lo pone en ridículo al cuestionar expertamente sus creencias religiosas con argumentos racionales y científicos.

Al final, el profesor es declarado culpable en forma simbólica, pero la sentencia es tan leve –apenas cien dólares de multa-- que nadie duda de la victoria de Darrow. El fiscal Bryan muere al final del juicio (varios días después, en la vida real), frustrado por la ridícula condena. Pero la victoria de Darrow –y de las fuerzas progresistas-- se podría considerar casi como pírrica ya que en varios estados del interior de EE.UU. donde --a finales del siglo XX— se legisló la enseñanza obligatoria de la “teoría creacionista” (otro nombre para la versión bíblica) signo que en los estados del sur y medio-oeste no ha cambiado mucho la fuerza de los grupos conservadores, aferrados todavía a las versiones religiosas sobre la creación. En los albores del siglo XXI, pocos creen que fueron creados por un dios en unos cuantos días, pero todavía hay mucha gente que jura a favor de la versión bíblica, especialmente entre las masas poco instruidas.

“Heredarás el viento” es sin duda, digno exponente del llamado “cine de tesis”, que incluye las obras reconocidas por su seriedad y honestidad narrativa, sin utilizar elementos efectistas para mantener el interés. Por algo este tipo de cine –cuando es realizado por directores de talento- es muy apreciado entre la crítica profesional, y tendrá siempre cabida entre los espectadores que buscan en el cine y la televisión algo más que el simple entretenimiento escapista. Así, este cine ofrece la oportunidad de afianzar valores morales o actitudes sociales mediante la reflexión ante los hechos que se presentan en la pantalla. Es éste uno de los más valiosos méritos del arte cinematográfico, donde se nos recrea una historia dramática para hacernos meditar sobre ciertos temas relevantes que encaramos en nuestra vida cotidiana. A final de cuentas, estas obras ayudan a formar nuestro bagaje ético y cultural, del mismo modo que lo hacen la literatura, la prensa escrita o audiovisual... y la vida misma.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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