Los golpes que vienen.

Por LUIS GUTIÉRREZ ESPARZA.

Desde diciembre de 2003, la maltrecha comunidad de inteligencia estadunidense –que se vio ampliamente rebasada por la incapacidad y la complicidad en los meses previos a los atentados del 11 de septiembre de 2001--, disponía de informes fidedignos acerca de la posibilidad de que se perpetraran nuevos ataques terroristas en el territorio de Estados Unidos, antes y durante la jornada electoral de noviembre.

Los objetivos, por lo demás, no se circunscribían a ese solo país: el secretario del Interior británico, David Blunkett, anunció nuevas y drásticas medidas de seguridad para combatir el terrorismo, pues una acción de esa índole en Gran Bretaña es "inevitable". A su vez, el alcalde de Londres proclamó que hay un atentado en el horizonte inmediato de la gran metrópoli; y un sondeo nacional, realizado en abril, daba cuenta de que el 71% de los británicos comparte la opinión.

En París, durante la primera semana de mayo, se llevó a cabo un simulacro de preparación ante un golpe terrorista en el metro y el canciller francés, Dominique de Villepin, comentó que Francia debe estar lista para enfrentar este tipo de situaciones. El gobierno socialdemócrata de Gerhard Schroeder concientiza discreta pero permanentemente a los alemanes para eventualidades de la misma índole.

De regreso en este lado del Atlántico y al sur del río Bravo, la detención de un militante musulmán de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) –la narcoguerrilla más antigua y poderosa del mundo--, posibilitó el conocimiento de la existencia de un programa anteriormente desconocido entre los movimientos guerrilleros latinoamericanos: los comandos suicidas.

Mientras Estados Unidos ha dedicado su atención principal en el combate al terrorismo internacional a países y regiones ubicadas allende los oceanos, siguen surgiendo señales inquietantes en el hemisferio occidental, que confirman los alcances de la influencia internacional de Osama bin Laden y Al-Qaida. En estas mismas páginas he comentado la reunión que tuvo lugar en las afueras de Ciudad del Este, Paraguay, hace cinco años, convocada por Al-Qaida, a la cual asistieron representantes de grupos armados como las propias FARC y el ELN, también colombiano; lo que subsiste de los Tupamaros (Uruguay), de la fracción ultra del MIR chileno, de formaciones menores de Bolivia y Venezuela y hasta del EZLN y el EPR mexicanos.

El problema parece más evidente en Brasil y Argentina, las naciones más importantes de Sudamérica. En la zona fronteriza entre ambas y Paraguay, conocida como "la triple frontera", viven unas 629 mil personas, 23 mil de ellas, de ascendencia palestina y libanesa. Un activísimo contrabando de baratijas procedentes del Medio Oriente es una de las características del área. Otra, la creciente implantación de células fundamentalistas islámicas, sobre todo wahabitas.

Después del 11 de septiembre de 2001, las autoridades paraguayas cerraron el acceso al Puente de la Amistad Tancredo Neves, sobre el río Paraná, que comunica a Ciudad del Este con Foz de Iguazú, Brasil y era utilizado por alrededor de 30 mil personas diariamente. Sin embargo, el problema está lejos de haberse resuelto: la influencia de Al-Qaida es cada vez más evidente, incluso en la preparación de comandos paramilitares que se esfuman de un país al otro y lo mismo son detectados en territorio brasileño, que en el argentino o el paraguayo.

La cadena de atentados que se viene produciendo en los más diferentes lugares del planeta, prueba que el 11 de septiembre no fue un hecho aislado. Resulta, además, cada vez menos razonable creer que las acciones terroristas protagonizadas por grupos chechenos, palestinos o cachemires responden a problemas puramente locales. Se trata más bien de un marco de jihad global, aunque igual de erróneo sería caer en la trampa del choque de civilizaciones en el que una sexta parte de la humanidad se enfrentara al resto. No se debe confundir a los grupos de terroristas fanáticos con el conjunto de los musulmanes.

Dentro del mundo islámico y concretamente en el ámbito del fundamentalismo, cuya expresión principal es la secta wahabita a la que pertenece Bin Laden, de tres a cuatro millones de personas tienen vocación suicida –por ejemplo, entre los adolescentes palestinos que viven en la franja de Gaza, dicha intención alcanza al 24%--, lo que pone al mundo frente a un riesgo sin precedentes.

Debe recordarse la existencia de la Fethullah Gülen Cemaati (FGC), o Comunidad de Seguidores, un grupo internacional de escuelas cuyo principal dirigente –turco-- se encuentra en Estados Unidos, que tiene alrededor de 200 planteles en unos 40 países, desde Turquía y Rusia (Siberia incluida) hasta América del Norte y del Sur, pasando por Asia Central, el Cáucaso, Albania, Francia, Alemania, Italia y España.

Con tantas personas decididas a inmolarse y con la sociedad en su conjunto como blanco, se avecinan nuevos atentados en diversas ciudades del mundo, algunos de ellos vinculados, en principio, con armas de destrucción masiva, como las nucleares, de las que Al.Qaida ha intentado proveerse y, al parecer, tiene ya por lo menos los componentes básicos para disponer de alguna, cuya naturaleza en cierta medida rudimentaria, no la haría menos letal. Y esto puede ocurrir en un futuro tan próximo, que quizá lo estemos viendo ya en el calendario…

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