GLOBALIZACIÓN, ¿INFIERNO O PARAÍSO?

 

La economía como eje del mundo global.

 

La globalización marca hoy la política económica de los llamados “países emergentes” o del tercer mundo, entre los que se encuentra la argentina. En este contexto, un aspecto insoslayable es la brecha entre ricos y pobres que crece constantemente. En los países desarrollados existen movimientos antiglobalización, que protestan contra este nuevo fenómeno y se revelan ante sus efectos.

El término "globalización" ha adquirido una fuerte carga emotiva. Algunos consideran que la globalización es un proceso beneficioso una clave para el desarrollo económico futuro en el mundo, a la vez que inevitable e irreversible. Otros la ven con hostilidad, incluso temor, debido a que consideran que suscita una mayor desigualdad dentro de cada país y entre los distintos países, amenaza el empleo y las condiciones de vida y obstaculiza el progreso social.

 

La globalización ofrece grandes oportunidades de alcanzar un desarrollo verdaderamente mundial, pero no está avanzando de manera uniforme. Algunos países se están integrando a la economía mundial con mayor rapidez que otros. En los países que han logrado integrarse, el crecimiento económico es más rápido y la pobreza disminuye. Como resultado de la aplicación de políticas de apertura al exterior, la mayor parte de los países de Asia oriental, que se contaban entre los más pobres del mundo hace 40 años, se han convertido en países dinámicos y prósperos. Asimismo, a medida que mejoraron las condiciones de vida fue posible avanzar en el proceso democrático y, en el plano económico, lograr progresos en cuestiones tales como el medio ambiente y las condiciones de trabajo.

En los años setenta y ochenta, muchos países de América Latina y África, a diferencia de los de Asia, aplicaron políticas orientadas hacia el sector interno y su economía se estancó o deterioró, la pobreza se agravó y la alta inflación pasó a ser la norma.

Las crisis desencadenadas en los mercados emergentes en los años noventa han mostrado a las claras que las oportunidades que ofrece la globalización tienen como contrapartida el riesgo de la volatilidad de los flujos de capital y el riesgo de deterioro de la situación social, económica y ambiental como consecuencia de la pobreza. Para todas las partes interesadas —en los países en desarrollo o los países avanzados y, por supuesto, para los inversionistas— esta no es una razón para dar marcha atrás sino para respaldar reformas que fortalezcan las economías y el sistema financiero mundial de modo de lograr un crecimiento más rápido y garantizar la reducción de la pobreza.

La globalización provocó en la argentina graves problemas sociales: aumentaron las dificultades para generar y conseguir empleo estable, se incrementó la pobreza, y aumentó la marginación. Esta situación derivó en una enérgica reacción social, no sólo en la argentina sino en el resto del mundo.

Las autonomías nacionales parecen haber desaparecido en muchos países. Hoy el futuro de más de una nación, se decide en Wall Street por medio del denominado “riesgo país”. Quizá el fenómeno de la globalización, modificó en gran medida las pautas y conductas de los pueblos.

Sin embargo, no todos los aspectos de la globalización son negativos. Es importante destacar que en la famosa “aldea global”, la comunicación acercó a distintas culturas, acortó las distancias entre los pueblos; el desarrollo científico contribuyó a generar un mejor nivel de vida. Se trata no obstante, de un privilegio del que gozan las naciones industrializadas, poseedoras de recursos económicos que les permiten formar parte del sistema sin mayores desventajas.

La eliminación de las fronteras generó un proceso acelerado de empobrecimiento de los países subdesarrollados. Aumentó la concentración de la riqueza y generó en la última década, mayores desigualdades. Al respecto, el líder cubano Fidel Castro, manifestó: “los ricos no conocen el hambre; el colonialismo no fue ajeno al subdesarrollo y la pobreza que hoy padece gran parte de la humanidad”. Recalcó a demás, que la opulencia y el derroche de las sociedades de consumo en grandes ciudades, sumieron en la explotación a muchos países.

El derrumbe de las fronteras comenzó en la década del 70, a través de una comisión trilateral integrada por jefes de empresas multinacionales de Estados Unidos, Europa y Japón. Desde esas gigantescas industrias, quienes las presidían parecían digitar la economía mundial. Sin embargo, el inicio de la globalización se ubica en un día clave de la historia reciente: el día que calló el muro de Berlín.

En la argentina, este proceso se reflejó con mucha intensidad hacia fines del mandato de Raúl Alfonsín, y fue incentivado durante la gestión de Carlos Menem. En la administración menemista, uno de los efectos más significativos del proceso de globalización, fue la incorporación de ahorro externo manifestado en grandes capitales.

 

 

La globalización vista por los políticos.

 

Para algunos líderes de América Latina, como el ex presidente argentino Raúl Alfonsín, las consecuencias de la globalización son nefastas y peligrosas para los países en vías de desarrollo. Por su parte, el ex presidente Carlos Menem, le otorga a la globalización un sentido de integración. Sostiene que sin perder la identidad de cada uno de los países, pronto formaremos parte de un planeta absolutamente integrado. Otros dirigentes tienen una postura totalmente antagónica respecto a la globalización. La consideran injusta, salvaje e inhumana; y agregan que sólo beneficia a unos pocos en desmedro de una inmensa mayoría. Desde esta perspectiva surge una pregunta clave: ¿era inevitable en la Argentina aceptar un modelo de globalización que generó tantos desocupados y marginados? La respuesta no es sencilla, ya que se ha esbozado más de una teoría sobre esta cuestión. Vale decir no obstante, según sostienen reconocidos economistas, que si la globalización tiene que ver con una economía perfectamente regulada y controlada, y con inflación y empresas en manos del estado, no es la mejor alternativa para Argentina, considerada como uno de los países más extranjerizados de América Latina. De lo expuesto se deduce que nuestro país no pudo evitar formar parte del proceso de globalización, pero sí debió tomar las decisiones necesarias para mitigar sus efectos. ¿Por qué no lo hizo?; ¿fue por falta de cintura política o por incapacidad de la clase dirigente?

Lo cierto es que Argentina no aplicó anestesia alguna a todo lo que podía significar el nuevo desarrollo internacional. Los resultados de la implementación de una política globalizada, se pueden cuantificar en personas que sufren más marginación y pobreza. Las estadísticas señalan cifras inéditas de exclusión y pobreza. En 1990 había en la Argentina seiscientos mil desocupados; hoy, esa tasa se elevó a dos millones cien mil. Existen a demás, catorce millones de ciudadanos que según revela el INDEC, se encuentran bajo la línea de pobreza; es decir, millones de seres humanos cuyas necesidades básicas están insatisfechas, y a quienes se les niega la mínima oportunidad de superarse en muchos aspectos de su vida. Entre los dos millones de desocupados que existen hoy en el país, se encuentran miles de jóvenes y jefes de hogares a quienes el tiempo les juega en contra. La imposibilidad de acceder a un trabajo que les permita reinsertarse en el mercado laboral, contribuye a generar mayor exclusión y frena la ansiada “reactivación económica”, que desde hace más de tres años, necesita la argentina para crecer.

 

Los efectos no deseados de la globalización.

 

Entre las consecuencias más negativas de este proceso, se cuentan los mercados que digitan la economía mundial, provocando mayor pobreza y exclusión. Ante este panorama es fundamental diseñar programas, cuyo eje sea la preocupación social por generar recursos para mejorar la educación, la salud, y crear redes de ayuda para los más desprotegidos. De lo contrario, flagelos como la marginación serán cada vez más difíciles de erradicar.

La marginación genera otros males: es la madre de la violencia, y supone la hipoteca del futuro de cualquier pueblo que la padezca. Para que las políticas macroeconómicas tengan reales posibilidades de éxito, deben estar orientadas a mejorar las condiciones de vida de los pueblos, buscando el progreso social.

La justicia tampoco parece quedar fuera de la globalización, ya que en muchos casos, favorece a los poderosos perjudicando inevitablemente a los que menos tienen. Los detractores de este proceso, aseguran asimismo, que la globalización recortó la cultura de los pueblos, les quitó identidad. Sostienen que se pierden valores básicos como la educación general, la falta de contraste entre ricos y pobres que se daba en otros países de América Latina, desaparece también la movilidad social.

Por otra parte, quienes avalan este proceso, argumentan que el término globalización es utilizado ideológicamente contra la organización social y política imperante. Consideran que es altamente positiva y beneficiosa. En este marco, la cultura no permanece al margen de la globalización. Así, quienes son partidarios de este fenómeno, señalan que la cultura de los países es dinámica, por lo tanto la globalización enriquece la cultura de un pueblo; aunque es indudable que conlleva un riesgo de perder identidad nacional, sobre todo en aquellas zonas donde es muy marcada. La globalización en materia de cultura, supone la difusión masiva de todos aquellos elementos que la conforman. Sin embargo, no hay manera de globalizar la cultura, porque es privativa del espíritu de cada hombre y de cada pueblo.

 

La economía traspasó las fronteras.

 

La globalización extranjerizó la economía argentina; hace una década de diez principales empresas siete eran nacionales, ahora sólo dos. El término globalización significa en realidad, la mundialización de los países poderosos. Es necesario recordar que hablar de globalización, obliga a admitir que existen globalizados y globalizadores. La experiencia muestra que el estado cada vez tiene menos capacidad de decisión, en un mundo dominado por los monopolios y por los grandes intereses económicos.

La globalización está basada en la interconexión de los mercados productivos y financieros y en la transnacionalización empresaria, sustentada en el avance de las comunicaciones. Es un fenómeno que, en sí mismo, no es bueno ni malo, aunque sus efectos no se distribuyen de modo homogéneo en todos los Estados, ni en el interior de sus sociedades. Esa heterogeneidad suele ser representada gráficamente de dos maneras, más geoeconómicas que geopolíticas. La faceta geoeconómica muestra una representación de la heterogeneidad de la globalización, que estratifica a los Estados en forma de anillos concéntricos en torno a un núcleo integrado por los países económicamente más desarrollados, la tríada formada por Europa Occidental, EE.UU. y Japón. En este esquema, conforme se avanza del centro hacia la periferia disminuye la calidad de inserción de los Estados en el juego económico global y, salvo que medien factores de seguridad, también la importancia de los mismos para el núcleo. No hace falta salir de él para observar que algunos muros invisibles, como los descriptos, excluyen a importantes sectores sociales de la globalización económica. En estos casos, la manifestación más usual de esa exclusión es la desocupación, que ocurre como efecto de la automatización productiva o de la transferencia de industrias intensivas en mano de obra hacia otras partes del mundo. Y este estado de cosas comienza a preocupar a los estrategas. Hay quienes afirman que el turbocapitalismo (como se define a la globalización desde el punto de vista de las empresas transnacionales) puede ser un buen negocio, pero en el fondo es una estafa a la gente si no genera o mantiene puestos de trabajo. "¿Qué sentido tiene que la economía me permita comprar un Mercedes Benz, si la economía produce tantos desocupados que se transforman en criminales y mi Mercedes Benz es robado?". Si pensamientos de este tipo se formulan respecto a los países que conforman el núcleo geoeconómico de la globalización y por ende serán sus principales beneficiarios, es posible imaginar cómo se percibe esta situación en los anillos externos del modelo, integrados por países que no están preparados para competir globalmente debido a sus producciones poco diversificadas y de escasa competitividad (relación calidad/precio), su escasa mano de obra calificada, su incapacidad educativa o financiera para incorporar tecnologías o su falta de atractivo para captar inversiones. En vastas zonas de África, Asia e incluso América Latina estas situaciones agravan cuadros sociales preexistentes de desnutrición, analfabetismo y subalfabetismo, falta de recursos esenciales y desempleo; en conjunto, se denomina a este efecto como agravamiento (o ensanchamiento) de las brechas de pobreza.

Su dimensión surge de las mediciones y estadísticas: la diferencia de ingresos per capita entre países desarrollados y subdesarrollados se triplicó entre 1960 y 1993, observándose hoy que la riqueza de las 358 personas más acaudaladas del orbe equivale a la de los 2300 millones más pobres, es decir al 46 % de la población mundial; unos 840 millones de personas sobreviven con una alimentación que no llega al nivel mínimo nutricional; hay más de 200 millones de niños desnutridos, de los cuales mueren anualmente 13 millones. Como en todo el globo, en estos lugares existe, más allá de las declamaciones, la profunda certeza de que el fenómeno de la globalización económica es irreversible e indetenible, y que no se presentan opciones: una adaptación a las reglas de juego, o una marginación definitiva.

Ante esta disyuntiva, las percepciones subjetivas suelen tener igual o mayor valor que los pronósticos que puedan desprenderse del análisis frío y objetivo de los indicadores económicos, políticos o históricos. Es decir que muchas veces es más importante si la población de un Estado considera que la globalización la condena a la marginación, que los datos que permiten ser optimistas sobre su participación en ese fenómeno a mediano y largo plazo.

 

 Si la globalización significara una inserción clara de los países subdesarrollados en un concepto multilateral de comercio, habría grandes ventajas para la Argentina. En este contexto, el intercambio y el libre comercio deben ser estimulados y no coartados por el modelo neoliberal, que se manifiesta en el fundamentalismo de los mercados. Quienes se oponen al neoliberalismo, afirman que busca una democracia elitista, basada en una competencia de los partidos políticos por el boto de la gente.

Una forma de neutralizar los efectos negativos de la globalización, es que el orden político prevalezca por sobre el económico, es decir, que la política ponga a la economía al servicio de los más necesitados.

 

Radiografía de los globalifóbicos.

Entre los movimientos socioculturales que repudian la globalización, se destaca uno que en continua expansión lucha contra ella. Se trata de los globalifóbicos que en cada reunión del grupo integrado por los ocho países más poderosos del mundo, o del Fondo Monetario Internacional, realizan multitudinarias manifestaciones que tuvieron su pico máximo en la reciente reunión de Génova, donde el movimiento cobró su primera víctima. Los antiglobalización expusieron en esa ocasión, algunos puntos básicos sobre los que sustentan su lucha:

El trabajo: para el derecho a la renta del trabajo contra las viejas y nuevas formas de explotación, la flexibilidad impuesta, y la precariedad.

La inmigración: por la libertad de circulación y equiparación de los derechos para todos.

El medioambiente: contra la devastación y contaminación de la tierra. También se han manifestado en contra de una nueva carrera armamentista a nivel mundial, que según sostienen, es el instrumento habitual del capitalismo para resolver las controversias internacionales. Los antiglobalización quieren construir, a veces mediante la violencia, una gran movilización globalizada contra la globalización.

Las fuerzas ideológicas y políticas que actúan dentro de las sociedades, lo hacen persiguiendo objetivos específicos. Existen sectores que se preocupan, por ejemplo, en tratar temas diversos que seguramente le importan a la gente común; temas como la pobreza, cuando la brecha entre ricos y pobres aumenta diariamente. De alguna manera instan a la gente a formar parte de esos movimientos.

 

Autora: María Eugenia Fabro. Córdoba, Argentina.

eugefabro@yahoo.com.ar

 

 

 

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