FIRMAS Y CONTRAFIRMAS

A don Félix Lope de Vega, una su amiga (vaya usted a saber con qué grado de intimidad) llamada Violante, le mandó hacer un soneto y, fuera que ese día sospechara don Lope que las musas andaban en huelga o, por lo menos distraídas, confiesa que en su vida se había visto en tal aprieto; pero, sabiendo que catorce versos dicen que es soneto, burla burlando fue adelante en el trabajo encomendado. Por si acaso tuviera yo tanta suerte como el complaciente versificador, busco y rebusco a mi alrededor por si hubiera algo que me mereciera la pena escribir para complacer al equipo de la revista, pero por más que miro y remiro, nada me parece que haya : mis musas, como las de Juan Manuel Serrat, deben estar de paseo. Verdaderamente, soy pobre de ideas y, reconociéndolo, me doy a leer los múltiples mensajes que me llegan de las varias listas a las que estoy subscrito sin poder encontrar algo que, a mi desgana, sirva para emborronar unas cuantas líneas a fin de no defraudar a quienes en directo y por persona interpuesta, me recuerdan el que debería ser grato trabajo de contribuir a la revista que tan interesantes temas nos viene ofreciendo cada trimestre.

Por fin, al concluir la lectura de un mensaje de Esperanza Ciegos, mi atención, sin propósito se detiene en la frase que, a modo de firma aparece al final de cada uno de ellos y, casi sin intentarlo, caigo en la cuenta de la humildad que contiene al declarar "que lo que ignoramos es todo". Prudente me parece la frase del naturalista apasionado investigador de la vida de las abejas y yo me lo aplico sin el menor esfuerzo; pero caigo en la cuenta de que algo sé puesto que sé que no sé nada.

Sin intento, inmediatamente, pienso en los varios amigos que tienen costumbre de cerrar sus mensajes con alguna frase más o menos sentenciosa y, a partir de este pensamiento, traigo a mi memoria las contrafirmas que llaman mi atención de manera especial y trato de indagar el propósito de los autores de tales avisos y advertencias.

Por proximidad, el primero que se me hace presente, es la afirmación de nuestro amigo llillo: "siempre contento". ¡Que maravilla encontrar al hombre "siempre contento", siendo así que, lo común, lo más frecuente, es encontrar a personas resentidas, siempre quejosas de los bienes que la vida les otorga cada día de su existencia, y refunfuñona al considerarse menos favorecida que los que le rodean! llillo nos da a entender que su vida es plácida y que todo le sonríe y, que cuando algo no le complace enteramente, él continúa satisfecho de cuanto le ha tocado en el reparto, tal vez por estar de acuerdo con aquel personaje de Julio Verne que afirmaba que: "en la naturaleza, todo conspira a la felicidad del hombre".

Me vienen a la memoria los mensajes de Pablo Madrid que en varias listas, a temporadas, cierra sus correos con alguna letrilla graciosa e instructiva, cuando no, pícara y un poco desvergonzada, como cuando alude en ellas a la mujer del pastor que, por ser linda, el marido de día no la ve y, de noche, se la quitan.

La gracia de Don Pablo, como le nombran sus muchos alumnos a los que dedicó grandísima parte de su trabajo de maestro y que ahora le recuerdan bondadoso y siempre dispuesto al trato amable y constructivo con ellos.

¿Que decir de la firma de ana María Martínez? Con su sorprendente: "y no sabiendo que era imposible, fue y lo hizo". Al detenerme en esta frase tan sentenciosa como estimulante, me he preguntado cuántas cosas habré dejado de hacer porque me habían dicho o yo mismo me lo había asegurado que eran imposibles; sin embargo vino alguien que desconociendo su imposibilidad, "fue y lo hizo". ¿Cuantos fracasos habré soportado como lo más natural, por creer que aquello era imposible?

Por lo poco que sé de la biografía de Ana María Martínez, a nadie le cuadraría la frase como a esa madre esforzada que, a pesar de su limitada audición, siendo madre de una niña afectada de limitaciones semejantes a las que soporta su madre, está sabiendo hacer en la pequeña, las maravillas que nunca aceptó que eran imposibles.

Otro amigo, cuyo nombre no me viene en este momento al recuerdo, que culmina sus mensajes con la frase de Marco Tulio Cicerón, en la que asegura que no le da vergüenza declararse ignorante de lo que no sabe: ¡Cuanta palabra ociosa se ahorraría si cada uno tuviera el coraje de reconocer los límites de su conocimiento y de su ignorancia como dicen que hacía Cicerón!

Pero la frase que más me ha impactado es la de un amigo que da fin a sus mensajes con la pregunta más inquietante: "¿será la vida el castigo de la muerte?"

Si resultara que el estado natural del ser humano fuera el de la existencia sin cuerpo físico y que solo como castigo o como escuela de perfeccionamiento del verdadero ser humano y se nos hubiera enseñado a tiempo, ¿cuántas angustias se nos habría ahorrado si la clerigalla de todos los tiempos no nos hubieran preatormentado hablándonos de eternos castigos, de venganzas inacabables de un Dios presentado como infinitamente justo hasta el extremo de castigar a sus fieles desviados del recto camino, hasta en la tercera y cuarta generación!

Por el contrario, ¿hasta qué punto nos sentiríamos agradecidos si supiéramos que la vida no es el premio, sino la oportunidad de superación que el plan divino ha previsto para cada una de sus criaturas?

No sería el miedo permanente que se nos inculca para este momento y para la eternidad, lo que nos moviera o, por el contrario, nos impulsar a hacer y construir desde nuestra aparente limitación. ¿No sería éste llamado "valle de lágrimas el que se nos ofreciera como valle de sonrisas? Para mí que esa es la verdadera postrimería que espera a cada ser creado por Dios para la felicidad y no, para el eterno padecer.

Gracias al autor de la frase y al que nos la ha dado a conocer: "¿será la vida el castigo de la muerte?".

Autor: Saúl Orea.

Alicante, España.

Correo electrónico: saulorea@ono.com

 

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