Mi lente

 

“LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA”: VANGUARDIAS, OFICIOS Y OBSESIONES

 

Julian Schnabel es un pintor estadounidense, cuyos ambiciosos trabajos figurativos han causado un enorme interés tanto en Estados Unidos como en Europa. Schnabel nació el 26 de octubre de 1951 en Nueva York, pero a los catorce años se trasladó a Texas. Estudió en la Universidad de Houston de 1969 a 1973; después, de 1973 a 1974 participó en el programa de estudios independientes para artistas jóvenes del Museo Whitney de Nueva York. Schnabel consigue realizar una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Houston en 1975, así es como se convirtió en un artista ampliamente conocido a finales de la década de los 70’s. Vive y trabaja en Nueva York.

 

Las dramáticas pinturas de Schnabel, se hicieron famosas por su enigmática concepción y su gruesa textura. A finales de los 70’s, empezó a pintar sobre superficies poco convencionales, incluyendo lozas rotas, terciopelo, pieles de animales y lonas alquitranadas. Los motivos de Schnabel derivan de una amplia gama de fuentes, incluyendo el cristianismo, la mitología clásica, las revistas contemporáneas y los libros infantiles. Su preocupación por el sexo y la muerte es especialmente notable, sobre todo en su cuadro “Maria Callas 4” (1982, Galería Saatchi de Londres). Es uno de los artistas más influyentes de finales del siglo XX. A pesar de las críticas sobre la teatralidad de sus trabajos, este artista desempeñó un papel predominante en el regreso a la pintura figurativa que tuvo lugar a finales de la década de 1970 y principios de los años ochenta.

 

Es hasta 1996, a los 45 años, que incursiona en el cine con “Basquiat”. Con una importante y costosa producción, aunada a un reparto relevante: Willem Dafoe, Courtney Love, David Bowie, Benicio Del Toro, Christopher Walken, etc. Por aquel entonces, Schnabel declaraba: “Gracias a que puedo vivir de mis cuadros puedo hacer películas a mi manera, sin presiones, sin compromisos, conservando la decisión final…”. En relación con el personaje, nos dice: “…Conocí a Basquiat y me propuse contar su verdadera historia”: Jean Michel Basquiat, pintor de color que irrumpió con gran fuerza en la Nueva York de los 70, a la sombra de su mentor, el todopoderoso Andy Warhol. Acomplejado, abrumado por el peso de la fama, pero cada vez más cotizado, el joven Basquiat sucumbió a su éxito y a los excesos a los 27 años, en 1988.

 

Schnabel es un artista quien gusta de experimentar y arriesgar. Y lo hace de manera peculiar, sus tres películas son biografías de personalidades sobresalientes. Una obsesión que le da el pretexto de ensayar y aventurar técnicas en aras de la expresión artística.

 

“Antes que anochezca” (2000) -también con un elenco impresionante: Javier Bardem, Johnny Depp, Najwa Nimri, Jerzy Skolimowski- está basada en la vida de Reinaldo Arenas, novelista y poeta cubano exiliado, nacido en 1943 en la Provincia de Oriente, en la Cuba rural, y muerto en la ciudad de Nueva York en 1990. Contrastan sus primeros años, un niño absolutamente pobre y absolutamente libre, con los horrores y dificultades que encontró como escritor y homosexual, en el régimen socialista de Cuba.

 

Hay vidas que merecen ser llevadas a la pantalla porque, entre otras cosas, encierran un material cinematográfico de primer orden. Es el caso de Jean-Dominique Bauby, redactor jefe de la revista Elle, que en 1985 sufrió un accidente cardiovascular que le dejaba el cuerpo (la escafandra) totalmente inmovilizado, a excepción del párpado de un ojo (la mariposa) y de una mente lúcida y fuerte. Sin capacidad de hablar, sólo podía comunicarse con el parpadeo y siguiendo un alfabeto que su cuidadora le iba deletreando y él asintiendo a cada letra. Ardua tarea que no le impidió escribir su autobiografía, “La escafandra y la mariposa”, éxito literario rebosante de sensibilidad y humanidad que recogía esos dos años de “encarcelamiento” en su cuerpo, de lucha por vivir y por sentir emociones reales o imaginadas, rodeado del cariño y atenciones de médicos y enfermeras, de familia y amigos.

 

El pintor neoyorquino leyó el libro y no dudó en convertir esas emociones y experiencias en imágenes impactantes. No cabe duda de que lo ha conseguido. Basta con los primeros minutos de la cinta para percibir que el pintor-cineasta ha dotado de una fuerza visual –inusual-, a la tremenda historia real, que consigue manejar con maestría todos los resortes plásticos-cinematográficos. En fin: que ha logrado una obra maestra.

 

Se trata de un trabajo muy personal de quien ha sabido conjuntar y dirigir a un equipo espléndido (habida cuenta, como el dice, de que dispone de todos los recursos económicos necesarios). El guión ha sido escrito por un verdadero especialista: Ronald Harwood, quien ha colaborado con gente tan importante como Norman Jewison, István Szabó y Román Polanski, entre otros. Para la fotografía, consigue al polaco Janusz Kaminski, fotógrafo de cabecera de Steven Spilberg. Para el montaje tiene a la excelente y eficaz Juliette Welfing, considerada como una de las mejores de Francia y del mundo.

 

Con estas tarjetas de presentación, el reparto –como es costumbre- no desmerece en absoluto, magníficas interpretaciones de todas las actrices, un esforzado trabajo del francés Mathieu Amalric y del sueco Max Von Sydow.

 

Schnabel obtuvo en 2007, la Palma de Cannes, y los Globos de Oro a mejor director y mejor película de habla no inglesa y nominaciones a mejor guión adaptado, montaje y fotografía. Y aunque no fue nominada, es justo también destacar la música de Paul Cantelon, que trae aires de libertad cuando suena su banda sonora en esa playa desierta o mientras el inválido pasea en su imaginación por las calles de Lourdes al anochecer.

 

Julián Schnabel asume el riesgo de adoptar el punto de vista de Jean-Dominique para narrar su propia historia, en su intento de dar a la cinta la mayor fuerza dramática posible y también de apropiarse de su propia sensibilidad. Buscó la empatía con ese “cautivo” que aprende a ver y oír en su interior, y para esto se ha servido de la cámara subjetiva y de los primerísimos planos que entran en su reducido campo de visión: una planificación cerrada que, unida a un desenfoque fotográfico y a un excelente empleo del sonido, generan una inquietud y sentimiento que contagian al espectador. Especialmente los primeros momentos, tras despertar del coma y ser atendido por el médico, la fisioterapeuta o la logopeda, son de una intensidad y angustia increíbles, entre el desconcierto y el aturdimiento emocional, al comprobar que su pensamiento no se traduce en palabras y que todo se reduce a un monólogo interior que le aísla del entorno (pero que el público escucha sobrecogido).

 

Escena impactante e inolvidable, pero que no será la única, que Schnabel sabe oxigenar adecuadamente con algunos momentos de fina comicidad -con sarcásticos pensamientos replicando los comentarios de médicos y durante la visita de su amigo negro, o ante los técnicos de telefonía- y con otros de indudable ternura y emoción incómoda -con su “traductora literaria” o con su ex-mujer durante la conversación telefónica de la amante de Jean-Dominique que ella debe interpretarle-. Cine de primer orden que sabe ser sutil y no subrayar las poéticas metáforas que hablan del sentido de superación personal en la adversidad o de esa libertad interior que encuentra en la parálisis y el aislamiento: afectividad, memoria e imaginación que dan humanidad a un cuerpo en estado vegetal y sentido al dolor y al sacrificio, que son a la vez escafandra y mariposa para hundirse y volar juntos, como dice una de las mujeres que le atienden (verdaderos “ángeles de compasión”, como ha declarado Schnabel); o esos glaciares que se han derrumbado como su vida, para, en los planos finales, reconstruirse en un “efecto moviola” mientras pasan los títulos de crédito; o esas imágenes del mar y de la playa solitaria, o del buzo hundiéndose con su pesado traje submarino...

 

Entre lo realista y lo onírico, entre lo lírico y lo trágico, nos deja una obra tan profunda y equilibrada como las firmadas por Dalton Trumbo en “Johnny cogió su fusil” o Alejandro Amenábar en "Mar adentro" al tratar similares circunstancias. La suya es una valiente apuesta por la vida disminuida y los cuidados paliativos a partir del calvario del periodista francés, que se adentra con intimismo poético y sin tremendismo morboso en la enfermedad, y que sabe tratarlo con eficacia narrativa y visual.

 

Una lección de energía y vitalidad que marcan a cualquier espectador.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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