EL ACORAZADO POTEMKIN

 

Este fin de semana ha sido de remembranzas extraordinarias para Mi lente. La Casa de la Cultura de Cancún imparte un Curso-Taller de video cine y uno de mis amigos, que se inscribió, mencionó que analizarían “El acorazado Potemkin”, genial película, y me pidió un comentario. Tuve que recurrir a otro amigo, que me facilitó una copia totalmente restaurada y precedida de un interesante análisis crítico. Y aprovecho la ocasión para recomendarla, porque es una película que un cinéfilo debe ver, aunque sólo sea porque durante mucho tiempo fue considerada como la mejor película de la historia del cine, por la mayoría de la crítica internacional. Un servidor considera que hay mas razones para verla, como veremos adelante. Para rematar, el lunes, en la misma Casa de la Cultura, proyectamos “La Naranja Mecánica”, de Stanley Kubrick, de la que ya hemos hablado en estas páginas.

 

Sergei Mikhailovic Eisenstein, nombrecito que es mejor abreviar como S.M. Eisenstein, quien por cierto hoy no sería considerado ruso sino letón, por haber nacido en Riga, tenía sólo 28 años cuando filmó esta película. Había estudiado Ingeniería Civil, trabajando después de su graduación con el Ejército Rojo. La revolución de Octubre y la caída del Zar cambiaron totalmente su adolescencia, convirtiendo a un burgués de clase media alta en un comunista convencido.

 

Cuatro años después de la revolución bolchevique, el poeta Maiakowski lanzó su proclama de las nuevas formas estéticas. Había que crear un Ejército de las artes, al servicio de la Revolución. En esa tónica, el propio Eisenstein escribe que el nuevo cine debe “…estar basado en la yuxtaposición de escenas, pequeños sketches, agitación-propaganda, actos circenses, comedias, en una combinación de comentarios, gesto, música, film, escenificación y otros elementos visuales en principio heterogéneos, aunque montados, en cuanto atracciones del mismo estatuto, en un conjunto que hace converger la tradición de los espectáculos populares y el nuevo espacio del music-hall urbano. La luz, los efectos de sorpresa y conmoción definen una relación tensa con el espectador, una especie de movilización por la agresión, por el choque, una multiplicación de estímulos”.

 

En 1923 ya había filmado su primera obra El diario de Glumov, pero no fue hasta dos años después cuando se dio a conocer en la Unión Soviética y en todo el mundo, con dos grandes obras: “La Huelga” y “El Acorazado Potemkin”. Y es el propio director, quien nos resume el argumento de su película, basada en hechos reales acaecido veinte años antes en el puerto de Odessa, tal como si fuera una tragedia clásica en cuatro actos:

 

Acto 1.- Hombres y gusanos: En junio de 1905 Rusia sufre las sacudidas de la fiebre revolucionaria. El acorazado de la flota del Zar “Príncipe Potemkin de Táurida”, se encuentra fondeando frente al puerto de Odessa A bordo del Potemkin, la tripulación se queja de las malas condiciones de la comida. El médico del barco sostiene que la carne no tiene gusanos, pero un grupo de marineros se niega a comer la sopa.

 

Acto 2. - Drama en alta mar: El comandante ordena fusilar a los rebeldes para imponer el orden. El marinero Grigory Vakulinchuk (Aleksandr Antonov) exhorta al pelotón a no disparar contra sus compañeros y estalla un motín. Después de una dura batalla consiguen apoderarse del barco. Los oficiales son arrojados al agua. Toda la población de Odessa desfila en el muelle y dan víveres a los rebeldes.

 

Acto 3.- La escalinata de Odessa: Mientras las gentes de la ciudad observan las barcas que saludan al Potemkin, el almirantazgo ordena al ejército cargar contra el pueblo. Los soldados zaristas bajan por la escalinata, disparando contra los civiles indefensos, provocando una matanza. El acorazado, gobernado por los rebeldes, abre fuego contra el teatro de Odessa para detener la masacre.

 

Acto 4.- El encuentro con la Armada: El Potemkin hace frente, solo, a los navíos de la escuadra. En el momento decisivo, cuando la confrontación parece inevitable, el resto de los buques le abren paso fraternalmente, sin disparar sus cañones.

 

Genial en muchísimos aspectos, El acorazado Potemkin merecería pasar a la historia, aunque sólo fuera por la espectacular secuencia de las escalinatas de Odesa. Eisenstein, verdadero creador del montaje cinematográfico sabe crear una unidad fílmica de un conjunto de imágenes. Como cuenta el crítico Georges Sadoul: “La multitud es individualizada por medio de grandes planos de rostros o por detalles de actitudes y de vestimentas, escogidos con un sentido inigualable de caracterización (...) El episodio, por otro lado, está puntuado con “atracciones” violentas y desgarrantes: la madre con el cadáver del hijo en los brazos, el carro de la criatura, abandonado, rodando por la escalera, el ojo vaciado sangrando por detrás de los lentes quebrados”. Son todas eslabones magníficos de la escena más dramática de la historia del cine.

 

Pero no es la única secuencia destacable: La aprensión de los marineros ante el inminente ataque es marcada por un plano que muestra máquinas paradas; La muerte del médico que, sirviendo como títere del régimen zarista y que había autorizado la distribución de carne podrida a la tripulación, es representada por unos ojos, colgando de la borda de la nave; El destino de los marineros amotinados es anunciado por una fusión de imágenes de cuerpos ahorcados; En otra de las secuencias antológicas del film, durante el clímax de la represión, Eisenstein presenta tres planos con los leones del teatro de Odesa. En el primero vemos un león reposando, en el segundo hay un león despierto y de cabeza erguida, en el último surge un animal rugiendo. Montados en una rápida secuencia, los tres leones parecen ser una única pieza y una constatación: ante tamaño horror, como si pudieran decirnos que ‘hasta las piedras gritan’.

 

Nadie diría al verla que es una obra de encargo, que el propio Lenin confió al maestro de Riga. La fotografía es dura, juntando la técnica de un documental con la transparencia y claridad de un relato directo unido a un realismo tan crudo como desconocido hasta entonces. Pero ante todo destaca el revolucionario empleo alternativo de los primeros planos, utilizados por entonces, y muy escasamente, para reflejar las expresiones de los personajes. Aquí incluso aparecen primeros planos de objetos y cosas, aparentemente sin expresión, que de pronto, intercalados en el relato, cobran un sentido dramático impresionante: la carne agusanada, las lentes del oficial arrojado al mar, las bielas y las ruedas de la maquinaria naval agitadas en su vibrante movimiento hacia la muerte.

 

La otra gran invención que Eisenstein emplea en la película fue el montaje con una alternancia rítmica, sin duda de inspiración musical, en donde los primeros planos de personas y objetos juegan con los planos medios y los planos generales, a veces largos e inmóviles, otras precipitados vertiginosamente, que dan una nueva vida a las imágenes. También es invención de Eisenstein una nueva forma de expresión en el uso de las imágenes por medio de la angulación de la cámara. Hasta entonces, el ángulo de enfoque correspondía siempre al nivel del espectador, o del personaje que reemplaza al espectador, pero Eisenstein utiliza de pronto aquí otro ángulo, el del propio director, para expresar su punto de vista, creando así un énfasis descriptivo que nada tiene que ver con la imagen real. Todo ello dio como fruto una riqueza plástica inusitada, coincidiendo con la que por entonces utilizaban los pintores y dibujantes de las nuevas tendencias.

 

Montaje rítmico, angulaciones forzadas y una plástica no convencional integran lo que Eisenstein llamó “El Montaje Ideológico” que más allá del contenido político con el que él estuvo siempre comprometido, lo llevó a definir una propuesta estética innovadora: transportar al público, en una conmoción final, a una confrontación con las ideas y pensamientos del mensaje emitido. Lo genial de esta propuesta es que no se conforma con la clásica catarsis griega, que es fundamentalmente emocional, sin eludir el marco de las emociones, lo trasciende al aspecto racional. Es el primer artista que dice que el espectador “debe” pensar, no ser solamente receptor pasivo. Y lo consigue, cambiando así el rumbo de lo que será el cine futuro.

 

En suma, una película imprescindible que hoy, una vez extinguida la polémica de su mensaje político, permite apreciar aún más sus increíbles cualidades fílmicas. Sí, es una película muda, pero que habla al espectador como pocas. Finalmente, junto con su obra máxima “Octubre, los diez días que conmovieron al mundo” realizada en 1928, consigue una de las primeras revoluciones de arte cinematográfico.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com 

 

 

 

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