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En
Buenos Aires no duerme, la noche es eterna: todo es negrura. Aprovechar el
tiempo no importa, sino malgastarlo con toda evidencia, negarlo al ritmo pautado
de los adultos. No levantarse, no volver a casa, negarse al reloj del sistema.
240 horas sin pausa, sin padres, sin ley, sin otra cosa que hacer que estacionar
los cuerpos en una especie de gigantesco living: un deposito de jovenes para
pasar el tiempo en un eterno presente.
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