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Caminar
por las calles del barrio porteño de Once se vuelve una tarea complicadísima
cuando se elige la avenida Pueyrredón, entre Corrientes y Rivadavia. Como
si se tratara de una carrera de obstáculos, hay más de 200 puestos de vendedores
callejeros en esas cinco cuadras repletas de negocios.
A eso se suman los carritos que ofrecen garrapiñada, los percheros de los
comercios que ocupan espacio, las baldosas rotas y la gran cantidad de gente
que frecuenta la zona para hacer compras mayoristas.
Con una insistencia que se basa en repetir hasta el infinito precios y productos,
la oferta de los vendedores en la calle es enorme. Ropa deportiva, camisetas
(desde 7,99 pesos), medias (3 pares por $5), juguetes, relojes, pilas (4
por $1), gorros ($1,99), pantuflas (desde $3,50), adornos, bijouterie, portacelulares,
anteojos ($10) o especias ($0,50). Muchos optan por la modalidad de poner
los precios en grandes carteles. Sin embargo, hay que prestar atención porque
los productos suelen ser iguales a los de los comercios (compran en los
mismos mayoristas) y los precios varían en pocos centavos.
La mayor congestión se ubica en Pueyrredón entre Sarmiento y Perón (con
44 puestos en la vereda par y 37 en la impar), y en la cuadra siguiente,
entre J. D. Perón y Bartolomé Mitre, con 65 vendedores. La disposición interna
parece decir que los productos no pueden repetirse a pocos metros, pero
sí de una cuadra a la otra o en la vereda de enfrente ya que varios puestos
ofrecen mercadería idéntica.
El clima en la zona obliga a estar alerta. Casi no se ven policías: los
dos días que Clarín recorrió esas cuadras, durante toda la tarde había sólo
dos uniformados en Pueyrredón entre Bartolomé Mitre y Rivadavia. Por otro
lado, hay hombres parados en algunas esquinas que parecen estar vigilando.
Están quietos, miran y tienen un handy en el bolsillo. Son ellos
los encargados de detectar conductas atípicas. Por ejemplo, mientras se
realizaba esta investigación, les llamó la atención que los periodistas
se pararan a anotar precios y se acercaron a preguntar qué pasaba.
"Hace unos años estaban organizados, pero ahora no, viene cada uno por su
cuenta", asegura Damián, de un local de ropa mayorista ubicado entre Corrientes
y Valentín Gómez. Sin embargo, su visión se contradice con la de otros comerciantes.
Mario es dueño de un negocio que vende ropa para bebés desde hace 20 años
y cuenta: "La Municipalidad no aparece desde hace más de seis meses.
Quizás es porque se hizo una investigación en televisión donde se mostró
que los vendedores estaban arreglados con los inspectores. Alguien los cubre
y no nos protege a nosotros, que pagamos todos los impuestos. Sin dudas
están organizados".
Los vendedores ambulantes (se los llama así aunque no se mueven en todo
el día) llegan a eso de las 10 y se quedan hasta pasadas las 19, de lunes
a sábados. La mercadería la acomodan en bases de cartón o plástico que montan
sobre cajones, en los mismos carros o changuitos con los que se trasladan
para llegar e irse. De noche, muchos vendedores guardan sus productos en
locales que alquilan por la zona o en el interior de las galerías, una vez
que hayan bajado las persianas.
Más allá de si hay o no una organización de vendedores ambulantes en Once,
lo cierto es que todos los días cada uno ocupa el mismo lugar e ingresar
al "circuito" no es simple. "El otro día vino un tipo que solía vender por
el Abasto y quería mudarse acá. A los dos minutos me asomé y ya no estaba.
Lo sacaron con la Policía", asegura el encargado de un negocio de juguetes
ubicado entre Valentín Gómez y Sarmiento. Según su opinión "es muy injusto
tener un negocio con personal, pagando todo lo que corresponde, mientras
un señor sin pagar nada pone un puesto y vende lo mismo. Es competencia
desleal. Además, molestan en el paso". |
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Varios
comerciantes (ninguno quiere dar su nombre completo) cuentan que hay
personas que tienen varios puestos a su cargo.
La cuadra de la Estación Miserere es la más complicada para el paso.
Los vendedores ambulantes se instalan entre las paradas de colectivo
y la estación, cerrando el paso. Los días de lluvia se vuelven más difíciles
porque los vendedores se refugian en las marquesinas y los dueños salen
al choque. "Perdemos toda la vidriera y, a la vez, son un acoso para
los que pasan", opina el encargado de un gran negocio de ropa ubicado
en una esquina vidriada.
Entre despertadores que suenan sin parar, olor a garrapiñada, madres
con bebés atendiendo su puesto, peatones que tratan de ingeniárselas
para sortear obstáculos y el frío de estos meses, la situación es compleja
en la zona. Son más de 200 vendedores ambulantes que trabajan con códigos
propios, frente a cientos de comerciantes que por momentos se ven perjudicados
por una competencia despareja
Clarin,
12 de agosto de 2002
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