ENIGMAS DEL PODER


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INFORME GEOESTRATEGIA /VISIÓN SUR (Noviembre 2004)
Tercera Parte
Suramérica: ¿nuevo polo de poder?

Una de las grandes incógnitas a ser despejadas durante este proceso de reequilibrio mundial desatado por el fracaso angloamericano en Irak es la situación en la que va a quedar el inmenso continente latinoamericano y caribeño, una región que hoy pasa de los 500 millones de habitantes.

Ya en tiempos de Clinton arrancó un minucioso plan estadounidense para terminar de dar base jurídica, en pocos años, a su largamente construida hegemonía en América Latina. Los instrumentos básicos serían la OEA y sus nuevas instituciones de control político, las relaciones institucionalizadas entre las fuerzas armadas estadounidenses y latinoamericanas, y los novedosos mecanismos comerciales compendiados en el ALCA y en los tratados bilaterales de libre comercio. El telón de fondo lo proporciona un sistema en expansión de bases militares y grandes proyectos de infraestructura - elaborados con lujo de detalles- como el IIRSA y el Plan Puebla Panamá, así como el no menos estratégico Plan Colombia, concebido potencialmente para toda la región andina. Los países latinoamericanos, cuyos estados e instituciones nacionales se encontraban sumamente debilitados, han tenido hasta ahora muy poca capacidad estratégica y táctica para responder a esta impetuosa arremetida estadounidense.

No obstante, a raíz de los históricos triunfos políticos de la Revolución Bolivariana en Venezuela, así como del surgimiento de otros gobiernos en Suramérica inclinados en diversa medida a recuperar la alicaída soberanía de sus respectivos estados nacionales, e incluso a propiciar mecanismos eficaces de integración continental, ha empezado a percibirse no sólo una palpable resistencia, sino la inequívoca conformación de un eje de acción política, social y económica concertada – a escala suramericana- con visos de proyectarse en breve plazo en los planos diplomático y militar.

La crisis provocada por la imposición del Consenso de Washington ha sido de tal magnitud que el continente se ha visto de repente arrojado a una visible disyuntiva existencial: o termina de conformarse rápidamente eso que algunos han llamado el Bloque de Poder Suramericano –el sexto polo de un mundo multipolar en rápida configuración- o todos y cada uno de los países de la América Latina y el Caribe entrarían en una fase acelerada de pérdida de soberanía, sometimiento colonial e inevitable empobrecimiento. Lo que está en juego, simplemente, es la supervivencia histórica, el riesgo de tener que aceptar toda suerte de limitaciones económicas, sociales y culturales –impuestas por otros- y de tener que renunciar a sus valores más genuinos y a sus mejores tradiciones de independencia, última garantía del derecho a luchar por el legítimo bienestar de los pueblos y por el logro del bien común.

Aparte de la lúcida conciencia de una parte de la población, así como de un puñado de dirigentes políticos y sociales, académicos y funcionarios, civiles y militares, no existe todavía ninguna entidad centralizada que cuente con la doctrina, experiencia, organización, recursos, información y visión estratégica para enfrentar –desde un mando unificado- la ofensiva madurada por Estados Unidos. Sin embargo, la conciencia crece perceptible y sostenidamente.

Hay noticias alentadoras: el relativo fracaso del ALCA (propiciado por las fuerzas patrióticas), así como el fortalecimiento del MERCOSUR, o la defensa exitosa de políticas comunes en foros como la OMC. También los diversos acuerdos de integración en materia energética, comercial y de inversiones, el paulatino desarrollo de mercados internos, al igual que la negativa de un número creciente de países a alinearse incondicionalmente con las acciones políticas y bélicas norteamericanas en todo el mundo, con inclusión del intento fracasado de aislamiento diplomático y comercial a Cuba. La OEA ha entrado en un extraño laberinto a raíz de la destitución del flamante Secretario General en medio de un grotesco escándalo de corrupción. No obstante, Venezuela y otros países libran en su seno una batalla por la discusión de la novedosa Carta Social, factor alrededor del cual se reequilibran las fuerzas y se intenta una transformación interna de la organización para alejarla del influjo unilateral estadounidense.

Al mismo tiempo, surgen iniciativas de políticas militares conjuntas en la búsqueda de una nueva doctrina que dejé atrás la funesta doctrina de seguridad nacional. El Plan Colombia luce ahora tan atascado como las operaciones militares en Irak.

Las organizaciones indígenas cobran inusitado ímpetu y, más allá de la reivindicación de sus postergados derechos sociales y económicos y la recuperación de la dignidad de sus culturas, se ponen al frente de sus naciones en la batalla por el enaltecimiento, la independencia y el bienestar de toda la sociedad. Diversos movimientos sociales se enfrentan con éxito a sucesivos intentos de privatización de servicios básicos, empresas estratégicas y de seguridad social, al tiempo que nuevas opciones políticas –responsables y maduras- afines al nuevo eje en formación -opuestas al liberalismo y a la alineación estadounidense- se levantan con expectativas de triunfo en países como Panamá, Uruguay, Bolivia, México y la misma Colombia. El presidente argentino Néstor Kirchner realiza esfuerzos por resistir –todavía sin demasiado apoyo y solidaridad regional- el asalto del FMI y el Banco Mundial.

Se encienden luces aquí y allá, pero en rigor muchos acuerdos parecen seguir entorpecidos en una rutina de dilaciones burocráticas, en medio de un sordo enfrentamiento entre las fuerzas sociales conscientes del grave riesgo del momento y decididas a construir la necesaria alternativa, y aquellas que –en defensa de intereses o por debilidad política, moral o intelectual- aun conservan la ilusión de que es posible sobrevivir plegados al liderazgo de los grandes poderes mundiales.

La trágica lección argentina debió tener el potencial de hacer reaccionar a los más indiferentes, pero largos años de renuncia al pensamiento independiente han dejado secuelas difíciles de superar. Problemas de solución extraordinariamente compleja, como el de la abrumadora deuda externa, colocan ahora a países clave –Brasil y Argentina- en una situación dramática, toda vez que sitúan a su dirigencia ante decisiones de incalculables consecuencias para toda la región. La grave amenaza de disolución y esclavitud financiera representa el exacto revés de la extraordinaria oportunidad de construir una verdadera alternativa de poder.

A pesar de este debilísimo flanco de la deuda, hoy en día se reconoce la fortaleza brasileña en sectores estratégicos, como el nuclear, el aeroespacial y el de telecomunicaciones. Y la región en su conjunto cuenta con un complementario repertorio de riquezas energéticas, mineras y agrícolas, así como importantes desarrollos industriales y tecnológicos en biotecnología, agroindustria e industrias culturales. Venezuela posee una de las reservas petroleras y gasíferas más importantes del planeta, lo que la ha proyectado desde hace tiempo como un factor decisivo en la OPEP, una asociación de productores de enorme importancia estratégica a nivel mundial. Brasil, por su parte, es un inmenso país industrial, la octava economía del mundo, y se encuentra dotado –al igual que toda Suramérica- de enormes reservas naturales y capital humano, así como de una irrenunciable identidad histórica confirmada en la variedad y vitalidad de sus culturas y encarnada en profundas tradiciones políticas de independencia y soberanía. Por lo pronto, Brasil tiende sólidos puentes comerciales y politicos hacia China, Europa, Rusia, la India y los países árabes. Tanto Hu Jintao como Putin se disponen a visitar próximamente a Brasil.

Los rasgos históricos constitutivos (y constitucionales) de soberanía inexorable del estado nacional, de participación en el ideal civilizado de bien común y de reconocimiento de la libertad, igualdad y dignidad de todas las culturas y de todos los seres humanos, siguen expresándose hoy –en toda América Latina- en innumerables instituciones sociales, políticas, militares y diplomáticas, a pesar de su transitorio desconcierto y disminución a manos de una fortísima ofensiva ideológica que a fuerza de programación lingüística, repetición propagandística y argumentos de poder abusivo, más que de legítima autoridad intelectual, ha querido imponer el nuevo dogma de la inevitable decadencia del estado nacional soberano, de la forzosa dependencia de los centros imperiales, o el de la igualmente necesaria exclusión de la vida social y económica de millones de personas.

Cabe preguntarse entonces acerca de la verdad del bloque de poder suramericano. Acerca de sí se trata más de un buen deseo que de una realidad con la que hay que contar de ahora en adelante.

La respuesta no es fácil. A estas alturas, a manera de ejemplo, no ha sido posible que algún mecanismo como el grupo de Río haya articulado un plan realista de paz para Colombia, cuya terrible situación representa un obstáculo formidable al desarrollo político y productivo de Suramérica. Por el contrario, la última vez que se planteó tal tema, los aliados de Estados Unidos en la región intentaron involucrar al resto de los países en la solución militar ideada e implementada desde el Comando Sur norteamericano. ¿Qué verdadero grado de conciencia hay, entonces, sobre la necesidad de defender la Amazonía si se permite sin más la presencia militar de una gran potencia extranjera en un país como Colombia. ¿Qué se espera para formular, promover y adelantar con audacia un plan contrapuesto al Plan Colombia? Un plan cuyo realismo se base en la indiscutible mayor capacidad de mediación de países vecinos, con estrechos vínculos históricos y sin vocación hegemónica –en contraste con los inocultables intereses de una gran potencia. Los bandos en pugna tendrían que terminar acogiendo de buen grado una ofensiva diplomática de toda Suramérica, con un proyecto ambicioso que abarque acciones de tipo político, social, económico y militar. ¿ Por qué hay que esperar a que sea la ONU y no la misma Suramérica quien tome la iniciativa hacia la paz en Colombia? ¿ No es esta acaso una de las primeras tareas prácticas que debería movilizar a los países de América Latina en el esfuerzo de fortalecerse e integrarse?

Los países de la América Latina y el Caribe ingresan, en resumen, a un nuevo tiempo histórico signado por una inesperada redistribución del poder mundial, y en consecuencia por una ineludible exigencia: o bien aprovechan decididamente la oportunidad de consolidar un bloque o polo de poder autónomo –única garantía de supervivencia como naciones soberanas y prósperas- o bien tendrán que resignarse a jugar durante muchísimo tiempo el papel de colonias atrasadas y miserables, con algunos enclaves de relativo bienestar aquí y allá, pero en definitiva países incapaces de conducirse a si mismos, indignos de la extraordinaria condición histórica y cultural de sus pueblos.


Visión Sur



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