EL FIN DEL TALENTO
(O al menos del talento de la gente común)
Publicado en Gran Valparaíso
La muerte del Gato Alquinta y de Jaime Vivanco son símbolos de una era que está llegando a su fin. Los gloriosos artistas de los 60-70, que recogieron el legado de algunos creadores de décadas anteriores. No sólo es un cierre generacional inevitable, sino el fin de una forma de trabajo, que ocupó la mayor parte del siglo XX. Ahora vamos de vuelta al estado de las cosas que existía en el siglo XIX. Paso a explicar.
Durante el siglo XIX, la gran mayoría de los personajes provenía de la clase alta de la sociedad chilena. Esto se debía principalmente a que las grandes masas de pobres no recibían educación alguna y no tenían forma alguna de representación.Así tenemos que los rostros de la época, en general, son gente de clase alta. Esto no significa necesariamente que hayan sido todos una tropa de despreciables burgueses. Manuel Rodríguez, los hermanos Carrera, José Domingo Santa María, Arturo Prat e Ignacio Carrera, por nombrar al azar, fueron personajes valiosos y/o valientes que la aristocracia entregó al país.
Con la democratización de la educación comenzaron a aparecer personajes de origen humilde, hijos ilustres de la educación estatal y los colegios con número. Estos fueron los que iluminaron al país durante el siglo veinte. Los hermanos Parra (Violeta, Nicanor, Roberto, Lalo, Hilda y otros) eran hijos de un profesor y una costurera. Pablo Neruda, hijo de una profesora y un obrero ferroviario. Gabriela Mistral, hija de una costurera y un profesor de origen indígena. Más adelante encontramos a Víctor Jara, hijo de un trabajador agrícola y una cantora popular. El punto en común de estas lumbreras del siglo veinte es, como pueden ver, que venían de la nada, y a punta de talento llegaron a ser reconocidos en su área. El Gato Alquinta y el grupo Los Jaivas tenían su origen en una orquesta que amenizaba fiestas locales. El grupo Congreso es originario de Quilpué, un pueblo sin mayores pretensiones que llevar una vida reposada, lejos de la locura de Santiago o la bohemia porteña. Los Inti-Illimani eran todos estudiantes de carreras científico-técnicas de la Universidad Técnica, todos provincianos que llegaron a probar suerte a Santiago.
En parte por ciertos traumáticos acontecimientos del último tercio del siglo (sí, me refiero al golpe), y en parte por cierta institucionalización que se produjo al desarrollarse y afirmarse el "mundo de la cultura", las cosas dejaron de ser tan simples y heroicas. Y acá llegamos a la idea fuerza de este artículo. La misma estructura de trabajo cultural que sobrevivió, ya sea en el exilio o trabajando subterráneamente durante la dictadura, se convirtió en una serpiente que se come la cola. Si a eso le sumamos que el retorno a la democracia no cambió mucho las cosas en el sentido de la equidad, la igualdad de oportunidades y el acceso a la educación, ahora nuestros artistas y prohombres provienen de un círculo cerrado y endogámico. Y como todo tipo de sociedad humana cerrada, se debilita si no es alimentada con savia nueva. Ahora tú carnet va por delante: ¿apellido? ¿hijo de quién? Una vez pasadas positivamente estas pruebas, entonces "ah, es un caballero"; "ah, es un artista". En las circunstancias actuales, ¿habría Violeta Parra expuesto en el Louvre? ¿Habría sido Víctor Jara un reconocido compositor y director teatral? ¿Habríamos tenido dos premios Nóbel?
El gracioso pintor Roberto Matta no sólo se fue de Chile para ampliar sus horizontes, sino que además deseaba estar en un lugar donde diera lo mismo tener los apellidos Matta Echaurren. El mundo del arte y la cultura se está llenando de gente que cada vez es menos culta y tiene menos sensibilidad artística, pero están ahí, apellidos, antepasados impresionantes, etc. En el Chile actual una hija ilegítima de apellido poco vendedor no habría llegado a ninguna parte, pero gracias a Dios nuestra querida Ana González nació antes y pudimos disfrutar de su talento.
El director de cine Jorge Olguín, que logró cautivar a cierta parte del público que va a las salas, era sindicado por los periodistas como "el hijo de Hernán Olguín", pues en sus pequeños cerebros no era posible que de otra forma fuera cineasta. Y lo gracioso es que Jorge NO es hijo de Hernán, ni siquiera pariente lejano. Casos contrarios tenemos varios, jóvenes que recién saliendo de la adolescencia y basándose en la fortuna familiar y/o apellidos rimbombantes se autoproclaman artistas, directores, productores, o, por último, famosos. Y los giles le seguimos la corriente.
Como gozador de la pintura, suelo estar más o menos al tanto de los creadores nacionales. Muchas veces, parado ante bazofias visuales, me digo "si yo, Cristián Orellana, hubiera llegado con este cuadro a ponerlo en exposición, me sacan a patadas". Y gracias a apellidos vascos, alemanes o de etnia desconocida, vemos algunos adornar espantosamente algunas estaciones de Metro (no me refiero a los murales de Mario Toral. Él es un ejemplo de trabajo serio, rigor y talento). Andrés Gana, un pintor brillante, luminoso y humorístico es injustamente ignorado en desmedro de otros que tienen hasta tribuna en los medios.
No fue sino una extranjera, Adrienne Mnouchkine, quien vio en Andrés Pérez a un futuro talentoso director, y se lo llevó a perfeccionarse a Francia. Con ese nombre y sus rasgos indígenas, probablemente nuestro estimado Andrés habría sido confinado a un rincón inofensivo. Un camino inverso hizo Pedro Sienna, el director de, a mi juicio, la mejor película chilena del siglo XX: "El Húsar de la Muerte". Su nombre real era Pedro Pérez, y entendió que con ese nombre no llegaría a ningún lado. Se cambió el apellido y fue un reconocido poeta y cineasta. La diferencia es que él tuvo, por lo menos, talento para filmar aquella joyita sobre Manuel Rodríguez.
Ahora, queda otra esperanza. Si no tienes apellido, te juntas con los que tienen apellido y ya. En el medio artístico, muchos trabajos son conseguidos al ritmo electrónico y las luces ultravioleta de una disco o tras los vidrios de varios vasos de cerveza de un boliche en Ñuñoa o Bellavista. Está bien escoger a gente que te cae bien y simpática para desarrollar proyectos, pero… ¿y el talento?
Afortunadamente cada cierto tiempo ocurren ciertos errores estadísticos. Un trío de sanmiguelinos, con canciones simples y sin mayores despliegues de virtuosismo musical, golpean en la panza a nuestra amodorrada sociedad (ya saben a quiénes me refiero); un desconocido escritor homosexual es editado en España y es líder de opinión en su ámbito (Lemebel); Otro nos describe la vida y miserias de nuestro norte grande de manera sencilla y emotiva (Rivera Letelier); Otros descubren la magia de un Santiago subterráneo y casi desaparecido, cada uno a su manera (Díaz Eterovic y Merino). Es la luz que se cuela entre las rendijas.
El mundo de la TV y el autoproclamado mundo "del arte y la cultura" se ha convertido en un ghetto burgués donde se miran alegremente el ombligo. Hemos vuelto a la situación que existía en el siglo XIX. ¿tendremos que esperar otros cien años para ver a unos nuevos Nerudas, Parras o Jaras?
Cristián Orellana