VIAJE POR EL INFIERNO
Publicado en Iquique 21
"Son muy inteligentes los europeos" voy pensando mientras camino
por los pasillos llenos de gente, de niños gritones, madres histéricas
y padres neuróticos. Parejas de pololos adolescentes hablando un idioma
que se asemeja vagamente al español. Lo de los europeos lo medito para
mi fuero interno, que si lo digo en voz alta seguramente se me tiran todos encima,
tildándome de cursi, antipatriota, de qué te pasa traidor y me
mostrarían fotos de Bonvallet y me hablarían de que no hay que
viajar porque Chile es lo más lindo.
Son pillos los del viejo mundo porque en sus tierras han puesto serias restricciones
a la construcción de malles (léase "moles") y viven
felices. No estoy seguro si camino por algún centro comercial de Iquique,
Viña, Puerto Montt o alguno de los muchos que atestan Maipú y
La Florida. Son todos iguales. Entre la música que sale de cada una de
las tiendas, los gritos de la gente y los parlantes del ambiente creo que fácil
superamos los cien decibeles. Estoy en el umbral del dolor.
Buscamos un vestido de fiesta. No es para mí, es para mi pareja que camina
a mi lado. Como ella es de Maipú ("Tierra de Malles" en dialecto
swahili-yagán) no se afecta por la bulla y los colores chillones, ni
mucho menos por los niños que corretean chorreando helado, bebida y mocos,
ignorando a sus padres que les dicen que se calmen. Ella se prueba todas y cada
una de las prendas de todas y cada una de las tiendas. Al principio, en la primera
media hora podía opinar y tenía el criterio para decidir si algo
era bello o no. Varias horas más tarde, toda la ropa me parece igual
y soy incapaz de diferenciar un traje de novia de un overol de bencinero. Ella,
fiel a las características de su género, está feliz y todo
es parte de un juego.
No es raro que las mujeres encuentren el nirvana y la justificación misma
de su existencia vitrineando y comprando. No podemos ir contra cuatro millones
de años de evolución, mientras los hombres salíamos a cazar
milodones y mamuts, ellas recolectaban bayas y raíces. No olvidan su
trabajo de acopiadoras. Pero la verdad es que yo, por mi parte, en este momento
no tengo muchas ganas de ir a cazar bichos paleolíticos. Debiera estar
haciendo algo productivo como jugar Civilization o FIFA 98.
Entramos a una tienda igual a las ciento veinte mil que hemos visto antes. Está
lleno de mujeres con los ojos desorbitados y manoseando las prendas de manera
frenética. Y algunos hombres con cara de preguntarse si valía
la pena venir a este mundo. "Calzonudos" pienso mientras los miro.
Seguramente ellos me miran y piensan "Macabeo". Le digo a mi polola
que no soporto más, que la voy a esperar en el corredor mientras ella
se prueba toda la tienda. Me dice que sí pero con cara de poto, o sea
un "sí" femenino que en realidad significa "no".
Me hago el que no entiende la sutileza y salgo, y el caos de rucias teñidas
y gorditos de jeans y camiseta del Colo hablando a gritos por el celular no
es más agradable que el interior de la tienda. Al rato sale ella con
cara de decepción. Le pregunto si no encontró nada. Me contesta
que la gracia es que yo esté acompañándola. O sea, la gracia
es amargarme la vida. Todo para una fiesta de matrimonio.
Un amigo me comentaba que lo pasaba mejor en los funerales que en los casorios.
Una de las razones es que no es necesario comprarse ropa para estos eventos,
que muchas veces nos toman de improviso. Además se vería muy feo
comprarse ropa para la ocasión: "Señorita, se me murió
un tío. ¿Tuviera algún traje negro sobrio pero elegante?
Y duradero, que además me sirva para otros funerales". En los entierros
no se hacen esas ceremonias ridículas de bailar vals (¿Qué
tiene que ver el vals con nosotros? Mejora bailemos cueca, cumbia o algo por
el estilo), tirar el ramo o arrojar la liga de la novia. Imagínense,
llegar a ser favorecido por alguna de las prendas; es casi como sin el funeral
algún deudo arrojara una de las coronas de flores y al que le cayera
fuese la próxima persona en parar las chalas: Una condena.
Pero volvamos al mall. Los europeos, en su sabiduría de siglos han puesto
cortapisas a la creación de estos horribles bloques de hormigón
(espero que sean de hormigón, o si no ahí te quiero ver para el
próximo terremoto). No sólo porque sean feos, porque rompen la
unidad arquitectónica de las ciudades y plantean serios problemas de
tráfico. No. La verdad de la milanesa está en la consideración
al sufrimiento masculino. Ellos saben mejor que nadie que los ciudadanos no
pueden estar tristes ni cansados.
Acá nos empeñamos por hacer todo lo contrario. El nuestro es un
pueblo triste y cansado. Al menos nosotros, los hombres. Aunque algunos de mi
género compensan esas horas de hastío al inflar el pecho y poner
la tarjeta de crédito o la chequera sobre el mesón ante la mirada
extasiada de la fémina. Pero no es mi caso, no porque compartamos gastos
o seamos una pareja moderna, sino simplemente porque no tengo dónde caerme
muerto. Así que ir al mall, aunque sea acompañando a una damisela,
con una posible recompensa de disfrutar de sus mieles, para mí siempre
seguirá siendo una experiencia olvidable.