LLEGAR A LA HORA

Publicado en Gran Valparaíso

Yo soy uno de esos despreciables seres que tienen la mala costumbre de la puntualidad. De más está decir que, por eso, he pasado las dos terceras partes de mi vida esperando gente. Y no sólo eso, sino también de ser tachado de mala onda, fome y cuadrado. Todo por tener una real noción del tiempo, de saber que desplazarme del punto A al B me toma veinte minutos y no cinco, y que si tengo que estar en un lugar a las ocho, significa que me levanto a las siete y no a las 7:55.
"Venía bien", siempre dicen los impuntuales. "Pero…" y ahí viene una larga descripción de tragedias, descoordinaciones y malos entendidos. Si fuera cierto, esa gente debe llevar una vida bastante triste, siempre chocando la micro, siempre quedándose en pana el auto y siempre suspendiéndose el servicio del Metro. Pero no. Los impuntuales tienen el cutis fino y se molestan cuando se les hace el comentario de que la reunión era a las 15:00 y no a las 15:48. "No me digan nada" es su otra frase, aparentando un enojo casi animal. Patética estrategia para evitar ser reprendidos.
Otro caso es el de las llegadas temprano en la mañana. "Me costó levantarme", dirá el atrasado con lagañas en los ojos. Bueno, si estamos hablando de gente adulta incapaz de controlar sus funciones vitales, debo asumir que el día de mañana tendrán que usar pañales pues alegarán que "No me pude aguantar" al momento de ir al baño. La otra es "El despertador no sonó (o sonó media hora después de lo programado)". Esto significa que a) El maldito bastardo que nos ha tenido esperando desde temprano no sabe programar su reloj; o b) Hay despertadores con voluntad propia (cosa discutible pues sólo existe un caso registrado de una máquina que haya actuado por iniciativa propia). "Los lunes de mañana es cuando el verdadero guapo se levanta sin chistar", canta un músico uruguayo.
El celular es un invento maravilloso para los impuntuales, pues les permite congelar el evento en curso en espera de su inminente llegada, que puede ser en dos minutos o en dos horas más. Ya es clásico el "Voy saliendo" o "Voy llegando" con que frenan el inicio de reuniones, ceremonias y actividades varias.
Lo peor de todo es que la puntualidad es mal vista en los círculos de gente "progresista". Quizá relacionan el respeto a los horarios como algo de milicos, no sé. Lo que sí sé es que una persona impuntual dice con su tardanza: "Tu vida me importa un comino, así que la puedes malgastar esperándome mientras me tomo mi café". Y uno ahí, dándose vueltas, mirando el reloj y dudando entre irse o quedarse un rato más. Porque ser impuntual es como "choro", o de "gente importante". Nada. Es de chantas y tecermundistas al cuete.
Otro factor común de los impuntuales es su absoluta falta de tolerancia a la impuntualidad ajena. Una vez que el impuntual ha llegado, tarde por supuesto, es el primero en hinchar con que se empiece con lo que hay que hacer, que no hay que esperar a nadie, que es el colmo. Claro, porque muy pocas veces han tenido que pasar por el trance de ver como transcurre el día mientras la gente no aparece.
Existe también algo así como la impuntualidad "tácita". Ejemplo: Se pacta una reunión entre A, B y C a las 12:00. A sabe que B y C son impuntuales así que decide llegar a las 12:30. Pero B va un paso más adelante y sabe que A sabe de la impuntualidad de los otros y que llegará tarde, así que B no llegará a las 12:30 sino a las 13:00. Y C conoce muy bien a A y B, así que decide llegar a las 13:30. Ahora bien, A supone que B y C tendrán un razonamiento similar, así que decide no llegar a las 12:30 sino a las 14:00… y así sucesivamente. Esto se resume en la chilena frase: "Para qué llegar a la hora, si todos llegan tarde".
En Chile la puntualidad incluso se le relaciona con la impertinencia o la descortesía. Muchas veces me ha tocado llegar a lugares para ser recibido por el anfitrión (si es que estaba) en pijama, a medio levantarse o derechamente durmiendo. "No te esperaba tan temprano" o "¡Llegaste a la hora!" son las frases de ocasión.
La configuración cerebral del impuntual es extrañísima, pues aseguran con toda confianza poder atravesar la ciudad en cinco minutos, preparar una cena en dos o llegar a un lugar a la misma hora a la que están almorzando.
Si bien en el ámbito latinoamericano no estamos tan mal (en Perú y Bolivia los atrasos suelen consistir de varias horas, cuando no de días), tenemos esta muy mala costumbre de no respetar el reloj. No sé si habrá estudios en Chile, pero en Ecuador la impuntualidad le cuesta al país más del 4% del PIB.
Una experiencia personal: Hace muchos años tocaba en un grupo musical. Cuando comenzaron a ocurrir muchos atrasos en los ensayos, acordamos una regla: Se espera media hora (lo que es mucho) y luego se empieza, sea lo que sea, una conversación, un ensayo o un concierto. Así que el impuntual no llegaba con la confianza de que todos iban a estar esperándolo al perla para comenzar, sino que simplemente se iba a quedar fuera. Y los atrasos desaparecieron mágicamente.
"Más vale tarde que nunca", dirán, recurriendo a la sabiduría popular. "Es mejor tres horas antes que un minuto después", dijo Shakespeare. Así que no pienso quedarme más rato esperando y no se ofendan si cuando llegan no estoy.

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