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ARTE EFÍMERO

Actos conmemorativos del
L Aniversario de la Proclamación Pontificia de la Realeza de María.
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Leyenda alusiva a la Realeza de María Santísima,
bordada en oro en el banderín que la hermandad procesiona a tal efecto
(
Por mí reinan los reyes).
   Tras una concurrida jornada cofrade como la de la Coronación Canónica de los Dolores del Puente, otra hermandad malagueña iniciaba el lunes 1 de Noviembre de 2004, festividad de todos los santos, el primero de los actos con que celebrar una importante fecha, los cincuenta años de la institución de una singular fiesta mariana, la Realeza de María.

   
Un poco de historia

    Fue en 1954, año santo mariano, que el pontífice Pio XII instituyese esta fiesta consagrada al reinado de la Virgen, coronando el primero de Noviembre una imagen pintada de la Madre de Dios en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. No era desde luego nuevo el rito de coronación para la Iglesia Católica, mas nunca se había pronunciado como verdad de fe. El propio papa, entonces, proclamó a la Virgen Reina de cielos y tierra, tal y como ya era creencia desde tiempos ancestrales, pues es de todos conocida la tradición de representar a María coronada desde el arte Bizantino en adelante. No conforme únicamente con un sencillo pronunciamiento, Pío XII promulgó también una encíclica,
Ad Coeli Reginam, el 11 de Octubre de ese mismo año. La celebración de dicho misterio, teológicamente complejo, pasó a festejarse el 22 de Agosto desde entonces.

    La mariología andaluza ha sido proclive y profusa a este respecto, tocando de diadema regia a cuantas efigies marianas se han bendecido en sus confines. Raro es el caso, y más bien se puede plantear como excepción, de las imágenes de la Virgen que no ciñen corona en Andalucía, si no habitualmente al menos ocasionalmente. Y es que Andalucía, región de devoción particularmente intensa a la Madre de Dios, se ha erigido como defensora de una sabia teología popular que animó a otros pontífices a proclamar dogmas de enorme relevancia, entre ellos el de la Inmaculada Concepción.

    La hermandad del Cristo de la Agonía y la Virgen de las Penas es, sin duda, aquella que entre todas las demás ha prestado una especial atención a este particular festejo en torno a la figura de María como Reina, celebrando siempre función principal y solemne besamano en la fecha señalada al efecto, en el mes de mayo. Habría sido extraño que la cofradía hubiese dejado volar la ocasión de este cincuentenario para ofrecer a su sagrada titular un presente que como símbolo bien enfatiza las cuestiones de la estirpe real de María: Una corona de oro.

    No es tan antigua la advocación de María Santísima de las Penas como para arrastrar la historia y la devoción que una Coronación Canónica, por ejemplo, requiere. La bellísima y moderna imagen de la Virgen de las Penas, una verdadera joya de Eslava, es relativamente
joven entre otras dolorosas varias veces centenarias. Mas ello no ha sido óbice para que, en su buen hacer, un grupo nutrido de fieles y devotos de la Virgen de las Penas hayan obsequiado a la Señora con tal ofrenda. El concepto escogido para materializarlo, la bendición e imposición de la corona en una celebración litúrgica solemne y señalada.

   
Cultos preparatorios

    El 1 de Noviembre de 2004, como decíamos al inicio de esta reseña, comenzaban su andadura los actos religiosos a celebrar. A las cinco de la tarde, las puertas de San Julián se abrieron quedamente para dar paso a un discreto cortejo procesional que precedía a la Virgen, en aras de proceder al traslado a la cercana Parroquia de los Santos Mártires. Tras la cruz con manguilla y el guión corporativo, hermanos con cirios precedieron la parihuela de Nuestra Señora.

    Se trataba de unas escuetas andas con apenas dos varales, provistas de faldones en sus laterales y que fueron portadas sin interrupción por no más de doce hermanos de la cofradía. El dato singular lo aportó el hecho de que, en su tranquilo discurrir, el escueto trono no fuese depositado en el suelo en ningún momento. Los hermanos portadores detenían el paso de forma natural cuando la procesión así lo aconsejaba. Por lo cual no fue necesario que las andas fueran provistas de campana, hecho notable y que corroboró el sentido austero de esa procesión.

    En apenas media hora, y en un silencio muy propio del primero de Noviembre, la Virgen alcanzó a cruzar el umbral de su Parroquia, la de los Santos Mártires Ciriaco y Paula, donde un numeroso público la esperaba. En su interior, las andas fueron ubicadas a los pies del retablo de la Pontificia Archicofradía del Huerto y la Concepción, que actuó así como anfitriona del momento.

    En los dias siguientes, se procedió a la instalación de un altar de considerables proporciones en la cabecera del ilustre templo malagueño, dispuesto para acoger a la dolorosa de San Julián y dedicarle solemne triduo. El dosel utilizado fue el ya común en sus besamanos, uno de color granate que reubica antiguos bordados en oro del palio anterior, sustituido por otro del Taller de Fernández y Enríquez hace unos años. En el centro, la antigua gloria del palio, un Ave María nimbado con rayos y estrellas, entre un simétrico dibujo barroco descendente que porta cartelas con alusiones marianas -la azucena de la pureza y flores de lis que aluden a la estirpe real de la Virgen-. Flanqueando el dosel, dos serpenteantes molduras de talla dorada simétricas.

    Posee este dosel la particularidad de la tipología de
"tumbilla", inhabitual en los cultos de la Málaga Cofrade, consistente en que la bambalina frontal tiene forma de arco rebajado, tal y como ocurre con el baldaquino que cubre algunas imágenes marianas de Andalucía, como la Virgen de los Reyes patrona de Sevilla. Este frontal queda presidido por el escudo de la cofradía entre dos macollas florales y enmarcado por una sencilla cenefa, que acaba por conferir un aire de frontón curvo arquitectónico.

    Sobre el frontal de altar, candelería con cirios blancos cedida por la Archicofradía de la Esperanza y juego de seis ánforas alineadas procedentes del trono, adornadas con piñas de claveles blancos muy compactas. Este exorno, propio del gusto de décadas anteriores, no es sino uno más de los referentes que hablan de la Hermandad de las Penas como adjudicataria de un estilo muy clásico. Todo este adorno precedía la bella imagen de la Virgen de las Penas, entronizada sobre peana dorada -rasgo muy peculiar- y ataviada con la saya de terciopelo azul bordada en oro y el manto de camarín verde recamado también por el Taller de Fernández y Enríquez. Ciñó la frente de la imagen una pequeña ráfaga de plata de ley antigua, que sigue la tipología del siglo XVIII, desde el traslado hasta el último día del triduo.

    Tuvo la cofradía un hermoso gesto para con los titulares de la Parroquia, San Ciriaco y Santa Paula, pues si bien el montaje del altar de cultos tapaba totalmente la visión del camarín central del retablo, se dispuso que las imágenes de ambos custodiaran a la Virgen de las Penas en su altar, integrándose en el mismo.

   
La coronación

    Tras los días que sirvieron de preparación, el sábado 6 de noviembre de 2004 la cofradía de San Julián tenía dispuesto celebrar solemne función eucarística en la Parroquia de los Santos Mártires. Dicha celebración, oficiada por el parroco de la Iglesia anfitriona, Federico Cortés, se revistió de la solemnidad deseada en parte gracias a la intervención de la Coral de Santa María de la Victoria, dirigida por Manuel Gámez.

    Especialmente emotivos fueron los minutos previos a la imposición de corona, tras la homilía, donde los presentes pudieron leer una solemne profesión de fe, que a modo de voto revalorizaba antiguas promesas. Una parte de dicha profesión reproducimos a continuación, la que sin duda con más énfasis alude al misterio de la Realeza:

    "
...Confesamos, juramos y defendemos que la Bienaventurada Virgen María, por singular privilegio, y una vez transcurridos los días de su vida terrenal, tras su gloriosos tránsito, fue llevada en Cuerpo y Alma a los Cielos sin pasar por la corrupción del sepulcro y, consecuentemente, es exaltada sobre el trono de los Ángeles, recibiendo la Corona de Gloria por la Trinidad Beatísima, en presencia de todos los Santos y Mártires de la Iglesia celestial, quedando así constituida como única Reina y Señora, Emperatriz de Cielos y Tierra, Medianera y Dispensadora de las abundantísimas gracias que el señor derrama sobre nosotros, siendo esta Verdad Fundamental de la Realeza de María especialmente creída y defendida por esta Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos y por sus hermanos, los cuales prometemos defenderla con ofrecimiento de nuestras vidas, y de cuya feliz Proclamación Pontificia conmemoramos en esta solemne celebración de su Cincuenta Aniversario."

    Acto seguido el párroco de los Mártires procedió a rociar de agua bendita la corona, para después ascender por una escalerilla lateral a la plataforma en la que aguardaba entronizada la Virgen de las Penas. Ante la impaciente mirada del hermano mayor de la cofradía, Francisco Calderón, el venerable sacerdote impuso la diadema regia a la imagen de la Virgen, en momentos de particular tensión, donde la solemnidad primó por encima del sentimiento. Una minúscula anécdota fue protagonizada por el sacerdote, que por error dispuso el canasto de la corona al revés, mostrando la cara trasera de la misma; este hecho fue solucionado de inmediato al volver a proceder sobre la imagen.

    Tras el rito de Coronación, que posee rango litúrgico, la ceremonia aún se prolongó lo bastante, hasta culminar con el sentido canto del Salve Regina, el más apropiado de los rezos.

    Para la jubilosa ocasión, la talla de María Santísima de las Penas fue vestida con las mejores de sus galas: La clásica saya de Juan Casielles, con bordados procedentes de una anterior y pasados a tisú de oro de color blanco; y el manto carmesí, que usa para los besamanos y que deviene también de los bordados del antiguo palio, en estilo barroco pero con disposición renacentista a modo de candelieri, muy en la línea clasicista con que el diseñador malagueño imprimió de carácter a la cofradía.

   
La corona.

    Lo más digno de mención de este elemento ornamental y simbólico es la nobleza de su material, el oro de ley, recogido gracias a la suscripción de generosos donantes que no han querido otro metal por no haberlo más noble para ceñir a la Señora. El diseño de la misma es del dibujante malagueño Fernando Prini Betés, que ha concebido la pieza al modo imperial, siguiendo los planteamientos estéticos del orfebre Cayetano González, en una peculiar reinterpretación de otra famosa corona que en 1954 la cofradía de la Amargura de Sevilla ejecutase para coronar canónicamente a su titular.

    Siguiendo muy de cerca la trama general de esa corona, Prini muta los tallos de azucenas por rosas y encaja como motivo iconográfico principal la Cruz de Paz y Caridad, emblemática del Hospital de San Julián, donde la hermandad de las Penas encuentra por ahora su sede. Asímismo, adapta la traza de la ráfaga original a un perímetro más escueto y cercano al canasto, y remata las columnillas del mismo con macollas de azucena. Resulta una corona menos monumental que el prototipo pero más acorde al estilo de las Penas, realizada en un virtuosismo digno de elogio por el orfebre Manuel Varela.
Ir a especial Realeza de María Santísima de las Penas
Texto y fotografías: Pedro Alarcón 2004
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La Virgen de las Penas, Tras salir de San Julián, en su traslado a los Mártires.
Ya coronada, la imagen ofrecía este fulgurante aspecto.
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Algunos momentos del traslado.
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Ya en la Parroquia de los Mártires, depositada ante la capilla del Huerto.
Panorámica del altar del triduo.
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Ante el bello dosel bordado.
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Sin duda, el templo de los Mártires es el enclave perfecto para una celebración barroca.
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Caras delantera y trasera del banderín de la realeza.
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Desde el remate del banderín, la diminuta figura de Pío XII parece todavía enunciar la proclama pontificia.
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Presidiendo la mesa de estatutos, la pequeña imagen de plata y marfil de la Virgen de los Reyes, réplica de la de la Catedral de Málaga.
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