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ARTE EFÍMERO 29 de Octubre de 2004: Crónica del tercer día del tríduo de Coronación de Nuestra Señora de los Dolores del Puente. Parroquia de San Juan Bautista. |
Nuestra Señora de los Dolores, en el pequeño trono, durante la ceremonia eucarística . |
La jornada del viernes sin duda rompió con todos los esquemas previstos. La expectación era tal que podía pensarse que nos encontrábamos ya en el día de la Coronación. Si los asistentes a la función religiosa eran muchos, los aledaños de la Parroquia no estaban menos sembrados de un público ansioso y expectante. Un público que, poco acostumbrado a eventos con un nivel de organización tan impecable, cumplio sus aspiraciones con la procesión de traslado a la Catedral. En el presbiterio, la Imagen de Nuestra Señora de los Dolores seguía ocupando el lugar principal -en el mismo punto en que fue depositada la jornada anterior-, pero esta vez sobre unas pequeñas andas de madera oscura. Era el trono en que la Virgen procesionó durante los años ochenta, apenas una tablazón sobre cortos varales y una peana de perfil convexo. El exquisito arreglo floral, en base a un nutrido moldurón de azucenas, rosas y nardos, se completaba con dos ánforas con piñas cónicas y repertorio similar. Sólo cuatro cirios, en candelabros de la Archicofradía de la Esperanza, alumbraban a la Señora en su humilde parihuela. La imagen lucía como en días anteriores, de negro riguroso, mas con la peculiaridad de estrenar un singular atuendo: Un vestido de terciopelo negro sutilmente recamado con lentejuelas y pequeñas piezas de azabachería, regalo de la cofradía de Jesús Cautivo de Benalmádena. Una característica de este atavío es la de poseer bordados no sólo la saya y las bocamangas; también el corpiño, que esta imagen suele mostrar sin tocado de encaje, a una usanza más antigua. La misa fue oficiada por el propio Párroco de San Juan, que tuvo a bien concelebrar con el de Santo Domingo. A la buena sintonía de ambos se unió felizmente el insólito pero acertado acompañamiento musical de la Escolanía de Santa María de la Victoria. Sus voces infantiles, atipladas y suaves, concedieron a la celebración un especial aura de solemnidad. Muy significativo fue que interpretasen, al final de la ceremonia, las famosas coplillas inmaculistas de Miguel Cid: Todo el mundo, en general / a voces, Reina escogida / diga que sois concebida / sin Pecado Original La hermandad de los Dolores aprovechó la ocasión para entregar las placas de recordatorio a las cofradías de San Juan, que asímismo entregaron presentes a la cofradía de Santo Domingo. Acto seguido, se formó la procesión en la nave central: La Cruz guía y cuatro faroles, un nutrido acompañamiento de fieles portando cirios, la bandera corporativa escoltada por bastones y, finalmente, los monaguillos turiferarios precediendo al cuerpo de acólitos, dirigidos por un pertiguero. |
El Altar Mayor de San Juan, durante la función solemne. |
Cruzando el dintel de San Juan. |
El cuerpo de acólitos precede a la imagen. |
En calle Liborio Garcia, ante la fachada del colegio de las Esclavas. |
Texto y fotografías: Pedro Alarcón 2004 |
Mater Dolorosa. |
La Banda de Cornetas y Tambores de Bomberos abrió musicalmente la comitiva, iniciando su interpretación instantes antes de que la puerta grande de San Juan se abriese. El público allí congregado respondió con júbilo a la salida de la Virgen, que cruzó el umbral de la portada principal minutos después y acompañada de la Banda de Música de la Vera Cruz de Almogía. Al llegar al perímetro de la torre de San Juan, iluminada y festoneada de colgaduras, banderolas y gallardetes, la Virgen fue agasajada con una vistosa lluvia de pétalos, como ocurriese días antes a su llegada a la Esperanza. A partir de ese punto, el propio itinerario se convirtió en un atractivo más de la concurrida cita cofrade. Tras avanzar por calle San Juan y girar ciento ochenta grados en la plaza de Félix Saenz, la calle Nueva fue de nuevo recorrido cofrade, hasta llegar a Liborio García, donde la neogótica fachada del colegio de las Esclavas propuso un interesante telón de fondo para la comitiva. Al cruzar calle Larios, se respiró un ambiente muy similar al de algunas madrugadas de Jueves Santo -cuando regresa Expiración-, y todavía quedaba lo mejor del camino. El estrecho laberinto de callejuelas aledañas al Palacio Episcopal fue, excepcionalmente, un marco incomparable y difícilmente repetible. Sin duda, el paso por las calles Salinas y Fresca era el momento esperado por todos. La concurrencia de público así lo atestiguaba. |
La azucena entre cardos, el símbolo irrefutable. |
La procesión cruza calle Larios para buscar la Catedral. |
Los allí presentes apenas recordamos algo similar en Málaga. Nuestra Semana Santa ha ido por unos derroteros muy diferentes; ha buscado las avenidas y el muy burgués boulevard de la Alameda, en consonancia con la dimensión de nuestros tronos procesionales. Pero quizá la Málaga cofrade haya olvidado y quizá debiera recordar sus orígenes: Una Semana Santa humilde, de imágenes apenas colocadas en sus peanas de camarín, saliendo de las estrechas puertas de nuestros templos; una Semana Santa que se adaptaba al tortuoso dédalo de callejas, llevando a cada casa la fe y el aliento de la esperanza de la Resurrección. Una forma de entender la procesión que no debiera quedarnos tan lejos, si recordamos aquella procesión perchelera de la cofradía que nos ocupa hace apenas veinte años. Las incesantes nubes de incienso, proferidas con auténtico tesón por los monaguillos, la amarillenta luz de las farolas añejas que todavía resisten en nuestro casco histórico; apenas unos cuantos geráneos y helechos dejándose acunar en el aire sobre nuestras cabezas; la silueta quebradiza de los balcones diecichescos de calle Fresca; la cruz de madera que todavía pende en su desolado muro... Todo ello fue grabado a fuego sobre nuestras retinas, mientras la dolorosa del Puente apenas se deslizaba sobre un arroyo de gentes diversas. Cuando la imagen alcanzó la curva con Santa María, al son de alguna bella marcha, éramos conscientes de que harán falta muchos años para volver a presenciar algo similar. Después se enfiló calle Cister, bañada de luz dorada y remembranzas del gótico de los Reyes Católicos. La Virgen alcanzó el Patio de los Naranjos de nuestra Catedral. Allí, apenas se detuvo, en su discurrir sereno y manso hacia el templo mayor. La procesión se recogió en las oscuras naves de la Basílica, con los cirios apagados, toda una irrupción de silencio dentro de un silencio mayor. Los pilares siloescos, testigos mudos, pudieron observar, desde su centenaria atalaya, cómo las puertas del cancel del Patio de los Naranjos se cerraban sin rémora tras el manto de la Señora. En el interior, el Hermano Mayor de la cofradía, Jesús Castellanos, se dirigió a los presentes, con algo más que un nudo en la garganta. Tras anunciar que la Virgen de los Dolores, la del Puente, había cumplido su esperado objetivo de llegar a la Iglesia Madre para ser coronada, propuso a sus hermanos un emocionado viva a la Virgen de los Dolores. Fue tan cerrada, tan rotunda, la respuesta, y tan solemne el silencio siguiente, que fue más que difícil armarse de paciencia para esperar el inminente pontifical de Coronación, a celebrar el domingo treintaiuno de octubre de 2004. |
Delante de un balcón profusamente adornado de plantas, en calle Salinas. |
En la Catedral. |
Calle Fresca. |
Por Cister, con el marco inigualable del Sagrario. |
Se inicia la procesión en la nave de San Juan. |
Ante la puerta de la torre, bellamente labrada en piedra. |
La Virgen deja atrás el campanario barroco de San Juan. |
En calle Salinas se vivieron momentos insólitos. |
Calle Santa María. |