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ARTE EFÍMERO 28 de Octubre de 2004: Crónica del segundo día del tríduo de Coronación de Nuestra Señora de los Dolores del Puente. Basílica de la Esperanza. |
La azucena entre cardos, dispuesta por los albaceas de la Esperanza en el altar que luego ocupó la Virgen de los Dolores. A la derecha, la imagen, ya entronizada en su altar. |
La primera escala de esta popular imagen mariana resultó de un clamoroso éxito. Al valor emocional que se respiró en todo momento se unió el empeño con que los Archicofrades del Paso y la Esperanza mostraron su regocijo por albergar bajo el mismo techo a la bella dolorosa. El magnífico equipo de albaceas se empleó a fondo para conseguir un marco inigualable para este segundo día de Triduo. El altar mayor de la Basílica lucía sus mejores galas: Las imágenes titulares de la Archicofradía se mostraban con el característico atuendo del Jueves Santo; el Nazareno, en su imponente sobriedad, vestido con la túnica lisa morada que tanto realza sus valores expresivos; la Esperanza, ataviada con la hermosa saya que dibujase Eloy Téllez hace pocos años y llevase al bordado el taller de Fernández y Enríquez, el añejo manto de camarín que posee bordados pasados del antiguo manto de procesión y la abigarrada toca de Manuel Mendoza diseñada por Salvador Aguilar. Como precioso culmen, la corona que trazase Juan Casielles del Nido y ejecutada por Villarreal que sin duda constituye la más apropiada de cuantas tiene en su haber. A los pies de los titulares, la Corona que ha de estrenar la Virgen de los Dolores, ante un doselete de grácil factura y de perfil barroco. En el doselete, cuatro querubines portan diversos símbolos marianos: Un rosario, una azucena, un corazón traspasado de siete puñales y un ancla. Símbolos todos ellos ineludibles en el sentir mariano. El adorno floral no podía ser más preciso: Una llamativa al igual que elegante combinación de flores de color blanco y amarillo, en clara referencia al carácter pontificio de la Archicofradía. De un lado, un frondoso friso vegetal como escabel a las imágenes titulares, salpicado de rosas, lirios y fragantes nardos. De otro, un elegante juego de piñas ovoidales muy estilizadas sobre las portentosas ánforas que luce la Virgen de la Esperanza en su trono. Varios generosos centros completaban el engalanado del presbiterio. El lenguaje de los símbolos no dejaba de estar presente, pues en el espacio del altar mayor pudimos contemplar varias insignias muy representativas: El banderín de Coronación Canónica que encuentra su eco en el banderín pontificio -el primero de ellos según dibujo de Antonio Rodríguez con modificaciones de Eloy Téllez y el segundo diseñado íntegramente por Eloy Téllez y bordados por el taller de Salvador Oliver-; el pabellón basilical, la cruz parroquial, el guión corporativo... Todo era poco para hacer ostensible la solemnidad de la ocasión. |
Altar dedicado a la Virgen de los Dolores en la Basílica de la Esperanza. |
La Virgen de los Dolores, en el altar y al salir de la Esperanza rumbo a San Juan. |
Cartelas ornamentales en el Puente de Santo Domingo. |
La Virgen de los Dolores, en su andadura hacia San Juan. |
Altar Mayor de la Basílica. |
No menos interesante fue el altar dispuesto para la dolorosa del Puente: En el lateral izquierdo, en una zona despejada ante el presbiterio, se había instalado un monumental dosel de damasco rojo con una gran corona de orfebrería procedente del templete procesional de Santa María de la Victoria, cuya hermandad también es madrina de la Coronación. La imagen fue depositada sobre la habitual peana de besamano de María Stma. de la Esperanza, iluminada por abundante candelería -con cirios guarnecidos del sello de la Archicofradía- y ensalzada por unas acertadas ánforas con cuidado arreglo floral: Rosas, orquídeas de tono rosáceo, nardos... La composición se asentaba sobre el fastuoso frontal de altar diseñado por Antonio Rodríguez y bordado por el taller de Salvador Oliver en terciopelo granate, usado para las grandes celebraciones litúrgicas. A los pies de la dolorosa, una de las ánforas de Santa María del Monte Calvario -cedida para el acto- contenía un significativo ramillete consistente en cardos secos y una vara de azucena (el emblema de la pureza entre el pecado). La solemne celebración eucarística tuvo también la amenidad de la participación musical una Coral, en este caso la de Ars Movendi; la predicación del Evangelio corrió a cargo del Rector de la Basílica, Fray Eugenio Ruiz Prieto. Como emotivo colofón, las dos hermandades que amadrinan la Coronación entregaron sendos regalos a la Virgen de los Dolores: Un corazón pectoral de oro y zafiros -realizado por el taller de Borrero- fue la presea de la Esperanza; un escapulario de plata de ley con la efigie de Santa María de la Victoria fue el obsequio de la otra hermandad. |
Altar dedicado a la Virgen de los Dolores. |
Ante su propia capilla callejera y ante los azulejos que testimonian la antigua presencia de la Esperanza en Santo Domingo. |
El momento más esperado por todos se vivió cuando la imagen fue nuevamente trasladada en andas, esta vez con menos celeridad gracias a la previsión meteorológica, mucho más apacible que en la jornada anterior. El numeroso público congregado en el exterior del templo asistió respetuoso a la salida de la efigie, cuya aparición en la calle vino precedido de un clamor de campanadas. El júbilo se respiraba en el ambiente, sin que ello restara un ápice de seriedad al momento. Tras dejar atrás la iglesia de la Esperanza, enfiló el nuevo Pasillo de Santo Domingo para pasar ante su propia capilla y cruzar el Guadalmedina por el Puente que le ha cedido una advocación propia y singularísima. El conocido Puente de los Alemanes se encontraba adornado con banderas dominicas e inmaculistas, además de coloristas cartelas en las que figuraban las coronas de María Stma. de la Esperanza (con la leyenda AD 1988), Santa María de la Victoria (con la leyenda AD 1946) y la propia de la Virgen de los Dolores (AD 2004). Estas cartelas habian sido enmarcadas de hojas de laurel y rosas, en claro aire triunfal. Los instantes vividos en el Puente fueron particularmente intensos, a lo cual contribuyó notoriamente la presencia de la Capilla Musical de la Banda de Las Flores, que interpretó varias composiciones adaptadas al efecto. El incienso, el recogimiento, el anhelo de los presentes por presenciar el instante y hasta los flashes de las cámaras fotográficas connotaron esos minutos de un aura especial. Después la procesión atravesó la desangelada feligresía de San Juan, hasta encontrar la Parroquia, cuyo campanario estaba revestido de banderolas y gallardetes. En el interior de la nave, el canto de la Salve recibió a la Virgen de los Dolores, depositada con celo sobre la peana de la imagen mariana homónima, la Virgen de los Dolores de San Juan. De hecho, los cofrades de esta Archicofradía habían preparado un elegante altar. El dosel era de damasco crema y oro con galones en las costuras, bambalina con flecadura y borlones y crestería de madera dorada con apliques de orfebrería -procedentes en parte del Trono de los Dolores de San Juan. En el centro de la moldura, una paloma del Espíritu Santo plateada sobre aureola radial. A espaldas de la imagen quedó el estandarte "Mater Dolorosa", que procesiona la cofradía del Viernes Santo, con la magnífica y antigua placa de mayordomía labrada por José Peralta Verdugo en 1790 y el bordado en oro de Manuel Mendoza según diseño de Fernando Prini. Dos ángeles ceriferarios de Manuel de los Ríos proporcionados por las Reales Cofradías Fusionadas -del Trono de su Titular, la Virgen del Mayor Dolor-, escoltaron a la Señora hasta el cierre del templo. Atrás quedaron minutos que difícilmente volverán a repetirse. |
En el Puente que le ofrendó su nombre. |
En la Parroquia de San Juan, presidiendo el Altar Mayor tras la procesión. |
El altar preparado por los archicofrades de los Dolores de San Juan, antes de la llegada de la Virgen. |
Bajo la imponente cúpula barroca de San Juan, por fin en la feligresía que vio nacer el origen de esta hermandad. |
Texto y fotografías: Pedro Alarcón 2004 |