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ARTE EFÍMERO

13 de Noviembre de 2004:
Procesión extraordinaria de María Santísima de las Penas con motivo del
L Aniversario de la Proclamación Pontificia de la Realeza de María.
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La Virgen de las Penas, nada más salir de San Julián
en su procesión extraordinaria.
   El colofón a los actos litúrgicos lo puso, como estaba previsto, una singular procesión de la titular de la cofradía de las Penas en su habitual trono del Martes Santo. La expectación no estaba fundada solamente en el hecho de ver a la Virgen de las Penas bajo palio en pleno Noviembre por las calles de Málaga; a ello se añadía el aliciente de que la dolorosa no fue ataviada con el consabido manto floral, portando sobre sus hombros el de terciopelo azul bordado perteneciente a la Estrella, cofradía perchelera que se ofreció voluntariamente a la cesión de dicha prenda.

    Con el clásico arreglo del tocado y una magnífica caida del manto, dispuesto en pliegues naturales tal y como normalmente procesionan los Dolores de Expiración o Mayor Dolor de Fusionadas, se puso de relieve una armonía total en el conjunto procesional de la Virgen de las Penas. Aunque el estilo de bordado preferido por los cofrades de San Julián es, de seguro, más abigarrado, la imagen del pasado 13 de Noviembre nos trajo una sensación de acabado, de todo integrado, que sin embargo no suele manifestarse con el manto vegetal.

    Es a todas luces evidente que esta procesión conmemorativa marcará un antes y un después, ya que es la primera vez que contemplamos a esta imagen de la Virgen de las Penas en este trono y con manto bordado en oro. Cuando, en otro momento, la Virgen procesionó con manto bordado, no era ni la misma imagen ni en el mismo trono. Una estética diametralmente diferente. Dada la manifiesta inquietud de los cofrades respecto al tema, es muy probable que el debate sobre la eliminación definitiva del manto de flores se reabra, toda vez que ahora hay una referencia explícita del resultado y efecto del conjunto en la calle.

    Cabría plantearse ahora si un cambio de dicha magnitud sería la mejor opción y si en realidad quebranta una tradición de peso en la ciudad. En semejante vicisitud se han visto otras corporaciones que, sin embargo, han salido airosas con el tiempo; recordemos por ejemplo la túnica blanca de Jesús de la Misericordia, una especie de anacronismo ilógico convertido en tradición. La feliz reincorporación de la túnica granate con bordados en oro ha devenido en un esplendoroso conjunto de gran calidad, lógica estilística y corrección litúrgica. Y desde luego podemos afirmar que la mutación no ha supuesto un hecho traumático.

    En cualquier caso, decisiones tan difíciles como estas sólo corresponden a las Juntas de Gobierno de las hermandades, que asumen responsabilidades aún con riesgo de pagar un elevado tributo por ello. La propia hermandad de las Penas hubo de hacer acopio de valor en tiempos pasados para llevar a cabo la profunda metamorfosis sufrida en el cauce estilístico de la cofradía: imágenes de imagineros sevillanos modernos como Buiza y Eslava, tronos de hechura refinada en contraposición a los anteriores de concepto más espectacular y global... Una posible decisión acerca del manto no sería sino la consecución de unos objetivos planteados hace ya algunas décadas.

   
La procesión

    Daban las siete de la tarde cuando el arco de medio punto del templo de San Julián daba paso al cortejo procesional. El sonido triunfal de las cornetas y tambores de la banda de la Esperanza, que ya había amenizado en la velada anterior la inauguración de un retablo cerámico dedicado a la Virgen de las Penas en calle San Agustín, rompió el inevitable bullicio que precede a toda procesión. La hermandad estaba otra vez en la calle, sin nazarenos, pero en la rigurosidad que la caracteriza. Eran sus hermanos, con traje oscuro y portando cirios, los que, como el Martes Santo, precedían alumbrando el camino de la Señora.

    En la comitiva figuraron algunas insignias notables tanto en su factura como en su simbolismo, descontando la Cruz de Guía que abrió el desfile religioso: De un lado, el
Sine Labe, estandarte inmaculista pionero en Málaga, del periodo de Juan Casielles como asesor estético de la cofradía, con su particular esquema verticalista en que la bella grafía gótica -con el lema Sin Pecado Concebida, en latín- se convierte en el principal motivo ornamental; recordemos que las Penas no procesiona estandarte con imagen pintada de la Virgen, al modo habitual de casi todas las restantes cofradías de Pasión. De otro lado, el banderín de la realeza, del Taller de Manuel Mendoza, una pieza de innegable virtuosismo técnico y que sin embargo adolece de cierto mimetismo en su diseño respecto de otras piezas similares que procesiona la cofradía sevillana de la Universidad. Este banderín representa el voto que hacen sus hermanos respecto al misterio de la Realeza de María.

    Al final de los tramos de acompañantes con cera, llegaba el turno de las hermandades invitadas a formar parte del cortejo, a saber: El guión de la Estrella, como gesto de hermanamiento entre ambas cofradías a partir del generoso ofrecimiento para utilizar el manto de procesión de la Virgen de la Estrella. El guión verde de la Esperanza -la Archicofradía posee uno morado y otro verde en recuerdo de las que fueron dos hermandades distintas unidas después en un sólo proyecto-; al parecer, esta cofradía se encontraba presente por haber colaborado de un modo indirecto en fraguar el proyecto de la corona, donando dos años antes la cantidad que la hermandad de las Penas habría abonado por contratar a la banda de la Esperanza en un Martes Santo que llovió y la procesión no se llevó a efecto. Finalmente, por los lazos fraternales que las unen, también se encontraba el guión del Huerto, que se procesionó entre bastones con el emblema pontificio, quien sabe si en alusión a lo que se conmemoraba. Tras estos guiones, iba la enseña de la propia hermandad, y tras ella la cruz parroquial seguida del cuerpo de acólitos con ciriales e incienso.
Ir a especial Realeza de María Santísima de las Penas
Texto y fotografías: Pedro Alarcón 2004
   La Virgen, coronada y bajo palio

    Y como plasmación de un lejano anhelo, se pudo contemplar a la elegante dolorosa que tallase Antonio Eslava, estrenando su flamante corona nueva de oro, mágicamente suspendida sobre una nube de incienso. Tal era la cantidad que fue quemada de dicha aromática hierba, que a nadie faltó el comentario al respecto. Salvando con la parsimonia habitual las jambas de San Julián, en una maniobra que por conocida se ha vuelto experta, el palio atravesó el cúmulo de humo santificante y alcanzó la mitad de la calle. El himno nacional saludó al pueblo, que ostendía su alegría rompiendo en aplausos; ese pueblo sabio que intuye cuántos segundos más debe aguantar su ansia jubilosa antes de proferir el aplauso, cuántos más de silencio otorgar respetuosamente a la indicación del capataz, para que literalmente se deslicen las macollas fuera del templo...

    Y el archiconocido himno se trocó
Virgen de las Penas, con su aire al mismo tiempo entre cortesano y festivo. La Virgen, coronada y bajo palio, fue alzada sobre los presentes a una sola orden, por el instruido cuerpo de portadores. Y todos pudieron ver la equilibrada hermosura del conjunto, sobre el escabel renacentista que Juan Casielles legó. Como adornando un exquisito frente de altar, seis pequeñas jarras plateadas sostenían sendos ramos esféricos de nardos, flor que fuera previamente cortada y alambrada para ser inserta, una a una, en la rigurosa forma. Las ánforas laterales, en número de ocho y colocadas en orden piramidal, ofecían simétricas filas de rosas blancas casi cerradas, conformando piñas bien cerradas.

    La candelería había sido colocada y medida a posta, en un refinado y estricto juego de simetría y orden, y permaneció encendida hasta la calle Comedias, donde el desapacible aire otoñal, especialmente frío, se convirtió en uno de los principales inconvenientes de la noche. Hay que decir que el empeño de la hermandad fue en todo caso de mantener la cera encendida, lo cual fue sencillamente imposible en determinados tramos del recorrido.

    La calle Nosquera fue recorrida con una particular lentitud, debida a la escasa atención que servicios operativos y policía local habían prestado a dicha sección del itinerario. Decimos esto porque en esta calle los coches aparcados -aún existiendo la prohibición- y los bolardos -que normalmente se retiran para los eventos procesionales- dificultaron notoriamente el tránsito de la procesión. Con esa inconveniencia, la llegada del trono de la Señora a la esquina de los Mártires fue, si cabe, más esperada y aplaudida. Especialmente emotivo fue el paso por Santa Lucía, donde se agasajó a la Señora con una profusa petalada.

    Los momentos siguientes de la procesión resultaron deslucidos por el aire nocturno. El carácter abierto de la Plaza de la Constitución y la calle Larios hizo que, a todo lo largo de este amplio tramo, la Virgen fuera absolutamente desasistida de luminarias. Tras atravesar por Strachan, la Plaza del Obispo, un nuevo marco para la hermandad, resultó igual de adverso para mantener los cirios encendidos. No fue hasta la embocadura de San Agustín, por derecho la calle de la Virgen de las Penas, que se pudo hacer mucho al respecto, consiguiendo mantener casi la candelería completa en todo su trazado.

   
Y Ella hizo suya la calle

    La Virgen de las Penas entró en San Agustín con la serenidad de quien sabe suyo el terreno que pisa. Al haber recuperado para la Málaga procesionista el entorno del Palacio de Buenavista y el templo agustino se sumaba el interés más que notorio del público, agolpado en cualquier reducto de la calle. El trono avanzó sin mecer entre rejas y balcones, con silencio de Martes Santo, perfumado de inciensos y seguido de un repiqueteo casi cerrado con alma de castañuelas. Atravesado el
umbral imaginario de la calle, la Banda de Música de la Paz comenzó a tocar Rocío, que sumió a todos en un silencio expectante. El solo de flauta con que anuncia esta marcha sus compases finales sonó en un estremecedor vacío de sonido, para luego romper -todos, música y público- en un alborozo final con que el trono se plantó a mediación de la vía, junto al torreón mirador del palacio de Buenavista.

    Al iniciar de nuevo el camino,
Caridad del Guadalquivir fue la marcha con que la Virgen parecía despedirse, tras su paso junto al mosaico dedicado a Ella. La curva con Granada se hizo con lenta y segura, con sabiduría de capataces. Y a partir de aquí el curso de la calle habría sido más favorable de no ser por la inoportuna presencia del cableado para la iluminación navideña, que por ser mediados de noviembre estimamos excesivamente temprana. El trono tuvo que ser portado sobre los brazos, apenas levantado unos milímetros sobre el suelo, para ir esquivando tan incómodo obstáculo. El resto fue una apoteósica salida a la zona más ancha de calle Granada, y un tranquilo discurrir hasta su templo.

    La cofradía quiso regresar por la plaza del carbón en lugar de por Uncibay, para buscar de nuevo Santa Lucía, Comedias y Nosquera. Rondando las doce de la noche el trono llegó a los aledaños de San Julián. Y tras una paciente maniobra que situó a la imagen de cara a los asistentes, el himno nacional acabó por conducir el trono hasta el interior del templo. Quedaba una inolvidable jornada para los anales.

   Estrenos

    Además de la corona de oro y piedras preciosas (más de doscientas entre rubíes y esmeraldas), del joyero Manuel Varela Pérez y los orfebres hermanos Zamoranos, la Virgen ostentó sobre su pecherín un broche de oro, perlas, esmeraldas y brillantes. Fue un regalo de los pregoneros de la Realeza, ligados a la Virgen por su anual cita con la festividad citada. También fue nuevo el rosario de amatistas y plata de ley, regalo de 34 jóvenes devotos. El broche y el rosario fueron ejecutados por José María Alarcón.
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Instantes en que el trono cruza el umbral de San Julián.
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En calle Nosquera, con la candelería aún encendida.
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Tras la primera petalada, por Santa Lucía.
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El casi irreconocible aspecto de la Virgen de las Penas, arropada en el manto de la Estrella.
Uno de los más expresivos perfiles de la Semana Mayor malagueña.
Precedida en todo momento del vaporoso incienso, en los aledaños de la Catedral, un marco siempre inigualable.
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Mantener vivas las llamas de la candelería fue la tarea más difícil y constante de la velada.
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Un Martes Santo tras otro, San Agustín se ha hecho su calle, lugar ineludible que las Penas volvió a recorrer deleitándose en cada recodo.
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Así de regia lució la Virgen de las Penas con su nueva corona.
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En la entrecalle de la bien dispuesta candelería, la pequeña efigie de la virgen de los Reyes, sin duda la mejor de las alusiones a la realeza de María.
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