SUA SANTIDADE DALAI LAMA
Central Park, Nueva York, 15 de Agosto de 1999.
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PRONUNCIAVA O TEXTO ABAIXO
Hermanos y hermanas, buenos días. Creo
que todos los seres humanos
poseen un deseo innato que les impulsa a buscar
la felicidad y evitar el
sufrimiento. También creo que el verdadero
propósito de la vida consiste en
experimentar esta felicidad. Creo que todos
nosotros tenemos el mismo
potencial para desarrollar la paz interior y
alcanzar así esos sentimientos de
alegría; seamos ricos o pobres, educados
o analfabetos, blancos o negros,
occidentales u orientales, nuestro potencial
es idéntico. Aunque algunos
tengan la nariz más grande y el color
de la piel presente ligeras variaciones, en
lo esencial somos físicamente iguales.
Las diferencias son irrelevantes. Lo que
importa es nuestro parecido mental y emocional.
Compartimos tanto las emociones conflictivas
como aquellas más
beneficiosas que nos traen fuerza interior y
tranquilidad. Creo que es
importante que seamos conscientes de la magnitud
de nuestro potencial y que
dejemos que crezca la confianza en nosotros
mismos. A veces nos empeñamos
en mirar el lado negativo de las cosas y es
entonces cuando perdemos la
esperanza. Estoy convencido de que eso es un
error.
No tengo ningún milagro que ofreceros.
Si alguien posee poderes
milagrosos, yo seré el primero en pedirle
ayuda, aunque debo reconocer que
soy bastante escéptico ante aquellos
que afirman estar en posesión de este tipo
de dones extraordinarios. Sin embargo, si entrenamos
la mente de manera
constante, podremos cambiar nuestras percepciones
o actitudes mentales, y
eso hará cambiar nuestras vidas.
Tomar una actitud mental positiva significa
disfrutar de la paz interior,
aunque a nuestro alrededor nos rodee la hostilidad.
Por otro lado, si nuestra
actitud mental es más negativa ? influida
por el miedo, la sospecha, la
desesperación o la autocompasión
?, la felicidad nos esquivará aun cuando
estemos rodeados de nuestros mejores amigos
en un ambiente armónico y en
un entorno placentero. Así pues, la actitud
mental resulta decisiva para marcar
la diferencia en nuestro estado de felicidad.
Creo que es un error esperar que nuestros problemas
puedan resolverse
con dinero o bienes materiales. Resulta poco
realista pensar que algo positivo
pueda surgir desde el exterior y llegar hasta
nosotros. No cabe duda de que
nuestra situación material es importante
y que nos resulta útil. Sin embargo,
nuestras actitudes mentales, internas, son tanto
o más trascendentes para
nuestra felicidad. Debemos aprender a mantenernos
alejados de una vida
rebosante de lujos, ya que representa un obstáculo
para nuestra práctica.
A veces tengo la sensación de que está
de moda entre la gente poner
demasiado énfasis en el desarrollo material,
y se olvidan los valores internos.
Debemos, pues, desarrollar un mayor equilibrio
entre las inquietudes
materiales y el crecimiento espiritual interior.
Creo que es natural que
actuemos como animales sociales. Debemos trabajar
para acrecentar y
mantener cualidades como el compartir con los
demás o el preocuparnos por
su bienestar. También debemos respetar
los derechos de los demás y
reconocer que nuestra felicidad futura depende
en gran medida del resto de los
miembros que forman nuestra sociedad.
En mi caso, con dieciséis años
perdí la libertad y a los veinticuatro perdí
mi país. He sido un refugiado durante
los últimos cuarenta años y he
soportado el peso de grandes responsabilidades.
Si miro hacia atrás veo que no
he tenido una vida fácil. Pese a todo,
durante esos años he aprendido muchas
cosas acerca de la compasión y de la
preocupación por los demás. Esta actitud
mental me ha llenado de fuerza interior. Una
de mis oraciones favoritas es:
Hasta que permanezca el espacio,
hasta que permanezcan los seres sintientes,
yo permaneceré,
con el fin de ayudar, con el fin de servir,
con el fin de aportar lo que esté en
mi mano.
Este estilo de pensamiento implica fuerza interior
y confianza. Ha dado
un sentido a mi vida: no importa cuán
difíciles o complicadas sean las
situaciones, la paz interior no nos abandonará
mientras mantengamos esta
actitud.
De nuevo debo enfatizar el hecho de que todos
somos iguales. Si
alguien tiene la impresión de que el
Dalai Lama es distinto del resto debo
decirle que se equivoca.
Soy un ser humano, como todos vosotros, con
el mismo potencial.
El crecimiento espiritual no tiene por qué
estar basado en la fe religiosa.
Hablemos de la ética laica.
Creo que los métodos que sirven para
acrecentar el altruismo, la
solidaridad con los demás y el convencimiento
de que nuestras necesidades
individuales son menos importantes que las del
prójimo son comunes ala
mayoría de las religiones. Aunque pueden
diferir en los puntos de vista
filosóficos y en los ritos tradicionales,
el mensaje esencial de todas las
religiones es bastante parecido. Todas abogan
por el amor, la compasión y el
perdón, valores humanos básicos
cuyas virtudes son apreciadas incluso por
aquellos que no se definen como creyentes.
Puesto que nuestra existencia y bienestar son
el resultado de la
cooperación y las aportaciones de otros
muchos, debemos desarrollar una
actitud adecuada para relacionarnos con ellos.
A menudo tendemos a olvidar
este hecho básico: actualmente, en nuestra
moderna economía global, los
límites nacionales son irrelevantes.
No solo los países dependen unos de otros,
sino también los continentes. Nuestra
interdependencia es cada vez mayor.
Cuando examinamos con atención los múltiples
problemas a los que se
enfrenta la humanidad hoy, podemos ver que somos
nosotros quienes los
hemos creado. No hablo de los desastres naturales,
sino de todos los
conflictos, derramamientos de sangre y problemas
surgidos del nacionalismo y
de las barreras que el hombre ha levantado a
lo largo de la historia.
Si viéramos el mundo desde el espacio,
no advertiríamos en él líneas
marcando el contorno de cada país y separándolo
de los demás. Tendríamos
ante los ojos simplemente un pequeño
planeta azul. Una vez trazada la línea
sobre la arena empezamos a pensar en términos
de «nosotros» y «ellos». A
medida que crece este sentimiento, resulta más
duro distinguir la realidad de la
situación. En muchos países africanos,
y recientemente también en algunos
países del este de Europa, como en la
antigua Yugoslavia, existe ese
nacionalismo estrecho de miras.
En cierto sentido, el concepto de «nosotros»
y «ellos» casi ha dejado de
ser relevante, ya que los intereses de nuestros
vecinos son también los propios.
Preocuparse por los intereses de los vecinos
es en esencia preocuparse por
nuestro futuro. Hoy la realidad es simple. Si
hacemos daño al enemigo, nos
herimos a nosotros mismos.
Creo que la evolución de la tecnología,
el desarrollo de una economía
global y el gran incremento de la población
han dado lugar a un mundo mucho
más pequeño. Sin embargo, nuestras
percepciones no han evolucionado al
mismo ritmo: seguimos aferrados a las antiguas
divisiones nacionales y a los
viejos sentimientos que se desprenden del «nosotros»
y «ellos».
La guerra parece formar parte de la historia
de la humanidad. Si
miramos la situación de nuestro planeta
en el pasado, los países, las regiones e
incluso los pueblos eran económicamente
independientes. En esas
circunstancias, la destrucción del enemigo
suponía una victoria para el
vencedor. Existía una razón para
la violencia y para la guerra. Sin embargo,
hoy somos tan interdependientes unos de otros
que el concepto de guerra ha
quedado desfasado. Cuando nos enfrentamos a
problemas o desacuerdos es
preciso que lleguemos a la solución mediante
el diálogo.
El diálogo es el único método
apropiado. La victoria unilateral ya no
tiene el menor sentido. Debemos resolver los
conflictos en base a un espíritu
de reconciliación, teniendo siempre en
mente los intereses de los demás. ¡No
podemos destruir a nuestros vecinos!. Hacerlo
solo nos provoca más
sufrimiento. Por lo tanto, creo que el concepto
de violencia pertenece al
pasado. La no violencia es el método
adecuado.
La no violencia no significa permanecer indiferente
ante los problemas.
Por el contrario, es importante comprometerse
plenamente. Debemos
comportarnos de un modo que no nos beneficie
solo a nosotros. No debemos
dañar los intereses de otros. Por tanto,
la no violencia no es meramente la
ausencia de violencia, sino que implica un sentimiento
de amor y de
compasión. Es casi una manifestación
de compasión. Creo firmemente que
debemos promover ese concepto de la no violencia
en el ámbito reducido,
como el familiar, y también a nivel nacional
e internacional. Cada individuo
tiene la capacidad de contribuir a esa no violencia
compasiva.
¿Cómo llevarlo a cabo?. Podemos
empezar por nosotros mismos.
Debemos intentar desarrollar una mayor amplitud
de miras y estudiar las
situaciones desde todos los ángulos.
Cuando nos enfrentamos a un problema,
lo hacemos desde nuestro punto de vista e incluso
deliberadamente hacemos
caso omiso de todos los demás aspectos
de la situación. Eso a menudo
comporta consecuencias negativas. Sin embargo,
es muy importante para
nosotros abrir el campo de visión.
Debemos llegar a comprender que los otros son
también parte de
nuestra sociedad. Podemos pensar en nuestra
sociedad como en un cuerpo
compuesto de brazos y piernas. No hay duda de
que el brazo es diferente de la
pierna; sin embargo, si le sucede algo al pie,
es la mano la que irá en su ayuda.
De la misma forma, cuando parte de la sociedad
sufre, la otra parte debe
ayudarla. ¿Por qué?. Porque también
forma parte del cuerpo, es parte de
nosotros.
El entorno merece asimismo nuestra atención.
Es nuestro hogar, ¡el
único que tenemos!. Oímos a los
científicos hablar de la posibilidad de
establecerse en Marte o en la Luna. Si eso resulta
factible y sabemos cómo
hacerlo, de acuerdo, pero no puedo negar que
albergo mis dudas: solo para
respirar nos hará falta un complejo equipamiento.
Creo que nuestro planeta
azul es hermoso y querido por todos. Si lo destruimos,
o si nuestra negligencia
provoca algún daño irreparable,
¿Adónde iremos?. Es por todos nosotros, por
tanto, que debemos cuidar del planeta.
Desarrollar una perspectiva más amplía
de nuestra situación y expandir
nuestra conciencia puede suponer todo un cambio
en nuestros hogares.
¿Cuántas veces un asunto intrascendente
provoca una discusión entre marido y
mujer, o entre padre e hijo?. Si nos empeñamos
en mirar solo un aspecto de la
situación, concentrándonos en
el problema inmediato, entonces sí merece la
pena discutir y hasta pelearse. ¡Incluso
divorciarse!. Sin embargo, si
abordamos la situación desde una perspectiva
más amplia, vemos que aunque
existe un problema, también hay un interés
común. Podemos pensar: «Es un
pequeño contratiempo que debo resolver
mediante el diálogo, no con medidas
más drásticas». A partir
de ahí podemos desarrollar una atmósfera no violenta
en nuestra propia familia y también en
nuestra comunidad.
Otro de los problemas a los que nos enfrentamos
en la actualidad es el
abismo existente entre ricos y pobres. En este
gran país que es Estados Unidos
vuestros antepasados establecieron el concepto
de democracia, libertad,
igualdad de derechos y de oportunidades para
todos los ciudadanos. Vuestra
maravillosa Constitución los garantiza.
Sin embargo, el número de
multimillonarios de este país crece día
a día, mientras que los pobres siguen
cada vez más hundidos en la miseria.
Globalmente, también vemos naciones
ricas y pobres. Ambos hechos son muy desafortunados.
No es solo
moralmente malo, sino que supone en la práctica
una fuente de desasosiego y
de problemas que acabará costándonos
un alto precio.
He oído hablar de Nueva York desde que
era niño. Para mí era
sinónimo del paraíso, una ciudad
preciosa. En 1979, cuando estuve aquí por
primera vez, me desperté sobresaltado
a media noche por el agudo sonido de
unas sirenas. Algo no iba bien ahí afuera:
alguien sufría y necesitaba ayuda.
Uno de mis hermanos mayores, que ya no está
entre nosotros, me habló
de sus experiencias en Estados Unidos. Llevó
una vida humilde, llena de
problemas y de temores, miedo a los asaltos,
a los robos y los ultrajes que los
ciudadanos debían soportar y que son,
en mi opinión, el fruto de la
desigualdad económica de esta sociedad.
Es natural que esas dificultades
surjan si tenemos que luchar diariamente por
la supervivencia mientras que
otro ser humano, igual que nosotros, vive sin
esfuerzo una vida lujosa. Esta es
una situación poco saludable, cuyo resultado
es una constante ansiedad, que se
extiende también entre los más
afortunados. Repito pues que este abismo que
separa a ricos y pobres constituye un hecho
muy desafortunado.
Hace algún tiempo, una adinerada familia
de Bombay vino a visitarme.
La abuela tenía una marcada inclinación
por la vida espiritual y me pidió
algún tipo de bendición. Mi respuesta
fue: «No puedo bendecirla. Carezco de
esa capacidad. Usted pertenece a una familia
rica, y eso ya es una gran
fortuna. Es el resultado de sus acciones virtuosas
en el pasado. Los ricos son
miembros importantes de esta sociedad. Ha utilizado
métodos capitalistas con
el fin de acumular más y más dinero;
use ahora métodos socialistas para
ayudar a los pobres en temas de educación
y salud». Debemos usar los
métodos dinámicos del capitalismo
para hacer dinero y luego distribuirlo de
forma razonable y útil para todos. Desde
un punto de vista práctico y ético es
una de las mejores formas de cambiar la sociedad.
En India persiste el sistema de castas; los
miembros de la casta más baja
son a veces conocidos como «los intocables».
En los años cincuenta, el doctor
Bhimrao Ambedkar, miembro de esta casta y gran
abogado que llegó a ser
ministro de Justicia del país y redactor
de la Constitución, se hizo budista.
Cientos de miles de personas siguieron su ejemplo.
Aunque ya no se
consideran budistas, siguen viviendo en condiciones
de extrema pobreza. A
menudo les digo: «Debéis hacer
un esfuerzo; tomar la iniciativa con confianza
y lograr el cambio. No podéis limitaros
a culpar a los miembros de las castas
superiores de vuestra situación».
Así, a aquellos de vosotros que sois
pobres, aquellos que venís de vivir
situaciones difíciles, os exhorto a trabajar
duro, a haceros responsables de
vuestro futuro y a utilizar las oportunidades
que tenéis a mano. Los ricos
deberían preocuparse más por los
pobres, pero estos deberían tomar las
riendas de sus vidas, haciendo acopio de confianza
en sí mismos y realizando
el esfuerzo de salir adelante.
Hace unos años, visité a una humilde
familia negra en Soweto,
Sudáfrica. Deseaba charlar con ellos
en tono informal y preguntarles por su
situación, su forma de ganarse la vida,
etc. Comencé hablando con un hombre
que se presentó a sí mismo como
profesor. A medida que avanzaba la
conversación, coincidimos en lo mala
que es la discriminación racial. Dije que
ahora que la población negra de Sudáfrica
había alcanzado los mismos
derechos se abría para ella un amplio
abanico de oportunidades que debía
aprovechar dedicando esfuerzos a la educación
y trabajando duramente. La
verdadera igualdad estaba por llegar. El profesor
me respondió con gran
tristeza que estaba convencido de que el cerebro
de los africanos negros era
inferior. «No podemos igualarnos a los
blancos», me dijo.
Me sentí sorprendido y entristecido.
Con ese tipo de actitud mental no
habrá forma de transformar la sociedad.
¡Imposible! Por ello me enzarcé en
una discusión con él. «Mi
propia experiencia y la de mi pueblo no ha sido muy
distinta a la vuestra ? le dije ?. Si se nos
concede la oportunidad, los
tibetanos desarrollaremos una comunidad humana
con éxito. Emigramos a
India hace cuarenta años y en este tiempo
nos hemos convertido en la
comunidad de refugiados más próspera
del país. ¡Somos iguales!.
¡Disponemos del mismo potencial!. ¡Todos
somos seres humanos!. La
diferencia está solo en el color de la
piel. Debido a la discriminación que
habéis sufrido durante años, vuestras
oportunidades se han visto reducidas,
pero esencialmente vuestra capacidad es idéntica».
Finalmente, con lágrimas en los ojos,
me respondió en un susurro:
«Ahora creo que somos iguales. Somos humanos,
partimos de la misma base
potencial».
Me embargó una gran sensación
de alivio. Sentí que, transformando la
mente de un individuo, ayudándole a desvelar
la confianza en sí mismo, había
contribuido de alguna forma a crear un futuro
más brillante para él y para su
pueblo.
La confianza en uno mismo es muy importante.
¿Cómo alcanzarla?.
Ante todo debemos tener en mente que todos somos
iguales y tenemos, por
tanto, las mismas capacidades. Si nos dejamos
invadir por el pesimismo y nos
convencemos de que no podemos salir adelante,
no seremos capaces de
evolucionar. El pensamiento de que no podemos
competir con los otros
constituye el primer paso hacia el fracaso.
Por tanto, la competitividad entendida de forma
correcta, sincera, sin
perjudicar a nadie, haciendo uso de nuestros
propios derechos legales, es la
forma adecuada de progresar. Este gran país
proporciona todas las
oportunidades necesarias.
Aunque para nosotros es importante afrontar
la vida con confianza en
nuestras posibilidades, también debemos
permanecer alerta para distinguir
entre la arrogancia negativa y el orgullo positivo.
Eso también forma parte del
entrenamiento mental. En la práctica,
cuando se apodera de mí un sentimiento
de arrogancia, «¡Oh, soy alguien
especial!», me digo a mí mismo: «Es cierto
que soy un ser humano y un monje budista. Por
tanto, tengo la oportunidad de
llegar hasta el reino del Buda a través
del sendero espiritual». Luego me
comparo con algún insecto que tenga delante
de mí y pienso: «Este pequeño
insecto es un ser muy débil, carece de
la capacidad de discernimiento sobre
asuntos filosóficos. Es incapaz de demostrar
altruismo. A pesar de la
oportunidad que tengo ante mí, exhibo
su misma estupidez». Juzgándome
desde este punto de vista, el insecto es definitivamente
mucho más honesto y
sincero que yo.
A veces, cuando conozco a alguien y me considero
un poco mejor que
esa persona, busco en ella alguna cualidad positiva.
Tal vez tenga un bonito
pelo. Entonces pienso: «Estoy calvo...,
¡así que en ese aspecto es mucho mejor
que yo!». Siempre podemos encontrar cualidades
en los demás, y este hábito
nos sirve para contrarrestar los efectos del
orgullo o la arrogancia.
Otras veces perdemos la esperanza; nos desmoralizamos
pensando que
somos incapaces de hacer algo. En tales momentos
debemos recordar el
potencial que tenemos y la oportunidad que está
ante nosotros para lograr el
éxito.
Al reconocer que la mente es maleable, podemos
llegar a un cambio de
actitud usando diferentes procesos de pensamiento.
Si nos comportamos de
manera arrogante, podemos usar el método
de pensamiento que acabo de
describir. Si estamos abrumados por un sentimiento
de desesperanza o
depresión resultará muy útil
aferrarse a cualquier oportunidad que mejore
nuestra situación.
Las emociones humanas son muy poderosas y a
veces tienen la virtud
de anonadarnos hasta límites desastrosos.
Otra práctica importante en el
entrenamiento mental implica el distanciarnos
de esas fuertes emociones antes
de que estas se manifiesten. Por ejemplo, cuando
nos sentimos enojados o
dominados por el resentimiento, podemos pensar:
«Sí, ahora la ira me está
trayendo más energía, más
decisión, reacciones más firmes». Y, sin embargo,
cuando la observamos de cerca, podemos ver que
esa energía que surge de
emociones negativas es esencialmente ciega.
Nos damos cuenta de que, en
lugar de comportar un progreso, lo que implica
es un montón de repercusiones
desgraciadas. Dudo de que esa energía
sea realmente útil. En su lugar,
deberíamos analizar la situación
con suma atención, y entonces, con claridad y
objetividad, decidir cuáles son las medidas
oportunas. La convicción «debo
hacer algo» puede dotarte de un poderoso
sentimiento de propósito. Eso, creo,
constituye la base de una energía más
sana, más útil y más productiva.
Si alguien nos trata de forma injusta, nuestro
primer paso debe ser
analizar la situación. Si creemos que
podemos soportar la injusticia, si las
consecuencias negativas de hacerlo no son demasiado
grandes, creo que lo
mejor es aceptarla. Sin embargo, si llegamos
a la conclusión, a través de un
proceso mental claro y objetivo, de que dicha
aceptación conllevaría
consecuencias negativas insoportables, debemos
enfrentarnos a ella con las
medidas adecuadas. Esta conclusión debería
alcanzarse a partir de un análisis
claro de la situación y no como resultado
de un arranque de ira. Creo que la ira
y el odio nos producen más daño
que la persona causante del problema.
Imaginémonos que nuestro vecino nos odia
y siempre nos crea
problemas. Si perdemos los estribos y dejamos
que nos domine el odio hacia
él, nuestra digestión se verá
afectada o nos atacará el insomnio y tendremos
que recurrir a tranquilizantes y somníferos
en dosis cada vez mayores que
acabarán dañando nuestro cuerpo.
También nuestro humor cambiará: como
resultado, los viejos amigos ya no irán
a vernos. Las canas teñirán nuestros
cabellos de gris y las arrugas envejecerán
nuestro rostro, y finalmente
deberemos enfrentarnos a problemas de salud
más serios. Con todo esto,
nuestro vecino se sentirá realmente feliz.
¡Sin habernos infligido el menor
daño físico, se habrá salido
con la suya!.
Si, pese a todas sus tropelías, nos mantenemos
serenos, contentos y
pacíficos, nuestra salud se conservará
fuerte, seguiremos siendo personas
alegres y nuestros amigos seguirán yendo
a nuestra casa. Nuestra vida se
volverá más satisfactoria, y eso
acabará inquietando a nuestro vecino. No
bromeo cuando afirmo que este es el mejor modo
de hacerle daño. En este
campo tengo bastante experiencia: excepto en
ciertas circunstancias muy
desafortunadas, suelo conservar la tranquilidad
y la paz mental. Estoy
firmemente convencido de su utilidad; no debemos
considerar la tolerancia y
la paciencia como un signo de debilidad. Para
mí, son símbolos de fuerza.
Cuando nos enfrentamos al enemigo, a una persona
o a un grupo que
desea hacernos daño, podemos tomarlo
como una oportunidad inmejorable
para desarrollar la paciencia y la tolerancia.
Necesitamos estas cualidades, nos
son útiles, y la única ocasión
que tenemos para nutrirlas se produce cuando
nos desafía un enemigo. Así pues,
desde este punto de vista, nuestro enemigo
es a la vez nuestro gurú, nuestro maestro.
Dejando a un lado sus motivos,
desde nuestro punto de vista los enemigos son
una bendición.
En general, los períodos difíciles
de la vida nos proporcionan las
mejores oportunidades para alcanzar provechosas
experiencias y desarrollar
nuestra fuerza interior. Si hablamos de Estados
Unidos, los miembros de la
generación más joven que llevan
una vida fácil y cómoda a menudo tienen
dificultades en superar los obstáculos
más pequeños. Su reacción inmediata es
comenzar a gritar. Resulta útil reflexionar
sobre las duras condiciones que sus
antepasados tuvieron que soportar, tanto en
Europa como en América.
Uno de los peores errores de esta sociedad es
el rechazo de las personas
que han cometido algún delito: los prisioneros,
por ejemplo. El resultado es la
pérdida de la esperanza en esas personas;
pierden el sentido de la
responsabilidad y de la disciplina. Las consecuencias:
mayores tragedias,
mayor sufrimiento y mayor infelicidad para todos.
Creo que es importante que
esas personas reciban de nosotros un mensaje
claro: «Vosotros también sois
parte de esta sociedad. También tenéis
un futuro. Sin embargo, debéis
enmendar los errores o acciones negativas y
no volver a cometerlas. Debéis
llevar una vida responsable como buenos ciudadanos».
Me entristece también el rechazo a que
se ven sometidos otros
colectivos, como es el caso de los enfermos
de sida. Encontrarnos con un
grupo social que se halla hundido en una situación
especialmente desdichada
supone una buena oportunidad para ejercitar
nuestro sentimiento de
preocupación, de cariño y de compasión.
No obstante, a menudo digo a la
gente: «Mi compasión no es más
que una palabra vacía. ¡La difunta madre
Teresa sí que aplicó la compasión
a su vida!».
Tendemos a olvidarnos de la gente que sufre
situaciones de miseria.
Cuando recorro India en tren, veo la cantidad
de mendigos y vagabundos que
pueblan las estaciones. Veo cómo la gente
no les presta atención e incluso se
mete con ellos. En ocasiones no puedo evitar
las lágrimas. ¿Qué se puede
hacer?. Creo que todos deberíamos desarrollar
la actitud acertada cuando nos
encontramos ante situaciones de tanta miseria.
También intuyo que un exceso de apego
a las personas y las cosas no
puede ser positivo. Muchas veces advierto que
mis amigos occidentales
consideran el apego como algo muy importante,
como si sin él sus vidas
carecieran de color. Creo que debemos trazar
una línea entre el deseo
negativo, o apego, y la cualidad positiva del
amor que desea la felicidad del
otro. El apego es una emoción sesgada;
reduce la amplitud de nuestra mente
hasta impedirnos percibir con claridad la situación
real, y en última instancia
nos provoca problemas innecesarios. Al igual
que otras emociones negativas
como la ira y el odio, el apego tiene un carácter
destructivo. Deberíamos
intentar ser más neutros, y esto no significa
carecer de sentimientos o ser
totalmente indiferente. Podemos reconocer lo
que es bueno y lo que es malo;
por tanto, deberíamos esforzarnos en
librarnos de lo malo y poseer o aumentar
las reservas de lo bueno.
Existe una práctica budista en la que
uno se imagina dando alegría y
proporcionando la fuente de toda alegría
a otras personas, y que de este modo
elimina todo su sufrimiento. Aunque es obvio
que no podemos cambiar su
situación, presiento que, en algunos
casos, a través de un sentimiento genuino
de cariño y de compasión, a través
de nuestro compartir sus apuros, nuestra
actitud puede aliviar en parte ese sufrimiento,
al menos mentalmente. Sin
embargo, el punto principal de esta práctica
es aumentar nuestra fuerza y
nuestro coraje interior.
He escogido unos versos que creo que resultarán
aceptables para
personas de cualquier culto, e incluso para
aquellas que no se adscriben a
ninguna religión. Si es practicante,
al leer estos versos podrá reflexionar sobre
la forma divina ala que adora. Un cristiano
pensará en Jesús o en Dios, un
musulmán pensará en Alá.
Entonces, mientras recite estos versos,
comprométase a aumentar los valores espirituales.
Si no es religioso, puede
reflexionar sobre el hecho de que, fundamentalmente,
todos los seres
comparten con nosotros sus deseos de felicidad
y de superar el sufrimiento. Al
reconocerlo, pronuncie el deseo de llegar a
tener buen corazón. Eso es lo más
importante: la calidez de nuestro corazón.
Puesto que formamos parte del
género humano, es importante ser una
persona amable y buena.
Que el pobre consiga riqueza,
que los apenados encuentren la alegría.
Que el abandonado halle una nueva esperanza,
prosperidad y una estable felicidad.
Que el asustado deje de temer,
y que los esclavos sean libres.
Que los débiles encuentren la fuerza,
y que la amistad una sus corazones.
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