crítica radical de la cultura
enlaces
página principal
pimientanegra@mundofree.com
enlaces
página principal
archivo
archivo
LIBROS

Lectura para lectores de publicaciones marginales en Internet, sobre todo

 

René Passet

Punto crítico

 

27 / 11 / 01

LIBROS

De René Passet, La ilusión neoliberal (capítulo 1, "La destrucción creadora", pp. 75-77), traducción de María Victoria López Paños, Debate, Madrid, 2001. (Título y antetítulo, de Pimienta negra.)

 

“Se llama punto crítico al punto de equilibrio de fuerzas a partir del cual un fenómeno menor y rigurosamente impredictible va a subvertir el curso de la historia haciendo que fluya en una determinada dirección, de entre las posibles, en lugar de hacia otra. "Sólo se hace ciencia desde lo general", afirmaba Aristóteles; pero con el punto crítico lo particular penetra en el campo científico.

“Tal concepción entraña muchas consecuencias. Por lo pronto, en cualquier momento el porvenir está abierto a varios posibles de los que, a priori, no puede decirse cuál aflorará. Cuando se cumple un suceso, es el producto de una serie de hechos donde se combinan lo imprevisto y lo ineludible. El giro de la historia en cada punto crítico se efectúa aleatoriamente, pero cada nueva orientación inicia una concatenación de consecuencias que se sucederán forzosamente. Braudel, por ejemplo, demuestra cómo la adopción, sin duda por parte de un colectivo humano reducido, del arroz en Extremo Oriente y del trigo en Occidente ha tenido unos impactos enormes y duraderos en la utilización de los suelos, la posibilidad de alimentar ganado y, por lo tanto, para el desarrollo de ambas zonas. En tales encadenamientos el tiempo es irreversible, ya que el azar no deshace en sentido inverso lo que ya ha generado. La historia basada en los sucesos no está abocada a desaparecer: sólo cabe explicar una situación analizando la sucesión de hechos aleatorios y de consecuencias obligadas que han llevado hasta ella.

“Esta articulación de indeterminismos y determinismos constituye la quintaesencia de la libertad humana. Los primeros condicionan la posibilidad de elegir y los segundos la existencia de un objeto de elección. Como lo expresaba irónicamente H. Laborit, para saltar en paracaídas habiéndolo elegido así, primero se debe haber podido elegir el no hacerlo. Pero también es preciso que existan las leyes de la caída de los cuerpos y de la resistencia del aire; en caso contrario, el salto tendría un final trágico por necesidad.

En tal concepción, el hombre es, a todos los efectos, un actor de la historia, y ello en un doble plano:

“—en primer lugar, en el punto crítico, donde la acción de algunos, a veces de uno solo, puede modificar el curso de los acontecimientos; tal es el papel de las minorías que instigan a la rebelión; de los profetas; de los grandes científicos; de algunos políticos (para bien y para mal...). Los economistas recordarán aquí al empresario de Schumpeter, cuya innovación, tras romper el círculo de la repetición rutinaria, desencadena un fenómeno de imitación en cascada del que surgirá un nuevo equilibrio, hasta que otro innovador... Considerada en este plano, la posibilidad de una acción del hombre sobre la historia es alentadora, pero también provoca desesperanza en la medida en que sólo atañe a un número exiguo de actores. Todo el mundo, en efecto, no se halla en condiciones de aspirar al papel del héroe de Carlyle...

“— cada cual, en cambio, cuenta con la posibilidad —por ende, con la responsabilidad— de actuar sobre el medio de difusión sin el cual la ruptura en el punto crítico no podría desplegar sus consecuencias. Sin un canal de propagación, el invento más genial deja de convertirse en una innovación. Existen en el palacio de los Dogos de Venecia unos ingenios que son precursores de nuestras metralletas: relucientes, aunque se remonten al Renacimiento, nunca fueron útiles en un medio más receptivo ante el veneno suministrado individualmente (el atractivo de "lo artesanal") que ante las matanzas en serie de las que, en un futuro, habría abundancia. Y de dos hombres esforzándose en proyectos similares, el primero, Jruschov, se topó contra la falta de respuesta del entorno y fue barrido, fagocitado, digerido sin haber alterado sustancialmente el curso de los acontecimientos mientras que el segundo, Gorbachov, desencadena —sin duda, más allá de lo que pretendía— una apertura irreversible que se lleva por delante el sistema y también a él. La acción sobre el medio de difusión está al alcance de cada uno: se reduce a la acción cotidiana, a la rutina, a la defensa continua de los valores que transforman el entorno. En tal sentido «los pequeños, los insignificantes, los de a pie», tan recordados por E. Rostand, son los auténticos actores de la historia. ¿Cuál es el peso, a escala histórica, del caballero medieval, de armadura brillante y yelmo con plumas, comparado con el monje anónimo que, en las penumbras de su celda, garabateando sin cesar trazos sobre el pergamino, nos legaba el texto antiguo? [...]”

1