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Enrique Falcón

Barrio

23/1/02

 

 

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El barrio en el que vivo no existe.

Una tarde, al poco de venirme a vivir aquí, los niños del Barrio me cogieron de la mano para decirme que ese día me llevarían a ver al león.

Los chavales me condujeron a la entrada de una enorme planta de almacenamiento, justo en el medio del cinturón industrial (este cinturón rodea al Barrio –por eso no nos conoces–: es ésta otra de las razones de nuestra invisibilidad). Entramos allí, en la nave, calladamente, como quien abre un arcón prohibido en la habitación del padre. Y entonces lo vi. Al león. No sé aún si tiritando de frío o de mugre, si era cierto lo que así veía, el león nos miraba desde el agujero de su celda, toda abandono, arrinconado en un espacio en penumbra de aquel almacén. "El dueño de aquí se lo trajo del África", me dijeron los niños.

Yo sigo imaginándome que aquel pobre animal, sucio y repelado –supongo que ya muerto hace años– se encontraba en aquella nave por la sola razón de completar lo que jamás uno podría esperarse del corazón del extrarradio: una rabia domesticada en el cinturón industrial del Barrio del Cristo. (…O unos ojos lastimados que todavía hoy me hacen preguntarme si el absurdo estaba en éste o en aquel lado de su jaula.)

Este barrio es inadmisible: de hecho –insisto–, no existe. Un hombre sale de su casa y mira al cielo y ni él ni este cielo existen; abren las manos de Dolores lo penúltimo que les queda, y no existe Dolores ni sus manos blancas; toma un sorbo de café Carmen la del quiosco, besa María el retrato de Pedro, llega Juan cansado a la casa de su madre, olvida el Mechón una cita de tarde, y son todos ellos los que ni siquiera son. No existe este Barrio ni sus calles invisibles, no existen sus solares. No existe el patio de las monjas con su árbol herido. No existen las piedras pintadas de rojo de la antigua Guardería. No existe este Barrio: es inadmisible.

De barrios como éste también se podría decir que su invisibilidad es la consecuencia de un abandono. De cómo, por ejemplo, nuestras sociedades supuestamente cumplen las promesas de una imposible utopía capitalista para sólo una parte de la población, dejando a la restante a su propia suerte. De cómo, por ejemplo, el ascenso de unos se logra con el ninguneo de los otros, los que apenas cuentan, los que sobran, los que –mejor aún– tan sólo cuentan como sobrantes en las cunetas de la historia.

En los años 40 nuestros primeros vecinos –hijos de la inmigración del hambre– construyeron aquí las primeras chabolas, techándolas entre todos por las noches para que la guardia civil no las echara abajo al día siguiente. Hoy una frontera estúpida nos parte por la mitad para que dos alcaldesas y un alcalde menor hagan mejor recuento de votos. Hace 10 años los "expertos" en codeinización social lo declararon B.A.P.: "Barrio de Acción Preferente". Hoy dicen otros expertos que es la zona, de toda la provincia de Valencia, con mayores índices de enfermedades respiratorias. Dicen también que, con la nueva ampliación del aeropuerto, será la zona con mayor contaminación acústica.

…Con lo que, hasta en sus particulares récords regionales, este Barrio sigue siendo invisible.

Un día a Zaplana le dio por venir al Barrio, en plena estación preelectoral. Durante aquel mitin fue duramente abucheado por numerosos vecinos: había elegido el Barrio del Cristo (por donde ni un tren pasa ni jamás ha pasado) para presentar públicamente el último diseño fantástico de red ferroviaria para la comarca, y en cuyo proyecto el Barrio del Cristo seguía siendo una terminal inexistente.

El señor Zaplana salió por piernas de aquí, entre corrido y desconcertado: a menudo me pregunto todavía por el actual destino del pobre tipo que –por aquel entonces y en aquella campaña– le serviría de asesor presidencial. Lo más maravilloso de todo esto, sin embargo, es lo que las gentes del Barrio representan. En ningún otro lugar he visto tanto empuje, tanta gana y rabia por salir adelante, ese partirse los pulmones por sentirse de verdad vivos, en todos estos hombres y mujeres por los que la vida pasa sin remedio.

A veces, el aire en el Barrio huele a grito y parece que se van a poner a gritar, de una vez por todas, cada uno de sus solares. Gritar de tal modo que romperán los quicios de las ventanas y harán añicos las estructuras de cada nave del cinturón industrial, de todas sus chimeneas de humo.

Si este grito definitivo no llega nunca es porque aún nos falta una pizca más de resistencia, algo más como de esperanza y un todavía más de organización colectiva. Esto la gente lo sabe aquí, y es un secreto que se insinúan –día a día– cada vez que se cruzan por las calles del Barrio.

Algún día el grito estallará, saldrá de su rincón el secreto con todos sus chillidos, y ya no habrá ni alcaldes, ni fronteras tontas, ni vecinos en prisión. Se romperán por tres los solares invasores así como los aviones de ruido que pasan sobre nuestras cabezas.

Los leones presos de las fábricas dormirán, con cualquier niño del barrio, en un cine nuevo.

Yo, lo he de ver. De otro modo, acabaré de convertirme –también– en un hombre que no existe.

 

Artículo publicado en:
• «L’Avanç» (Valencia),
«Rojo y Negro» (CGT, nacional).
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