Pimienta negra, 7 de septiembre de 2002
El arma vale lo que vale el hombre que la empuña"
General Giap
1. Dos muertos y diez heridos con bala de plomo, ninguno era policía. 2. En un centenar de detenidos no fue hallada una sola arma de fuego. 3. No hay indicios de que ningún grupo piquetero se prepare para la lucha armada similar a la de los setenta. 4. No se intentó cortar todos los accesos a la Capital simultáneamente. 5. La imágenes no registran agresión piquetera que provocara la violencia.
¿Por qué se deberían buscar indicios
sobre posibles preparaciones para la lucha armada de parte de los piqueteros?
¿Será porque ese mediocre columnista de radio, paladín de la democracia,
al que no nombro para no darle más micrófono del que abusa, "dio
su palabra" de que había infiltrados erpianos o montoneros?
Pues si entre los piqueteros hay ex militantes
de aquellas organizaciones, a mucha honra.
Puede ser interesante sí preguntarse: ¿qué tienen en común
los piqueteros con las organizaciones armadas de los setenta?
Cierto es que no existe una frontera cerrada
entre pasado y presente y, por el contrario, el pasado suele aparecer como puro
presente. De ahí que siempre se encontrarán similitudes y analogías,
así como también el rescate de las experiencias en forma de enseñanzas.
Pero en este caso, por lo menos, dichas analogías no se remitirán
sólo a los setenta sino a toda la historia de un pueblo y de una civilización.
El "cura piquetero" Spagnolo, de San Francisco Solano, se inspira nada menos
que en el éxodo judío de Egipto y no es para nada disparatada
la comparación, pues una mirada más abierta nos haría ver
que las luchas sociales del presente en Argentina se podrían parecer
más a una mezcla de anarquismo con cristianismo original que a otra cosa.
Sea como se vea la comparación, es menester,
sin embargo, distinguir aquellos piqueteros que no pisan el césped de
los que cruzan la línea y lo pisan Los primeros son la expresión
actualizada del movimiento sindical más o menos tradicional expulsados
a la marginalidad por la destrucción de la industria. Al perder su espacio
en la fábrica o en el centro laboral en caso de servicios y el arma fundamental
que fue la huelga, se organizaron en piquetes cortando las carreteras para hacer
oír sus legítimos reclamos. No es necesario recordar que la propia
palabra, piquete, viene de la tradición obrera. Tal cual la práctica
específica del sindicalismo, desarrollan una acción a veces ruda,
otras moderada, negociando como fuerza corporativa un lugar en el sistema. Forman
parte de una de las centrales sindicales y algunos de sus dirigentes hasta lograron
bancas como legisladores. De este modo, sus cortes de ruta, es decir sus acciones
"ilegales", se combinan ora con la política electoral, ora con la llamada
hoy "ingeniería política", en búsqueda de acumulación
de poder. Estas consideraciones no implican de mi parte juicio de valor ético
o ideológico alguno. Estos trabajadores desocupados están en todo
su derecho y no hacen más que adecuar a la actual situación una
práctica histórica de los asalariados respondiendo a la necesidad.
Se puede lamentar, sí, que frente a los hechos del 26 de junio algunos
de sus dirigentes se sumaran en forma irreflexiva a la gazmoñería
de los "demócratas" criticando a sus "violentos" compañeros.
Los segundos, quizás más heterogéneos,
hablando con prudente relatividad, originados en las mismas circunstancias de
destrucción del aparato productivo del país incursionan, sin embargo,
por una búsqueda de autonomía, la que desde el vamos indica una
decisión de forzar la necesidad hacia la libertad. En esto sí
hay un contenido semejante al de las organizaciones de los setenta. Por lo demás,
este concepto de autonomía, si bien incluiría la vieja categoría
marxista de "autonomía de clase", parece excederla, superarla hacia una
subversiva concepción de autonomía civilizatoria que les permite
abstraerse de las "estrategias de poder" tradicionales. En esto puede percibirse,
aunque sea embrionariamente, un contenido mas radical que el de las organizaciones
guerrilleras.
Por eso las expresiones más radicalizadas
de la lucha social y política actual se diferencian de la mentada década
del setenta por un rasgo determinante: en aquel momento todas las organizaciones
que se asumían como revolucionarias, armadas o no armadas, formaban parte
objetivamente de una tendencia o un paradigma histórico que ponía
en el centro la cuestión del poder, entendiendo como "Poder" el
aparato coercitivo del Estado. La captura del poder político estatal
por el medio que cada corriente consideraba más adecuado: la huelga general,
la lucha armada, el aprovechamiento de sistema electoral o una combinación
de todas las opciones. Desde ese dominio del aparato del Estado se llevarían
a cabo las transformaciones sociales aspiradas sobre la base material realizada
por el capitalismo. Toda innovación tecnológica era aceptada sin
discusión pues sería parte del "progreso" que facilitaría
mejor distribución en la sociedad futura. A su vez, cualquier acción
reivindicativa para mejorar la vida en el presente era válida sólo
si contribuía a esa visión de la "toma del poder". De lo contrario
se la calificaba de reformista.
Hoy los piqueteros que buscan la autonomía
nos muestran una práctica que parece descentrar la cuestión del
poder político estatal a favor de la construcción de formas sociales
y fuerzas constituyentes que se incrustan y van modificando la realidad a pesar
de los poderes políticos de la sociedad moderna. Que esta práctica
se lleve a cabo en forma pacifica o violenta no depende de la decisión
de sus impulsores sino de la reacción del poder constituido cuando la
demanda social, por mínima que sea, excede la lógica del sistema.
Que esta creación de nuevas formas de vida alternativa a los modelos
tecnocráticos, con el tiempo pueda ser cooptada por el poder constituido
es parte de las aporías de las apuestas creativas. En todo caso los únicos
conocimientos más o menos precisos que han demostrado disponer las ciencias
sociales han sido siempre sobre lo pasado. Y lo que se sabe de ese pasado reciente
es que el sistema capitalista terminó fagocitando aquel poder revolucionario
conquistado -y que se suponía garantizado por las armas- y el sacrificio
de millones militantes, tanto en revoluciones como la rusa, la mexicana, la
china, como en nuestro modesto estado de bienestar peronista de la década
del cincuenta.
En los setenta las organizaciones armadas hacían
proselitismo en las barriadas con el objetivo de movilizar a la población
en un bloque social constituido como clase o alianzas de clases, los llamados
"movimiento nacional", "bloque histórico", "frente democrático",
etc, con sus identidades políticas, para enfrentar al poder central y
el capitalismo financiero. Ello incluía el reclutamiento de militantes
y combatientes para la formación de la vanguardia. La acción social
y política en los barrios era un medio de acumulación de
fuerzas para el cumplimiento de una estrategia que se llevaba a cabo en un terreno
más general y abstracto, que se definiría según la correlación
de fuerzas en el orden nacional e internacional. Los logros en mejoras sociales
concretas en cada una de las unidades barriales u organizaciones gremiales quedaban
subordinados, desde la visión de las organizaciones, a esa "estrategia"
general elaborada y dirigida por esa vanguardia que era la que "sabía"
el camino...
Los piqueteros de hoy, los que pisan el césped,
no parecen tener una "estrategia" en el sentido en que se abusaba y se sigue
abusando de esa palabra de origen militar. No hay una "dirección estratégica"
a la que subordinar los destinos de la escuelita, la huerta o la fábrica
de bloques de cemento para viviendas. No hay una vanguardia que posee un saber
previo y conduce a la segura victoria. Hay, sí, como en toda creación
colectiva, núcleos que se destacan más que otros, pero siempre
en situación concreta; militantes que investigan con el cuerpo en el
propio desarrollo de esas prácticas. Uno podría imaginarse una
"vanguardia" rotativa tanto en el sentido temporal como de funciones. O bien
múltiples "vanguardias". Cada unidad es una comunidad autónoma
y toma contacto y coordina con otras autonomías sin subordinarse a una
dirección centralizada.
Las "estrategias" de las organizaciones y partidos
revolucionarios de los setenta partían de saberes previos formulados
en teorías elaboradas en base a una epistemología hoy cuestionada
y con una constante de unidimensionalidad. La consigna común era "el
único camino". Unico para cada una de las representaciones y dichas organizaciones
se adjudicaban la representatividad de la clase o del pueblo constituido. Al
final de ese camino, una vez derrotados los capitalistas, estaría esperando
la felicidad, la sociedad perfecta. Pero sólo al final.
Los piqueteros que pisan el césped, en
cambio, parecen "caminar preguntando" o "van haciendo camino al andar". Sus
talleres, sus huertos y sus escuelas son un medio y un fin al
mismo tiempo. En esa dura vida y las penurias de quienes son los más
perjudicados por la economía política, se autoafirman como sujetos
elevándose sobre el papel de víctimas y en estas sencillas creaciones
están viviendo ya, aquí y ahora, los embriones de la sociedad
imaginada. Como "filósofos de la praxis", van mostrando la materialización
de la consigna "otro mundo es posible" oponiendo a la unidimensionalidad y a
la "complejidad" del capitalismo y la economía política, toda
la potencia de la multiplicidad con la "energía de lo sencillo". Podría
decirse que no son como en los setentas la "vanguardia" de una fuerza constituida,
sino parte de los constituyentes de un presente vital, con un horizonte imaginario
que expresa la energía de la vida, no en un "único camino", sino
en variadas sendas que se abren, por todo el territorio nacional y el resto
del mundo globalizado y se entrelazan en la combinación de los sueños
con la realidad. .
Pero hay algo muy fuerte entre los setentistas que se levantaron en armas, en aquella situación, y estos piqueteros que pueden cortar rutas, resistir la represión con hondas y garrotes y al mismo tiempo fabricar ladrillos y hacer poesía. Ese algo es la pasión. Porque las mejores tecnologías bélicas son inservibles si no están empuñadas por la pasión y, por el contrario, la pasión es la única energía capaz de encontrar el arma de lucha adecuada a cada situación.