Subterráneos: Una lucha con historia
La contundente lucha reciente protagonizada por los trabajadores de los subterráneos, con la que derrotaron las condiciones de trabajo impuestas por la privatización y recuperaron la jornada de seis horas para todas las secciones, ofrece muchas lecciones para las nuevas generaciones de luchadores.
Desde nuestro punto de vista, dos de ellas adquieren particular relevancia: 1) que para recuperar lo conquistado –y ni que hablar de nuevas reivindicaciones– es necesaria una pelea muy dura; 2) que para llevarla adelante es decisiva la organización de sus elementos más activos, en este caso, la existencia de un cuerpo de delegados de base que se fue gestando al calor de la resistencia en una década de superexplotación (incluida la lucha contra los despidos de fines de 1996, donde comenzó a articularse el cuerpo de delegados antiburocrático).
Pero existe otro elemento que nos interesa rescatar: la propia tradición del sector. Parte de la tragedia buscada –y, en buena medida, lograda– por la dictadura genocida, fue abrir una brecha en la memoria histórica de los trabajadores para que éstos desconozcan su acumulación pasada, como si no hubiera existido. Por eso, y como contribución al actual proceso en los subtes, quisimos rescatar su lucha anterior al golpe de 1976.
Ya en 1973, una lucha librada con quite de colaboración y medidas de presión había impuesto las seis horas, conquista que ni siquiera la dictadura militar pudo arrancar (debido a luchas parciales de resistencia, dos de ellas encabezadas por los compañeros Germán y Edy, ambos apodados “El Negro”, y ambos del Partido Socialista de los Trabajadores - PST, en la línea B en 1977 y 1978).
En abril de 1975, se realizó la primera huelga en la historia del subterráneo, bajo el “reinado” de Isabel Perón y las Tres A. Fue un importante anticipo del “Rodrigazo”.
Sobre su desarrollo, reproducimos la nota escrita por mí para Avanzada Socialista (periódico del PST) a pocos días de comenzado el conflicto, informando del mismo en los términos y con las limitaciones que imponía una época donde el activismo tenía la muerte pendiendo sobre su cabeza.
A 29 años de aquellos hechos, podemos agregar algunos elementos que no podían –ni debían– escribirse entonces. En síntesis, ellos apuntan a dos aspectos: lo que es capaz de hacer una vanguardia luchadora y decidida aún en condiciones difíciles, y el papel de la dirección en una huelga.
Como responsable del local de Chacarita del PST (en Carbajal y Alvarez Thomas), seguíamos de cerca el trabajo militante sobre Subterráneos, entre otros sectores. Se venía realizando trabajo “a reglamento” por decisión de los compañeros y contra la burocracia de la UTA, entonces controlada por la familia González, que no sólo era partidaria del Gobierno y dueña de líneas de colectivos sino que también enfrentaba a los trabajadores (a punta de pistola).
Como casi siempre sucede, los hechos se precipitan por motivos inesperados, exactamente en contra de como los conciben las visiones de aparato. Eso ocurrió cuando, entre las 16 y las 17 del viernes 4, una patota armada de la UTA le pegó a un guarda de la línea B que se negó a abandonar el trabajo a reglamento. El paro arrancó en la B y se extendió como reguero de pólvora por todas las líneas. De inmediato impulsamos una coordinación del activismo. Por ser una necesidad para seguir la lucha y organizarla, la propuesta fue tomada y más de medio centenar de delegados y activistas se reunieron esa noche en el taller Rancagua de Chacarita.
Nuestra política fue crear la “Interlíneas” como dirección de la huelga y esa idea caminó… hasta que llegó la policía y arrestó a 49 compañeros. Sólo algunos pudieron escapar, incluyendo a varios que estaban en bares de la zona. Parte de los que lograron fugar, vinieron hasta la pieza en que vivíamos (en A. Thomas y Lacroze) para discutir qué hacer, sobre la base de que la mayoría de los activistas estaba presa.
Evaluamos que no había posibilidad de marcha atrás y que teníamos que jugarnos al paro, a pesar de que éramos un puñado poco representativo. Había, que recuerde, sólo dos compañeros del Subte (el flaco Eduardo, boletero de la B, y “Córdoba”, conductor de la D). Los demás, éramos militantes del PST que no trabajábamos en el sector, como Jorge B., Blanquita (no tomaban mujeres en el subte en esa época), Jorge M. (que se sumó después) y yo.
Organizamos lo que pudimos. Cuando le pregunté a “Córdoba” cómo iba a hacer para parar la D, me dijo: “Es simple, yo arranco el primer tren, y lo tranco”, cosa que hizo. En Chacarita, fuimos a la hora de ingreso de los trabajadores, y los parábamos al grito de: “Hay más de 40 presos, empezó el paro, hay que parar”. Y a pesar de que no nos conocían –excepto a uno–, los compañeros estaban dispuestos a pelear y pararon. Desde allí, se extendió al resto de las líneas.
Teníamos a la UTA, al Gobierno y a las Tres A en contra. No teníamos donde reunirnos sin que nos pudieran “chupar” fácil. Entonces, se me ocurrió ir a hablar con los radicales del local de Pueyrredón casi esquina Córdoba. Discutimos reunirnos allí, con cierta cobertura, pero con la condición de que los radicales no tenían derecho a intervenir en las asambleas. Estas se realizaron diariamente, y más de una vez por día, y nucleaban al activismo que se desparramaba por las cabeceras de las líneas organizando una red con el resto de los compañeros para todo tipo de iniciativas que sirviesen para sostener el paro. La conmoción fue tremenda y eso nos dio también cierta cobertura frente a la represión.
El hecho de que yo mismo, sin pertenecer a la planta, coordinara las asambleas, era tomado con absoluta naturalidad. Porque cuando los compañeros están dispuestos a pelear, se apoyan en todos quienes lealmente les aporten las ideas más útiles para avanzar, sin pedirles un carnet extendido por la patronal.
Había un activismo muy luchador y valiente. Despelotado y difícil de organizar, pero disciplinado a las resoluciones de las asambleas.
La historia continúa.
JORGE GUIDOBONO
1975: “La huelga que paró a Buenos Aires”
(Avanzada Socialista, Nº 142, 12/4/1975)
Cuando el viernes 4 de abril los compañeros de la línea B iniciaron un paro, no tenían conciencia de que estaban dando el puntapié inicial a una huelga que en pocas horas se extendería a toda la red de subterráneos, conmovería como ninguna otra lucha obrera a la opinión pública porteña, y demostraría que ni los vigilantes ni la legislación represiva del “gobierno popular” son capaces de vencer la resistencia de trabajadores que se rebelan contra las miserables condiciones de explotación a que son sometidos.
Durante una semana la población al abrir los diarios patronales se encontró en sus primeras páginas con grandes titulares sobre la huelga de subtes o sus efectos imponentes como el espectacular embotellamiento en la 9 de Julio, pero que sufrieron por igual los 900.000 porteños extra que debieron absorber los colectivos. Los 4.500 trabajadores de subterráneos estaban demostrando, en los hechos, a todo el mundo, que los $ 200.000 mensuales que recibían eran para garantizar un servicio esencial para la sociedad, que sin su trabajo se creaba el caos en la ciudad. Pero también estaban diciendo a las claras que no estaban dispuestos a continuar así.
La gota que desbordó el vaso
Hacía 15 días que los compañeros de la línea B, venían trabajando a reglamento en reclamo de aumento de salarios. Hasta el más desprevenido pasajero pudo comprobar que si los obreros se limitaban a cumplir su trabajo, la ruinosa estructura de los subterráneos hacía que los recorridos se hicieran mucho más lentos.
Los compañeros estaban firmes y exigían el aumento. El sindicato a que pertenecen, la UTA, no había abierto la boca. El día anterior se pronunció públicamente en contra de la acción de los trabajadores. El viernes 4 por la tarde, grupos de personas armadas comenzaron a distribuir, pistola en mano, un volante firmado por la Juventud Sindical Peronista de la UTA. El volante antiobrero fue repudiado por los trabajadores que lo rompían en las narices de los matones. La respuesta no se hizo esperar: varios compañeros golpeados y amenazados por las “persuasivas” 45 de los matones.
La noticia corrió como un reguero de pólvora por la línea y la determinación fue unánime: en 10 minutos estaban parados todos los trenes. Los trabajadores exigían seguridad en su trabajo y reclamaban protección policial antes de reanudarlo. Comenzaba así la primera huelga de la historia de los subtes porteños.
Se generaliza el conflicto
El viernes 4 a la noche, los trabajadores, que tenían prácticamente tomada la estación Federico Lacroze, se hacían una misma pregunta: qué pasará en las otras líneas, saldrán o no a la lucha con nosotros. La respuesta la tuvieron poco menos de 24 horas después cuando piquetes de compañeros de la B se dirigieron a las otras líneas y se encontraron con compañeros que sólo esperaban su llegada para sumarse ellos también a la lucha. A las 19 del sábado ya no funcionaba un solo tren; comenzaba la huelga total.
¿Qué exigían los trabajadores? En sus comienzos, la falta de organización impidió que formularan sus reclamos con claridad. Sin embargo, quien se acercara a charlar con ellos a cualquier cabecera de línea recibiría invariablemente la misma respuesta: “Con $ 200.000 no podemos vivir”; “Hay que terminar con los matones”; “No debemos dejar sola a la B, tenemos que unirnos todos”.
Esa conciencia generalizada existente por la base fue la que permitió a los compañeros darse una organización para la lucha y un programa para satisfacer sus necesidades inmediatas. Se creó una Coordinadora de Bases con delegados de todas las líneas y talleres y se formuló un programa: $ 100.000 de aumento inmediato, seguridades y protección frente a las bandas armadas, ninguna sanción o represalia de la empresa, y libertad a los 10 compañeros presos en razzias realizadas en la madrugada del lunes.
En la noche del lunes se vivieron los momentos más dramáticos de la huelga. La policía detuvo a 49 compañeros, en gran parte activistas, e intentó quebrar la huelga golpeando a la Coordinadora nacida 24 horas antes.
Ahí nuevamente se mostró en toda su dimensión el gran protagonista de esta lucha: la inmensa combatividad de la base, su inquebrantable decisión de liberar a sus compañeros presos y de obtener el aumento. En el medio de un gran despliegue policial, con la mayoría de los activistas presos y con su lucha declarada “ilegal”, la base se mantuvo firme como una roca. La represión fracasaba. La huelga continuaba. La exigencia de liberar a los compañeros presos se transformaba en un clamor.
Pocas horas después, los 49 compañeros apresados el lunes a la noche quedaban en libertad. En sectores del gobierno se insinuaba una política “dialoguista” que acompañaba a las fracasadas intimaciones a volver al trabajo.
En el momento de escribir estas líneas, mediodía del jueves 10, es imposible aún hacer una evaluación definitiva del conflicto. Los trenes comenzaron esta mañana a circular nuevamente por resolución de la Coordinadora de Bases. Subterráneos de Buenos Aires ha sido prácticamente intervenida por la Secretaría de Transportes. De la tratativa surge la promesa de liberar a los 10 compañeros aún presos y de aumentar los salarios. Los compañeros han resuelto dar una tregua para abrir negociaciones y lograr la libertad de los presos bajo la consigna de “La libertad de nuestros compañeros no se transa, sin ellos y con nosotros la huelga seguirá”.
Sin duda que para hacer un balance definitivo de esta lucha será necesario esperar algunas horas o algunos días. No obstante, hay elementos que no se borrarán de la conciencia de los trabajadores de subterráneos: por primera vez hicieron una huelga; la hicieron todos juntos; comenzaron a darse una organización y una dirección únicas; demostraron a los demás y a sí mismos la inmensa fuerza que tienen sus paros; infligieron una derrota a la prepotencia burocrática y a la represión oficial, demostrando, como en Villa [Constitución], la disposición de la clase obrera a resistir a la ofensiva de este gobierno cada vez más impopular, que en una mano tiene los salarios de hambre y en la otra el garrote para reprimir a los que no se resignan a vivir con él.
* * *
Dedicatoria
A mis queridos hermanos y camaradas Aníbal Tesoro y Arturo Gómez, que me “obligaron” a sentarme y escribir esta nota, atrapándome al instante en la vorágine que ya inundaba el viejo local del PST de 24 de Noviembre 225. Ambos camaradas han muerto. Fueron y son parte de la lucha obrera y revolucionaria, y de mi vida.
Mi homenaje y mi recuerdo cariñoso hacia ellos, que no ha cambiado en estos casi 30 años.
Jorge Guidobono (31/5/2004)
Testimonio de un compañero de la B
“Si algo logramos fue por la base. Parece que los compañeros ni se dieron cuenta de las amenazas de quedar cesantes; compañeros con 30 años de trabajo que ni se preocupaban porque podían perder el derecho a la jubilación. Los 2.000 telegramas que mandó la empresa intimidándonos parecía que ni existieran. El Estado de Sitio parecía cosa de otro país como lo tomaban los compañeros. (…) La verdad que en muchos momentos teníamos miedo de que no pudiéramos sacar el paro de vuelta, por falta de organización. El lunes 14 decidimos ponerlo a prueba: hicimos un paro de 18 a 18.15. Creo que eso fue lo que convenció al gobierno de la fuerza que teníamos… y a nosotros también. Así que el martes los largaron a los 10 compañeros. ¡Y la gente tiene un embale! Hoy (17) dicen que se va a decidir cuánto va a ser el aumento. Vamos a ver si arreglamos. Lo que puedo decir es que en cinco días de huelga, los trabajadores de subtes aprendimos más que en 30 años.” (Avanzada Socialista Nº 143, 19/4/1975) |
Mitos y realidades del 25 de mayo de 1810
La invasión napoleónica a España en 1808 fue el punto de partida de los sucesos ocurridos en América entre 1808 y 1825. José Bonaparte, hermano de Napoleón, tomó posesión del territorio y el rey Carlos IV y su hijo Fernando fueron encarcelados generando una sensación de vacío político. Esta crisis del imperio colonial hispano y su expresión monárquica generaba a grandes rasgos un nuevo escenario: el aprovechamiento por parte de Gran Bretaña de su supremacía colonial para desplazarla en ese terreno a través de una fachada de independencia política. Los procesos de independencia latinoamericana no pueden desligarse del ascendente capitalismo colonial británico que, en esa etapa, buscaba nuevos mercados para su producción industrial y futuros otorgamientos de préstamos de dinero para generar una estrecha dependencia comercial y financiera y de aprovechamiento de las materias primas.
En Buenos Aires, a pesar de esta situación, a través de juntas clandestinas, designaron virrey a Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien gobernaba en nombre de la corona de España. Convencidos de la ilegitimidad de la Junta, la mayoría de los ricos e intelectuales porteños no estuvieron de acuerdo en obedecer a esta minoría y decidieron terminar con la continuidad del dominio español en el Virreinato del Río de la Plata. Sostuvieron que las colonias americanas eran propiedad de la Corona y no de los españoles en general.
Muy pocos, hoy, creen en la imagen idílica que nos enseñaron en la escuela primaria del Cabildo, los paraguas, French y Beruti repartiendo escarapelas y debates pacíficos y civilizados para decidir sobre la libertad de la patria. Tampoco son verosímiles las visiones del rol protagónico de un ejército ligado a los sectores populares o, según otra mirada, de unas fuerzas armadas garantes de un orden jerárquico y defensoras de los valores hispánicos coloniales y de los sectores económicos más poderosos. Estas perspectivas historiográficas las más difundidas buscan acomodar hechos históricos a contextos distintos, justificando ciertas posiciones políticas presentes.
No hubo un masivo protagonismo en el Cabildo Abierto, ya que los únicos autorizados a participar además de los políticos y militares eran los vecinos casados, propietarios afincados y arraigados en Buenos Aires. La sociedad era patriarcal y jerárquica, lo que se repetía en las formas de participación política. Los sectores populares solamente eran base de apoyo, antecedente del clientelismo político. La imagen difundida sobre Mayo de 1810 que plantea a los patriotas con una idea muy clara de llevar adelante la independencia, no es tan real cuando comenzamos a rasgar un poco qué tipo de conflictos sociales estaban presentes. Los sucesos de Mayo se desarrollan por un conjunto de factores que tienen mayor relación con el mundo hispánico que con motivaciones locales. No obstante, desde esta experiencia se extienden diversas alternativas similares en otras partes de América latina, las cuales son derrotadas, siendo la única sobreviviente la Primera Junta de Buenos Aires.
Colonia, pasado y presente
Lejos estamos nosotros de ubicarnos desde una cierta verdad única. Intentamos ver sintéticamente qué intereses y planteos eran los que estaban en juego y qué relación tienen (si esto existe) con el presente.
La situación colonial del entonces territorio argentino era distinta a la globalización capitalista neoliberal actual. España mejor dicho, los reinos que después constituirían España era una potencia colonial en decadencia, y estos territorios no eran centrales en su política.
Inglaterra, a través del contrabando, fue minando el control de la monarquía hispana, al mismo tiempo que presionaba para que cediera ante el libre comercio. Siguiendo esa política, había intentado en 1806 y 1807 ocupar Buenos Aires y Montevideo, empezando a establecer un lugar central en el terreno colonial (básicamente en lo comercial) en América latina.
Medio siglo más tarde se delinearían los contornos de la futura división internacional del trabajo que tendría formas más acabadas hacia fines del siglo XIX. La Argentina ya como país formalmente independiente y con un estado nacional consolidado se insertaría de un modo dependiente a través de un capitalismo agroexportador.
Existían sustanciales diferencias entre los sectores jacobinos que comenzaban a plantear la necesidad de establecer la independencia, el incipiente sector terrateniente ligado al comercio y los comerciantes ligados al monopolio importador hispánico pero también al contrabando, que buscaban acomodarse a los vaivenes políticos y no apostaban a fondo por un proceso independentista. No hay que dejar de tener en cuenta que con la Revolución de Mayo llegaría el libre comercio a los puertos de Montevideo y Buenos Aires para beneplácito de los comerciantes ingleses y de sus socios en ambas ciudades.
Las disputas internas en el seno de la Primera Junta preanunciaban, en líneas generales, el conflicto entre unitarios y federales. Este debate se visualizaba ya en el Cabildo Abierto del 22 de mayo al plantearse la cuestión de la representación política. Aquel día, los españoles critican el hecho de que no se convoque a los representantes de ciudades del interior del Virreinato para decidir.
Mientras que Moreno y Castelli planteaban la necesidad de conformar una república con una tendencia a crear un Estado unitario basado en Buenos Aires, Saavedra planteaba la necesidad de convocar a los cabildos del interior, quienes se resistían a un proyecto independentista y representaban a los intereses más ligados a la corona desde una visión autoritaria y elitista de la sociedad.
El golpe de gracia que desplaza momentáneamente al grupo encabezado por Moreno es la aceptación de los diputados del interior, ya que consideraban que debían formar parte de un Congreso Constituyente pero no gobernar. La imagen de un Saavedra moderado, por su condición de hombre experimentado, y de un Moreno rebelde, apasionado, fogoso y sin experiencia, es caricaturesca.
Si bien es cierto que tanto Moreno como Castelli tenían una fuerte influencia de los teóricos liberales jacobinos de la Revolución Francesa fundamentalmente Juan Jacobo Rosseau es necesario aclarar que las diferencias entre ambas experiencias históricas eran notables. Por un lado, la presión de la Iglesia muy ligada a la monarquía y que participaba activamente en los sucesos, moderaba el discurso y la práctica de avanzar sobre su poder. Al mismo tiempo, podemos establecer, de modo esquemático, que en el Buenos Aires de 1810, la burguesía urbana revolucionaria era débil y carecía de apoyo popular. Un ejemplo de esta ausencia, es el Plan de Operaciones donde se plantea la necesidad de confiscar las grandes fortunas, y desde el Estado desarrollar la economía. Este objetivo fracasó, ya que se carecía de un sujeto social dispuesto a llevarlo a cabo, al igual que el envío de tropas militares al interior, donde encuentran una fuerte resistencia. Las sucesivas derrotas militares demorarían por unos años las intenciones independentistas.
El proceso iniciado a comienzos del siglo XIX nos permite discutir la necesidad de vincular proyectos políticos con sujetos sociales y políticos capaces de articularlos y llevarlos a la práctica. La mejor propuesta teórica no tiene sustento sin hombres y mujeres de carne y hueso dispuestos a ser los protagonistas de los hechos y no meros espectadores. Al mismo tiempo, nos permite ver tanto a inicios del siglo XIX como ahora que no hay procesos locales sin entender la correlación de fuerzas a escala internacional.
Quienes señalan que con este proceso se inicia la independencia nacional olvidan que este proceso tuvo como contrapartida la ligazón de las nacientes/futuras clases dominantes de la Argentina a los intereses del capitalismo mundial en ascenso.
Un proyecto transformador que rompa cualquier tipo de ataduras con los poderosos locales e internacionales tiene que tener apoyos masivos que lo lleven a destinos certeros. Tal vez, éste sea uno de los aspectos a tener en cuenta cuando relacionamos pasado y presente. Pensar y actuar para que la utopía revolucionaria se convierta en realidades concretas.
MARIANO GERVASIO
¿Por qué siguen existiendo las monarquías?
"En la Casa Real de España, la reina
y el rey hablan entre sí y con sus hijos en inglés. Leticia Ortiz tuvo que tomar
un curso para perfeccionar su manejo del idioma y poder participar en las conversaciones
familiares "
(La Nación, 21/5/2004).
Así son de nacionales y expresan a su pueblo las
monarquías.
A más de 200 años de la Revolución Francesa, cabe preguntarse, ¿por qué siguen existiendo las monarquías? Generalmente, se piensa que éstas tienen un poder formal y expresan un resabio feudal. Una imagen difundida relaciona capitalismo con democracia representativa (burguesa) e industrialización. Sin embargo, cuando buscamos ejemplos históricos, vemos que las experiencias vividas son más diversas.
El esquema divulgado por el stalinismo de las revoluciones democrático-burguesas como paso ineludible para romper con las ataduras del feudalismo generando el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas para desembocar, ¿inevitablemente?, en el socialismo es, además de simplista, falso.
La historia no es lineal. No hubo un desplazamiento total de la vieja clase dominante del período feudal (la nobleza) por la burguesía en ascenso. No hay que olvidar que fueron las distintas monarquías absolutas quienes impulsaron el desarrollo de los imperios coloniales a partir del siglo XV. La expansión colonial fue un antecedente fundamental para la conformación del capitalismo como sistema mundial, cuyo avance se dio de modo contradictorio.
El entrelazamiento entre intereses agrarios terratenientes que controlaban el poder político y la nueva burguesía en ascenso tuvo una expresión política concreta: la monarquía parlamentaria, donde la burguesía comercial o mercantil controló las decisiones de política económica subordinando a su lógica de acumulación capitalista a los viejos sectores ligados a la nobleza. Un ejemplo de esta mixtura fue Gran Bretaña, donde la revolución política tuvo como resultado la construcción del capitalismo industrial. Por un lado, los cambios políticos implicaron la creación de espacios de negociación entre la nobleza relacionada con los tradicionales intereses agrarios y la burguesía ligada primero a los intereses mercantiles y luego a los industriales. Por otro lado, subordinaron el gobierno a la voluntad de los dueños del dinero y proporcionaron plena protección jurídica a las nuevas formas de propiedad privada y de mercado.
También en la mayoría de los países europeos se asistió con diversos matices a un proceso de adaptación de las monarquías con la burguesía capitalista. El poder monárquico estuvo en jaque sólo a partir de la revolución rusa de 1917. La posibilidad de extensión de la revolución social generó un proceso que desplazó a algunas de las monarquías después de la primera guerra mundial.
Sin embargo, las monarquías sobrevivieron. Un ejemplo digno de analizar es el de España. Después de una sangrienta guerra civil, con un millón de muertos, la monarquía reapareció, 40 años después, con un disfraz democrático. La muerte del dictador Generalísimo Franco planteó la transición hacia una monarquía parlamentaria. El intento desesperado del coronel Tejero por suprimir al Parlamento tuvo la respuesta democrática del rey Juan Carlos.
Es que la burguesía busca siempre la reproducción de su base de acumulación. Para lograr ese objetivo, no importa si se hace bajo una dictadura o una democracia burguesa. Ante una crisis, la monarquía puede ser el reaseguro bonapartista para salvar al sistema.
Los muertos que vos matáis
Ahora bien, ¿por qué la monarquía sigue teniendo niveles de adhesión popular en siete países europeos? Intentaremos esbozar algunas respuestas.
Desde una perspectiva capitalista liberal, el sociólogo alemán Max Weber brinda un sustancial aporte para comprender la emergencia y, en especial, la perdurabilidad de los estados capitalistas, incluso bajo formas monárquicas. Weber consideraba que si bien el Estado es el monopolio de la violencia organizada en un área territorial definida, este requisito es necesario aunque no suficiente. Para que un Estado esté llamado a perdurar, dicho ejercicio debe ser, además, legítimo. Es decir, que en esta relación de dominación, los dominados obedecen el mandato que surge de la autoridad por tres tipos ideales de justificaciones internas de la legitimidad de esa dominación. Básicamente, esos tipos eran: a) la autoridad del pasado o de la costumbre consagrada, basada en la creencia en la santidad de las tradiciones; b) la autoridad del don de gracia (o carisma) del líder político, derivada de sus cualidades extraordinarias; c) la virtud de la legalidad de órdenes establecidas y del derecho de mando de la autoridad legal. Este esquema no se da en forma perfecta en la realidad sino que se combina, como en el caso de las monarquías modernas.
Desde el marxismo, el sueco Göran Therborn, profundizando el concepto de Antonio Gramsci de hegemonía (entendido como una compleja e inestable articulación entre dominio represivo y consenso para que su visión del mundo sea aceptada por las clases dominadas), destaca que el modelo de fuerza y consentimiento es insuficiente para el análisis y la comprensión de la dominación en el capitalismo.
Therborn considera que el dominado no se mueve en el plano de una decisión racional acerca de que la permanencia de un determinado sistema social es buena para él y para el conjunto. Para comprender esto, enumera una serie de conceptos que funcionan como mecanismos de sometimiento por su efecto de dominación ideológica. Por ejemplo, la deferencia rasgo típico de la época feudal concibe a la clase dominante como una casta aparte, poseedora de cualidades superiores que son atributos necesarios para dominar y que sólo los dominadores poseen. O la resignación, que deriva de consideraciones sobre lo que es posible en una situación política determinada. Esta última, tiene consecuencias más profundas que el miedo. De este modo, se proyecta una visión pesimista de las posibilidades de cambio del sistema.
La obediencia y el acatamiento a la autoridad real a través de estos elementos, pueden permitir una forma de dominación mucho más sutil utilizándose el término para designar una forma de obediencia donde la represión es un recurso más, y no el fundamental para perpetuar el sistema capitalista.
M. G.
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