Dulce de leche, birome y picana:
El capitalismo nacional

Desde la presidencia hacia abajo se insta a construir un supuesto “capitalismo nacional”.

En la Argentina –para tomar sólo un caso– jamás existió un capitalismo “nacional”. No lo hubo en los tiempos de las invasiones de los contrabandistas ingleses, en vínculo con los comerciantes porteños; ni cuando se desarrollaron los primeros frigoríficos de Rosas y Anchorena, que dependían de la exportación de tasajo para las plantaciones con esclavos negros en Cuba; ni cuando la famosa “generación del ’80” hizo de la Argentina “el granero del mundo”, al compás del sueño afrancesado de la oligarquía (cuyos palacios diseñados por arquitectos parisinos y construidos con piezas del mismo origen aun podemos apreciar). Tampoco lo hubo en el siglo xx, cuando la industria de sustitución de importaciones se desarrolló para cubrir los vacíos que dejaron las dos guerras mundiales y la crisis del ’29. Y, contra el mito fabricado por Perón, la “neutralidad” argentina en la Segunda Guerra se debió a la necesidad de abastecimiento alimenticio de Gran Bretaña, que se aseguraba así proveerse de lo que le enviaban la oligarquía y los frigoríficos ingleses, mediante barcos “neutrales” protegidos del ataque de Alemania.

La burguesía “nacional” que se desarrolló desde la década de 1930 (enlazada con la burguesía agropecuaria que también se hace “industrial” con la crisis del ’29 y con la guerra posterior) y durante la Segunda Guerra y la primera presidencia de Perón, fue una plaga que succionó los recursos del Estado a través del instituto creado para ello.

Este proceso siguió en el último medio siglo: desde los contratos de Perón con la petrolera Californian y el entrelazamiento a escala superior de la burguesía con DNI argentino y el imperialismo mundial en rubros como petróleo, automotrices, acero y un largo etcétera.

Este entrelazamiento pegó un salto cualitativo con la dictadura de 1976 y luego con el menemismo; pero ya era una realidad previa al 9 de julio de 1816.

Socios menores pero socios

al fin, de los imperialistas

 

Acaba de morir en Milán Roberto Rocca, el líder que convirtió a Techint en top mundial del negocio del acero. Operaba en cuatro continentes y facturaba US$ 7.500 millones anuales, con un plantel de 50.000 trabajadores. La mitad de esa facturación proviene de la Argentina. Participó también en los negocios del petróleo y las telecomunicaciones.

Su trayectoria ilustra bien la metamorfosis de los capitales de la región: su padre, Agostino, vino a la Argentina, como tantos, tras la caída de Benito Mussolini. Con capitales amasados quién sabe dónde, su hijo terminó transformándose en una potencia internacional en los últimos 30 años, asociado al capital internacional en cuatro continentes.

Rocca es un ejemplo entre muchos. Y por más que varíen los nombres y haya desigualdades de un país a otro –empezando por las de tamaño con respecto a Brasil–, creemos que el caso vale e ilustra a toda la gran burguesía latinoamericana, mucho más socia que competidora de los imperialistas.

Incluso los pequeños y medianos empresarios ligados al mercado interno, son parte de este mismo fenómeno. En ciertos períodos, lucran como proveedores del Estado, completamente endeudado con los organismos financieros internacionales. A veces actúan como productores, y otras, como importadores, siguiendo el ritmo de la cotización del dólar. Por esa vía, sus intereses están siempre puestos mucho más en los vaivenes de la banca internacional que en las necesidades de la población local.

La deuda externa

 

Desde el empréstito de Rivadavia con la Baring Brothers en 1826, la deuda ha sido una de las bombas de succión de riquezas por parte de los imperialistas y burgueses “criollos”.

Ya en vísperas de la crisis de 1890, Sarmiento escribía unos versos de rigurosa actualidad:

Su grandeza oculte Roma.

Calle Esparta su virtud.

Silencio, que al mundo asoma

la gran deudora del sur.

La exportación masiva de alimentos de la generación de los ’80 no sirvió para realizar una gran acumulación capitalista sino para el despilfarro de esa clase dominante y para realizar los más escandalosos negociados de las compañías de servicios (electricidad –Cade–, ferrocarriles, gas, petróleo y otras). Cuando las grandes exportaciones de la Segunda Guerra y la inmediata posguerra hicieron que la Argentina fuera acreedora de Gran Bretaña por cifras inmensas, Perón canceló esas deudas comprándole a precio de oro la chatarra que quedaba de esos servicios.

En todo este proceso la gran burguesía “nacional” se fue haciendo internacional, sacando sus ganancias a la banca de Londres o, después, a Nueva York. Y la industria se fue transformando en socia –aunque menor– del imperialismo, desde las autopartes de la industria automotriz hasta el petróleo (como Pérez Companc, Rocca, Soldatti, Bulgheroni y muchos otros).

 

Conclusiones

 

La burguesía argentina nunca fue nacional, por más que haya inventado el dulce de leche y un húngaro la birome, y que su aparato represivo tenga el triste “honor” de haber inventado la picana como elemento de tortura, bajo la presidencia del muy sofisticado radical Marcelo Torcuato de Alvear. Ni siquiera el contrabando, la fuga de capitales, la corrupción y otras plagas, pueden ostentar una bandera celeste y blanca.

El capitalismo nacional es un mito dirigido a sostener una demagogia tramposa, populista y vacía.

El único capitalismo posible en la Argentina –y no sólo aquí– es este horror que todo lo inunda. Un horror que no es sólo producto de capitalistas ladrones, de prebendarios administradores políticos, judiciales, policiales o militares.

Este horror es producto, en primer lugar, de la crisis mundial del capitalismo. Y sólo tiene arreglo extirpándolo mediante cirugía mayor.

Jorge Guidobono

 

Macri, Brukman, Gualtieri...

¿Un frente antimperialista?

Desde el Partido Comunista y otros grupos se está planteando reiteradamente la necesidad de conformar un “frente antimperialista” con sectores del empresariado nacional, Pymes y franjas de clase media nacionalista, donde la izquierda luche por hegemonizar y radicalizar ese frente de distintas clases.

En la Liga Socialista Revolucionaria somos contrarios a esa propuesta, si bien rechazamos los planteos “obreristas” que niegan que el proletariado necesita hacer alianzas con otros sectores explotados y oprimidos, para luchar por derrocar el poder burgués. Pero eso no se aplica a ningún sector patronal, por más que tenga contradicciones con el imperialismo estadounidense –u otros– en algún momento concreto.

Un frente con sectores patronales significa la subordinación de los trabajadores a los capitalistas. No es un problema ideológico de dar batalla política dentro de ese frente. Ningún sector significativo de los capitalistas va a integrar un frente para subordinarse a un programa revolucionario, ni va a aceptar que este frente se rija por elementales principios democráticos como el de “un hombre, un voto”. Saben que la lucha antimperialista, si es real y a fondo, deviene inevitablemente en lucha anticapitalista y, con ello, pone en peligro a toda la clase dominante, incluyendo sus propios intereses.

Pero hay que plantear una pregunta previa: ¿Existen sectores burgueses –que no sean kiosqueros– que tengan contradicciones insalvables con los distintos imperialismos? Afirmamos que no, que los capitalistas argentinos nacieron unidos al imperialismo comercial inglés y, a lo largo de casi dos siglos, sus intereses están íntimamente mezclados con los de los distintos centros imperiales. Todo este proceso avanzó cualitativamente desde el Rodrigazo (junio de 1975), la dictadura militar (1976-1983), hasta la década infame menemista (con el terreno abonado por Alfonsín entre 1983 y 1989).

Los capitalistas de aquí lo único que tienen de “nacional” es el pasaporte. El dinero lo tienen afuera. Y, así sea con una participación menor, están asociados a los monopolios imperialistas (desde la oligarquía agroexportadora y petrolera hasta las empresas de autopartes de las automotrices o la salud privada, por poner sólo cuatro ejemplos).

Los burgueses que se inician en el país, pronto se asocian al imperialismo y desparraman sus negocios por el mundo. Rocca, Pérez Companc, Macri, son algunas muestras de esa asociación. Yabrán y Gualtieri, su sucesor en los créditos y gangas estatales, están muertos o en la mira del rifle. Brukman es un claro ejemplo de la pequeña patronal delincuencial nacional.

Es ridículo marearse con la mínima reactivación de algunas ramas productivas en el último año. Los que ahora fabrican cosechadoras por el auge del agro, se transformarán nuevamente en importadores no bien la cotización cambiaria lo haga conveniente. Lo que mueve al capitalismo es la ganancia, no la nacionalidad.

Es curioso el curso del Partido Comunista desde el xvi Congreso (1986) hasta ahora. En él había roto, supuestamente, con su política de más de medio siglo. Ahora vuelve a ella como distraídamente.

Por su lado, algunos trotskistas fanáticos de la “biblia”, fundamentan su adhesión a la política de conciliación de clases en citas tomadas de Bujarin en el iv Congreso de la Internacional Comunista, referidas a los pueblos de Oriente y determinadas por la necesidad de buscar apoyo, donde se pudiera, para la aislada revolución rusa, hace 80 años.

Toda la política de quienes propulsan la conformación de un “frente antimperialista”, es un castillo de arena. No existe una “burguesía nacional” en la Argentina, así como tampoco la hay en el resto de Latinoamérica. Lula enfrenta hoy su primera huelga nacional de trabajadores estatales, por aplicar los planes del FMI. Chávez sufrió dos golpes de Estado, pero no toma medidas populares a expensas de los ricos ni rompe con Estados Unidos, adonde va la mayor parte de su petróleo.

Sabemos que no todo es igual en América latina, pero hay un denominador común, más allá de las peculiaridades. No hubo, no hay ni habrá clases capitalistas en la región, independientes de los imperialismos yanqui, europeos y japonés. Que hoy haya roces de intereses entre ellos, simplemente les facilita a las burguesías locales cierta posibilidad de regateo, pero allí se termina su margen de maniobra.

¿Por qué? Porque, a diferencia de la burguesía francesa y su revolución de 1789, sus pares locales se conformaron como tales como parte del desarrollo capitalista mundial, por lo cual su fuerza como clase es muy inferior a la de sus proletariados. De allí deriva la cobardía histórica de la burguesía latinoamericana. Es algo más que un símbolo que –medio siglo atrás– cuando el imperialismo intentó volver a apretar los nudos que la segunda guerra mundial habían aflojado, los “burgueses nacionales” terminaron en el suicidio, como Vargas en 1954, o en la bochornosa huida de Perón en una cañonera paraguaya un año después. Esta tendencia a la subordinación no cambió sino que se acentuó al extremo en estos últimos cincuenta años.

Quien crea que puede usar a la burguesía regional para algún objetivo revolucionario sólo terminará –quiera o no– siendo usado por ella para desviar el peligro de la revolución.

Nada de esto impide que los socialistas revolucionarios podamos hacer una circunstancial y momentánea unidad de acción contra el imperialismo, como por ejemplo durante los golpes de Venezuela, pero delimitándonos de los Chávez y buscando disputarles la hegemonía del movimiento, única forma de poder triunfar sobre los imperialistas y abrir una perspectiva revolucionaria anticapitalista e internacionalista.

Pero, en cualquier caso, estamos hablando de unidades momentáneas, de horas o de unos pocos días, no de un frente permanente que en vez de abrirnos el camino a las masas, nos ata las manos a la espalda.

J. G.

 

 

Nazareno: hundido

La Corte de la Suprema Injusticia sigue en pie

Es natural que millones sintamos alegría frente a la renuncia forzada de Nazareno, el socio del estudio del “hermano Eduardo” Menem. Incluso puede que alguna otra basura sea barrida, por el gobierno nacional o sus congresales mandaderos, que hace tres meses salvaron a toda la Suprema Corte del juicio político. O porque la biología colabore, o por el pretexto de renuncia de algunos de estos jueces que no sólo sumaron escándalos sino muchos años y gigantescas jubilaciones esperándolos. ¿Se abrirá así un camino a una Corte justa y decente? No lo creemos.

Primero, porque hay un antecedente reciente. A raíz del juicio colectivo a la Corte en Diputados, el juez Bossert –el menos cuestionado– decidió renunciar, asqueado de toda la situación.

¿Cómo se lo sustituyó? ¿Mediante un concurso de méritos o algo por el estilo? Nada de eso: en su lugar asumió el presidente del Senado, el doctor Maqueda, hombre puesto por De la Sota y Duhalde y carente de una importante foja de antecedentes como jurista.

Por más que Kirchner diga por boca ¡de Béliz! (el niño mimado del Opus Dei) que en el futuro será distinto, nadie habla de Maqueda.

La explicación de por qué se irá a una Corte que hará la venia a Kirchner (salvo que éste se hunda) tiene una comprobación nacional, otra internacional y una lección general sobre esta etapa del capitalismo.

Desde que la Suprema Corte de Justicia convalidó como constitucional el golpe del 6 de septiembre de 1930 del Gral. Uriburu, todas las Cortes fueron apéndice del gobierno de turno.. Desde Perón, que en 1946 armó “su” Corte, hasta Alfonsín y Menem que hicieron lo mismo (pasando por tres décadas de dictaduras o gobiernos civiles peleles) hace, por lo menos, tres cuartos de siglo que no hay una Corte mínimamente independiente del Poder Ejecutivo.

La división de poderes es una ficción y una mentira de hecho, por más que figure en una o varias constituciones que han sido violadas sistemáticamente por distintos autócratas presidenciales y avaladas sus violaciones por sus lacayos de la “Suprema” (claro que nunca gratis).

Este atropello no es una rareza “argentina”: tiene que ver con todo el funcionamiento institucional del capitalismo y su régimen en el mundo.

Sobran los ejemplos. Elijamos uno: Estados Unidos tres años atrás. La Corte Suprema fue armada por Reagan y Bush padre, y es la misma que actúa hoy. Esa Corte es la que definió la presidencia de Bush hijo, por cinco votos contra cuatro; pese a que había sido perdedor en la votación en todo el país. Es una curiosa democracia que posibilita que quien pierde en votos puede ganar en “electores”. También se negó a recontar los votos de Florida, el Estado gobernado por el hermano Jeff Bush, y donde el fraude indicaba que, por ejemplo, grupos antisemitas triunfaban en barrios de judíos jubilados mediante una boleta microscópica imposible de leer por los ancianos. Y después ha avalado el desmantelamiento del grueso de las libertades democráticas que han convertido al país en un Estado de tipo policíaco, además de racista y xenófobo, en particular hacia los árabes. ¡Y es Estados Unidos, no la Argentina!

Bush es presidente y coloca al mundo al pie de la barbarie militarista por una Corte que resolvió las elecciones como si fuera un juego deportivo previamente arreglado 5 a 4, y en el que 270 millones de norteamericanos miren, sufran y sean engañados por estas trampas escandalosas, y que el mundo las padezca.

El tema tampoco es una exclusividad norteamericana: en Italia le acaban de otorgar inmunidad judicial a Berlusconi hasta el 2006, obviando –de paso– su “compra” de medio Poder Judicial para realizar gigantescos negociados y matufias.

El fondo del problema no tiene país de origen: está en todos.  Y su raíz es la misma: la división en tres poderes que impuso la revolución francesa hace más de dos siglos como expresión del ascenso de la burguesía frente a la nobleza y la descomposición mundial de sus instituciones, justicia incluida. La Corte Suprema es parte de su irreversible decadencia y tendencia al totalitarismo de los monopolios y sus empleados en los tres “poderes” (por ponerles algún nombre).

J. g.

 

La LSR y las próximas elecciones

- Rechazamos de plano la infantil y maniquea concepción de que la divisoria de aguas entre revolucionarios y reformistas, pasa por los métodos que se utilizan. No hay “métodos revolucionarios” y “métodos reformistas”. Se puede practicar una política reformista con una pistola en la mano (como los sandinistas, el Farabundo Martí salvadoreño y muchos otros casos, incluido el de Montoneros). Y se puede tener una política revolucionaria que utilice todos los métodos posibles (incluyendo la agitación electoral) como palanca para lograr el prerrequisito de toda revolución. Es decir, convencer a la vanguardia y a grandes masas, política y prácticamente, de que todos los problemas, desde los más inmediatos de supervivencia hasta el futuro de cada uno y de sus hijos depende de un solo problema: ser capaces de cambiar de manos el poder, arrancándoselo a la minoría antidemocrática de megamillonarios que lo detenta, y conquistar un poder obrero y popular de las auténticas mayorías, las de los millones de trabajadores, pobres y excluidos de las ciudades y el campo.

    Es inútil lucubrar ahora cómo se realizará el cambio revolucionario en el poder, que en decisiva medida dependerá de la resistencia antidemocrática que ofrezcan la minoría de ricos y sus lacayos contra el pueblo sublevado. De lo que se trata ahora es de batallar por convencer a miles, decenas de miles y millones de explotados, de que con el régimen capitalista lo único que podemos esperar es más barbarie, militarismo, guerras, miseria, desocupación, analfabetismo, enfermedades, plagas, esclavitud y destrucción de los lazos solidarios y fraternos, llevando a la humanidad a niveles de alienación y locura, social e individual, inéditos.

    La LSR interviene en las elecciones para propagandizar, centralmente, una cuestión clave: o una revolución socialista triunfa, o el futuro será aún peor que el presente; la barbarie capitalista y su inherente militarismo seguirán poniendo cada vez más en peligro la supervivencia de la especie humana y del planeta mismo, inmisericordemente bombardeado en aras de la ganancia, el único principio que rige a los explotadores.

    Por muy importante que sea la lucha (que puede y debe darse) por conseguir tal o cual punto programático, cualquier conquista será efímera y tramposa mientras no se destruya el poder de los explotadores y sus sirvientes.

    Ese es el objetivo de fondo que necesitamos lograr para poder encarar la resolución de los problemas parciales. El camino inverso, no es más que una engañosa serie de slogans publicitarios que incluso sectores de la burquesía pueden aceptar si se encuentran entre la espada y la pared, y que nos quitarán en cuanto puedan volver a colocar su cuchillo en el cuello de los trabajadores.

 

- La LSR está convencida de que este cambio revolucionario no podrá realizarse por la vía electoral, máxime en las brutales condiciones antidemocráticas actuales. Sólo grandes luchas extraparlamentarias de masas en todo el país podrán imponer ese cambio como se demostró el 19-20 de diciembre de 2001. Esto mismo queremos difundir ante la población mediante la campaña electoral. Y pedimos el voto, como aval para esa perspectiva.

    También rechazamos, por charlatanería antimarxista, el abstencionismo electoral sistemático que se escuda –como un latiguillo– en que “el problema es el poder”. Como marxistas revolucionarios, estamos a favor de utilizar todas las tácticas y políticas para poder llegar a esa instancia, incluyendo toda tribuna que ayude a convencer de esa necesidad al movimiento de masas.

    La LSR afima categóricamente que no habrá salida revolucionaria de la mano de ninguna elite autoelegida: la revolución sólo podrá tenercomo protagonistas a millones de trabajadores y sectores del pueblo explotado y oprimido. Los revolucionarios conscientes nos ponemos al servicio del triunfo de esa rebelión y aportamos nuestras ideas, militancia y experiencia, para colaborar a que triunfe.

 

- Esto es obviamente falso y tramposo. Lo atestigua la historia del mundo y del país, la pasada y la más reciente. La subordinación de los revolucionarios a las elecciones es un camino directo al despeñadero y los ejemplos sobran.

    Quienes defienden en forma pública o sigilosa esta concepción, están engañando a los trabajadores y al pueblo, e incluso a muchos de ellos, que creen más o menos honestamente que ése es el camino, porque han sido inficcionados por la propaganda del enemigo después de veinte años de tramposa “democracia”.

 

- La LSR interviene en las elecciones con un acuerdo principista con los camaradas de Democracia Obrera (ver contratapa).

    No lo hacemos como encantadores de serpientes. Lo hacemos para divulgar nuestras posiciones comunes y cada una de las organizaciones las suyas propias en el terreno internacional y nacional.

    Tomamos las elecciones como una tribuna de propaganda y agitación anticapitalista, antimperialista y antiburocrática.

    Intervenimos para difundir nuestra política y programa y para organizar en torno de ella a compañeros de la vanguardia socialista revolucionaria antes, durante y después de las elecciones.

    Estamos convencidos de que la clave de la hora es la necesidad de refundar el socialismo revolucionario en un bloque –federación, o como se llame– que nos contenga no sólo a quienes integramos una modesta propuesta política-electoral, sino a los muchos miles de socialistas revolucionarios que están mordiendo bronca en sus organizaciones asimiladas al régimen, o que luchan y resisten individualmente o en pequeños grupos.

 

- La LSR interviene entonces para difundir una política antimperialista, anticapitalista y antiburocrática, y para explicar la necesidad de la revolución socialista como única opción para impedir que siga avanzando la barbarie capitalista-imperialista. Como parte de esta pelea impulsamos el reagrupamiento del socialismo revolucionario, necesariamente internacionalista.

    Ese es nuestro compromiso irrenunciable. -

 

La izquierda posibilista se integra al régimen

Resulta trágico comprobar, al leer la prensa o escuchar las declaraciones de los dirigentes de la izquierda tradicional, que todos asuman como propia la principal trampa que el gran capital le tiende a las masas: ponerse a debatir y prometer qué retoques se les pueden hacer a un régimen económico, social, político, institucional y cultural que está en plena descomposición.

En el caso de la capital federal, en camino a las elecciones del 24 de agosto, desde Ibarra y Macri hasta el grueso de la izquierda, se empeñan en convencernos de que mediante el voto podrán instrumentarse mejoras para la Ciudad. Lo que no dicen, es que no puede hablarse de una ciudad mejor, en los marcos del agotamiento del régimen capitalista en el país y en todo el sur del continente. Por eso, sólo puede detenerse la barbarización creciente que conlleva ese agotamiento, mediante un cambio completo, revolucionario: el socialismo.

Esto implica también echar ácido sobre las ilusiones o esperanzas en Kirchner y sus medidas de gobierno. Al haber aceptado el pago de la deuda externa –por más que regatee algo– sólo puede hacerlo a costa del hambre del pueblo, máxime cuando hoy hay todavía menos posibilidades de un “capitalismo nacional” que en los tiempos de Rivadavia y los empréstitos de la Baring Brothers (ver página 3).

Pero más allá de esto, la dirigencia de la izquierda entra en una segunda trampa: aceptar la reaccionaria constitución de la Ciudad Autónoma Buenos Aires como el marco jurídico que posibilitaría esos cambios de progreso. Olvidan que esa constitución es hija directa del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín. Como tal, forma parte de la institucionalidad hecha a medida para impedir una democracia genuina, empezando por los poderes omnímodos que otorga al Jefe de Gobierno. No se trata, entonces, de discutir que hay que “ampliar los espacios de participación”, como dice Luis Zamora. Hay que decir con claridad que la Legislatura es un poder decorativo, funcional al gran capital, como bien lo demostró el caso de Subterráneos. Cuando una mayoría de legisladores votó la ley que rebajaba la jornada laboral de ocho a seis horas, Ibarra hizo uso de su poder de veto y, por si esto no era suficiente para que los trabajadores se olvidaran del tema, mandó apalear a los que protestaban.

Con esta experiencia, aleccionadora para todos los trabajadores de la Ciudad, resulta escandaloso que las campañas de IU, PO, AyL y otros, esté centrada en la necesidad de sentar en las bancas a un mayor número de legisladores de izquierda para avanzar en la solución de los problemas. De esta manera, están ayudando a sostener las ilusiones en instituciones que ya eran caducas antes de nacer.

Esta crítica no significa caer en un cretinismo antiparlamentario, que renuncia a tener representantes en esas instituciones. Por el contrario, creemos que es muy útil tenerlos, no para prometer soluciones mágicas a las masas sino para llamarlas a la lucha extraparlamentaria para poder imponer soluciones transitorias. La tribuna legislativa puede utilizarse, así, como un gran micrófono desde donde hablar con grandes masas. Pero si ese micrófono es utilizado para sembrar más falsas ilusiones en esas instituciones capitalistas y antiobreras, el resultado es muy negativo.

La reciente experiencia de Brukman, y la maraña distractiva de discusiones sobre proyectos de Ley y propuestas de microemprendimientos lanzados desde la Legislatura y el Gobierno porteño, es muy ilustrativa al respecto. Por supuesto pueden y deben aprovecharse todos los resquicios que en las filas del enemigo podamos usar en nuestro favor, pero alertando siempre que lo que hoy logremos a través de ellos, mañana nos lo quitarán, una vez resueltas las contradicciones internas del enemigo.

El PO machaca con su promesa de construcción de un hospital en Lugano, y el PTS insiste en que las legislaturas distritales voten la expropiación de las fábricas recuperadas. Ambos caen en un falso posibilismo que desconoce, entre otras cosas, que la Constitución Nacional garantiza la inviolabilidad de la propiedad privada. Esta norma está por encima de la de cualquier ciudad, y son precisamente quienes poseen la propiedad privada de los medios de producción los que determinarán qué obras es negocio construir y qué fábricas quedarán abiertas o cerradas.

Pero el grueso de la dirigencia de izquierda parte de un supuesto falso: que puede haber una ciudad progresista en un país capitalista en descomposición. Esto es falso no sólo para Buenos Aires. Lo es también para Montevideo, donde gobierna desde hace casi 15 años la izquierda, sin que haya mejorado en nada fundamental. El Frente Amplio llegó a la Intendencia proponiendo la creación de comunas –que muchos izquierdistas esperaban ver convertidas en soviets o algo así– y, simplemente, éstas fueron declaradas inconstitucionales por el Poder Judicial. Lo mismo sucedió en Porto Alegre con el PT (que, además del municipio, gobernaba el Estado de Río Grande del Sur). Fueron los autores de la ahora famosa estafa del “presupuesto participativo”, que fijaba en forma centralizada el destino del 90% de los recursos, y dejaba un magro 10% en manos de los pobres para que, además, se mataran entre ellos por su distribución. De paso, les hacían creer que estaban decidiendo algo. México DF está gobernado por el PRD y tampoco cambió. El “progresista” Barrantes gobernó Lima y su gestión abrió, en parte, el camino hacia Fujimori.

Al revés de lo que plantean los actuales sucesores tardíos de la socialdemocracia del siglo xix, acceder al gobierno de una gran ciudad o tener fuertes bancadas parlamentarias no es “ocupar un espacio de poder”.. El poder no se compra en cuotas como un terreno: se conquista mediante la lucha de masas extraparlamentaria y revolucionaria. Y esta lucha no se da calcando algún modelo previo (ruso, chino, cubano o cualquier otro) sino mediante una combinación única e irrepetible de contradicciones internacionales y nacionales.

Por eso, más que conquistar “una cuota de poder” lo que sí pueden lograr los dirigentes izquierdistas posibilistas es dar pasos hacia la integración al Estado capitalista, primero a través de una ciudad para depués, si pueden, seguir el camino de Lula y administrar al capitalismo en el país, buscando la quimera de humanizarlo.

Jorge Guidobono

 

Un Encuentro que divide aguas

Política obrera o aparatismo oportunista

     En el número anterior de Bandera Roja decíamos: Brukman puede ser “un factor aglutinante de la mayor parte del activismo que se moviliza en el país”, “…siempre y cuando no se pierda de vista el objetivo de recuperar la fuente de trabajo bajo la forma que sus trabajadoras consideren conveniente”.

     Lejos de este objetivo estuvo el Encuentro realizado los días 21 y 22 de junio.

     El MST no tuvo empacho en dejar en claro que prefería retirar a “su gente” del Encuentro, antes que permitir que éste votase el plan de lucha propuesto por las trabajadoras.

     Al Encuentro se llegó en una combinación entre las necesidades reales de las obreras de Brukman y las aspiraciones de algunas organizaciones de izquierda, que necesitaban apoyarse sobre el respeto ganado por los trabajadores para articular sus distintos proyectos políticos y electorales.

     Así, la dirección del MAS llevó a la reunión semanal de apoyo al conflicto (el sábado 17 de mayo), su propuesta de “Congreso nacional de trabajadores ocupados y desocupados” para los primeros días de junio. En este caso, el conflicto de Brukman servía de cobertura para justificar la “urgencia” del llamado, cuyo objetivo real era “primerear” la ya convocada Asamblea Nacional de Trabajadores (ANT) liderada por el Bloque Piquetero (PO-Castells-MTR-PC y otros). Al mismo tiempo, el “Congreso” sería la forma de incorporar a otros sectores del trotskismo a la formación de una “tendencia político-sindical clasista” que le diera visos más creíbles a la limitada tendencia sindical lanzada por el MAS el 23-24 de noviembre del 2002.

     A partir de allí, se abrió una instancia de acuerdos con la dirección del MST, a quien el supuesto “Congreso” le era funcional, por otros motivos. En primer lugar, porque corría serio riesgo de extinción el prolongado acuerdo electoral con el PC en Izquierda Unida tras los realineamientos de fuerzas provocados por la ya segura asunción de Kirchner (la carta de Patria Libre llamando al PC a romper con “los trotskistas”, era parte emergente de ese riesgo). La posible ruptura de IU ponía en peligro las aspiraciones del MST, ya que la alianza le aseguraba el primer puesto en la lista de candidatos a diputados por la provincia de Buenos Aires y, si se toman en cuenta los guarismos de la votación nacional del 27 de abril, el candidato del MST tiene ciertas probabilidades de acceder al parlamento nacional… siempre y cuando se mantuviese el “paquete” de votos a IU.

     En otro plano, la dirección del MAS (en tanto partido que centraliza la mayor parte de los subsidios que recibe el FTC, al que no controla en forma completa) y la del MST (Teresa Vive) necesitaban de algún evento público que le diese una señal al nuevo gobierno para que los tenga en cuenta a la hora de rediscutir el reparto de subsidios a los desocupados y/o de ocupar un lugar en la administración de las bolsas de trabajo para el plan de obras públicas anunciado por Kirchner. No hay que olvidar que los “capataces” de primera línea para estas tareas son la CTA y la CCC, seguidos por el bloque Castells-PO y, lejos, casi ubicados como “aspirantes” se encuentran las dos corrientes “trotskistas” que fueron las últimas en sumarse a la administración de la miseria repartida por el Estado. Por eso, para la dirigencia de ambas organizaciones, era decisivo realizar algún tipo de acto que los mantuviera en un buen sector de la escena, y para ello necesitaban entrar en competencia con la ANT. Nada mejor que la lucha de Brukman para disputar estas “nobles” peleas “de fondo”.

     El PTS, por su lado, no podía quedar al margen de este llamado, para no aparecer como divisionista ante las bases de dos fábricas emblemáticas en las que ejerce cierta influencia (Zanón y Brukman), con variaciones de la misma política “mediática” y reformista de sus “competidores” del trotskismo. Su caballito de batalla era la reivindicación de la Coordinadora del Alto Valle (a la que consideramos muy valiosa) como experiencia a imitar en todo el país, cuyo objetivo de fondo era el simple “pase de factura” por la no integración a la misma del dirigente docente de Río Negro, afín al MAS.

     Amparados en la mera declamación de “ninguna confianza en Kirchner”, las tres corrientes desplegaron un comportamiento que, en los hechos, niega toda confrontación con el gobierno nacional al oponerse a las necesidades reales e inmediatas de una lucha obrera concreta.

 

El interés obrero

 

     Las trabajadoras y trabajadores de Brukman, por su lado –entusiasmados por el éxito del Primero de Mayo en Independencia y Jujuy, sumado a la pelea en común por la liberación de los dirigentes piqueteros presos en Salta– venían manifestando la necesidad de agrupar a los trabajadores en torno a su propia lucha como palanca para potenciar el apoyo a todos los reclamos de los explotados. Así lo reiteraban, sábado tras sábado, en las reuniones semanales de apoyo a Brukman que se realizan en la placita de México y Jujuy desde el 26 de abril. Este justo sentimiento, empalmó –en los hechos– con el planteo del MAS y comenzaron las reuniones de organización del llamado “congreso”.

     Desde ese primer momento (martes 20 de mayo) la Liga Socialista Revolucionaria (LSR) participó con dos planteos que serían una constante a lo largo de estos meses. Por un lado, alertamos acerca de que el “congreso de trabajadores” era un objetivo estratégico, de largo plazo, que involucraba tareas de organización entre los trabajadores ocupados, de manera básicamente clandestina, teniendo en cuenta las condiciones de dictadura patronal que se viven en la mayoría de las empresas privadas. Que estábamos totalmente de acuerdo con este objetivo, pero que para llegar a él había que transitar un largo camino. En ese camino, dar un primer paso con un Encuentro de apoyo a Brukman podía ser una palanca para llegar a millones de trabajadores de diversas empresas, invitándolos a acercarse al Encuentro sin distinciones de afiliación ni modalidades de contratación, así fuese a título individual, pero como forma de iniciar el tejido de una red de activismo que, desde nuestro punto de vista, era más fácil de articular geográficamente que sindicalmente. En este planteo, empalmábamos con las aspiraciones del activismo de base de Brukman, que esperaba llegar con el Encuentro a lo más recóndito de la clase obrera (ocupada o no). Junto a esto, batallamos por clarificar qué tipo de evento queríamos realizar, ya que del objetivo se desprendían tareas diferentes. En función de la inmediatez del planteo opinamos que tenía que tener características más asamblearias que de “congreso”, ya que era “política-ficción” pensar que íbamos a llegar a él con representaciones “genuinas” de los trabajadores en las actuales condiciones de atomización y desorganización. De paso, aclarábamos, la realización de un “congreso” conlleva un proyecto fundacional, por lo que era lógico que fuera interpretado así como una competencia por los compañeros de la ANT (y también por otras fuerzas que, tras este planteo inicial, se retiraron de la plaza y de las reuniones de los sábados, como la Aníbal Verón, por ejemplo).

     Dijimos que veíamos, entre los sectores que nos reuníamos para prepararlo, dos proyectos contrapuestos:

1) el Encuentro de apoyo a Brukman –y, por extensión, a todas las luchas–, que es el que permitía un ámbito abarcativo de las diversas corrientes políticas, incluidos sectores de base de los establecimientos controlados por las burocracias y que, por otro lado, posibilitaba la más amplia convocatoria a todos los sectores en apoyo a la lucha concreta, abriendo a la vez el debate acerca de cómo cada uno entendía la mejor manera de avanzar hacia la necesaria reorganización del movimiento obrero sobre nuevas bases (en concreto, esto posibilitaba la participación del PO para que explicase por qué consideraba a la ANT como la herramienta organizativa más valedera). Este planteo era el único que podía salir al cruce de la no participación escudada en que se trataba de un nuevo proyecto político sectorial;

2) un Encuentro de las corrientes políticas –además, todas provenientes del estallido del MAS en los ’90– que estábamos presentes en esa reunión, lo cual era realizar un encuentro de los “pocos, pero buenos”. Obviamente, nos inclinábamos por la primera variante y no por esta última. E insistimos, una y mil veces, en que si ése era el objetivo, había que decirlo con claridad y no utilizar a los trabajadores para recubrirlo.

     Tanto el MAS como el MST y el PTS, se rasgaban las vestiduras aclarando que querían un encuentro “amplio, abierto y democrático”, aunque todos sus pasos diletantes respecto de la concreción de la convocatoria, no hacían más que ponernos ante el hecho consumado de que lo único “posible” era la variante 2) antes mencionada. Esto derivó en que la organización del Encuentro –ya asumido por todos como tal, y no como congreso– recién pudo alumbrar un texto convocante el jueves 12 de junio, con lo cual se le fijaba una impronta “cerrada” de hecho, ya que no había tiempo material para realizar algún tipo de invitación masiva.

     A esta altura, los únicos participantes en la organización, además de las comisiones internas de Brukman y Zanón, éramos el MST, el MAS, el PTS, Democracia Obrera (DO) y la LSR. [En esa fecha se sumó Convergencia Socialista, que optó por retirarse del Encuentro el domingo 22 cuando constató que el interés mayoritario de los presentes no era el de conformar un acuerdo entre las corrientes trotskistas que en él participaban.] A partir de allí, las reuniones con vistas a elaborar una propuesta práctica para el desarrollo de las sesiones, se transformaron en una verdadera batalla campal por cuestiones organizativas, absolutamente ajenas a las necesidades de los trabajadores y sus luchas.

     Se comenzó por discutir cómo se dividiría en comisiones a los participantes, en lugar de priorizar qué debate uniría a todo el Encuentro. Luego se pasó a definir las acreditaciones y la “representatividad de los delegados con derecho a voto”, mientras se proclamaba que no habría nada que votar ya que sólo podían salir resoluciones por acuerdo. Tras declamar que se pretendía un evento opuesto a la ANT, donde hubiese un equilibrio entre los trabajadores ocupados y los desocupados, y después de rechazar toda propuesta tendiente a lograr ese equilibrio, los dirigentes del MST manifestaron que iban a acreditar 600 delegados por Teresa Vive “haciendo un esfuerzo por reducir la representación; tengan en cuenta que representamos a 40.000 desocupados en todo el país”… La dirección del MAS declaraba para el FTC una representación de entre 250 y 300 delegados. Además, los representantes del MST rechazaban explícitamente adjudicar algún valor a las representaciones que vinieran con mandatos de asambleas de base y, explícitamente, se opusieron a cualquier instancia que diese lugar a la participación de organizaciones o activistas que se acercaran exclusivamente para la discusión del apoyo a Brukman aunque no quisieran ser parte del conjunto del Encuentro (caso Polo Obrero, por ejemplo). La respuesta “principista” del PTS ante este atropello, fue reclamar para sí 300 delegados. Entre tanto, las trabajadoras de Brukman tendrían tres delegados (uno cada veinte) y a Zanón se le reconocerían los que pudiesen hacer viajar desde más de 1.000 km, con el consabido gasto monetario. Al mismo tiempo, cualquier persona que ostentase un cargo gremial sería automáticamente reconocida como delegado (así no hubiese hablado con nadie sobre el Encuentro o, incluso, fuese odiada por sus compañeros de trabajo). Las delegaciones gremiales eran entendidas como “trabajadores que lograron expulsar a la burocracia”, mientras que los activistas de empresas privadas no organizadas no podían tener representación por no haber “logrado todavía echar a la burocracia” (!!!). Llegados al diseño del acto de apertura, la propuesta delineada por el acuerdo MST-MAS, fue que abriese y cerrase Brukman, y que los oradores fuesen tres por cada una de ambas fuerzas, al tiempo que “ofertaban” dos o tres para el PTS.

     Llegados a este punto, desde la LSR optamos por retirarnos de las reuniones de organización para no avalar con nuestra presencia esa metodología nefasta, ajena por completo al interés obrero. Al mismo tiempo, insistimos en que el acto de apertura debía tener un carácter asambleario y lanzar desde allí las propuestas de temario y organización del Encuentro. Nos opusimos al criterio de representación basado en el reconocimiento del Estado, vía Ley de Asociaciones Profesionales y padrones de planes Trabajar, y bregamos por que el Encuentro funcionase como una gran asamblea obrera, con democracia directa. Denunciamos también que el propósito de avanzar por acuerdos, había sido sistemáticamente utilizado para imponer lo que las dos corrientes mayoritarias querían. Así lo pusimos por escrito, y esto sirvió para que Brukman y Zanón pudiesen fortalecer su posición e imponer un acto abierto a todo el que se acercase a apoyar sus luchas(*). También contribuyó a que las obreras de Brukman expusieran en la tribuna levantada el sábado 21, una propuesta de plan de acción de cinco puntos para ser discutida por todos los que participaran el día domingo.

     En el ínterin, un editorial “oficial” del PC publicado en el número 637 de Propuesta (19/6/2003) respondiendo a la carta de Patria Libre, aportaba al MST la tranquilidad de que IU seguiría con vida, como mínimo hasta las próximas elecciones. Con este dato, el MST ya no necesitaba del “Encuentro de Brukman” y sólo le quedaba por ver con qué excusa retirarse del mismo. Esto es lo que explica su comportamiento del domingo 22 cuando, tras negarse a acreditar a su delegación, encierra a “su gente” tras un cordón de seguridad destinado a impedir que su base pueda dialogar con la Interna de Brukman y cientos de trabajadores de otras corrientes, para poder irse con el burdo argumento de que “el PTS quiere llenar las comisiones de estudiantes disfrazados de obreros”.

 

Democracia y participación obrera

 

     No obstante estas condiciones macabras, la fortaleza de los obreros en defensa de sus puestos de trabajo, logró que el punto de discusión central entre los participantes fuera el plan de acción en apoyo a su lucha, que incluía medidas útiles para todos los reclamos de los explotados (como movilización a la CTA para exigirle un paro nacional por la estatización de las fábricas recuperadas y por aumento de salarios para ocupados y desocupados). Expuestos estos objetivos ante las bases de las organizaciones presentes, obtenían la fuerza y la legitimidad que no les posibilitaban las reuniones de “aparatos”. Incluso un intento final del MAS-PTS de hacer votar una declaración como prioridad por encima del debate que durante horas habían llevado a cabo cientos de trabajadores en tres comisiones, fue abrumadoramente rechazado por las bases de sus propios impulsores.

     Es que la rebelión democrática abierta en las jornadas del 19-20 de diciembre de 2001, no se ha cerrado. Pueden las patronales y sus representantes políticos hacer mil esfuerzos por aplacarla; pero es un camino sin retorno entre los explotados, cuyos elementos más avanzados no están dispuestos a soportar la arbitrariedad y el autoritarismo en sus propias filas.

     Esto es algo que el grueso de la izquierda no ha logrado comprender. Otros, lo han comprendido pero no quieren aceptarlo. Y otros, definitivamente, están dispuestos a combatirlo. Ese es el sentido de las palabras de Altamira ante el fenómeno de las asambleas populares. [En declaraciones a La Nación (24/2/2002), Altamira dice: “Se necesita una transformación social, pero para eso hay que tener un programa y sólo puede ser dado por los partidos” (…) Y sigue el periodista: “Altamira prevé que en algún momento esta militancia entrará en reflujo y espera que se canalice en los partidos”.] Y ése es también el sentido de la actitud de la dirigencia del MST al cercar a su propia base con un cordón de seguridad, para que no se “contamine” en el contacto con el resto de los trabajadores en lucha. [“A nuestra base sólo le hablamos nosotros”, vociferaban los dirigentes del MST mientras echaban a empujones a las “corpulentas” obreras de la Comisión Interna de Brukman]. Y es también el sentido de la sorpresa en las caras de los dirigentes del MAS y del PTS ante la –para ellos– inesperada votación de sus bases en rechazo al atropello antidemocrático.

     La historia de los explotados en el camino hacia su liberación de toda cadena, se abre paso como puede. Así lo demuestran ciento cincuenta años de historia del movimiento obrero moderno. Si el abrumador peso de la socialdemocracia europea –cuna de la organización revolucionaria de los trabajadores–, que votó los créditos de guerra en los parlamentos de las potencias imperialistas de su época, no pudo impedir el alumbramiento de la Revolución Rusa, no serán pequeños aparatos del subdesarrollo los que pongan límites al horizonte que necesitan alcanzar los explotados en esta hora de barbarie. Sí hay que decir con claridad, que sus dirigentes no hacen más que llenar de obstáculos el camino de la liberación de los trabajadores que, tal como definiera Marx en su momento, “será obra de los trabajadores mismos”.

     Desde la LSR estamos convencidos de que la valiosa experiencia acumulada a las puertas de Brukman, está sentando las bases –o dando indicios– para cambios profundos en la pelea de los explotados y su adecuación histórica a las formas de organización necesarias en los distintos estadios de desarrollo de la sociedad de clases. Apostamos plenamente a ese desarrollo, aportando nuestro apoyo proletario que, tal como expusimos en nuestras propuestas al Encuentro, puede resumirse en unas pocas consignas: “Para poder luchar en las mejores condiciones: ¡democracia y participación obrera!”; “Para que la lucha triunfe: ¡democracia y participación obrera!”.

L. Rubiales

 

* No obstante, el PO se mantuvo firme en no concurrir con el argumento de no avalar un encuentro “divisionista y antidemocrático”. En verdad, volvió a dejar en claro que comparte la misma metodología de las corrientes a las que cuestiona. Muestra reciente de ello, ha sido su reiterada actitud de realizar su propio acto el 26 de junio, dando la espalda a los compañeros de la Aníbal Verón –tal como lo hicieron en la propia jornada represiva del 2002 y en las sucesivas recordaciones mensuales– en la que militaban los asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

 

 

Viva el plan de lucha de Brukman

     Muchos dicen que sin el apoyo de las organizaciones políticas y sociales de izquierda, Brukman no hubiera podido sostenerse. Pero la pregunta que hay que responder es por qué la lucha de una tan pequeña fábrica, de una industria menor, ha sido capaz de ganar tanto apoyo. La respuesta a esta pregunta es la que permite entender la dimensión del ataque del Estado, y la dimensión que tiene para todos los explotados del país poner todo el esfuerzo y toda la imaginación para que esta lucha triunfe.

     Es decisivo volver a colocar a Brukman en el centro de la escena nacional, para fortalecer el plafón social y político que posibilite que las obreras puedan encarar cualquier negociación, pero desde el lugar en que deben estar: adentro de la fábrica y produciendo de nuevo.

     Hoy Kirchner e Ibarra están desesperados por lograr que Brukman “no haga ruido” en la sociedad, de aquí a agosto, mientras ellos juegan su campaña electoral en la Capital (hasta han llegado a pretender “comprar” su silencio, ofertándoles subsidios de desempleo igual que hicieron con Lapa). Entonces nosotros tenemos que tratar de generar el mayor de los ruidos en las orejas de toda la población.

     Son muy valiosas las decisiones tomadas por la asamblea de la fábrica, llevando a la práctica el plan de lucha –que fue votado mayoritariamente en el Encuentro del 21 y 22 de junio, y es compartido sábado a sábado en las reuniones que continúan en la plaza de México y Jujuy– que se inició con el escrache a las oficinas de Brukman el viernes 4 y que sigue con la movilización a la CTA para exigirle un paro general, el miércoles 23 de julio.

     Este ejemplo de temple, tenacidad y democracia para la lucha, merece todo el apoyo. Si logramos recuperar Brukman, todos los demás reclamos de los trabajadores, en especial de los desocupados, podrán apoyarse en una posición de fuerza más sólida.

L. R.

 

UBA: Echar a la Franja

…¿con un plebiscito?

En Económicas Franja Morada no sólo perdió las elecciones del 2001 y se quedó a fuerza del fraude y sus matones. En el 2002 organizó unas elecciones truchas en las que, gracias a la denuncia que hicimos junto con otras agrupaciones, no votó prácticamente nadie. Lo que se demostró en todo este período es que sólo con votos a los radicales no se los va a poder echar de la facultad.

En este último cuatrimestre se dio un interesante debate dentro de las distintas corrientes de la facultad. Este gira en torno al qué hacer frente a la necesidad de recuperar el centro de estudiantes. Lo que sostenemos desde el Base (Bloque Antiburocrático y Socialista de Estudiantes) es que si no hay un sector de estudiantes de la facultad que se movilice en función de este objetivo no vamos a poder revertir esta situación. Las cosas que se puedan hacer dependerán del grado de participación estudiantil por fuera de las agrupaciones. Si somos cientos se podrá echar a la Franja por la fuerza, si somos decenas podremos presionar para que deje de perpetuarse mediante esa combinación de fraude-matones.

Sin embargo la Cepa (PCR) plantea la realización de un plebiscito en el cual los estudiantes se pronuncien a favor de que exista una elección única y convocada por una junta electoral que no la presida nadie. Su objetivo es “torcerle” el brazo a los morados con esta votación para que se realice una elección que no controle. La pregunta a hacerles es por qué creen que si el año pasado los radicales se quedaron a pesar de no tener ningún aval electoral real, van a ceder algo con un plebiscito organizado por una o más agrupaciones.

Este plebiscito recuerda a la consulta popular realizada por el Frenapo en el 2001. Los que terminaron revirtiendo la situación del país y echando a De la Rúa del gobierno fueron las cientos de miles de personas que salieron a las calles el 19-20 de diciembre y no la famosa consulta, por más participantes que haya tenido.

El grado de participación que se logre en torno al objetivo de recuperar el CECE está estrechamente ligado al por qué de la necesidad de que exista un centro de estudiantes. Si los estudiantes lo siguen viendo como un lugar desde el cual sólo se venden apuntes es de esperar que nadie se movilice; porque ven al centro como algo ajeno. Por eso es que el primer paso es hacer una discusión a fondo en los cursos sobre qué tipo de centro de estudiantes queremos. Desde Base opinamos que necesitamos una herramienta que nos permita enfrentar los constantes ataques al estudio gratuito, como parte de una sociedad capitalista que nos carga con su descomposición. Es el desafío que tenemos por delante, porque en las primeras convocatorias a los estudiantes independientes, los que participaron se los podía contar con los dedos de una mano. Hoy sería mentirle a los estudiantes si decimos que existe un espacio consolidado. Y no faltan agrupaciones que no se cansan de hacerlo.

Fedon

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